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El espectacular ascenso del ciclismo colombiano en Europa

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Foto: Archivo El Espectador

Por: Rafael Jaramillo Racines

En marzo fue Carlos “Bananito” Betancur con la París-Niza; en mayo fue Nairo Quintana con el Giro de Italia. Dos pruebas importantes, dos pruebas reservadas para la élite del ciclismo mundial y ante las cuales el  ciclismo colombiano está marcando un verdadero hito en su frondosa historia de triunfos y logros deportivos.

El peso específico de estas dos competencias lo muestra el hecho de que los ganadores adquieren un puntaje altamente ponderado hasta el punto de que una victoria los ubica en los lugares privilegiados de la clasificación UCI (Unión Ciclista Internacional). En marzo Betancur con su espectacular hazaña logra situarse en el primer lugar del acumulado de la temporada con 114 puntos al lado del australiano Simon Gerrans, del Orica Green Edge. Ahora, en mayo, Quintana, con su éxito en el Giro, pasa a ser el líder del ranking UCI World Tour, con 345 puntos, por encima de ciclistas como Alberto Contador, el cual figura en el segundo lugar con 308 puntos.

El ciclismo colombiano siempre fue triunfador, batallador. De esa época heroica de los cincuenta, sesenta y setenta, apoyada en hombres de una clase y categoría a toda prueba, que desafiaba la agreste naturaleza de un país en desarrollo, pasamos a los grandes logros, tanto en pista como en ruta, en el plano internacional de años más recientes. De las grandes hazañas de un “Zipa” Forero, un Ramón Hoyos, un Hernán Medina, un Cochise Rodríguez, un Alvaro Pachón, pasamos a las gestas deportivas del Tour de L’Avenir con Alfonso Flórez, el Tour de Francia con Patrocinio Jiménez, “Lucho” Herrera, Fabio Parra y Santiago Botero.

Fueron épocas heroicas. El ciclismo colombiano se forjó en las más duras pruebas y desarrolló un temperamento un estilo y un sello particular que lo hizo famoso en el mundo. Hubo duras derrotas pero también sonoros triunfos. Cuando Martín Ramírez ganó la Dauphiné Liberé derrotando a ciclistas de la talla de Bernard Hinault todo un país se estremeció con una victoria en la cual se creía “tocar el cielo con las manos”. Se pensaba que era suficiente logro para demostrarle al mundo la grandeza de un ciclismo de gran clase por la calidad de sus distintos exponentes. Luego vendría la gran victoria de “Lucho” Herrera en la ronda ibérica, agotando todos los adjetivos en cuanto a la capacidad del talento colombiano en el mundo de los pedales.

Podríamos presentar como hipótesis el hecho de que los triunfos de “Bananito” y Quintero corresponden a los cambios trascendentales de los dirigentes del ciclismo a partir de los años ochenta. Y es este un nuevo diseño de estrategia que corresponde a lo que algunos, como el sociólogo Francisco Reyes Torres[1], llaman “un cambio en el marco de vivencia psíquica de la nacionalidad”. Evidentemente, el país de los ochenta es un país muy diferente del país de los años cincuenta, el cual expresaba unas nuevas realidades. Era el país que pasaba del imaginario de emulación nacional por la vía de las rivalidades regionales deportivas a un imaginario que superaba las diferencias regionales para llegar a un ideal de unidad nacional de nuevo tipo.

Los cambios observados en el hecho de pasar de un país rural a un país urbano connotaban una nueva realidad que apuntaba al diseño de nuevas estrategias en los mecanismos de control y hegemonía política. Y en este sentido el ciclismo, como “deporte bandera”, enarbolaba un nuevo escenario de confrontaciones. Ya no se trataba de confrontar las rivalidades regionales en el ámbito deportivo sino de situar el ícono país ante el concierto de naciones que se reunían ante la comunidad deportiva. Es así como la organización de un evento como la Vuelta a Colombia empezó a experimentar cambios importantes en su dinámica agonística. El hecho de pasar de la polarización regional a la polarización de las marcas ilustra a las claras esta evolución.

Observamos entonces el desvanecimiento de lo regional frente a un nuevo modelo de comunidad imaginada que construye un nuevo concepto de país, un moderno ideal de unidad nacional. No es la región paisa, la raza boyacense, el orgullo cundinamarqués lo que marca las nuevas narrativas de país. Es un imaginario que se funde en una concepción de nacionalidad ante la faz del mundo. Los potenciadores del mensaje así parecen remarcarlo en sus discursos deportivos. Encontramos entonces un nuevo escenario que se acomoda a las nuevas exigencias de la Colombia del siglo XXI. Es el país que ha pasado de la radio a la televisión como medio expansivo, con matrices mediáticas muy definidas cumpliendo objetivos específicos en el montaje de los nuevos discursos de país, de nación.

Durante los años 80 el ciclismo colombiano recibió fuertes dosis de inversión de capital para responder a las exigencias del “mercado mundial”. Se trataba de integrarse a los nuevos requerimientos de la competencia internacional y para esa apertura al “mercado mundial” había que preparar un nuevo tipo de deportista que fuera capaz de estar a la altura de los mejores del mundo. De esta manera los dirigentes cumplieron a fondo ese objetivo. Había que entrar con todo en el mundo del deporte de alto rendimiento. Esta nueva era está marcada por la mejor medicina deportiva, los mejores entrenadores, la adquisición de material de última generación, la competición con los mejores del planeta, el fogueo en todos los escenarios del mundo y disciplina y mucha profesionalización deportiva.

Aparece entonces una generación que se prepara y se foguea bajo los parámetros del alto rendimiento. Este nuevo atleta-ciclista gana en profesionalismo y empieza a ser reconocido en el gran circuito mundial del deporte de las bielas y los pedales. Este “renovado” ciclismo colombiano de hoy ya no tiene los rasgos del ciclismo de las primeras épocas. Sin mayores pretensiones se puede decir que ha aparecido una generación de nuevo tipo, de algo          más de quince corredores de primer nivel. Sin embargo la pasión que despierta esta nueva cohorte catapulta una nueva vivencia psíquica de nacionalidad. Si acaso advertimos el origen regional de estas nuevas figuras. Janier Acevedo (Medellín), Carlos Betancur (Ciudad Bolívar, Antioquia), Cayetano Sarmiento (Arcabuco, Boyacá), Rigoberto Urán (Urrao, Antioquia), Julián Arredondo (Ciudad Bolívar, Antioquia), Nairo Quintana (Cómbita, Boyacá), Fabio Duarte (Facacativá, Cundinamarca), Esteban Chaves (Bogotá), Henier Parra(Sora, Boyacá), Darwin Atapuma (Túquerres, Nariño), Winner Anacona (Bogotá), José Serpa (Corozal, Sucre) son nombres que nos inspiran otras vibraciones, diferentes a las de antaño.

Este es el nuevo ADN del ciclismo colombiano. Expresa un arquetipo de comportamiento psíquico ante la faz mundial. Esta “generación triunfadora” expresa una particular manera de ser. Además de exhibir una “especial facilidad” para afrontar las empinadas cumbres europeas, expone frente a sus rivales “el gracejo, la sonrisa franca y la tomadura de pelo en medio de la dureza y la rigidez”. Es el modelo condensado de las características del “ser colombiano” que vende una imagen de país en el concierto internacional. Esto sin contar con los nuevos discursos de identidad los cuales nos hablan de un “colombiano auténtico”: “sano, luchador, humilde, sincero, trabajador, honesto y con un hambre inmensa de salir adelante con su propio esfuerzo”.

La marca país juega en este sentido un papel determinante. El héroe deportivo de otras épocas se funde en un nuevo paradigma de ciclista. Lo local entonces se desvanece frente a una pasión de mayor generalidad: “la pasión Colombia”.

En los años 20, con ocasión de los Juegos Nacionales del año 1928, se hablaba de acabar las denominaciones de colonias santandereanas, caucanas, etc, para mencionar solo a Colombia, porque de esta manera se evitaría la disolución de la república. Hoy, casi nueve décadas después, vemos como ese ideal se cumple en la metáfora de las identidades desarrolladas en torno al ciclismo. El país de regiones se evapora frente al país nacional. Colombia exporta al mundo un “tipo ciclístico” estándar, homogéneo a diferencia de otras épocas cuando las singularidades adornaban el gran paisaje ciclístico del país. La emoción diferenciada ha evolucionado hacia una emoción más globalizante que representa una nueva forma de sentir el país; de ahí que tenga validez y cada vez se hace más fuerte ese juego de simbolismos, el manido eslogan de “Colombia es pasión”.

Los triunfos de “Bananito” y Quintero  han sido importantes para el ciclismo colombiano. Una “París-Niza”, un Giro de Italia no se ganan todos los días. Solo que la sensación es distinta. Para los que vivimos otras épocas vibrantes del ciclismo en Colombia tienen un sabor diferente. De todas formas bienvenido sean esos nuevos reconocimientos y esperamos muchos más los éxitos del pedalismo nacional en esta nueva era del ciclismo mundial. Estamos seguros que así será.


[1] Reyes Torres, Francisco. 2013.  Conversatorio sociológico sobre las vueltas a Colombia. Noviembre. “De… Porte Académico”. UN radio 98.5 FM. Bogotá.

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