Desde el fogón

Publicado el Maritornes

La violencia de la vehemencia

Maritornes piensa en la “violencia verbal”. Busca poder definir las coordenadas del punto donde hay claridad, oportunidad y pertinencia de la palabra —y franqueza—, pero donde el intercambio de opiniones está desprovisto de los ribetes de agresión que tanto abundan en el discurso y que de alguna manera insuflan violencia en otros ámbitos.
Observa un sinnúmero de conversaciones que son apenas una caldera bullente de opiniones donde se arma una espuma revuelta de palabras indistinguibles que nadie escucha. En los «debates» por la televisión y por la radio, en los programas de opinión, incluso en los medios en donde se esgrimen las opiniones por escrito, y hasta en reuniones de amigos, todo parece más bien una batalla de empujones: yo lanzo de un empellón mi opinión sobre la tuya, a ver si logro arrinconarte.
Ciertamente que es preferible sacarse las agresividades del sistema con palabras y no con hechos —y es verdad que los debates estimulantes y vigorosos son necesarios—, pero no existe razón alguna por la que no se pudiera cultivar una forma de encontrarnos en la palabra que no incluyera la soberbia necesidad de avasallar al otro para obligarlo a escucharnos. Sin lugar a dudas en la forma de expresarnos hay a menudo una violencia sutil. Frecuentemente lo que se esgrime —con voz recia y en tono categórico y definitivo—, son opiniones no solicitadas que se lanzan como el guante que reta a duelo. ¿Cuánta gente conoce uno que en lugar de espetar sus convicciones pregunte con verdadero interés por las de los demás?
Casi, piensa, ningún mensajero al que valga la pena exponer las entendederas o los tímpanos, entregará sus palabras como si fueran el golpe vociferante en un duelo por tener la razón. En lo que a ella respecta, y pensando en los tres filtros que se le atribuyen a Sócrates, es decir, pensar antes de hablar si lo que se va a decir es verdadero, bondadoso y necesario, piensa que existe una cuarta condición, y es la de hablar en un tono de voz que sea apenas suficiente para ser escuchado, que informe como la brisa, y no que derribe como el ventarrón.

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