“Cuando te enfrentas a la posibilidad de una muerte temprana, te das cuenta de que hay muchas cosas que quieres hacer antes de que tu vida termine”: Stephen Hawking, físico teórico y astrofísico. 

Conozco almas que están sumidas en la oscuridad, porque la mía fue una de ellas.

Se nos pide ser compasivos con el planeta y sus recursos pero qué interés vamos a tener en cuidarlo si ni siquiera estamos interesados en cuidar nuestro cuerpo. Hablo por mi yo del pasado, porque acepto que también viví una vida de excesos entre los 20 y los 40. Me arrepiento de haber fumado, trasnochado, comido cualquier cosa por los afanes o estar aferrado al sillón de un escritorio… De joven uno no conoce la palabra moderación. Nos descarrilamos como si no hubiera un mañana. Y de pronto te das cuenta que si hay un mañana y ya no eres el mismo. La factura llega y, sí o sí, toca pagarla. Para algunos el precio es demasiado alto.

Ahora la gente joven, de 40 años y menos, tiene la clase de achaques típicos de la tercera edad. Tendemos a creer que la hipertensión o los infartos son algo que padecen los demás. Si de algo nos vamos a morir, que sea de muy viejos para empezar pero ojalá sin ser una carga para otros. Cambiar el chip fue mi decisión.

Observo una escena triste: La de un hombre conectado día de por medio a una máquina de diálisis. Para él, a sus setenta y pico, ya no hay reversa. A sus hijas, que cargan con el peso de esa vida descontrolada, los médicos les dijeron que la situación se pondrá peor conforme pasen los días. Es triste ver a alguien postrado en una cama sin poder uno hacer nada para remediarlo, más triste saber que esa persona se lo buscó. Hay quienes a lo largo de la vida se provocan una muerte lenta que luego se vuelve larga y dolorosa.

“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”: Haruki Murakami, escritor. (Del libro “De qué hablo cuando hablo de correr”).

En el colmo de la ignorancia, llegué a sentirme orgulloso de que los botones de la camisa casi salieran a volar de su sitio por lo barrigón que me había puesto. Los señores tendemos a pensar que la barriga nos hace ver sexys, y no que ahí, en medio de ese exceso de grasa, se está incubando un terrible mal. O muchos males a la vez.

La luz al final del túnel se llama Iván Darío Escobar. Él, médico endocrinólogo, era entonces presidente de la Fundación Colombiana de Obesidad, la sociedad científica que se ocupa del tema en nuestro país. Fui sometido a una valoración.

—”No quiero morir joven”, recuerdo que fue mi primer pensamiento tan pronto realicé una prueba de esfuerzo, montado sobre una bicicleta estática y con cables conectados al pecho, en la zona del corazón.

—”Apenas está captando el 20% del oxígeno”, dijo el asistente. O sea, respiraba por osmosis.

Sin ser sabiondo, entendí que  mis enemigos eran fruto de una vida de fiesta y sedentarismo, y que todos habían ingresado bajo mi autorización por el mismo lado: la boca. En promedio, 60 toneladas de alimento viajarán por el tracto digestivo a lo largo de nuestra existencia. ¡Calcule!

Tenía 40 marzos entonces. El doctor me dijo que me veía incluso más joven, pero por dentro parecía un señor de 70 años o más. —”Eres una bomba de tiempo”, sentenció sin anestesia. Sus palabras me enviaron al otro mundo. Tenía dos opciones: transformar hábitos o morir  sin saber que me faltaban nueve años para ser abuelo y escribir mi primera novela.

—“Podrías morir prematuramente”, agregó él, y yo quedé para recoger con cuchara.

Todo lo malo que pasaba conmigo tenía nombres: triglicéridos y colesterol, en niveles anormales. Los unos por encima de 400, los otros en 300, el doble de lo normal. Esos numeritos evidenciaban veinte años continuos de consumo de cigarrillo y traguito. Repasando mi historial, pienso que mi alma se sumió en la oscuridad en el tiempo en que envenené mi cuerpo. Mi abuelo Alfredo murió de casi 80 años conectado a una bala de oxígeno, (fumó hasta los 50); después de ser un verdadero trotamundos, porque si alguien amó caminar fue él.

La prueba y exámenes se realizaron un sábado. El domingo estaba comprando sudadera y tenis. El lunes: mi primer día de gimnasio. La profesora me sacó la leche, para decirlo coloquialmente. Quedé tirado en un rincón, casi desmayado, sin respiración. Sufrí el muy criollo soponcio que llaman. “Estaba convencido de que iba a bailar el último baile”, como dice el doctor Behrens, uno de los personajes de “La montaña mágica”, la gran novela de Thomas Mann.

Pero no me rendí. Seguí y no he parado. Me caí trotando en el parque, doble fractura en el hombro derecho y heme aquí. Continuaré por las mismas en 2024. Cuando llegó la pandemia en 2020, llevaba nueve años haciendo ejercicio, y creo que fue eso lo que hizo que el bicho despreciable me encontrara bien parado y con defensas. Un estudio del British Journal of Sports Medicine concluyó que “22 minutos diarios de ejercicio moderado o vigoroso pueden ayudar a compensar los efectos negativos del sedentarismo y a reducir el riesgo de mortalidad por cualquier causa”. Es decir, la actividad física es un seguro de vida para la vejez.

¿Qué hay algo de vanidad en quienes vamos a un gimnasio? Pues sí: Porque quién no quiere sentirse bien consigo mismo, quién no desea que la ropa le ciña bien y, sobre todo, quién no quiere escuchar al médico decir: “lo felicito, está usted regio”. Son principios del amor propio, algo personal e intransferible, igual que el desamor propio.  Así que un poco de narcisismo no  le hará mal a nadie.

De hecho, hice un descubrimiento: el gym es el único lugar donde soporto el reggaetón. Esta semana estuvimos discutiendo con el grupo de literatura si esa música es o no arte. No lo sé. Lo que sí sé es que sus “propiedades aérobicas” incitan  a moverse. Como este pegajoso éxito de J. Balvín.  Para bailar no se necesitan dos. Se puede hacer en casa y solos frente al espejo de un chifonier. (¿Todavía existen los chifonieres, amigos?) Pero también se va al gimnasio a entrenar con pesas y evitar en la vejez una enfermedad llamada sarcopenia o pérdida de masa muscular.

Dice el Dr. Nathan LeBrasseur de la Clínica Mayo: “… Permanecer sentado equivale a lo que antes era el hábito de fumar”.

Volviendo al cuento, uno de los mejores consejos de vida lo recibí de parte del mismo doctor Iván Darío: —”Si te antojan de unas papas fritas, las compras, las pelas y las preparas en tu casa”. Gracias a él, hoy miro con un desprecio natural las papas a la francesa que sirven en los restaurantes, empapadas en aceites usados y vueltos a usar, con lo que se liberan agentes potencialmente cancerígenos. En cuanto a la fritanga: —“Cada seis meses está bien darse ese gustico”, recomendó.

Peleé con la comida chatarra, menos mal. Los negocios de comidas rápidas te matan sin que te des cuenta. Y tú, feliz, pagando a cuotas tu muerte, todo acompañado de bebidas azucaradas, el otro gran asesino de la modernidad. Estuve mucho tiempo enemistado con el café porque lo asocié con las ganas de fumar. Un círculo vicioso: si fumaba necesitaba un café y si tomaba café necesitaba un cigarrillo. Filosofaba sobre las preocupaciones de la vida mirando al techo con un cigarrillo encendido entre los dedos. Ahora, curado de la ansiedad, medito sobre esta vida y la otra mientras contemplo el cielo, busco formas en las nubes o abrazo a un árbol, así piensen que se me zafó un tornillo, agradeciendo el milagro de estar vivo, sin necesidad de infringirme daño.  “Me liberé, me liberé. Gracias al cielo, me liberé”, dice la canción de El Gran Combo de Puerto Rico.

He vuelto a tomar café (sin azúcar, por supuesto) y puedo decir que ahora sí sé a qué sabe el café y lo disfruto. Investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard han dicho que es una de las tres bebidas saludables junto con el agua y el té. Todo con moderación.

No volví a comer nada en los puestos de venta callejera. Suficiente el veneno que inhalamos por el aire contaminado. Prefiero cargar alguna fruta o unos pocos frutos secos cuando es imposible almorzar a horas.

El doctor Iván Darío, una persona que va y regresa de su trabajo en bici, me habló de los beneficios de usar las escaleras en vez del ascensor. Siempre he sido amigo del agua. Y desde hace poco enemigo de las aguas envasadas en botellas plásticas por el daño tenaz que producen los microplásticos en nuestra salud. “… las partículas de plástico (…) se quedarán en el agua que bebas. Un estudio encontró hasta 2.400 piezas de microplástico en 250 ml de agua embotellada”, dice el doctor William W. Li, egresado de la Escuela de Medicina de Harvard, y autor del libro “Comer para sanar”. Como alternativa, nos recomienda guardar una jarra de vidrio con agua fría en el refrigerador.

Después de los 50 es casi imposible no depender de píldoras (conozco gente con sus botiquines repletos de esto para la tensión alta, de aquello para la hipercolesterolemia, o esto otro para la diabetes). La idea es cambiar hábitos, nunca es tarde para empezar: “Más zapatillas, menos pastillas”, dice el doctor Gabriel Lapman.

Con todo, la buena salud es algo que depende de nuestra fuerza de voluntad. Voluntad para desechar los productos ultra procesados y las gaseosas, por ejemplo. Sepan que al cáncer también le encanta el azúcar. Pero no me digan que comer sano es para ricos, porque, primero, rico no soy y, segundo, he visto familias que se quejan por la falta de dinero y van orondas por la vida con un litro de gaseosa, pudiendo –con el mismo dinero- preparar dos litros de jugo de cualquier fruta de temporada, aunque lo mejor es comerse la fruta entera para aprovechar sus nutrientes. Unos criminales esos papás que les dan refrescos a sus hijos en el desayuno. Lean aquí  este buen artículo de The New York Times con diez consejos para un 2024 saludable.

El alcalde de Nueva York, Eric Adams, no sólo es la prueba de que si es posible revertir una posible muerte prematura (los médicos le dijeron que podría quedar ciego y perder dedos de sus manos a causa de la diabetes), sino que ahora promueve hábitos sanos en la gente de su ciudad. Allá tienen dos programas maravillosos, “Lunes sin carne” y “Viernes de plantas”, para enseñar buenos hábitos alimenticios a los muchachos desde la escuela. Lo vi en el documental “Somos lo que comemos”, por Netflix. ¿Cómo hacer para que el Ministerio de Salud colombiano haga cosas así aquí? Cada vez más voces nos piden que reduzcamos el consumo de carne roja por nuestra salud y la del planeta.

“Si voy a meter basura en mi cuerpo, entonces me voy a sentir como una mierda”, dice una mujer afroamericana, que adoptó una dieta vegana, cuyos beneficios son amplios, como hacer que las personas luzcan más jóvenes (“puede ralentizar o incluso invertir el envejecimiento celular”) y hasta reportan que disfrutan de una mejor sexualidad.

Otro documental que recomiendo en esa plataforma: “Vivir cien años: los secretos de las zonas azules”. Gente de distintas partes del mundo revelan el misterio de la longevidad.

Tener buena salud es el activo más importante para enfrentar lo que sea. ¡Lo que sea! Pero, en un país libre, también puede optar por hacer como la escritora Karen Blixen, que durante una cena con Marilyn Monroe increpó a su esposo de entonces, el dramaturgo Arthur Miller, cuando este le dijo que cómo era posible que se alimentara nada más que de ostras y champán. Ella le respondió: “Soy una vieja, como lo que me da la gana”. Miller ignoraba que a causa de una úlcera, a la autora de “Memorias de África”, le extirparon una parte del estómago; la enfermedad la envejeció tanto que la carne del rostro le colgaba de los huesos.

Me convencí de que el autocuidado es pensar en aquellos que nos aman y a los que amamos. Y morirse a destiempo es otra forma de selección natural para el control de la sobrepoblación; en ese caso, está bien que haya millones de criaturas a las que no les interese estar bien. A lo mejor entendieron, aunque de manera inconsciente, que ya no hay cama para tanta gente. Yo sí amo vivir.

LAPI-DIARIO

Lunes: Año nuevo… y ¿Cuál vida nueva? La misma vida miserable para quienes ganan un salario mínimo.

Martes: Los medios dicen que el país vive una tormenta política tras perder la sede de los Juegos Panamericanos de 2027. Desde que Petro llegó al poder la derecha no ve más que tormentas.  Ojalá se hagan los Juegos porque ya estuvo bueno el sirirí.

Miércoles: En España protestaron contra los desadaptados, tras apaleamiento de un muñeco con la figura del presidente Pedro Sánchez. En Colombia “gente” enferma y desquiciada agrede verbal o simbólicamente a miembros del gobierno (por un odio encarnizado contra el presidente Gustavo Petro) y no pasa nada. En el video que circuló por las redes sociales tratan al primer mandatario (convertido en muñeco de año viejo) con términos soeces como hachepé y gonorrea. Este es un país de odiadores profesionales. Ojalá haya escarmiento. ¿Es eso derecho a la libre expresión o crimen de odio?

Jueves: Dicen que cerca de 500 proyectos de ley están para estudio en el Congreso a partir de febrero. Alguien pregunta si hay congestión. No. Lo que hay es incompetencia de nuestros legisladores. No hacen bien la tarea pero cada mes los contribuyentes les pagamos una millonada.

Viernes: Las palabras oposición y deposición significan cosas distintas, pero en Colombia a veces uno no nota la diferencia.

 

 

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