Fotografías: Alexánder Velásquez.

Me sacas la chispa: a veces me quiero ir y cuando ya me fui, me quiero venir. En ningunos nuevayores o mayamis un citadino incorregible se sentirá como en casa, con ruana y agua de panela por estos días; tirito de frio en esta planicie entre montañas que en sus ríos Vicachá, San Francisco y San Agustín albergó abundantes peces antes de que llegáramos nosotros y antes de nosotros, los otros; tú, mi Bogotá, haces que ninguno se sienta forastero a pesar de que algunos, que son muchos, te tratan a las patadas.

Mujer que lloras y sudas, te maltratan tanto que hasta tus lágrimas se han racionado por culpa de nuestra irracionalidad. ¿Y con quién nos vamos a quejar como no sea con el Mono de la Pila, a la entrada del Museo Colonial? ¡Ay, mujer amada, qué has hecho para merecer tanto desprecio! Pero yo quiero quererte hasta el fin de mis días.  

La fuente de agua o “mono de la pila” se conserva en el Museo Colonial.

Si Bogotá fuera una persona, no sería una mujer sino muchas mujeres, y con las cualidades, virtudes y defectos que aportamos sus habitantes, casi llenamos el alfabeto: Atrevida y atrasada pero no retrasada, a veces achicopalada, acomedida cuando quiere; Bohemia, bienvestida, berraca, bien hablada y burguesa; Cachaca con cerros verdes hermosos y cerros de basura, colonial, culta aunque sin identidad propia por sus múltiples identidades, cosmopolita, cultural, contaminada, coqueta y cívica cuando no es casposa; Chicanera, chismosa, chichipata; Desordenada y diversa; Ecléctica y emperifollada, Festiva, friolenta y futbolera; Generosa como todos los nacidos bajo el signo Leo y Bogotá es una leona; gamina, gélida, graciosa, gomela, gris en los cielos y gris concreto; Harapienta, hambrienta, hipócrita, hogar de migrantes y desplazados; Insensible, indígena, insegura (a veces caótica como Ciudad Gótica); indigente, Jocosa, Kilómetros de ciclovías corriendo por sus arterías.

Líchiga y lluviosa sin nieve pero con granizo;  Moderna y a la vez mundana pero también maltrajeada, maltratada, malhechora, michicata, malgeniada y maloliente por los lados del río Tunjuelo y las curtiembres de San Benito; Negativa, noble, necia: Ñera, Oligárquica hasta en sus orquídeas, obrera de overol o delantal y obscena en la penumbra; Pordiosera cuando no picada, Quejumbrosa y quisquillosa; Rezandera, recatada, ruidosa, raponera y rola; Soleada, sedienta en el sur y saciada en el norte, solidaria a ratos, a ratos solapada; Tenaz, trabajadora, temerosa, tramposa y tumultuosa (que es como decir, apiñada y apretujada); Única, urbanizadora y usurera; Valiente pero violenta, vibrante y verde, verde, verde hasta donde el ladrillo deja ver; Zzzzzz… mi ciudad que sueña llegar espléndida a sus 500 agostos en 2038. ¿Nos alcanzará la vida para celebrar el quinto centenario? 

Así, con sus bondades y desperfectos, así quiero yo a esta Patria Chica que tan chiquita no es porque tiene más habitantes que Uruguay, Paraguay, El Salvador, Caracas, Managua y Nicaragua, donde yo nunca me enamoré.

¿Y usted qué le va a regalar a esta mujerona?

  • Tapones para los oídos. 
  • Una mano de pintura para el Cementerio Central y, de paso, el arreglo de las tumbas de dos de nuestros escritores ilustres: José María Vargas Villa y José Asunción Silvia, que vivieron muy cerca el uno del otro, en La Candelaria, y sus casas aún se conservan. En la primera una placa dice lo siguiente: “En esta casa nació el 23 de junio de 1860 José María Vargas Vila, autor de Aura o las violetas”. La casa donde el poeta Silva se quitó la vida de un disparo en el corazón es ahora la Casa de Poesía Silva; cuenta con biblioteca, fonoteca y librería; fue declarada Monumento Nacional en 1995.

Casa de poesía Silva (arriba) La casa de José María Vargas Vila (abajo)

  • Una cita con el psiquiatra (o al menos con Max Henríquez) para sobrellevar esta bipolaridad climática.
  • Un manual de convivencia y buen comportamiento, que sea de obligatorio cumplimiento para cada habitante, sea humano o animal.
  • Una clase gratuita de civilidad para todos los ciudadanos. DataCivilidad es el regalo anticipado que le hizo la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá a la ciudad.
  • Un manual de urbanidad para que los perros eduquen a sus amos.
  • Un cambio de actitud de ciertos taxistas para que por aquí si vengan.  
  • Una torta (porque Media Torta ya tenemos) que alcance para los 7.929.539 habitantes.
  • Subir a Monserrate de rodillas para conjurar la profecía del padre Francisco Margallo, quien en 1827 lanzó una maldición sobre la ciudad, luego de que profanaron la Capilla del Sagrario: “El 31 de agosto de un año que no diré sucesivos terremotos destruirán Santafé”.
  • Muchos días de changua y ajiaco para los habitantes de la calle.
  • Un Metro de Bogotá -¿por fin?- porque desde chiquitos estamos contando las horas para estrenarlo.
  • Más librerías, pero más lectores también.
  • Un recorrido por la ciudad vieja de noche y por el Museo de Bogotá de día. Pero que el burgomaestre nos cuente primero por qué está cerrado.  
  • Menos motos, más bicis.
  • Un desembotellador para desembotellar la salida por la Autopista Sur. Quien desembotelle a Bogotá, buen desembotellador será.
  • Quitarles las llaves de la ciudad a los delincuentes. Se necesita control de ratas y de rateros. ¿Cómo así que estamos en el top 10 de las ciudades más peligrosas para los turistas, según Forbes Advisor?
  • Más mercados campesinos cerca a la casa.
  • Un tributo a los escritores muertos que contaron Bogotá: Juan Rodríguez Freyle (El Carnero); Josefa Acevedo de Gómez (Cuadros de la vida privada de algunos granadinos); Soledad Acosta de Samper (Recuerdos de Santafé); José María Vergara y Vergara (Las tres tazas); Pedro María Ibáñez (Crónicas de Bogotá); Álvaro Salom Becerra (Un tal Bernabé Bernal); Emma Reyes (Cartas por correspondencia); José Antonio Osorio Lizarazo (Garabato); Rafael Chaparro (Opio en las nubes)), Antonio Caballero (Sin remedio)… y los que faltan.
  • Un robot callejero desintegrador de popó de perros y otro robot que recoja las colillas de cigarrillos. ¡Se necesitan muchos robots!
  • Un censo de mascotas.  
  • Un tributo a los escritores y poetas bogotanos que ya murieron: Rafael Pombo, Germán Arciniegas, Eduardo Caballero Calderón, María Mercedes Carranza, Nicolás Suescún… y los que faltan.  
  • Un chorrito para el frío, chicha o guaro, en el Chorro de Quevedo con los amigos.
  • Más sensibilidad social para tapar las goteras de Bogotá por donde se filtra nuestra indiferencia con la pobreza y la desigualdad. 
  • La actualización del Himno oficial de Bogotá.
  • Un deshollinador para buses y camiones. 

Espejo de agua. Por aquí corrió alguna vez el río San Francisco.

  • Pico y placa al cosquilleo en Transmilenio.
  • Un consejo para los del Concejo de Bogotá: que sean más veedores y menos complaciente con el alcalde Carlos Fernando Galán. Escribió Juan Carlos Flórez en X: “Claudia López y Galán han negado y ocultado los graves retrasos en la construcción del adefesio de minimetro, la herencia envenenada que Peñalosa le dejó a la ciudad. ¿Por qué prefieren cuidarle la espalda a Peñalosa en vez de decirle la verdad a Bogotá?”.
  • Un minuto de silencio por los bogotanos que murieron de Covid.
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