Mario Mendoza (fotografía del libro “La ciudad de los umbrales, Editorial Planeta”) y Gustavo Petro (fotografía de El Espectador)

¿Quién fue el que dijo “No hables a menos que puedas mejorar el silencio”?

El antipetrismo está feliz viralizando el “perfil” o retrato escrito que hizo Mario Mendoza sobre el presidente de la República para la revista Cambio. Se zambullen en la artillería del escritor, nada nuevo o distinto a la palabrería y adjetivos que circulan a diario por las redes sociales: “gurú religioso”, “personalidad mesiánica”, “enviado del cielo”, “división esquizofrénica”, “discursos energúmenos”, etcétera, etcétera.

Ah, pero lo dice Mendoza que es el super… ventas.

No juzgaré si su literatura es buena, regular o mala, pero en este texto, lleno de lugares comunes, repite lo que dijo hace un año. Como lector, habría agradecido mayor belleza literaria, más poesía y menos retórica, para que la lectura alimentara de algún modo. Tomo prestadas las palabras de la escritora española Irene Vallejo en su discurso de ingreso a la Academia Colombiana de la Lengua. “Cuando todo se vuelve público al instante, en una atmósfera preñada de los truenos de la polarización, es más necesario que nunca un espacio literario para confrontar pensamientos complejos”.

El autor bogotano se regodea deshilvanando la personalidad del presidente, sólo le faltó decir —y ganas no debieron faltarle— que a Petro toca ponerle ya la camisa de fuerza y encerrarlo… quizás en alguno de los frenocomios o manicomios por donde transitan ciertos personajes de su obra.  

Los antipetristas se frotan las manos y bailan alrededor de la hoguera, como si Mendoza hubiera descubierto el fuego. Sin haber completado un año de gobierno, ya había confesado su arrepentimiento y cantado sus verdades: “Si yo pudiera echar para atrás, me uniría a la gente que votó en blanco”, le contó a su amigo Juan Carlos. Botero en esta entrevista de junio de 2023.

Se le abona, eso sí, su mirada de observador independiente, que no es la del activista en ejercicio.

Lo que causa un poco de risa es la pose de psiquiatra, o al menos de psicólogo, que asume el escritor al escribir el “perfil”. Después de elogiar para justificar su voto, ataca sin contemplaciones.

Comienza diciendo: “El problema es que poco a poco empezó a mostrar su lado más oscuro y siniestro: el del narcisista paranoico que no soporta que le lleven la contraria, que lo cuestionen o lo vigilen”.

Sinceramente, pensé que con esas cuatro palabras describía a su tristemente célebre amigo Campo Elías Delgado, cuya historia demencial (y su final sangriento en el restaurante Pozetto de Bogotá), le dio para cosechar fama y fortuna a tres bandas: “Satanás”, la novela, la película y la novela gráfica. Los escritores de ficción tienden a la exageración en sus párrafos; lo sé porque soy uno en ciernes, sin fama claro está.

Quede claro que no hago una defensa del presidente —no me fío ni de mi sombra— sino una exigencia como lector para que se cuide el rigor en los contenidos, las palabras que se escogen para describir o calificar.

Sinónimos de persona siniestra: maligno, perverso, malvado, pérfido. No soy fan de la obra de Mendoza, pero sé por lo que me cuenta mi hija que se nutre de esta clase de personajes oscuros y siniestros.

En Colombia ha habido —los hay y seguirán existiendo— criaturas realmente oscuras y siniestras. Y en la política más, pero con esa gente da miedo meterse.

El presidente es un ser lleno de contradicciones, quizás de inseguridades e improvisaciones también, y, aceptémoslo, de “temperamento retador y pendenciero”, pero en los dos años largos en la Casa de Nariño, todavía no ha matado ni comido del muerto. Creo que Mario Mendoza escribió de afán y sin diccionario de sinónimos a la mano. Lástima que esos libracos quedaron en desuso.

También usa los términos narcisista y paranoico. ¿Acaso para ser presidente de una nación, lo mismo que rey o dictador, no hay que tener aires de superioridad y un exagerado amor propio? No se nos olvide que aquí ya hubo un Mesías con dos periodos encima, el segundo conseguido a las malas, tras violentar ese libro sagrado que es la Constitución de 1991.

Se me ocurre que paranoicos estamos todos en Colombia, más después de la Pandemia. El propio Mario se lo confesó a El Tiempo a principios de año y con esta frase abrió ese periódico su reportaje: “Me di cuenta de que me estaba enloqueciendo”, dijo, refiriéndose al desajuste mental que trajo la cuarentena, a causa del Covid-19, y al dolor profundo que experimentó tras el fallecimiento de su señora madre.

En el programa Hablando con Francisca, a propósito del mismo tema, Mendoza cuestionaba a los psiquiatras. “¿Qué es normal?, que es el grave problema que yo tengo cuando los psiquiatras empiezan a diagnosticar. Parten de un concepto de normalidad. Pero ¿Qué es normal?, ¿Quién es normal?, ¿Dónde tenemos un ejemplo de una persona al ciento por ciento equilibrada? Lo que ellos llaman la normalidad psiquiátrica, ¿dónde está eso? Yo creo que eso no existe. Nadie está al ciento por ciento en su lugar, perfecto, equilibrado, que tenga el control de sus emociones y de sus sentimientos”.  

Pues bien: Mendoza, que no es psiquiatra, ya valoró al presidente, sin diván, a la distancia.

Pero comparto algo de lo que dice, porque de algún modo todos estamos mal de la cabeza en estos tiempos. Si se diagnostica a cada colombiano habría que construir más instituciones psiquiátricas. Por lo pronto, podrían empezar con los escritores, a los que con frecuencia nos falta un tornillo, porque para escribir sobre la realidad colombiana no basta la cordura.

También creo que el presidente está siendo víctima de lo que llaman la soledad del poder.

Si el maestro Gabriel García Márquez viviera, además de votar por Gustavo Petro, (también a mí me gustan los relatos distópicos), lo habría definido con dos de sus frases certeras: No hay soledad comparable a la soledad del poder”, “La soledad del poder se parece mucho a la soledad del escritor”.

Con todo, es posible que Petro y Mendoza tengan parecidos razonables. Añade el escritor en el programa Hablando con Francisca. “A mi socializar me cuesta mucho. Es algo que al día de hoy todavía lo tengo, y es que no me gusta, no me siento cómodo. Es como un pequeño ermitaño que huye hacia su cueva, y ahí se siente seguro y ahí se protege un poco”.

De pronto, al presidente también lo posee ese espíritu de anacoreta, ¿un ser acaso retraído e incomprendido? Cuando salió del cargo, la exministra Patricia Ariza, su amiga, en una carta pública de agradecimiento hizo esta observación: “Allí aprendí mucho, son gente inteligente: escuché discusiones de alta economía y vi en sus intervenciones, presidente, a un hombre profundamente humano, pero, a la vez, triste. No logré comunicarme con usted y lo siento, de verdad. Le pregunté a mucha gente: ¿Qué le pasa al presidente conmigo? Y me decían: no te preocupes, él es así con todo el mundo. Eso me tranquilizaba, por momentos”.

Esas palabras dicen más del presidente de lo que cualquiera de sus detractores repite sin evidencia médica.  

Analicemos otras frases del dictamen del escritor, casi bestseller.

Si es así, entonces el mismo Mendoza ya resolvió el caso, ahorrándole el tratamiento al presidente.  

En un país con escasa compresión lectora, le faltó decir quiénes eran esos personajes. Jekyll y Hyde son la misma persona: un científico que por medio de una pócima despierta su humanidad maléfica, hasta convertirse en un criminal capaz de cometer atrocidades. La comparación es bastante desafortunada porque el presidente no es lo uno ni lo otro. De serlo, tocaría encerrarlo de por vida. Insisto: escribir símiles es tan complicado como hacer hipérboles, todo un arte.

Reto al escritor de distopías a que nos diga dónde se autoproclamó como tal el presidente. Más que un retrato -o perfil, como lo llamó él-, esta es otra columna de opinión. Una interpretación libre como lo hizo la oposición con los discursos del presidente ante la ONU. Un perfil es otra cosa. Perfiles los que hacían Gay Talese y Truman Capote.

La frase, para que no se caiga de su peso, requiere la firma de un psiquiatra con cartón. Lo demás son creencias, opiniones, no hechos comprobados ni sustentables. En dos palabras, es literatura, es ficción. “La verdad de las mentiras”, que así dijo otro Mario: Vargas Llosa.

Dos frases elocuentes, sin duda, que aplican casi que sin excepción a toda la clase política de este país y alrededores, incluidos los prontuarios que pesan sobre muchos de ellos. Desde el Plebiscito de la paz, que ganó el “No” con mentiras, en Colombia toda la tragicomedia política (nuestro teatro del absurdo y el cinismo) se ha basado en inquinas y marrullas.

Un retrato “en blanco y negro”, donde no se le reconoce un acierto al gobernante, es un cuadro inacabado, porque deliberada y convenientemente el autor dejó el tono blanco sin destapar, olvidando, por ejemplo, que en los últimos 50 años es el primero en encarar el problema de la tierra, origen de nuestro conflicto interno. Además, en tiempos de polarización no se puede hacer el perfil de un líder sin analizar a la contraparte, sus contradictores. En una democracia, donde fungen tres poderes, ese contexto ameritaba, siquiera, un párrafo.

Si se trata de deconstruir a Petro, hay que deconstruir a toda la élite política, (partiendo de las elecciones que se robó Misael Pastrana el 19 de abril de 1970, génesis del M-19), sin favorecimientos y mucho menos sin mandar el mensaje equivocado de que la única opción posible es volver al pasado, como si nos persiguiera un sino trágico al que toca resignarnos.  

Para el caso colombiano (y sin ánimo de lavarle la cara al presidente por sus pecados), el Congreso de la República ha sido hasta cierto punto la vaca muerta en el camino de las reformas que el país necesita, satanizando proyectos o amenazando con no debatirlos, sin siquiera haberlos leído. A ver cuándo pintamos en blanco y negro el retrato de los “honorables Padres de la Patria” y su cuota de irresponsabilidad (orfandad) política.

A Mendoza se le olvida un concepto elemental: que el poder es un juego y ese juego se alimenta de intríngulis y estrategias. Para entenderlo, hay que ser un animal político (concepto aristotélico sobre la dimensión socio-política del ser humano) y la mayoría de nosotros, analfabetas sin formación política, no pasamos de ser humildes espectadores.

A eso llamamos democracia cada cuatro años. Son las reglas del juego, y por eso hasta el “Fuera Petro” de la oposición en los estadios parece otra pataleta fuera de lugar. Cabe pensar, entonces, que todos estamos paranoicos, buscándole la quinta pata al gato en todo lo que dice o hace el mandatario. Nunca sobra leer o releer a autores como Platón (La República) o Maquiavelo (El príncipe).

Decía Platón, el filósofo griego: “Debemos construir una sociedad en la que cada uno haga aquello en lo que es mejor”.

Yo también voté por Petro, pero a diferencia de Mendoza no me arrepiento. Asumo la responsabilidad sobre mis decisiones, aunque entiendo que algunos denigren para liberarse de posibles culpas. Este es un gobierno imperfecto, como todos, pero es el gobierno que millones elegimos. Estaremos en manos de Petro hasta el 7 de agosto de 2026, a menos que la Comisión de Acusaciones de la Cámara -no el Consejo Nacional Electoral- encuentre razones justificadas para destituirlo. De haber ganado Rodolfo Hernández hoy nadie sabría en manos de quién estaría la nación.  

La gracia es resistir y Mendoza claramente no resistió. El que dijo una vez que “escribir es resistir” y luego escribió un libro completo para convencernos también de que ”leer es resistir”, al final cayó vencido, derrotado, apuñalado por sus propias frases, que quedan vacías y carentes de significado en momentos en que la Derecha, locuaz, se anticipa a “celebrar” su posible regreso al poder. 

Hay que ver la dicha con la que están colgando en las redes el “retrato” hecho por Mendoza, porque al final nadie sabe para quién trabaja, aún quienes se las dan de independientes o apolíticos. Hace un año un Mendoza Nostradamus había echado el mismo cuento de hoy durante la misma conversación con su amigo Juan Carlos Botero: “Petro nos va a conducir de regreso a una derecha más radical y violenta de la que hemos conocido”. Y repitió su profecía, por si alguien no entendió: “Si Petro no corrige, va a llevar a Colombia al desastre”.

Querido Mario: en el eterno desastre, siempre cerca del abismo, hemos esta​d​o sumidos desde el principio de los tiempos, mal contados hace 214 años, porque hacia atrás la Historia dice más de los españoles y de Colón que de nosotros, tanto así que ni siquiera tenemos conciencia de lo que pasaba en Colombia durante el Medioevo. La falta que nos hace un Stefan Zweig criollo, uno con la mirada intelectual verdaderamente amplia, de pensamiento humanista y no reduccionista de las cosas, un pensador desapasionado que nos permita entender el presente desde “El mundo de ayer” colombiano.

En los mismos libros de Mendoza sé qué están contados algunos de nuestros cataclismos políticos, los recientes y los pasados. Y si no están todos, nos quedan los textos de Historia; sería bueno quitarles el moho. Antonio Caballero hizo un resumen ameno, ilustrado por él, en “Historia de Colombia y sus oligarquías” para quien quiera leerlo aquí gratis.

Aunque la literatura tampoco está ayudando a conjurar tantas desgracias, al menos la letra impresa ha servido para mantener una clientela cautiva, que eso ya es mucho decir en un país que no lee, que lee a medias, o, como en el caso de las columnas de opinión, lee únicamente lo que conviene.

Ya me acordé: el que dijo “No hables a menos que puedas mejorar el silencio”, fue Jorge Luis Borges. Creo que todos en este país, del presidente hacia abajo, hemos hablado demasiado. Deberíamos intentar por un ratico el silencio esclarecedor. 

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