DELOGA BRUSTO

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Primera Convención Nacional Campesina, hablan los protagonistas

Don Juan Urbano complementa su participación en la Convención con intervenciones en el Colegio Bilingüe José Max León en las que enfatiza la voluntad campesina de lograr la paz, aún con todo en su contra.

El líder campesino Juan Urbano, oriundo de Pauna (Boyacá) comparte algunas reflexiones tras la Primera Convención Nacional Campesina, celebrada los pasados 2, 3 y 4 de diciembre en la Universidad Nacional. Lo que a continuación se presenta en letra cursiva es una transcripción casi exacta de sus palabras. Lo que se puede leer en formato corriente son las interpretaciones o los complementos que hago yo, a título 100% personal.

Lo primero que hay que decir es que los campesinos nunca nos habíamos sentido ante un gobierno dispuesto a escuchar directamente las voces de los campesinos. Esa disposición se sintió desde cosas tan sencillas como el atuendo que portaron el Presidente y sus Ministros hasta la transparencia con la que se trataron puntos espinosos como las demoras de los Acuerdos de la Paz o la expansión nociva de la frontera agrícola por culpa de los pequeños productores.

Los Ministros, que antes venían con peroratas institucionales, muchas veces solo hacían presencia con un saludo a la bandera y se iban. Esta vez se bajaron de la tarima y se pusieron a la misma altura de los campesinos. Nos hablaron con nombres propios, nos permitieron contactarlos a su teléfono personal. Llevo más de treinta años liderando procesos campesinos de toda índole. Jamás había visto eso.

La guardia indígena y la guardia campesina fueron los garantes de la seguridad durante el evento. La fuerza pública brilló por su ausencia. Esto despertó algo de preocupación en muchos de los asistentes. El intento por lograr una relación saludable entre el Estado y los campesinos necesariamente también debe sanar las asperezas que años de conflicto armado hirieron a civiles y a miembros de la fuerza pública. Generar alternativas para el monopolio del uso de la fuerza tiene graves antecedentes en Colombia. Si los valiosos y difíciles años de lucha por reconocer los derechos de los campesinos quieren abrir un nuevo capítulo para el agro colombiano se deben reevaluar el tono y los espacios para el rol de los militares en el nuevo intento por la paz. Se debe exigir el cumplimiento de las competencias del Estado en esa materia.

La seguridad del territorio es responsabilidad de todas las fuerzas del Estado, ojo, no de un Gobierno. Bienvenidas las nuevas fuerzas que quieran aportar en esta dirección, pero se debería mirar con reserva el surgimiento de grupos que quieran ramificar el uso de la fuerza.

Otra cosa que me inquietó fue que no hubo presencia de los gremios. El campesino dejó de creer en estos, pues sus proyectos no se ven reflejados en inversiones para el campo. Los beneficios se van a los directivos y a los mediadores, a los estudiosos técnicos y talleristas. El campo continúa con los mismos problemas que hace dos siglos y los funcionarios creen haber evolucionado desde sus tablas de excel y horas de capacitación. Por eso para mi, es una oportunidad perdida. Más de 2500 campesinos reunidos, en son de paz, queriendo buscar nuevas opciones de cooperación y trabajo, aportando desde su experiencia para un nuevo capítulo para el campo colombiano, hubieran podido perfectamente completar sus ideas con las instituciones y asociaciones que también deben ajustar su norte ante los nuevos retos. Hay que corregir su funcionamiento y recuperar su vocación de responder eficientemente por la sostenibilidad de los productores. No se trata de acabar los gremios, sino de encontrar cómo los volvemos a acercar a los campesinos.

Don Juan insiste: esto no se trata de política, no de partidos políticos ni de nombres propios que suben y bajan en las estadísticas de aprobación.

 

Hay que saldar una deuda para que Colombia, por fin, se monte en el tren del siglo XXI. Ahora que existen leyes y decretos que garantizan y fortalecen a los campesinos, ahora que la primera parte de la lucha por fin ha llegado a un puerto más o menos seguro, los esfuerzos deben estar encaminados a guiarlo, desde su realidad rural y apartada, a conocer y manejar para su beneficio las vías de acceso a lo público. Debemos curar la manía de los procesos demasiados burocráticos, aunque eso cueste desprenderse de prácticas parasitarias con las que lleva el Estado creciendo durante décadas.

No es que el campesino descuide o desconozca a partir de los procesos de paz la lucha por sus derechos; el legado de los primeros abanderados debe complementarse con desarrollarlo como empresario, empoderar como sujeto de derechos y dignificarlo como base de la cadena vital para la especie humana y como garante de la salud de la tierra.

El fortalecimiento de las organizaciones campesinas existentes no debe parar nunca, pero estas son las primeras que deben admitir que su vocación debe ser ajustada. Las organizaciones que se han destacado por los esfuerzos en la lucha campesina deben evolucionar a unas organizaciones enfocadas en la productividad y capaces de integrar el potencial de los campesinos a las inmensas oportunidades que hay en el mercado actual. Una vez instaurada la jurisdicción agraria campesina (actualmente en el cuarto debate) se resolverán tema con los jueces agrarios y otras instancias que antes estaban dormidas en los papeles o simplemente no existían.

La lucha, antes vigente contra un Estado represivo y medieval, ahora debe cambiarse por estímulos reales: por ejemplo, cooperativas de microcréditos que sustituyan el gota a gota, un nuevo impulso para el Banco Agrario en donde haya líneas de créditos especializadas a las realidades del campesino, etc. Nadie asegura una cosecha en el campo.

No se puede seguir poniendo la plata al sol y al agua, a merced de los caprichos del clima, teniendo siempre cerca el riesgo de pasar hambre y hacer pasar hambre a quienes necesitan el alimento que producimos.

Don Juan Urbano y su familia hacen parte de una generación de campesinos (tal vez la primera) que asumen el reto de evolucionar el agro colombiano con algunos vientos a su favor. Protagonizan un documental del cual yo también hice parte.

En Colombia la preocupación por la seguridad alimentaria debería ser la oportunidad de oro para el campesino. Una vez asegurado el funcionamiento digno de los procesos internos, nuestro país puede ganar espacio en un mercado global, cada vez más urgido de acceso, disponibilidad, utilización y estabilidad de los alimentos. Pero sin una intervención completa en el campo seguiremos optando por sembrar para vender barato y no sembrando para comer bien. Ante se mencionó la idea de garantizar la soberanía alimentaria a través de programas de agricultura familiar más eficientes y de inmediata aplicación.

Podemos aprovechar el inmenso debate que hay en torno a la seguridad y al empoderamiento de las mujeres en nuestro país. En los territorios existe una gran oportunidad para hacer real un cambio. Existen medidas concretas y relativamente sencillas: hay muchas mamás solteras, viudas, hermanas mayores, madrinas y tantas otras mujeres que aún carecen de títulos de tierras, por ejemplo. Yo confío en toda su fuerza. A esas mujeres no les queda grande nada. Si sabemos asignarles a ellas derechos y responsabilidades sobre su parcela o su finca estaremos haciendo un cambio cuyos frutos veremos en menos de diez años.

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Don Figo es uno de los muchos artistas colombianos que celebra el nuevo capítulo del campo y, sobre todo, el empoderamiento de la mujer en los territorios.

Y es que la mano de mujeres campesinas empoderadas es una fuerza estratégica para darle por fin un giro a la ruralidad colombiana. El hogar transformado, ya no en la miseria entre las balas o la esclavitud disimulada, sino el centro de una productividad digna y sostenible, debe verse también como el inicio de un modelo educativo al que también se le debería prestar atención en convenciones y otros aforos del futuro. Reconociendo la titularidad de las tierras a un número alto de mujeres, una cátedra campesina empezaría en las casas, con ejemplos más equilibrados de una sociedad en las que los poderes de género se complementan y en las cuales la misoginia no es el estruendo dominante.

Don Juan Urbano y algunos educadores durante la proyección del primer capítulo de la serie Posconflicto. 

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