Hace 10 años conocí un grupo de gente en Toulouse, que si bien la vida nos llevaría por caminos diferentes, nunca más perderíamos el contacto. Esos amigos con los que el tiempo se detiene hasta el nuevo encuentro, manteniendo la amistad de un encuentro al otro. Al año de conocernos, nos compramos un billete que nos permitía subir en cualquier tren Europeo y con éste visitamos la mayor parte de Europa del Este durante 24 días, sin planes sin rutas, sin destinos y sin objetivos. Ahí fue donde se alimentó el sueño del viaje en el tren transiberiano. Unos años más tarde casi los mismos integrantes de ese viaje Europeo cumpliríamos nuestro sueño.
Al fin, después de tantos trámites burocráticos con los visados, nos encontramos frente a la locomotora que nos ayudará a cumplir nuestro sueño de cuatro noches de duración a lo largo de los 5185 km que separan Irkutsk de Moscú. Los carteles en alfabeto cirílico nos obligan a hacer uso de la imaginación y la comunicación no verbal con todo transeúnte apresurado de la estación para poder encontrar nuestro nuevo hogar de 3m cúbicos a repartir entre cuatro. Somos cinco así que a mi me toca repartir ese espacio con tres rusos más y así darme cuenta que hablar catalán, español, inglés y francés no sirve de nada en un país donde hablar ruso te permite comunicarte con 142 millones de personas. Esa disposición de asientos me permitía vivir en una casa en contacto 100% con lugareños o andar tres metros para vivir en nuestra casa donde nos arreglábamos como queríamos.
Una vez reconocidos nuestra parte de los 3m cúbicos nos reunimos para lo que parece una competencia de: a ver quien saca más jamón, queso, chorizo, longaniza y fuet de nuestras mochilas.
Nuestras existencias eran finitas y pronto habría que pensar en alternativas. Por el momento me encuentro intentando dialogar con mis compañeros de habitación rusos. La cosa no funciona pero el señor tiene el antídoto perfecto para desencallar ese entuerto, saca tres vasos y una botella de vodka, sirve a su mujer, luego a mi y finalmente se sirve el suyo para decir unas palabras en ruso y juntar los tres vasos en el centro a grito de spasiba! Es ahora el turno de la mujer quien espera a que los tres vasos se llenen para decir sus palabras seguidas de un grito aún más alto: spasiba! Los cuatro ojos se centran ahora en mi, mientras mi cabeza sabe que tiene el tiempo en que se demore el señor en rellenar los tres vasos para pensar, y digo: por que a bordo de este tren solo tengo que ver pasar las horas, bebamos pues! Salud y gracias! y ellos a carcajadas gritan: spasiba!
Por suerte hasta que el tren pare más de 5 minutos, pasarán unas horas y podré dormir un poco mientras el matrimonio que me acompaña se fuma tranquilamente su cigarrito entre vagones. Aun faltan unos quince minutos hasta la parada que durará unos 30 minutos y la gente ya anda emocionada por el vagón. Por allí donde pasa el transiberiano hay negocio. El tren es una bocanada de aire fresco en muchos pueblos del interior de Rusia. Las estaciones son el bullicio de los mercados que siempre se disponen cercanos a éstas.
Lo mas raro y de dudosa calidad que encontramos fue el pescado ahumado que han visto unas fotografías más arriba. En las estaciones se vende de todo, frutos del bosque, nudles, vodka y cerveza son el plato típico de cada día y es que todos los vagones disponen de un termo de agua caliente gratis para todos, con lo que los nudles se convierten en la comida más económica rápida y sencilla de preparar.
Las horas pasan, no importa si estamos en la tarde, temprano por la mañana o tarde en la noche, el tiempo toma otro significado y dimensión. Todos los relojes del tren marcan la hora de Moscú, sin embargo hace ya un par de días que lo dejamos atrás y hemos atravesado más de una franja horaria con lo que se da la curiosa situación de que el reloj marque las 10pm pero el sol sigue iluminando como si fueran las 6pm, y no sabemos que hora es en realidad. Mirar por la ventana parece un bucle paisajístico, es como quedarse embobado mirando el mar, uno puede quedarse ahí mirando durante horas sin darse cuenta. La mente empieza a volar y a organizar miles de historias, la lectura y la música, de nuestros reproductores mp3, se apodera de nosotros.
El tran tran de las vías del tren se convierte en el ruido que hace nuestro silencio y éste deja paso a nuestra imaginación convirtiéndonos en directores de cine fabricando historias con lo que tenemos a mano: unas matrioskas, un sombrero y unos vasos como fondo.
[vimeo]http://vimeo.com/90068310[/vimeo]
[vimeo]http://vimeo.com/90068455[/vimeo]
Las excursiones solo tienen dos direcciones o hacia la locomotora o hacia el final del tren. El tren nos desplaza siempre hacia adelante mientras nosotros nos movemos adelante y atrás a lo largo del tren. Nos alojamos en un vagón de segunda clase, es decir una habitación de 4 camas donde los que duermen abajo les toca hacer y deshacer la cama casi a diario. Los de primera utilizan el mismo espacio que nosotros pero sólo duermen dos personas y ya los de tercera duermen todos juntos en un vagón con camas sin separaciones.
Los días pasan y a bordo del transiberiano las horas rinden más y los procesos de amistad se aceleran. He dicho que eramos amigos? sí pero ahora ya empezamos a compartir problemas más profundos de nuestro interior: el baño. Sí el baño consiste en dos retretes a compartir entre las 36 personas del vagón con lo que eso puede conllevar ser el número 36 en visitarlo. No hay que olvidar que el baño no dispone de deposito sino que es un agujero directo a las vías del tren. Por esta razón las provodnitsas cierran la puerta cuando el tren para en cada estación así que mejor hacer la visita de rigor antes de una parada larga.
La ducha fue todo un tema hasta que en una de nuestras excursiones por el tren descubrimos el siguiente baño privilegiado.
El vagón restaurante es la sala de eventos. Ahí nos reunimos para tomar té con otros viajeros, charlar de rutas con otros turistas, practicar nuestras artes mímicas con los Rusos, presenciar como tres Rusos se toman tres botellas de vodka sin pestañear, jugar partidas de parquez, bromear con las provodnitsas, etc. La provodnitsa es la señora que está al fondo de la siguiente fotografía leyendo una revista. Hay una por vagón y se encarga de la limpieza del vagón, pasar con el carro de vender cosas, cerrar los baños y ayudarte ante cualquier inconveniente.
Los niños son un encanto, no tienen vergüenza y si la tienen yo sí me atrevo a pedirles que se acerquen. Los padres confían, saben que en el tren no pueden ir muy lejos y les dejan moverse por el vagón solos a muy temprana edad. Cada niño elige su forma de pasar las horas a bordo del tren, donde estoy seguro las horas no pasan igual de rápido para el niño que lo hace por necesidad que para mi que lo hago por voluntad. Unos hacen puzzles, otros se divierten mirando por la ventana pero parece que para ellos lo más divertido es jugar a conocer gente rara (nosotros) que no se parece ni a sus papas, ni abuelos ni a nadie que hayan visto hasta ahora.
Ya solo nos queda una noche y el echo de pasar 5 franjas horarias desde que salimos de Moscú nos ha modificado el sueño. No por el jet lag, sino por que las 5 horas de diferencia horaria entre Moscú e Irkutsk las hemos pasado progresivamente, aunque nuestro cuerpo se ha ido a dormir siempre a la hora de Moscú. Consecuencia de esto, son las 4 de la madrugada y seguimos frescos como una lechuga para visitar una estación de trenes donde no deambula ni un alma.
Finalmente llegamos a nuestro destino con muchos kilómetros a nuestras espaldas. Ahora ya no los contamos porque aprendimos que los viajes no se cuentan en kilómetros sino en amigos.