El Grupo de Investigación en Estudios Interculturales y Decoloniales de la Universidad de Antioquia organizó el Conversatorio titulado “De(s)colonizando la naturaleza”, un evento de carácter intercultural que contó con la participación de tres países: Colombia (a través de la Universidad de Antioquia), Alemania (representada por la Justus Liebig Universität Giessen) y Botswana (Universidad de Bostwana). El workshop, realizado el miércoles 17 y jueves 18 de septiembre en Medellín, abordó la descolonización de la naturaleza desde diversas perspectivas, incluyendo la revisión de agriculturas “Otras”, la ecología política multiespecie, las cosmovisiones agroecológicas de agricultores alemanes, las resistencias territoriales en comunidades afro-ribereñas e indígenas, y críticas al capitalismo verde y la transición energética.

El Workshop es una actividad al interior del proyecto Sclake, Laboratorio para el cambio social y la equidad del conocimiento, financiado por el DAAD, al frente del cual se encuentran los profesores investigadores Stephanie Eileen Domptail (Alemania), Gondo Reniko (Bostwana) y Gerardo Vásquez Arenas (Colombia) con sus grupos de investigación, pasantes y estudiantes de posgrado.

Presento aquí el breve texto de apertura al segundo día de discusión.

La modernidad y los orígenes de la colonización de la naturaleza

El ser humano apareció en la esquina de la zoología. Fue un mamífero racional, con una inteligencia notable que, desde siempre, para la reproducción de la vida, ha necesitado de la naturaleza. Al ser un ser, a la vez, natural y transnatural (Botero, 2002), ha requerido del intercambio orgánico con la naturaleza para reproducir la especie misma, la sociedad y sus instituciones. Ya desde la antigüedad, el humano modificaba el curso de los ríos o los aprovechaba para la agricultura. Sin embargo, logró vivir en cierta simbiosis con su mundo por lo menos hasta bien entrada la modernidad.

Ya en el siglo XVII con el advenimiento del capitalismo tras lo que Marx llamó la “acumulación originaria del capital” ocurrida en el siglo XVI, con el inicio del colonialismo global y la periferialización del mundo, con el comercio de esclavos, con el imperialismo ecológico sobre el Sur, y con la fundamentación filosófica del dominio sobre la naturaleza, se produjo una cuádruple ruptura: la primera, la del ser humano con la comunidad, con lo cual se crea el mito del individuo omnipotente; la segunda, la ruptura mente/cuerpo en la filosofía cartesiana; la tercera, la ruptura del ser humano con la trascendencia divina en ese proceso complejo y discutido de la secularización (Koselleck, 2003); y, por último, la separación humano/naturaleza. De esta cuádruple ruptura se derivan muchos de los problemas que padecen las sociedades actuales. Son rupturas interseccionales, pues tosas se relacionan con la posibilidad del dominio del mundo o lo que Francis Bacon, el filosofo canciller del imperio inglés, llamó “el imperio humano sobre el universo”. Fíjense que no se trataba solo del imperio sobre la periferia de Europa, sino sobre el cosmos mismo.

De esas cuatro rupturas, la del ser humano con la naturaleza es dramática, pues es la que nos puede llevar a un “desierto superpoblado”, para decirlo con Ernesto Sábato. Esta ruptura fue fundamentada por los pensadores del siglo XVII, entre ellos, Bacon y Descartes en quienes aparece la idea de estudiar para dominar la naturaleza para encontrar sus leyes, pero estas no solo ofrecían un conocimiento intelectual, explicativo del conocimiento del mundo, sino que permitían construir obras y artefactos para los seres humanos y su bienestar. En Bacon, esto aparece de manera diáfana en un texto de 1624, titulado “Las maravillas de la naturaleza”. Allí sostiene que los fines de la ciencia son, entre otros, los siguientes:

 “La prolongación de la vida, la restitución de la juventud en algún grado, la curación de las enfermedades consideradas incurables, la mitigación del dolor […], el incremento de la fuerza y de la actividad […], la alteración de la complexión, de la gordura y la delgadez; la modificación de la estatura, la modificación de las características físicas, el acrecentamiento y la exaltación de las capacidades intelectuales, el trasplante de cuerpos dentro de otros cuerpos, la creación de especies nuevas, el trasplante de una especie dentro de otra especie, la creación de instrumentos de destrucción, así como de guerra. (Bacon, Works, V, pp. 415-416).

Este texto siempre me ha parecido asombroso por el grado de ambición que comporta. En el vemos como el ser humano puede “crear especies nuevas”, con lo cual el hombre se convierte en Dios, pues antes solo Dios era creador. Ahora es el ser humano el que lo puede hacer con la ciencia (Pachón, 2019). Bacon prefigura el nuevo Prometeo moderno, aquél que puede violar la naturaleza para sacarle sus secretos y usarlos para la utilidad humana. Así se refuerza, también, el absolutismo antropológico moderno.

Por otro lado, Bacon también fundamentó el robo del conocimiento a otros pueblos. Así lo plantea en su utopía científica La Nueva Atlántida de 1627. En ella, los países pueden extraer conocimiento de los vecinos mediante operaciones secretas. Es lo que llamamos el “extractivismo epistémico” o, simplemente, el robo del conocimiento a los dominados por Europa. Ahora, del plan de Bacon de 1624 que leímos, ¿cuántos de esos sueños científicos se han logrado? Casi todos. Falta lograr la deseada inmortalidad con la cual sueña cierto transhumanismo que parece asumir que los recursos vitales son infinitos.  

Pues bien, una vez establecidos los fundamentos del dominio del mundo, de la naturaleza, lo que viene en la modernidad es la glorificación de la ciencia, la técnica, y su aplicación a los procesos productivos. La revolución industrial es la prueba de ello. De ahí en adelante, en los últimos 200 años, la idea de progreso y su hija, la idea de desarrollo, se encargaron de profundizar más la brecha entre naturaleza y ser humano. La naturaleza es el gran otro, el afuera, lo cósico, a dominar, explotar, usar, degradar, modelar. La naturaleza fue otrificada y cosificada para su explotación máxima.

De la mano del progreso material, en el siglo XIX, y del desarrollo a ultranza en el siglo XX pasamos a la debacle actual, con el colapso civilizatorio en curso, donde el crecimiento demográfico, la finitud de la naturaleza, el cambio climático y los daños ambientales, el problema energético, las crisis económicas, la degradación axiológica o valórica, etc., están interconectadas en una red de relaciones y dependencias con agravamientos mutuos. Esto implica que, en la era del Antropoceno, en la crisis actual, el ser humano se ha convertido en un mamífero transgresor que rompe, corta, los circuitos vitales. Si la naturaleza es un rio de vida, un ensamblaje vital, la industria moderna, el extractivismo, el cultivo de biocombustibles y otras actividades, producen cortocircuitos en la sinapsis vital del mundo. Así se contribuye a la desertificación de la realidad producto del desgaste material del mundo. Y si la vida muere, no solo se trata del fin de la historia, sino del fin del futuro.

De tal manera que pensar la descolonización de la naturaleza con miras a la reconstrucción de la sinapsis vital del mundo es urgente, teórica y prácticamente. Teóricamente hay que realizar una descolonización epistemológica y una alteración de la comprensión hegemónica que tenemos de la naturaleza. Esto implica desenmascarar discursos como los del “desarrollo sostenible” (el cual es una contradictio in adjecto), el capitalismo verde, la transición energética (la cual genera nuevos daños ambientales), el progreso y el crecimiento económico; prácticamente, hay que generar nuevos modos de relación con la naturaleza, de cultivar (agroecologías, huertas urbanas), producir alimentos, intercambiar, etc. Políticamente es urgente articular las luchas locales, para desde cada vez más lugares, tratar de dislocar la lógica estructural del capitalismo ecocida y su voracidad acumulativa generadora de ganancias.  

Valga decir de paso que estos intentos y apuestas no son una vuelta romántica a la naturaleza, como su esta fuera “pura”, virginal, allende a la relación con el ser humano y su proceso histórico. No. Son alternativas urgentes al Antropoceno y a sus problemáticas, las cuales, más temprano que tarde debemos afrontar seriamente si queremos la supervivencia de los seres humanos y no humanos.   

Referencias

Bacon, Francis. The Works of Francis Bacon, (James Speeding, Robert Leslie Ellis y Duglas Denon Heath, eds.), 1857-1874. Boston: Houghton, Mifflin and Company: The Riverside Press, Cambridge. En:  http://onlinebooks.library.upenn.edu/webbin/metabook?id=worksfbacon, incluye The life and Letters of F.  Bacon including all his ocassional works (J. Speeding, editor).

Botero, Darío. (2002). Vitalismo Cósmico. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Siglo del hombre editores.

Koselleck, Reinhardt. (2003). Aceleración, prognosis y secularización. Valencia, Pre-Textos.  

Pachón, Damián. (2019). El imperio humano sobre el universo. La filosofía natural de Francis Bacon. Bogotá: Desde abajo.

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