No vaya a creer el amable lector que al columnista se le corrió la teja…  No todavía… Del título de esta columna échenle la culpa al trino delirante de Claudia López, la ex alcaldesa de Bogotá, que se fue pero no se ha ido, porque ya sabemos que el poder es una adicción incurable. El problema no es que Vicky Dávila quisiera ser presidenta de esta pobre República. El embrollo es otro.

Me mata la intriga: ¿Quién está detrás de la supuesta aspiración presidencial de la directora de Semana? Vamos a especular sin empelicularnos.

Tesis uno: ¿El Uribismo con el cual sostiene un amor público y correspondido?

Tesis dos: ¿La misma Claudia López que quiere tempranamente hacernos creer que, en el país del machismo galopante, entre aquellas dos quincuagenarias está nuestro feliz destino y que ella será la ungida para lucir la banda presidencial, luego del desbarajuste en que dejó a Bogotá, hoy en manos de un alcalde al que apenas le vimos la cara el día que se tomó la fotos con los cerros de fondo en llamas? Y ojo: estoy seguro de que una mujer sí puede gobernarnos a los colombianos, pero si en la baraja estuvieran ellas, además de Mafe Cabal y Paloma Valencia, bendito sea el voto en blanco.

Tesis tres: ¿La familia Gnecco por aquello de su apellido de casada, un apellido que por lo demás nos recuerda pasajes tristemente célebres de la política  reciente?

Tesis cuatro: ¿Los Gilinski, dueños de Semana, que necesitan más poder y en ese caso gobernarían en cuerpo ajeno? No sería la primera vez que unos empresarios se quieren encaramar en el potro. Ya pasó en Chile y Estados Unidos con Piñera y Donald Trump, y está pasando en el Ecuador de Noboa y en El Salvador de Bukele.

Tesis cinco: ¿La declarada prensa antipetrista, en cabeza de personajes como María Isabel Rueda, Juan Lozano o la españolísima y fachísima Salud Hernández, por citar tres ejemplos?

Si los partidos políticos no se reinventan y recuperan el decoro, donde imperen las ideas, no los apellidos, es probable una sorpresita  de aquí al 2026. Ya una vez los ciudadanos eligieron a un lustrabotas en el Concejo de Bogotá y a un delfín presentador de noticias, a quien la alcaldía de Bogotá y un secuestro le sirvieron de trampolín hacía la Casa de Nariño, porque nuestro delirio colectivo tiene curiosas maneras de manifestarse. Como esta es una sociedad que todo lo frivoliza a punta de memes, Vicky-presidenta sería un disparate más en el país de las pesadillas, la materialización de una auténtica distopía, lo imposible vuelto posible.

Tiene razón María Jimena Duzán cuando en su podcast A fondo le habla de frente a Dávila: “Cualquier ciudadano tiene el derecho legítimo de aspirar a ser elegido presidente de la República. Lo que no se puede permitir es que se use el periodismo como ropaje para acabar con el contrario y catapultarse al poder. Bienvenida al ruedo, candidata”.

Tal locura, la de Vicky Presidenta 2026-2030, es la consecuencia lógica de unos partidos políticos descuadernados, incoherentes y corruptibles: favor remitirse al último escándalo, “Las Marionetas”, que empezó con el difunto senador Mario Castaño, del Partido Liberal, dirigido por Cesar Gaviria. La desfiguración política -que ha engendrado el caudillismo puro y mesiánico en figuras como Álvaro Uribe- alimenta ahora el imaginario popular con la idea de que una periodista de provincia es la persona idónea para gobernar a 50 millones de almas -a veces desubicadas, a veces desorientadas-, de la mano de su primer damo, el médico José Amiro Genecco Imagínenselo a él  bailando en carnavales, compitiéndole con desparpajo a su paisana, la también costeñísima Verónica Alcocer.

Las palabras de Vicky Dávila (minuto 39:23) al recibir el Premio CPB de periodismo (en la categoría Prensa por el trabajo “Financiación irregular de la campaña Petro Presidente”), dejaron claro que habla más como oradora en plaza pública que como periodista;  por lo mismo tanto debería estar haciendo proselitismo en la calle y no atrincherada en el periodismo, que harto mal le ha causado al oficio al anteponer intereses ideológicos a los valores y principios de la profesión, en oposición abierta al gobierno de sus desafectos. En contraste, y por aguante, el periódico Voz (ya no Proletaria como antes) merecería un premio de periodismo por 66 años de abnegada oposición a los gobiernos de derecha.

Dijo Vicky Dávila: “Hoy más que nunca creo que los periodistas deberíamos estar unidos para defender la democracia y la verdad. (…) Hoy fue un día triste en Colombia. Acaba de ocurrir lo que ustedes ya saben en la Corte Suprema de Justicia y tenemos la obligación moral de defender la democracia…”.  

Solo le faltó parafrasear en el atril al coronel Plazas Vega de 1985: “Aquí defendiendo la democracia, maestro”.

Por cuenta de Claudia y Daniel Samper (junior), Vicky se acostó periodista y se levantó salvadora del mundo, ¿acaso es la Mujer Maravilla del periodismo criollo a la que solo le falta la falda de color azul salpicada de estrellas y el corpiño ceñido de color plateado y rojo, con el emblema dorado en forma de águila, más el lazo de la verdad, un par de brazaletes mágicos indestructibles, la tiara que sirve como arma (la tiara podría ser la revista Semana) y un avión invisible?

Con todo, no entendí la alharaca por la encuesta de Danny en la que gana Dávila (64%) contra López (36%), teniendo en cuenta que son apenas 7.998 votos de una cuenta con más de tres millones de supuestos seguidores. ¿Significa eso que X está sobrevalorada al igual que Vicky? En contraste, en la encuesta de Matador  (8.294 votos) ganó López  (54%) contra  el 15% de Dávila.

Aquel 8 de febrero, antesala del Día del Periodista, durante su brevísimo discurso, con tono dramático y lastimero, se aprecian por televisión pocos aplausos (los de su plantilla) y sí varias caras largas en el auditorio del Teatro Cafam, durante “La noche de los mejores”.

Luego, en su cuenta de X, Dávila publicó este trino con el titular de la Revista Oposición, según el cual “es catalogada como la mejor periodista y defensora de la democracia en la historia de Colombia”. Sin que supiéramos quién le otorgó tan altos atributos de heroína moderna, misteriosamente la publicación desapareció sin dejar rastro, (tanto del susodicho portal, al que Vicky le agradece “por este escrito tan bonito”), según la prueba que alcancé a salvar. Al googlear la cosa, uno encuentra que el artículo fue des-publicado, pero la sola captura del trino habla de los niveles de delirio a los que estamos regresando.  ¿Es esta la comprobación del camuflaje político que practica Semana?

Es hora de preguntarse para qué sirven los premios de periodismo en este país.  Con pesar, me atrevería a lanzar la tesis de que no están sirviendo para mejorar un oficio noble, con una prensa encunetada en su propio laberinto, pero si para alimentar candidaturas presidenciales, pues un premio, para el caso que nos ocupa,  puede traducirse en el idiota útil de quienes usan los medios de información para deformar la realidad.

No pongo en tela de juicio la honorabilidad de los jurados, y menos la de las directivas del CPB que los escogen de buena fe, pero esa estatuilla me pareció inmerecida, pues se premió una investigación cuyos resultados todavía son incipientes, o al menos no concluyentes. Por otro lado, recomiendo la lectura del artículo de Carlos Cortés (La Silla Vacía) con el análisis del minuto a minuto de eso que Vicky Dávila llamó en su discurso “un día triste en Colombia” y que el colega llama “un artificio, una hipérbole de la marca registrada Semana”, refiriéndose a las exageraciones de la periodista en su cuenta de X, durante el cubrimiento “hollywoodesco” de la fallida elección de la nueva fiscal, el mismo 8 de febrero. Las facultades de periodismo tienen aquí una clase magistral sobre una rara especie nacional: el “periodismo” camaleónico.

Volví luego las palabras de la presidenta del jurado del Premio CPB, Juanita León, directora de La Silla Vacía, en representación de los demás jurados: Juan Lozano, periodista, abogado y político, columnista de El Tiempo y director del programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad Sergio Arboleda; Andrés Mompotes, director de El Tiempo; Gustavo Alvarez Gardeazabal, escritor; Amparo Pérez, defensora del televidente y directora del programa Doble Vía; Bodgan Piotrowski, escritor polaco, Hernando Paniagua, ex director de Pulzo y José Augusto Ventin, director de la carrera de Comunicación Social y Periodismo de UniSabana.

(Minuto 20:47)

Este jurado –dijo ella- quiso premiar más el resultado que el proceso. Es decir, que si bien fue visible el esfuerzo invertido en algunas historias, optamos por premiar las piezas por su valor periodístico intrínseco y su impacto, sin reparar en el trabajo de los medios como un todo, en la trayectoria de los periodistas que presentaron su trabajo o en criterios extra-periodísticos como tener un grupo diverso de ganadores”. (Las negrillas son mías).

No sé a ustedes, pero a mí, que suelo pecar de suspicaz, esa declaración me pareció más una confesión. O una disculpa anticipada. “Sin reparar en el trabajo de los medios como un todo”, es una frase que leída entre líneas se presta a todo tipo de interpretaciones.

Abramos el debate: ¿Un medio de comunicación, cuya credibilidad ha sido cuestionada, merece un premio de periodismo?

La estocada final a Semana en la columna de Carlos Cortés es contundente: “La presidenta del jurado –en el que estuvieron reconocidos colegas como Juan Lozano, Hernando Paniagua, Andrés Mompotes y Amparo Pérez– me aclaró que Dávila ganó por sus entrevistas a Nicolás Petro y Days Vásquez (..) . No ganó por todo lo demás. Ni por sus constantes exclusivas de la Fiscalía y el Fiscal, ni por la denuncia de las cinco maletas con tres mil millones que se llevó el viento, ni por los audios editados de Armando Benedetti. Mucho menos ganó por su cubrimiento especial de este jueves. Para concursar con ese trabajo tendrá que volverse a postular”.

Pero supongamos que Claudia López tiene razón y Vicky Dávila sí se sueña sentada en el solio de Bolívar, luego de aplicar desinfectante, claro está, no sea que se le prenda algún mal del actual inquilino,  como no sea el de trinar a la loca, que en eso está a mano con el primer mandatario.

¿Qué podemos esperar de una presidenta-periodista rezandera, con ínfulas de cantante, que admira a un presidente que odia a sus padres y habla con su perro muerto (Javier Milei)? ¿Nombraría a Salud Hernández ministra de Defensa, a Jairo Lozano en Justicia, a la señora María Isabel Rueda en Comunicaciones y a Jaime Gilinski en Hacienda? Ah, por si acaso, María Andrea Nieto, que les hace El Control a todos menos al sesgo de Semana, sería perfecta para fiscala general de la Nación.

Si pudiera viajar en el tiempo, le consultaría al oráculo de Delfos, o al menos al indio amazónico, sobre las posibilidades reales de que una periodista sea la primera mujer presidente de Colombia. ¿Tocará decirle doctora en vez de directora a Vicky? ¿O simplemente hemos caído en otra fantasía paranoica, al estilo de Colombia será Venezuela con Petro? Dios quiera que sea lo último, porque ya tuvimos suficiente con don Rodolfo Hernández, el outsider septuagenario al que inflaron a punta de titulares.

La política colombiana necesita recuperar su compostura, no levantar la carpa de otro circo para recibir a los nuevos payasos.

Pero de algo estemos seguros: La cosa política, como la cosa periodística, seguirá moviéndose… de maravilla. 

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