Desviar la atención de los demás hacia asuntos diferentes de aquellos que pueden resultar molestos, o inconvenientes, es estrategia comúnmente usada en asuntos privados y públicos. Se trata de una medida instintiva de defensa; una forma de escapar de las presiones que con frecuencia asedian a quienes ocupan lugares prominentes en cada sociedad, y sobre todo a los gobernantes. Aunque la secuencia de episodios de distracción puede generar problemas adicionales.

Acosados por sus desaciertos, o por fantasmas del pasado que reaparecen para asediarlos de manera inclemente, los gobernantes suelen desatar acciones que ponen a la opinión pública a mirar en direcciones insospechadas, con la esperanza de que los medios de comunicación encuentren en los motivos de distracción un filete de esos que alimentan la voracidad del cada vez más complejo aparato de la información y el apetito de sectores del género humano ávidos de enterarse de hechos generadores de preocupación o de escándalo.

El ejercicio de distracción puede llevar una cierta carga de artificio, y en ocasiones se puede nutrir de exageraciones, interpretaciones acomodaticias e inclusive falsedades. Algo que ahora, con las redes sociales, reitera, aumentadas al infinito, las posibilidades de difusión de mensajes falsos que se ha presentado desde cuando los medios eran rudimentarios.

Luego de que Elon Musk, ahora auto borrado cuidadosamente de la vista pública, dijera al retirarse de su colaboración con el gobierno federal de los Estados Unidos que el presidente figuraba en la “lista de Epstein”, su muy breve referencia a esa posibilidad fue como una gota venenosa que, instilada en el momento preciso, contaminó las aguas de la vida pública de los Estados Unidos y desató tremenda tormenta.

Muchos republicanos de la base popular esperaban que en una lista, cuya publicación el candidato hoy presidente había prometido, salieran a relucir los nombres de figuras demócratas de alto perfil, vinculadas no solamente a reuniones y fiestas de un depredador infame sino de pronto a sus vicios reprochables, que resultó muerto en circunstancias dignas de toda sospecha. La esperanza de dicha publicación se transformó en sorpresa e ira con la “píldora venenosa” de Musk sobre la eventual figuración de su carismático jefe en ese enredo.

La Secretaria de Justicia había comentado en un programa de televisión afecto al régimen que en su escritorio tenía para estudio la lista aquella de amigos, compinches o clientes de un tal Epstein, promotor de actividades delictivas que llevaron a su encarcelamiento y a un suicidio del cual muchos no quedaron convencidos. Pero luego, desatado el escándalo, esa misma secretaria afirmó que la lista no existía. Y luego se dijo que ella misma le habría advertido en su momento a su jefe que su nombre estaba mencionado en los explosivos documentos. Anuncio que el presidente negó sin ruborizarse.

Suelta la jauría de los escogidos periodistas que tienen permiso para entrar a la Casa Blanca, no podían faltar las preguntas puntuales que reflejaban el interés por el esclarecimiento del asunto, al tiempo que se desataba una cacería de datos que dio como resultado la publicación de nuevas fotografías del jefe de la Casa Blanca y su esposa con Epstein, a quien reconoció por mucho tiempo como amigo cercano, e inclusive en el Wall Street Journal se mencionó la existencia de mensajes afectuosos de su parte, con señales en clave para celebrar su cumpleaños. Motivo por el cual el presidente demandó por una suma enorme al director del periódico, medida que las bases pueden considerar una muestra de inocencia, mas no así los entendidos en esas artes, en las que ciertas figuras públicas son expertas.  

Difícilmente se puede pensar que todo lo que se propició a partir del estallido del escándalo, desde la Casa Blanca, es mera coincidencia. De manera que bien puede hablarse de la apelación al típico uso de “armas de distracción masiva”, orientadas a desviar la atención del público, propio y extraño, hacia otras cosas que pudieran resultar suculentas y permitieran no solamente sacar el tema de circulación mediática, sino emprender otros caminos y dejar atrás lo de Epstein como un episodio superado.

De poco valió que el presidente hubiera desdeñado la importancia de que, a estas alturas, se hablara tanto del delincuente fallecido. No pareció tener efecto el ejercicio de su acostumbrada capacidad para decir lo que le viene a la cabeza, con la cifras y razones que se le ocurran, y sobre todo de poner a la gente a hablar de lo que él desee. De manera que se vio confrontado a “volver a meter el genio dentro de la botella”, tarea que hace incurrir en equivocaciones que terminan por acrecentar los problemas.

Después de “amonestar” a periodistas que hicieran preguntas sobre la famosa lista, y de publicar “trinos” en su red para reforzar la idea de que no era bueno “perder tiempo ni energía en torno de alguien que ya a nadie importaba”, no se calmó la tormenta. Por el contrario, desde las bases republicanas creció un clamor de insatisfacción. Algo que llevó al presidente a cometer el error político de declarar que ya no necesitaba el apoyo de esos fieles. Declaración que podría tener consecuencias en las próximas elecciones de reemplazo parcial del Congreso a la mitad del período presidencial.

Una indicación de la Casa Blanca de pedir a los jueces la publicación de “los documentos que fuesen pertinentes” dentro del caso Epstein, no mereció credibilidad política porque el concepto de la pertinencia resultaba claramente selectivo y de pronto elusivo. Además, no era posible jurídicamente atender ese pedido, pues la publicación habría vulnerado principios elementales de la reserva en la administración de justicia en materias penales.

De manera excepcional, el subsecretario de justicia, que antes de ocupar ese cargo fue defensor del presidente en alguno de los múltiples juicios desatados en su contra luego de su primera presidencia, visitó, en su condición oficial, a la reconocida cómplice de Epstein, que había guardado silencio a lo largo de un proceso que terminó con su condena a veinte años de cárcel. No se sabe de qué hablaron, ni qué promesas hubo de ambas partes. La condenada fue enviada a un sitio de reclusión más confortable. Muchos han evocado que los presidentes de los Estados Unidos tienen la potestad de perdonar a cualquier sentenciado por la justicia.

Se ha dicho que, como es explicable, en las altas esferas del gobierno federal se han realizado diferentes reuniones para señalar una estrategia de acciones de distracción masiva como la de acusar al expresidente Obama de haber montado en 2016 una operación indebida, que constituiría traición a la patria, relacionada con la posible intervención rusa en la elección de quien derrotó a Hillary Clinton. Algo que había quedado claro y cerrado en favor de Obama, con la firma, entre otros, del actual Secretario de Estado cuando era senador y miembro del comité bipartidista de inteligencia que se ocupó de esclarecer el caso. Solo que ahora la directora nacional de inteligencia fue a la Casa Blanca a decirles a los periodistas que tiene un reporte que demuestra la politización de la inteligencia y su utilización como arma en el penúltimo gobierno demócrata.

La Cámara de Representantes ha citado a Bill y Hillary Clinton y a otras personas de “alto perfil”, para que rindan testimonio sobre su amistad o relación con Epstein, en busca de que el escándalo involucre a nuevas personalidades y pueda tomar un nuevo rumbo. Solo 4 expresidentes han sido citados a rendir testimonio en los últimos 200 años. Una requisitoria de la misma cámara al Departamento de Justicia, apoyada por algunos republicanos, pediría que haga llegar a esa corporación los documentos que tenga sobre el sonado caso. El asunto quedó en vilo debido a que, muy oportunamente, el “speaker” adelantó el inicio del receso de verano.

El presidente se ausentó del escenario de la turbulencia y tomó unos días para irse a Escocia a descansar un poco y promover negocios particulares, como los de sus campos de golf. El viaje recibió toda la publicidad posible, para mostrar un presidente distendido y activo en su deporte favorito, además de concederle al primer ministro británico “el privilegio de pasar con él largo tiempo” y hablar de asuntos de interés común. A lo cual agregó lo que se ha presentado como “un triunfo” al cerrar un trato comercial con la Unión Europea, del cual no se conocen mayores detalles, aunque ha creado malestar en algunos sectores europeos.

La embestida orientada a golpear y desacreditar a los demócratas, con el argumento de que politizaron la justicia, se manifestó exacta y paradójicamente con una muestra perfecta de politización del aparato judicial. Como si el presidente entendiera que él sí tiene derecho a utilizar la maquinaria de justicia políticamente y señalar como infractor a quien considere del caso. Así, los fiscales Jack Smith y Letitia James, uno retirado y la otra en ejercicio, que tuvieron que ver con las causas abiertas contra el presidente, están siendo objeto de investigación, con el ánimo de encontrar argumentos para que sean penalizados por causas todavía por comprobar.

Para llenar los titulares con algo nunca visto, el presidente dispuso el desplazamiento de la Guardia Nacional y el FBI en la ciudad de Washington, a manera de “liberación del Distrito Capital”, cuyo departamento de policía pasará a operar bajo las órdenes de autoridades federales. Decisión fundamentada en “la necesidad de rescatar la capital de las garras de criminales sedientos de sangre, el caos, la miseria y cosas peores”. Esto contra la evidencia de estadísticas que muestran el decrecimiento significativo de la criminalidad y la inseguridad en la capital, a la que el presidente comparó peyorativamente con lugares tan horrorosos como Lima o Bogotá, “donde nadie quisiera vivir”.  

Otra vez en el frente internacional, el gobierno de los Estados Unidos anunció castigos a Brasil con el arma de los aranceles, por no atender la solicitud imperativa de terminar súbitamente el proceso contra Jair Bolsonaro, sin tener en cuenta que el presidente Lula no lo puede hacer. También amenazó a la India y a la China con el mismo tipo de sanción, por comprar petróleo ruso y financiar así las acciones en contra de Ucrania. Actos de corte imperial que levantaron ampollas y demostraron un ánimo de ejercicio de poder en todos los tableros, para satisfacción de seguidores y espanto de contradictores. Pero siempre noticia digna de atención, que es lo que interesa sin saber cómo terminen las cosas.

Para coronar la secuencia de hechos, provocados o coincidentes, que podrían ayudar a olvidar lo del caso Epstein, apareció por designio del destino la necesidad de actuar de manera más incisiva en el caso de la Guerra de Ucrania, respecto de la cual ha habido tantas oscilaciones en la conducta presidencial que nadie sabe hoy qué rumbo pueda tomar mañana; lo cual alimenta las noticias nacionales y mundiales precisamente debido a la incertidumbre de acciones que los amigos y admiradores del presidente consideran muestra de su ingenio, mientras sus detractores lo descalifican por su ineptitud para negociar algo que no sea propiedad raíz.

El teatro montado en Alaska, con alfombras rojas, saludos calurosos, plataforma para fotografías, limusina compartida, tres horas de reunión, declaraciones nada explícitas y ausencia de opción de preguntas a los protagonistas, mantuvieron en vilo la atención mundial. Vladimir Vladimirovich, contra quien existe orden de arresto por parte de la Corte Penal Internacional, y quien ha sido marginado de los grandes escenarios a partir de la toma de Crimea, y con mayor razón desde el ataque a Ucrania, resultó felizmente acogido, de igual a igual, como si fuera representante de una superpotencia. Cuando se juzgue con mayor distancia la reunión, Kamala Harris hará sus cuentas para ver si resulta comprobado su designio en el sentido de que Putin “se almorzaría” a Trump en un encuentro bilateral. Seguramente porque conoce muy bien las artes de encantador del experimentado presidente ruso, que por ahora va a seguir con su guerra.

El propósito de cese del fuego, que el presidente americano se había señalado como objetivo del encuentro, no se pudo concretar. Y lo único cierto es que, otra vez, parecería que Donald hubiera salido de la reunión convencido de los argumentos de su colega, a quien tanto admira, con lo cual ha provocado tal conmoción que los gobernantes de Alemania, Francia y el Reino Unido, así como la presidente de la Comisión Europea, han decidido acompañar al presidente ucraniano a la cita de este lunes 18 de agosto en la Casa Blanca, donde el presidente de los Estados Unidos comentará lo hablado con el ruso y expondrá su punto de vista, siempre modificable así sea a última hora a bordo del Air Force One, sobre el futuro de una guerra de cuyo resultado dependerá el futuro de Europa y más allá.

Armas de distracción masiva, premeditadas o no para desviar la atención respecto de un escándalo que por alguna razón el presidente de los Estados Unidos desea eclipsar. Y de cuyo desenlace depende no solamente el destino de su gobierno sino el de los años que le queden por ejercer el poder, y después.

Avatar de Eduardo Barajas Sandoval

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.