Fotografías tomadas de las redes sociales de Carlos Molina y Jota Pe Hernández.

Su lema era su principal promesa de campaña: “Colombianos jijuepuercas: Tenemos la obligación de trabajar juntos por este moridero para hacerlo cada día más grande”. Pero el tiempo no le alcanzó para gruñir desde la Casa de Nariño.  

Se murió Carlos Molina, el querido Cerdo, el personaje de la Tele Letal y El Siguiente Programa, amigo de Doña Anciana, Martín De Francisco y Santiago Moure. El país no le rindió los homenajes que merecía por ser una colombiano auténtico, el hombre que quiso gobernarnos; aunque no llegó ni a ministro, nos hizo reír bastante, con lo cual podemos decir que fue, por mucho, mejor que tanto presidente mediocre, cuyo principal mérito fue darle trabajo al gremio de los caricaturistas.  

Cerdo representaba al genuino hombre de la calle, el colombiano de a pie, el que lleva del bulto gracias a la clase política, de la que forman parte personas como Jota Pe Hernández, el rey del bochinche, ese que con sus escándalos intermitentes, ya es un exponente de una clase política guache y bochinchera, que confunde el Capitolio Nacional con una chichería cada que se le da la gana.  

No sé de qué me aterro si Jota Pe tiene acostumbrado al país a sus arrecheras verbales. Ofende, eso sí, que al personaje le paguen $50 millones al mes por ofrecer esta clase de espectáculos bochornosos; mal contados son $2.400 millones en los cuatro años. Un colombiano asalariado necesita trabajar durante 123 años para ganarse esa fortuna. O sea, nunca jamás se los ganará en esta vida.

Por si no lo sabían, en agosto de 2024 el congresista fue elegido presidente de la Comisión de Ética del Senado. ¡Plop!

Menos mal nuestro Cerdo tampoco se convirtió en Padre de la Patria, porque allá, en el recinto (¿sagrado alguna vez?) del Congreso de la República, la competencia está tan brava, que un día de estos no se les haga extraño si un vergajo de esos le saca cuchillo a otro antes, durante o después de sesiones. O en los pasillos, como ocurrió esta vez.

“Si me tengo que morir, me muero, compadre, pero usted no me toca… (…) Si nos van a matar vengan que acá los esperamos (…) Míreme a los ojos, conmigo se equivoca (…) ¡Qué…! ¡Qué…! ¡Qué…! ¡Qué…!”, gritaba un energúmeno legislador Jota Pe Hernández, miembro del “glorioso” Partido Alianza Verde, al que todavía no le han terminado de sacar cuentas por la cuota de corrupción que aportó en el escándalo de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, UNGRD.

A Hernández sólo le faltó rematar con la frase típica del matón de barrio: “A la salida nos vemos”. Parecía ebrio o embrutecido por alguna extraña sustancia. Casi en simultánea otra gresca ocurría el mismo miércoles en el Senado de México con un “no me toques” y amenazas de muerte de por medio.   

Personajes como el congresista santandereano Jota Pe Hernández son la prueba de que cada cierto tiempo la política es la porqueriza de nuestra muy patética realidad nacional.

Había que verlo salido de los chiros (qué pena, pero aquí no cabe otro lenguaje), que por un momento quise preguntar a cómo están el tomate y cebolla en el Capitolio Nacional. Pero no, no hagamos comparaciones odiosas, porque en la plaza de mercado, cualquiera sea, está la gente verdaderamente humilde, honrada y decente de este país. 

Lo peor no es que nuestro Cerdo aspirara a gobernar “esta cochinada”, como lo dijo en campaña. Lo peor es que en la política real haya especímenes de carne y hueso con el delirio de ser presidentes de la República. El señor Jota Pe Hernández, por ejemplo, figura en el tarjetón de posibles presidenciables, hágame el bendito favor, con hache y con pe.

Como colombiano siento vergüenza de este legislador y de este Congreso. ¿A qué hora el país eligió a un personaje grotesco y desagradable en su conducta? Un gamín, un patán de los que se comportan ordinario y grosero. ¿En serio dónde quedó la dignidad del cargo?

Se murió nuestro Cerdo y no hubo ni medio día de duelo para él. Pidamos al cielo –o al infierno, ¡qué más da!- que no muera el humor, porque es el único antídoto para soportar a tanto político vulgar.  

Paz en la tumba del actor Carlos Molina. En un país hastiado de la violencia de las palabras, ojalá un fallo de la Corte Suprema de Justicia tumbe al influencer por su conducta indecorosa y altanera, Gente así, que actúa a las patada, merece más que una sanción social.

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