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Antonio Nariño y la independencia de Cundinamarca

Archivo de El Espectador

 

Por: Nicolás Pernett

 

Antonio Nariño es conocido como “el precursor” de la independencia. Sin embargo, flaco favor se le hace si se le considera solamente como el personaje que impulsó con sus acciones los ideales de libertad que después otros habrían de llevar a feliz término. Durante su vida, Nariño no solo fue precursor sino “realizador” de la independencia, o más aun, de la modernidad política colombiana.

 

Primero con sus acciones como librero y fomentador de tertulias en la vieja Santafé colonial. Desde la comodidad de su posición de hijo de una acaudalada familia y burócrata del régimen español en el Nuevo Reino de Granada, Nariño fue el primer librero de Colombia y uno de los primeros entusiastas de las novedades culturales en el virreinato. La historiografía posterior le dio preponderancia a su traducción y difusión de unos papeles que contenían los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución francesa. Pero se ha demostrado que eso papeles fueron leídos a duras penas unas doce personas. Se podría decir que Nariño hizo más por abolir las ideas monárquicas e implantar un ideal moderno con los muchos libros que importó, vendió o prestó entre su círculo de allegados neogranadinos que con la traducción de los derechos del hombre. Al final, las ideas contenidas en esos libros harían más por cambiar el pensamiento de la clase ilustrada colonial que las tres copias de los 17 artículos.

 

 

Además, Nariño fue el “primer periodista político” de nuestro país. El cubano Manuel del Socorro Rodríguez ostenta el título de padre del periodismo en Colombia pues fue el director y redactor del Papel periódico de Santafé, primera publicación periódica que circuló en el virreinato a partir de 1791. Sin embargo, Rodríguez fue un periodista que publicó por encargo de los últimos virreyes españoles que gobernaron estas tierras, antes de empezar otra serie de aventuras periodísticas del lado de los republicanos después del 20 de julio y de la implantación de la Junta Suprema. Con la reconquista española de Pablo Morillo en 1816, Rodríguez otra vez puso el cuadro del Rey en su despacho como muestra de su incondicional lealtad. En suma, fue un periodista que se puso a las órdenes de los poderes de turno sin defender una posición política propia o abogar por una objetividad investigativa (tal vez por eso sea precisamente considerado el padre del periodismo colombiano).

 

 

Por su parte, Nariño fue un impresor audaz que se atrevió a salirse de los esquemas establecidos y publicar en su imprenta privada, la Patriótica, los papeles que no podían salir de la Imprenta Real. Su aventura editorial privada superó en calidad y en poder de convocatoria a la oxidada maquinaria tipográfica española, lo que constituyó un primer triunfo de la clase criolla emergente por encima del viejo régimen. Su periódico La Bagatela, aparecido poco después de la imposición de la Junta Suprema de Santafé en 1810, fue el primer periódico que logró tumbar a un presidente, el autodenominado “viceregente” Jorge Tadeo Lozano, o “Jorge I” como le decían sus compatriotas. Descontento por la manera en que la Junta se convirtió rápidamente en una camarilla de privilegiados criollos que privilegiaban sus intereses políticos y económicos, así como los de las provincias federales (lo que también afectaba los negocios del propio Nariño en el centro del país) y no se comprometían en un ruptura total con España, Nariño se dedicó desde las páginas de La Bagatela a descalificar y ridiculizar las aspiraciones federalistas y neo-monárquicas de los notables de la Junta. Nariño salió ganando pues tumbó al presidente, desahució al Congreso de Provincias de la Nueva Granada, que se trasladó a Tunja, y tomó la presidencia del Estado de Cundinamarca en septiembre de 1811.

 

 

En esta posición, las acciones de Nariño fueron fundamentales en la creación del nuevo orden político nacional. Su labor fue tanto creativa como política, al ser el encargado de diseñar desde la bandera, el escudo y las monedas del Estado, mezclando en ellas motivos indígenas con símbolos de la Revolución francesa, hasta redactar una nueva Constitución para el Estado a comienzo de 1812.

 

 

Sin duda la acción más trascendental de Nariño en la presidencia del Estado de Cundinamarca fue la declaratoria de independencia absoluta con respecto al Imperio español el 16 de julio de 1813. En un momento en que se había hecho evidente que la adhesión monárquica que subyacía a las acciones del 20 de julio de 1810 no era más que una ilusión sin fundamento o una máscara innecesaria, y cuando ya las tropas realistas se aprestaban a retomar el control del virreinato desde Pasto y Santa Marta, la política de Nariño fue clara: “de hoy en adelante, Cundinamarca es un Estado libre e independiente, que queda separado para siempre de la corona y gobierno de España y de toda otra autoridad que no emane inmediatamente del pueblo o de sus representantes… toda unión de dependencia con la Metrópoli está rota enteramente”, escribió ese 16 de julio. Después de esto, se quemaron los símbolos del poder español y se empezaron a sentar las bases de la nueva República.

 

 

Así que en este 2013 también estamos de bicentenario pues, por lo menos en Bogotá, fue 1813 el año de la verdadera independencia. Lastimosamente, la celebración del Bicentenario que se hizo en 2010 no fue más que un espectáculo vacío, presidido por una reina del Carnaval de Barranquilla como alta consejera para el Bicentenario y a los pocos días de que se recogieran los confetis y basuras del desfile lúdico-militar del 20 de julio, la historia cayó en el olvido absoluto. Si fuéramos un poco más serios con respecto a nuestra historia, por lo menos recordaríamos aunque fuera brevemente los muchos bicentenarios de la independencia que se conmemoran de 2010 a 2019, entre ellos y con especial importancia el de 2013.

 

 

Volviendo a Nariño, hay que decir que después de este momento cumbre en su carrera, al proclamar la independencia de Cundinamarca, las cosas no empezaron a ir muy bien para él. Con el proyecto de independencia absoluta en mente partió a Pasto en la Campaña del sur de 1814, en la que fue derrotado y nuevamente apresado, lo que demuestra que su pericia militar no era tan alta como su pasión política; su proyecto de Estado centralista con sede en Santafé sucumbió primero a las tropas federalistas de Tunja en 1814 y después a la reconquista de Pablo Morillo en 1816, y la mayoría de sus compañeros de aventuras fueron fusilados en la incursión española. Nariño salió vivo de todos estos acontecimiento por estar nuevamente en la cárcel en Cádiz. El nuevo gobierno liberal de España le dio la libertad en 1821 y volvió a la ahora República de Colombia a participar en su construcción. El Libertador, Simón Bolívar, lo nombró vicepresidente del nuevo país y participó con este rango en el Congreso de Cúcuta en el que se redactó una nueva Constitución.

 

 

Sin embargo, Francisco de Paula Santander se dedicó a atacarlo sistemáticamente hasta que logró sacarlo del Congreso y de la vicepresidencia, cargos que ocuparía él a partir de ese momento. Durante la vicepresidencia de Santander, Nariño volvió a una de las posiciones que más le gustaban: la oposición. De nuevo sacó a las calles un periódico, Los toros de Fucha, y de nuevo se dedicó a oponerse al poder establecido. Pero ya los años habían pasado y las innumerables penurias y los muchos años de prisión pasaron su cuenta de cobro. Murió a los 58 años en Villa de Leyva, a donde había ido en busca de mejores climas, en 1823. Ningún hombre como él estuvo presente en todos los momentos decisivos de nuestra Independencia.

 

 

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