Las dificultades para formar un gobierno, en contextos políticos o institucionales complejos, producen retardos en la atención de asuntos de interés común y dejan sueltos cabos que no deberían estarlo si alguien se ocupara con diligencia de tomar esas buenas decisiones día a día que contribuyen a la buena administración de lo público.

Irlanda del Norte viene de vivir esa experiencia, después de dos años de estancamiento por las reservas de sectores políticos respecto de consecuencias puntuales del Brexit. Ahora podrá haber otra vez gobierno, pero eso sí dentro del complicado modelo institucional resultante de los Acuerdos del Viernes Santo, que en 1998 pusieron fin a los enfrentamientos de tres décadas entre republicanos y unionistas, a la vez católicos y protestantes, en esa provincia.

Las profundidades del problema norirlandés se remontan a la época en la cual las autoridades británicas, que controlaban toda la isla, fomentaron la migración de ingleses y escoceses, protestantes, hacia la región del norte.

A comienzos del Siglo XX, cuando se planteó la independencia irlandesa, los protestantes del norte se mostraron partidarios de mantener sus vínculos con la Gran Bretaña, de donde salió la causa de los “unionistas”, conservadores, tradicionalistas y aferrados a ultranza a la idea de ser parte del Reino Unido. Mientras que, por el otro lado, los católicos, minoritarios y discriminados, preferían sumarse a la causa de una Irlanda republicana e independiente. De donde más tarde salió el movimiento político Sinn Féin: “nosotros”.

Cuando, en 1920, los británicos se tranzaron por la independencia de Irlanda, que abrió paso a la República, mantuvieron la provincia del norte dentro del Reino Unido. Por lo cual ahí mismo surgieron, en ese territorio, sentimientos encontrados entre unionistas y republicanos, que vinieron a ser más tarde los protagonistas del sonado conflicto.

El esquema de gobierno surgido de los Acuerdos del Viernes Santo es laberíntico. Si bien se han transferido poderes a la Asamblea de Irlanda del Norte, el gobierno del Reino Unido maneja importantes asuntos “residuales”, como las relaciones exteriores, la defensa, la seguridad social, la gestión macroeconómica y el comercio. A lo cual se suma que, dentro del gobierno británico, existe una Secretaría de Estado para Irlanda del Norte, que vela por la fluidez en el trámite de los asuntos que conciernen a ambas partes. Léase una veeduría inapelable, que “representa los intereses del Reino Unido en Irlanda del Norte, y los de ésta en el Reino Unido”.

La configuración del ejecutivo, en ese contexto, fue un reto institucional de grandes proporciones. En virtud de los acuerdos, la función de gobierno no podía ser ejercida de manera exclusiva y excluyente por una sola de las partes. De manera que se estableció un modelo de gobierno conjunto, con un “Ministro Principal” y un “Viceministro Principal”, con poderes iguales, entre quienes se espera armonía suficiente para que las cosas marchen. El escalón más alto corresponde a quien represente al partido mayoritario en la asamblea.  

Sin perjuicio de recelos y cuentas pendientes de otra época, las partes han conseguido, bien que mal, hacer andar el gobierno y sacar provecho del proceso de “devolución”, que el Parlamento de Westminster, ha conferido. Aunque es posible que una de las partes no quiera “hacer gobierno”, con lo cual la provincia se queda sin quién haga marchar la administración. Además de que no han faltado períodos de estancamiento que han conducido al ejercicio más “intenso” de la tutoría del gobierno británico. Al punto que la “devolución” fue suspendida entre octubre de 2002 y mayo de 2007.  

El manejo de la frontera entre la provincia británica y la República de Irlanda, resultó ser no sólo el asunto más difícil de resolver con motivo del Brexit, sino el de más difícil manejo al interior de la provincia.  Para evitar una frontera “dura” entre las dos Irlandas, con una separación territorial que evocaría épocas de infortunio, se adoptó un procedimiento burocrático que tendría lugar antes de que las mercancías desembarcaran en territorio irlandés, para hacer un manejo diferencial de los bienes que, procedentes de la Gran Bretaña, tuviesen como destino la provincia o la república, esto es la Unión Europea.

El partido unionista bloqueó el gobierno mientras no se corrigieran los defectos que resultarían, según los unionistas, en desmedro de los intereses de la provincia. Hasta que Rishi Sunak y su gobierno desbloquearon la situación mediante mecanismos de control que no interfieren el flujo del comercio entre la provincia y el resto del Reino Unido. De ahí que, con regocijo, se pudo reunir la Asamblea provincial para ungir a una Ministra Principal y a una Viceministra Principal, que tendrán a su cargo el gobierno, acompañadas de un gabinete que refleje la representación popular.

El ambiente en el palacio de Stormont, sede de la Asamblea, fue de entusiasmo y conciliación. De buenas intenciones y trato amable entre las dos jefes del nuevo gobierno, que se debe ocupar de numerosos asuntos que habían quedado a la deriva. De las palabras de la republicana Michelle O’Neill y la unionista Emma Little-Pengelly, se hizo además evidente el propósito de cumplir con una de las principales tareas de cualquier gobierno, en cualquier lugar, como es la de actuar con optimismo y mantener en alto el ánimo de la gente.

En medio del regocijo por el desbloqueo del gobierno, y por el hecho de que la administración haya quedado en manos de dos mujeres, aparece un elemento que invita a los irlandeses, y a los británicos, a pensar con mucha atención en la perspectiva del futuro: los republicanos son ahora mayoría política en la asamblea de Stormont.  Algo que puede traer consecuencias más allá del hecho de que Michelle O’Neill, de Sinn Fein, que condujo a ese partido a ganar en las últimas elecciones, ocupe el lugar más alto del gobierno, y que ahora hizo una advertencia digna de tener en cuenta.

Un anuncio hecho por la misma O’Neill, en una entrevista amable y bien calculada, buscaría cambiar el juego político para todas las partes. Se trata del propósito de que, dentro de la próxima década, su partido espera que se lleve a cabo un referendo orientado a que los irlandeses decidan si prefieren consolidar la unión de Irlanda bajo una sola república. Propósito que ha sido la razón de Sinn Fein, y cuyo eventual cumplimiento representaría no solo la unificación irlandesa, sino un cambio en la estructura esencial del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

Rishi Sunak guardó silencio sobre ese tema. No iba a entrar, con una década de antelación, en una disputa que por ahora apenas refleja las ilusiones de un partido político creado para llevar a Irlanda del Norte hacia la república. En cambio, enfatizó el compromiso actual de cumplir promesas pendientes en favor de la gente de la provincia. Pero eso no significa que Londres, y Westminster, no hayan quedado plenamente advertidos.

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