Imágenes: Netflix.

De cine, sé lo más importante: que me gusta verlo.

Y desde que existe Netflix, tengo paciencia para las buenas series y me encanta maratonear. Mi debilidad son las películas, series o miniseries basadas en libros.

Recuerdo con especial afecto seis adaptaciones: “Cóndores no entierran todos los días” (1984),  la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal  (con ese actorazo que fue Frank Ramírez); “Crónica de una muerte anunciada” (1987), novela corta de García Márquez, donde la colombiana Vicky Hernández (Clotilde Armenta), compartió set con Antony Delon (Santiago Nasar); Lucía Bosé, (Plácida Linero) y Ornella Muti, (Ángela Vicario); “Los pecados de Inés de Hinojosa” (1988), de Próspero Morales Pradilla, con Amparo Grisales y Margarita Rosa de Francisco; “La Vorágine” (1990), en la cual Armando Gutiérrez es el poeta Arturo Cova y Florina Lemaitre es Alicia, su amante; “La casa de las dos palmas” (1990), de Manuel Mejía Vallejo, con Gustavo Angarita (Efraín Herreros) y Carolina Trujillo (la bruja Francisca García Muriel) y Satanás (2007), basada en la novela de Mario Mendoza, donde el mexicano Damian Alcázar representa a Campo Elías Delgado, tristemente célebre por la masacre del restaurante Pozzetto, ocurrida el 4 de diciembre de 1986 en Bogotá.

Digo esto para señalar que Colombia ha tenido arte y parte en la producción para el cine y la televisión de grandes obras de la literatura colombiana. “Cien años de soledad”, con el sello Netflix, ya forma parte de esa tradición.

Mis apuntes:

  • La serie tiene dos directores, (la colombiana Laura Mora y el argentino Álex García López), pero fíjense bien, en los créditos finales no aparecen los nombres de ambos, sino que cada uno es director de episodios intercalados, así: Alex García dirigió los episodios 1, 2, 3, 7 y 8. Y Laura Mora: los episodios 4, 5 y 6. Es natural preguntarse por qué ella asumió tres capítulos y él cinco, y cómo se llegó a esa decisión.  Es decir, ¿no hicieron equipo para la dirección de los ocho capítulos? ¿Esto es algo que sucede con frecuencia? ¿No crea esto una especie de ruptura?
  • Gracias a Netflix, hoy podemos decir que “Cien años de soledad” es nuestra mejor novela de época. Ambientación, vestuario y construcciones nos transportaron al siglo XIX colombiano.
  • En la parte donde más sentí que Macondo es Colombia (o viceversa), fue en el episodio 5, dirigido por Laura Mora, cuando al final suena la Cumbia sampuesana, del compositor José Joaquín Bettin, en la interpretación original del Conjunto Típico Vallenato. Sería bueno que para los ocho capítulos restantes se tenga en cuenta la música del Caribe, el vallenato en particular, por algo que dijo una vez Gabo: “Cien años de soledad es un vallenato de 400 páginas”.
  • Pienso que la producción habrá triunfado si los no lectores se acercan por primera vez a la obra de Gabriel García Márquez, como lo señala el escritor William Ospina, en su columna de El Espectador.
  • Lo más poético: el episodio 8 con las flores amarillas lloviendo sobre Macondo y el pueblo entapetado con ellas. El realismo mágico derrotando a los escépticos del cine. Escenas que por su belleza vale la pena repetir.

Imagen del Instagram de Akima

  • Me gustó el casting: más talento que rostros bellos, alejando a la serie de los estereotipos telenovelescos, con personajes más cercanos a lo que en realidad somos los colombianos. Una Rebeca, por ejemplo, en la piel de la actriz Akima Maldonado, con sus rasgos indígenas, nada tiene que envidiarle a la belleza supuestamente correcta que impone la industria.
  • El actor Claudio Cataño, siendo bogotano, sorprende por su interpretación del hombre costeño que es Aureliano Buendía. Creo que se merece un premio a mejor actor y la caleña Marleyda Soto (Úrsula Iguarán), otro a mejor actriz.
  • Esperaba un Melquiades con más fuerza. Quizás menos humano, más sobrenatural, si se quiere. Mientras avanzaba entre capítulos tuve una extraña visión durante la peste del insomnio que azotó a Macondo: soñé que Peter Jackson (director de la trilogía de El señor de los anillos, escrita por J.R.R. Tolkien), dirige una versión para cine de “Cien años de soledad”. Sería interesante ver cómo Hollywood, con su extraordinario baúl de efectos, interpreta el realismo mágico.  Es más: ¿Se imagina la bellísima versión animada del japonés Hayao Miyazaki? Ojalá me leyeran los hijos del maestro Gabo.
  • Con Macondo ya construido en el municipio de Alvarado, Tolima, podrían filmarse otros relatos de Gabo, como “La hojarasca” y “La mala hora”, que prepararon el camino para Cien años de soledad, o convertirlo en un destino literario, añadiendo una librería con la obra del autor colombiano y los personajes vestidos a la usanza, como si fuera nuestro mundo mágico, no de Disney, sino de Macondo.
  • Me pregunto si es posible rodar una versión de “Cien años de soledad” sin acudir a la voz en off. Yo creo que el narrador fue un recurso obligado para recitar partes de la obra que el cine es incapaz de mostrar. ¿Cómo remediarlo? Simple: hay que leer el libro para recuperar nuestra capacidad de asombro. En los pergaminos del gitano Melquiades, escritos en sanscrito, nada hablan de una maldición para quien no lo haga… pero no se confíen porque uno nunca sabe. Otro recurso interesante: ver la serie en un idioma distinto al español y subtitulada. A mi parecer, suena genial en francés.
  • La serie me llevó, otra vez, al ensayo de Mario Vargas Llosa: “García Márquez: Historia de un deicidio”, magnífica autopsia literaria a la obra del escritor colombiano, que vale la pena leer.
  • Macondo ya existe. Dan ganas de vivir allí o al menos pasar una noche en casa de los Buendía, la cual evoluciona hasta alcanzar su esplendor. Les recomiendo el reportaje que hizo The New York Times en español, con datos interesantes sobre el detrás de cámaras. 
  • Sin embargo, se alcanza a percibir cierta claustrofobia, la pequeñez de la aldea, por el mismo aislamiento en que se encuentra, aún a pesar de que el coronel salió de allí para promover 32 guerras sin ganar ninguna. ¿Faltó imaginación o presupuesto para ampliar un poco el mundo?  Quizás en la segunda parte haya sorpresas.
  • La violencia, la sangre, las balas, todo gratamente muy real, para que conste que llevamos matándonos desde siempre.
  • La muerte, al igual que el sexo, son dos temas centrales en la obra de Gabriel García Márquez. En la serie los difuntos se ven demasiado reales, dentro y fuera de sus ataúdes. Los maquilladores hicieron un trabajo espléndido. ¿Qué tal Prudencio Aguilar como alma en pena?
  • He leído que algunos espectadores lloraron con la serie. No lloré y eso que soy fácil de conmover. ¿Se les puso vidrioso el ojo?
  • Disiento con lo dicho por el escritor Efraím Medina, quien en este artículo de La Nueva Prensa dice que “no hay cosa más estúpida, dañina e inútil” que comparar la serie con el libro. Para quienes hemos leído con placer la obra nos es imposible evitar los paralelos.  Y no, no somos idiotas, apreciado Efraím. Pensamos distinto que es distinto.
  • Mi calificación del libro: 10 sobre 10. Mi calificación de la serie: 8.7 sobre 10.
  • PD: No comeré tierra como Rebeca, pero me produce ansiedad la espera de seis meses para el estreno de la segunda parte (junio de 2025). 
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