Había una vez una revista cuyas periodistas se turnaban para escribir el horóscopo semanal. Si uno pasaba por sus escritorios le invitaban a sentarse para contribuir con la cháchara, siempre con la sana intención de augurarles cosas buenas a los destinatarios del zodiaco. Aquello me enseñó que en lo más íntimo de su ser, en todo reportero hay un escritor de ficción en potencia. ¿O quizás un brujo?

“Incluso, por mucho tiempo el horóscopo lo hizo la secretaria, ella decía que usaba las runas chinas”, me confirma una colega que “hizo predicciones” bajo seudónimo. En una ocasión un señor llamó a la ya desaparecida revista, muy preocupado por lo que ella “vaticinó”. “El horóscopo decía que podría tener problemas económicos y él manejaba la parte financiera de una empresa, lo tranquilicé diciéndole que el Tarot era una advertencia, no una condena, que tomara precauciones, que revisara lo que firmara o pidiera vacaciones; nunca supe qué pasó, solo espero que mi consejo le haya servido”, recuerda divertida Marianela, a quien de cariño le decíamos Casandra.

En aquella época, años 90, los pronósticos no se salían del horóscopo, ese era su hábitat natural, cosa que no ocurre hoy día en que la superchería se ha tomado los titulares de prensa, como si el Medioevo estuviera de regreso con un fanatismo desbocado en lo religioso y en lo esotérico.

Aclaremos algo: Nostradamus murió en 1.566 pero ya desde entonces conocía el destino que le aguardaba al rey de Inglaterra… casi 500 años después. Mejor dicho, el boticario francés y supuesto adivino… ¡chivió a los de El Tiempo!  No tengo claro lo “preocupante” de esa ¿noticia? Interesante saber si Nostradamus vaticinó algo sobre el futuro del periodismo de hoy.

Hipersensibles y ansiosos como estamos, se entiende que la humanidad ande asustada, buscando sosiego en ángeles, arcángeles, cartas astrales, rezos, hierbas o aguas benditas… pero ciertamente la prensa, que se precia de ser el cuarto poder, no es el lugar indicado para tanta camandulería. A veces se siente uno leyendo El Espacio.

¿Estamos cayendo en el ridículo por ese afán de conseguir likes con avemarías ajenas? Muy raro entonces que ningún magnate se haya interesado por comprar El Catolicismo, más antiguo que cualquiera de los diarios actuales, fundado en 1849, aunque desde 2001 circula ya no impreso, sino en línea.

Hermanos: Lo único que en verdad hará que las deudas desaparezcan es que don Luis Carlos –dueño de El Tiempo y de los bancos del Grupo Aval- perdone a sus deudores, o que Dios ablande su corazón para que rebaje los intereses. Francamente, no me imagino al director del periódico, Andrés Mompotes, camándula en mano, dictando esos “titulares” celestiales… pero vaya uno a saber.  De todo hay en la Viña del Señor… del señor Sarmiento Angulo me refiero.

Conocí a una vecina camandulera que, ¡feliz!, asesoraría este “nuevo periodismo parroquiano” y sin cobrar un peso, porque para rezandera ella; al verla me recuerda a la solterona tía Dolores Olmedo, (siempre vestida de negro dándose golpes de pecho), el maravilloso personaje de Consuelo Luzardo en “Los cuervos”, la novela colombiana de finales de los años 80.

¿Llegará el día en que las salas de redacción se llenen de sotanas, incienso o gitanos que leen la mano? Cual Nostradamus criollo, el empresario Gabriel Gilinski, dueño de Semana, hizo una predicción en entrevista para Blu Radio: “Los medios se están transformando. Ustedes se acordarán de mí. En cinco años o diez años las emisoras se venderán a pastores y a políticos”.

¡Madre mía!

“Los medios se están transformando. Ustedes se acordarán de mí. En cinco años o diez años las emisoras se venderán a pastores y a políticos”: Gabriel Gilinski.

Va siendo hora de prenderle una vela a San Francisco de Sales, dizque el santo de los periodistas, los escritores católicos y los medios de comunicación, para que nada de lo anterior ocurra. Yo creía superada esa época en que videntes y charlatanes tenían espacio radial propio. ¿Les dice algo el nombre de Regina 11? Sobre ella el periodista Sinar Alvarado escribió una estupenda crónica para la revista mexicana Gatopardo. Me parece estar viendo a mi abuela en aquel templo de la zona industrial bogotana llamándola fervorosamente, como los demás, “Mamá Regina”, aunque varios años después mi viejita se alejó porque conoció “la Palabra de Dios” y allí le dijeron que el Señor aborrece la brujería; entonces, obediente, se dedicó a llevarle el diezmo al pastor para asegurar su cupo en el cielo.

“Las presiones de la iglesia hicieron que el presidente Alfonso López Michelsen ordenara la suspensión del programa radial `El campo magnético de Regina 11`, con el argumento de que estaba involucrada en la brujería. Además, se les prohibió a los medios divulgar mensajes relacionados con ella”, dice el escritor vallenato.

A esta camada de fabuladores con súper poderes perteneció el indio amazónico, que ni era indio ni era amazónico, pues nació pobre y campesino en San Vicente de Chucurí (Santander) y murió en Los Ángeles a la edad de 84 años, dizque rico, con la plata debajo del colchón y diabético, como lo conté en una crónica de 2023.

Si el Estado se ocupara de las necesidades de los pobres, los pobres no tendrían que acudir con engatusadores. Cuando los gobiernos se desentienden de lo social, se abre un boquete para toda clase de estafas, porque lo mismo que pasa con las religiones, los desesperados siempre esperan el milagrito y en esa ilusión invierten sus chichiguas. En Sudáfrica, por ejemplo, roban a la gente por medio de la IA (inteligencia artificial) y falsos chamanes que prometen contactar seres queridos en el más allá.

Si los medios no entienden eso, estarán alentando el regreso de un negocio que se lucra con la ignorancia de la gente. ¿Es mucho pedirle a la prensa que contribuya con la formación de una sociedad más reflexiva y menos atrofiada por la banalidad? Por ahí escuché que en estos tiempos la gente no quiere pensar, que todo lo quiere masticado. Me niego a creer que sea cierto.

Dicen que cuando el Papa Pío XI canonizó a San Francisco de Sales, el santo francés, instó a la prensa a ser rigurosa y moderada, cosa que no pasa hoy… ¡y con lo devota que es!

¿Tan rápido olvidamos lo que enseñó el maestro Javier Darío Restrepo? Aunque ya no está entre nosotros (falleció en 2019), sigue siendo un faro de la ética periodística y las buenas prácticas en el oficio, del mismo modo que, como pocos, fue un católico ejemplar: abandonó su vocación religiosa para entregarse al periodismo desde el mismo seminario de Manizales donde soñó con el sacerdocio.

Hui del reino católico cuando hacía el cursillo para la Primera Comunión, sentí que no era lugar para mí; me aburrían el catecismo y las misas repetidas cada domingo, por lo que cogí camino hacia la biblioteca pública. Era apenas un mocoso para entender sobre espiritualidad. Tampoco vi a nadie cuando mis tíos me tomaban por las sienes y me preguntaban si quería ver a Dios antes de levantarme con las dos manos. Era más divertido que aprenderse los sacramentos o los pecados veniales. 

Sin embargo, sigo creyendo que del seno católico han salido personajes valiosos y valientes, auténticos pensadores como los padres Francisco De Roux, Javier Giraldo y Alfonso Llano o el mismísimo Camilo Torres, el primer sacerdote guerrillero, cofundador de la facultad de Sociología de la Universidad Nacional, la primera en América Latina.

Ciertos medios se equivocan al asumir que en el país del Sagrado Corazón todos somos católicos.

No obstante, hay que recordar que desde la Constitución del 91 Colombia es un Estado laico. “Lo cual impide imponer medidas legislativas u otras reglas del ordenamiento jurídico, que prevean tratamientos más favorables o perjudiciales a un credo particular, basadas en el hecho exclusivo de la práctica o rechazo a ese culto religioso”, según una Sentencia del Consejo de Estado.

Por lo tanto, ciertos medios se equivocan al asumir que en el país del Sagrado Corazón todos somos católicos. No: también hay budistas, protestantes, mormones, judíos, agnósticos y un creciente número de ateos…. ah, y las señoras pulcramente vestidas que vienen de vez en cuando de parte de Jehová.

No creo que sea correcto convertir el periodismo en vehículo de la fe, cualquiera que ella sea, y mucho menos en una especie de bola de cristal que interpreta el futuro por medio de titulares y hasta supuestos viajeros del tiempo, que si bien divierten a los escépticos y llenan de ilusión a los creyentes, socavan la credibilidad del periodismo y defraudan a quienes pagamos por noticias-noticias. Elevo plegarias para que mi periódico, El Espectador, jamás caiga en eso.

Si los medios se empecinan en seguir tan rezanderos podrían ponerles escapularios a los reporteros para identificarlos. O a lo mejor, después de todo, lo que este país y las salas de redacción necesitan es una limpieza profunda con el baño de las siete hierbas amargas… Amén.

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