Últimamente a los periodistas nos está dando por hacer preguntas insidiosas. La preguntadera es inherente a este oficio. Sin paracaídas, la colega María Jimena Duzán se lanzó al agua, -o mejor dicho, lo lanzó a él- con un texto titulado: “Carta al presidente Gustavo Petro”: “… si usted tiene un problema de adicción, lo invito respetuosamente a que lo devele”.

Creo en la buena fe del asunto planteado, porque la trayectoria de Duzán ha sido ejemplo de buen periodismo, en contra de ese “periodismo especulativo” que dice pendejadas de las que nadie se acuerda a la siguiente semana, muchas veces sin aportar pruebas, como si quisieran causar daño de manera deliberada; porque en el fondo ciertos medios en Colombia son como veletas que van y vienen con el viento de los acontecimientos.

Sin embargo, ante la ambigüedad del cuestionamiento, el mandatario no iba a responder de otra manera: “Mi única adicción es al café por las mañanas”.

De inmediato quién dijo miedo en las redes sociales: se armó el boroló entre los amigos y los enemigos del presidente. Se dijeron hasta de qué adicción se iban a morir. ¿Se imaginan si salieran a la luz las adicciones de todos los que nos han gobernado o se supiera lo que cada quien hace y deshace de la alcoba para adentro?

Lo que daría la oposición por conocer el historial clínico del presidente, sin importarles si se viola el secreto médico profesional, en caso de que las insinuaciones vayan por ahí. Que especule la oposición es apenas normal, pero el periodismo serio no debe caer en ese juego, como los chismosos del barrio que se prestan al correveidile para llevar y traer.

—“Papá es adicto, pero al amor”, lo defendió su hija Andrea Petro.

Lucero Martínez Kasab (psicóloga y magíster en filosofía) pregunta ¿Cuál es la pulsión que le subyace (al periodismo), de la que debe cuidarse todo buen periodista porque, como el cirujano, como el carnicero, tiene un arma en la mano con la que, si se aparta de su propósito loable, puede causar daño?”.

Yo tengo un par de preguntas para Maria Jimena, a quien admiro desde cuando publicaba su columna “Mi hora cero” en El Espectador, por allá en los años 90:

—¿Adicto a qué? ¿A dormir? ¿A la lectura? ¿A las series de Netflix? Si es adicción, cualquiera podría interferir con mi trabajo, hacer que me levante tarde y no cumplir con mis compromisos. ¿Adicción a qué? Ese periodismo que tira la piedra y esconde la mano no es el periodismo riguroso que le conocemos a Duzán. Recomiendo el episodio de Presunto Podcast  donde desentrañan los efectos de la explosión que causó dicha carta-granada, como la llaman aquellos analistas.

—Si era una carta, ¿por qué no enviársela a él directamente a Palacio, Carrera 8ª No 7-22/24 de Bogotá, en lugar de publicarla, como lo hizo, en revista Cambio? ¿Cuál era en sí la intención de la misiva? ¿Preocupación por el país? ¿Recordarle que votó por él? ¿Darle motivos  a una oposición insensible, que aplaude incluso porque se caen los decretos humanitarios para paliar la situación crítica de La Guajira y que, en vez de proponer soluciones, desea a toda costa tener al presidente contra las cuerdas de aquí a 2026 o, peor, propinarle el nocaut antes de tiempo?

—¿Lo que sabe María Jimena, por sus fuentes de alta fidelidad,  es tan grave de toda gravedad que debería revelarlo sin ambages?

—¿Por qué no lo entrevistó y se lo preguntó de frente, sin miedo? Uno pensaría que ella es de las pocas personas a quienes él les pasa al teléfono sin pensarlo dos veces.

Sin temor a equivocaciones, Petro es el personaje que más ataques recibe hoy en Colombia, justificados y no justificados. Hay un periodismo de muy mala calaña que se niega a mostrar -o lo hace por los lados y sin mucho ruido-, las cosas buenas de su gobierno, como el hecho de que el desempleo se mantenga en un dígito, por ejemplo. Lo que yo creo, sinceramente, es que el presidente es un ser incomprendido, sometido al escarnio permanente, sin que se le quiera reconocer un solo mérito. Los rumores en torno a él reciben una cobertura que raya en la exageración, mientras uno desearía que con igual ímpetu se denunciara que los delfines del Amazonas se están muriendo y el río se está secando. Mejor dicho, que, más allá de Gustavo Petro, hay una Colombia que clama por ser contada.

Nadie en el establishment creyó que sería presidente y ahora que lo es se le ataca con el ánimo de debilitarlo. Es como si estuviera dando una pelea solo contra el mundo; el país (incluso el que lo eligió) tampoco ha entendido, al cabo de un año largo, que por primera vez la izquierda puso presidente donde antes mandaban unos señores de las élites que desde chiquitos se criaron en los mejores colegios para mandar, y no en el monte o en un barrio de clase obrera, en medio del barro.

Se está generando una desconfianza total en torno al gobierno y quizás sea la hora de rodear al presidente;  si opta por enfurruscarse en la soledad del poder, aquellos que quieren verlo en la lona se saldrán con la suya.

En un reino de criticones, todos le hablan durito al mandatario, con altanería, como si regañaran a un recogido de la calle, desde el director de una emisora, pasando por el comentarista deportivo o el actor de televisión, hasta la alcaldesa de Bogotá y un (dos) connotado escritor peruano. “Gustavo trinando, su mujer bailando y Francia jugando fútbol”, tuiteó María Fernanda Cabal, otra tuitera que sataniza a un Petro tuitero. Posan de intelectuales sin llegar a intelectualoides.

Distinta sería nuestra suerte si escucháramos menos a los políticos y más a los pensadores. Sí existen, ¿Dónde están?  Nos harían ver el país ignorante que somos y las bajezas de las que somos capaces. Pero no “pensadores” como aquel exministro que el otro día dijo en X “en 2026 se tiene que ir. Sale o lo sacamos”, porque de esa clase de sabios están llenas las calles con su lenguaje burdo de machitos.

No hay en esos criticones la mínima nobleza de espíritu para entre todos empujar hacia un propósito loable que nos una, así sea en la diferencia. ¡Bah!  ¡Qué importa que al presidente le vaya mal mientras a las métricas les vaya bien!

Ya se le metieron a la alacena. Eso quiere decir que cualquier cosa se vale para desacreditar. Aunque no recuerdo a cuántos expresidentes se les metieron a la cocina, no sería reprochable semejante actitud si con ese mismo empeño se cuestionara a los doscientos sesenta y tantos congresistas, a quienes les cabe responsabilidad en la construcción de esta nación, que sigue en obra negra desde cuando salieron corriendo los españoles.

Nadie fustiga a los legisladores ni se les exige que justifiquen el sueldo que se les paga, sabiendo que existe una oficina de leyes en el primer piso del Capitolio, donde perfectamente se podría averiguar qué se la pasan haciendo los “padres y madres de la Patria” cuando no están trinando, porque padecen el mismo vicio que le critican al presidente.

A ese periodismo cositero se le está olvidando contar historias para, en cambio, relamerse en el escándalo nuestro de cada día. Sin mucho esfuerzo, el periodismo de escritorio trastea a los medios el matoneo político que circula impunemente por las redes sociales, sin curaduría, ni filtros y, las más de las veces, sin derecho a réplicas.

Si ayer persiguieron a la izquierda con el ánimo de borrarla del mapa, hoy se le persigue para descalificarla mediáticamente, en la figura del presidente de la República, machacando la idea en la opinión pública de que fue un error elegirla para gobernar, que lo que había antes (lo mismo que ha habido desde siempre) era mejor, sabiendo que muchas cosas no están bien; que las inequidades sociales persisten y se podrían corregir, uno de muchos ejemplos. Estigmatizar a la izquierda, sin reconocerle nada, es lo mismo que querer aplicarle una “segunda muerte”, esta vez política, o al menos los santos óleos antes de que cumpla su tiempo reglamentario en el poder.

Esos medios que atacan o dan voz permanente a los atacantes, incluidos los columnistas de la oposición, también podrían contribuir a mostrar caminos para despejar el atolladero de la paz o de las reformas, porque finalmente los presidentes pasan pero la nación queda, y la prensa podría ser entonces superior a ese afán de servir de altoparlante a la quejadera diaria, el otro deporte nacional.  Nadie está diciendo que toque darle palmaditas en el hombro. Una prensa que aplica el equilibrio informativo, mediante el cubrimiento juicioso de todos los poderes, es una prensa que entiende los intríngulis que configuran una democracia.

Con todo, creo que Gustavo Petro es un hombre de cuero duro, acostumbrado a navegar contracorriente, pienso que lo mortifican menos los ataques que la ansiedad de no poder llevar a cabo los cambios que soñó desde sus veinte primaveras.

Si pudiera entrevistarlo, como puede hacerlo fácilmente María Jimena Duzán cada vez que quiera, me ahorraría la pena de preguntarle por sus posibles adicciones. Le diría como le dijo José Palacios a Simón Bolívar, de acuerdo con lo que cuenta Gabriel García Márquez en El general en su laberinto: “Lo que mi señor piensa, sólo mi señor lo sabe”.

—¿Qué piensa, señor presidente, de todo lo que dicen de usted?

LAPI-DIARIO  

LUNES. De joven Mario Vargas Llosa limpiaba lápidas para ganarse la vida, contó el profesor Jorge Iván Parra.

MARTES: “Un niño que lee es un niño que se expresa mejor, es un niño que comprenden mejor. La lectura es fundamental para disminuir la brecha social”, dice el profesor Miguel Salas, doctor en Literatura.

MIÉRCOLES: Dos días después de que atacaron y golpearon al actor en los cerros orientales de Bogotá, el portal Las 2 orillas sacó este titular: “Cuánto vale un apartamento en el exclusivo conjunto donde vive Juan Pablo Raba”. ¿Los ladrones también leen noticias? Dime de qué presumes y averiguaré dónde vives. El mismo portal publicó en agosto de 2022 este otro titular: “¿A dónde se fue la humildad de Luis Díaz? El Rolex de 300 millones con el que anda de arriba pa´ abajo”.

JUEVES: Al mismo tiempo que Claudia López le decía al presidente que se ocupara de sus temas y no se metiera en los asuntos del Metro de Bogotá, nos enteramos de que bajo la administración de la alcaldesa, el hambre y la percepción de pobreza en la ciudad aumentaron en más de un 50%.

VIERNES: Si las negociaciones con el ELN, no llegan a ningún Pereira, preparémonos para ver en las elecciones de 2026 a una ultraderecha disfrazada de derecha ofreciéndonos la versión 2.0 de “mano firme y corazón grande” para combatir a esa guerrilla. Los más felices con los secuestros deben ser María Fernanda Cabal y Francisco Barbosa, a quienes se les notan las ganas de sentarse en el solio de Bolívar.

 

 

 

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