Tarde o temprano la soledad nos alcanzará. Un día seremos ese único punto en una ficha del dominó.

Cuando vives solo, siempre te preguntas cuánto tiempo pasará antes de que alguien descubra tu cadáver en caso de que mueras en solitario. ¿En qué parte del apartamento ocurrirá el deceso? ¿En la alcoba mientras me desamarro los zapatos? ¿En la cocina al preparar la limonada sin azúcar? ¿En la sala durante una sesión de lectura? ¿En el estudio mientras escribo la siguiente columna para El Espectador? ¿En la ducha mientras acaricio el cuerpo con el estropajo? ¿En la ventana mientras, incrédulo, contemplo a esa gente que conversa más con sus perros que con los vecinos?

(…)

La muerte debe ser como esas visitas desagradables que llegan sin ser invitadas.

El titular de prensa al día siguiente podría ser contradictorio: “Murió felizmente solo, rodeado del amor de Luvina y sus libros”. —¿Y quién carajos es Luvina?, se preguntarán. 

Es seguro que en algún momento sonará el teléfono y dirán del otro lado que soy un maleducado por no contestar y este maleducado, cual santa paloma, dando sus primeros paseos de reconocimiento en el más allá, confirmando, feliz, lo que sospeché desde un principio: que algo mejor nos espera al otro de la vida. Me niego a creer que la única que conocemos sea resultado de un accidente cósmico. Que somos polvo de estrellas sí creo, pero también me gusta creer en la existencia de un espíritu invencible (un daimonion) que sobrevive a esta carne humillada por el tiempo.

Estoy solo por elección. Y por ahora. Es una soledad elegida en la que encuentro bienestar emocional, paz espiritual, tranquilidad infinita. Sin apegos, sin dependencias, aprendiendo a valerse por uno mismo hasta donde sea humanamente posible, con el silencio cotizándose al alza. Para el relajo, tengo a mis amigos, la familia y el parche literario cualquier fin de semana, pues monje anacoreta no soy aunque mala idea no es. Y los hijos no se tienen para remediar la soledad, porque ellos están ocupados pavimentando su propio camino.

Me gusta la soledad, no sé si por el hecho de haber crecido como hijo único; aunque tengo hermanos por parte de papá y hermanos por parte de mamá, crecí con mis abuelos maternos. Eso de los medio hermanos suena feo. Muchos somos hijos de la generación de madres-padres que trajeron hijos al mundo sin saber para qué. La generación actual al menos tiene claro que no quieren traer criaturitas para ponerlas a pasar angustias.

Preguntémonos, pues, si tenemos hijos para multiplicar el amor o las soledades.

Remedio 1: Reconozca su daimonion

Celebre su libertad, no la eche a perder. La convivencia castra los sueños individuales si no se hacen acuerdos desde el principio. Poca paciencia me queda para lidiar 24/7 con los dramas o el mal carácter ajeno. Aguantarse a uno mismo ya es todo un reto.

Me gusta pasar tiempo conmigo. Todos deberíamos otorgarnos ese derecho. Empiecen con hábitos simples como almorzar solos, caminar solos o ir solos al cine. Son remedios caseros para entrenar nuestra soledad. Además, si leen a Philip Pullman se darán cuenta de que uno nunca está del todo solo. En su trilogía La materia oscura cada personaje tiene un daimonion; es decir, el alma de la persona, con forma de animal, que le hará compañía toda la vida, sentado sobre su hombro. Ahora que lo sabe, póngale nombre y rostro a su daimonion.

Remedio 2: Hágase amigo del espejo

Deberíamos ser auto-suficientes. Si he de soportar berrinches o una cara estreñida que sea la mía al mirarme al espejo. “Soy suficiente para mí”. La terapeuta británica Marisa Peer nos exhorta a repetirnos esa frase como mantra. Desde niño me lo he repetido tanto que termine por aceptar que nunca estoy solo. Verse al espejo para observar sin miedo cómo el reloj le da forma a las arrugas y a las canas; no así a las ganas que se cultivan con actividad física y una alimentación equilibrada, donde no falten las verduras, las frutas y el agua… para usted y para su daimonion.

Remedio 3: Construya una pasión

La soledad afecta a 9 millones de personas en el Reino Unido. La cosa es tan grave que debieron crear el Ministerio de la Soledad. Se dice que la mitad de los ancianos ingleses viven solos. Pueden pasar semanas sin tener contacto con sus semejantes. Así, con un mundo que nos desplaza, nos aísla y nos desahucia en vida, la vejez no tiene nada de lindo.

En Colombia las cosas no son distintas: Cuando converso con personas en la calle la queja es la misma: se sienten solas, pero también ansiosas, pero también prisioneras del aburrimiento. Soledad, ansiedad y aburrimiento son un cóctel peligroso. Cada vez veo gente jubilada que vivió siempre para trabajar y nunca se preocupó por cultivar sus pasiones: sin saber cómo vivir ahora, es fácil beber de ese cóctel peligroso. Ponga sus pasiones en la lista de prioridades personales. No aplace más.  Escriba en una hoja cinco actividades que nunca hizo por falta de tiempo, y busque la manera de realizarlas ahora.

Conozco gente que se siente sola incluso teniendo pareja. Una pareja no es la solución a nuestros vacíos existenciales, del mismo modo que no lo son el dinero ni la fama. Deberíamos solucionar nuestras carencias afectivas antes de ser la pareja de alguien.

Ser popular tampoco es un seguro contra los efectos de la soledad. El comentarista deportivo Iván Mejía confesó que se siente solo y deprimido, él que tiene más de medio millón de seguidores en su cuenta de X.  “Yo soy un hombre solo y a ratos triste. Esos momentos de soledad te llevan a la sobrepensadera. Entonces, cuando llega eso, es fácil no aceptarse a sí mismo y encontrar enemigos que no hay”, dijo.

La soledad también consumió al presentador de televisión Fernando González Pacheco, una de las personas más queridas en este país. Pacheco murió en soledad y deprimido en la habitación de un hospital, luego de pensar en el suicidio, que así se lo contó en 2019 el actor Carlos ‘El Gordo’ Benjumea al programa “Se dice de mí”.

“Para él fue muy duro que las nuevas generaciones de público no lo reconocieran, entonces se fue llenando de amargura y terminó encerrándose”, contó Benjumea.  

Aprender a vivir en soledad es la cátedra para la que nadie nos prepara.  Nos toca ser autodidactas y entre más rápido empecemos, mejor. Hasta las parejas más felices estarán solas cuando uno de los dos muera, a no ser que tengan la dicha de Georgina y Daniel. “Pareja de adultos mayores muere el mismo día y hora en Colombia: estuvieron casados por 65 años”, dicen las noticias. Que afortunados fueron la señora Muñoz y el señor Hernández –ella de 85 años, él de 88- que no conocieron ni la viudez ni la soledad, porque murieron casi al mismo tiempo, con kilómetros de diferencia, el pasado 24 de mayo, dejando ocho hijos, como lo registró El Espectador.

Remedio No 4: ¡Con libros no hay soledad!

Leer literatura es un remedio ya probado para combatir la soledad. Los buenos libros son la mejor compañía posible. ¡Hay tanta gente ahí dentro que me basta con abrir uno para permitir que un montón de personas entren a mi casa, sin que me fastidien! Escribió Pessoa: “He reparado muchas veces en que algunos personajes de novela llegan a tener para nosotros una importancia que nunca podrían alcanzar los que son nuestros conocidos y amigos, los que hablan con nosotros y nos oyen, en la vida visible y real”.

Sin embargo, me asalta la idea de adoptar un gato: se llamaría Luvina. Por su condición de maestros espirituales, estos felinos son poseedores de “valores humanos” que le enseñan a la gente a vivir mejor; eso dijeron unos expertos en el podcast Ojalá lo hubiera sabido antes.

Ahí perdonará el Papa Francisco, quien salió otra vez a protestar porque “las familias prefieren tener un gato o un perrito en lugar de un niño”.

Espero que Luvina llegue con la lluvia y no se coma mis libros. Luvina es una metáfora poética de la soledad en el cuento bellísimo de Juan Rulfo.

Si muero en soledad, Luvina tendrá siete vidas para llorarme.

FIN

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