La avanzada del populismo de derecha tiende a hacerse global. Las elecciones estadounidenses, que marcaron un nítido triunfo de esa tendencia, no solo forman parte de una secuencia que ha tenido manifestaciones en otras partes, sino que, a su vez, se convierte en elemento dinamizador de un modelo de acción política que, desde el seno mismo de la democracia, amenaza con corroerla. 

Una señal inequívoca del síntoma es la celebración que ha merecido, precisamente por abanderados del nacionalismo autoritario, el triunfo en los Estados Unidos de un candidato que no sólo exageró sino mintió durante la campaña y anunció de una vez su poco respeto por el Estado de Derecho, y la honradez de la administración del poder electoral y de la justicia de su propio país.

Parecería que, desde las urnas, ha surgido una oleada de recriminación contra la democracia liberal. Y no proviene ahora de la izquierda radical, como en la Guerra Fría, sino del extremo derecho del espectro político. Fenómeno que recuerda los dramáticos procesos que hace un siglo se dieron en Alemania e Italia, con la característica de que la arremetida de ahora proviene de sentimientos populares profundos expresados en elecciones libres, sin perjuicio de que las redes sociales, que no tienen fronteras, permitan interferencias, nacionales y extranjeras, tan maliciosas como efectivas.  

Rumania fue por décadas bastión comunista y ahora miembro de la Unión Europea y de la OTAN, además de firme aliado, hasta ahora, de los Estados Unidos en los Balcanes. Como se demuestra por el hecho de alojar una base aérea construida por los norteamericanos, al servicio de la defensa de la Alianza Atlántica, cerca del Mar Negro y una de las más grandes en Europa.

El país se ha visto sumido en el caos político por la sorpresiva victoria de un ultranacionalista poco conocido, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Calin Georgescu, candidato sin partido, que tenía apenas el 5% de favorabilidad según equivocadas encuestas, obtuvo el mayor número de votos en las elecciones presidenciales, seguido de Elena Lasconi, de derecha moderada, mientras el primer ministro saliente, Marcel Ciolacu, que aspiraba a dar el salto a la presidencia, quedó relegado al tercer lugar y fuera de la segunda vuelta.

La vida rumana posterior a la caída del comunismo, a partir del juicio sumario y el fusilamiento de Nicolae Caucescu y su esposa Elena en el patio trasero de un edificio viejo, se ha caracterizado por una transición política típica de los países que obligados por la historia y las circunstancias a buscar un modelo compatible con la democracia occidental y el capitalismo. Transición que, según los propios rumanos, no ha terminado de suceder, de manera que falta tiempo para que se consolide en un conjunto de acuerdos fundamentales que le den estabilidad al sistema político, sobre la base de un compromiso en el que coincidan fuerzas de diferente índole.

Otra cosa es el avance paralelo de dinámicas sociales que, en una especie de “venganza” contra décadas de la represión, limitaciones del emprendimiento privado y supresión de libertades por el régimen comunista, muestran una euforia de arribismo capitalista que se nota inclusive en el paisaje urbano de Bucarest, donde circula por las bellas avenidas de una ciudad muy bien planeada desde el Siglo XIX, un parque automotor tan ostentoso como el de los lugares más exclusivos de Europa. Para no hablar de la extravagancia del comercio, que flota orgullosamente en el mundo florido de las grandes marcas de artículos procedentes de orígenes exclusivos.

Atrás quedan una masa de población marginal urbana, no tan relegada como se pudiera pensar, y una masa campesina que mira el espectáculo con la lente tradicional de quienes sueñan con irse algún día a la ciudad, salvo que los beneficios de la vida urbana lleguen hasta las aldeas. Mientras las ciudades intermedias, como Brasov, en la cima de los Cárpatos, muestran el encanto de esas ciudades de la Europa Oriental que desde hace siglos se beneficiaron, aunque pocos lo recuerden, de la desbandada cultural del refinado Imperio Bizantino. 

Mientras tanto, la corrupción, herencia de tradiciones que provienen de la dominación otomana y de la resistencia contra las limitaciones de la era comunista, hace presencia en diferentes circuitos que forman clanes que controlan sutilmente diferentes actividades. También resulta ostensible la presencia de la Ortodoxia Oriental Cristiana, que le da a la vida cotidiana una tonalidad que hace fácil la comunión religiosa, entre otras, con Rusia. 

Sin perjuicio de que las funciones del presidente sean, bajo el sistema rumano, principalmente protocolarias, quien ocupe el puesto tiene injerencia importante en asuntos estratégicos de seguridad y de política exterior. Y es allí donde precisamente su mayoría relativa produce inquietud en sectores, todavía mayoritarios, que ven con preocupación no solamente la apología que Calin Georgescu hace del fascismo rumano durante la Segunda Guerra Mundial, sino sus posturas de nacionalismo a ultranza y su animadversión contra la OTAN y la Unión Europea. Con la aparente admiración por el presidente ruso, como “un auténtico líder de nuestra época”.

Ese es el estado de cosas en el que, con una intensa campaña a través de las redes sociales, principalmente Tik Tok, según fuentes rumanas con la posible interferencia de Rusia, Georgescu logró por ahora llegar de primero en las urnas, aunque en realidad obtuvo apenas el 22.9% de los votos y falta ver cómo le va cuando las fuerzas políticas se realineen para la segunda vuelta. Evento en el que, como pasó en Francia con la reelección de Chirac, posiblemente la socialdemocracia termine votando por la candidata del centro derecha. Lo cual en todo caso significaría un cambio de rumbo respecto de la actual orientación de centro izquierda.

Georgescu es un experto en agricultura y desarrollo sostenible con experiencia en el Ministerio de Relaciones Exteriores y en foros públicos y privados de discusión sobre asuntos agrícolas. Sus posturas políticas son definitivamente tan de derecha que, en su momento, fue expulsado del movimiento nacionalista Alianza para la Unión de los Rumanos, por sus posiciones extremistas. Su programa se centra en el cambio basado en una agricultura orgánica, la exaltación de los valores cristianos y la defensa de la soberanía nacional por encima de todo. Trump y Orban en una sola persona, dicen por lo menos sus contradictores, que parecen salpicados por el agua helada con la que apareció bañándose en uno de sus videos de campaña.

Para los votantes, de los cuales solo la mitad concurrió en esta ocasión a los comicios, faltan la segunda vuelta y las elecciones parlamentarias, éstas sí definitivas en cuanto a la orientación de un futuro gobierno. Entonces se verá qué tanto han podido calar entre la gente las ideas de “restaurar la dignidad de Rumania” y “poner fin a la sumisión del país a las organizaciones internacionales a las que pertenece”, dentro de las cuales están la OTAN y la Unión Europea. Por ahora el antiguo partido de Georgescu le ha abierto de nuevo las puertas, mientras la jefe de centro derecha, Elena Lasconi, un poco más moderada en la misma dirección, espera que voten por ella los socialistas. Todos se deberán emplear muy a fondo en la segunda vuelta y en las parlamentarias, para aclarar, u oscurecer, el panorama. 

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