Tras la muerte del periodista y ex canciller Rodrigo Pardo veo que algunos medios revivieron una expresión que yo creía extinta: penosa enfermedad. El término, además de –aparentemente- haber caído en desuso, suele malinterpretarse, como si se hiciera referencia a una condición vergonzante, y no a un padecimiento largo y doloroso.

Curioso que mientras medios como Infobae hablan de “penosa enfermedad”, otros contaron con lujo de detalles que se trató de un tumor cerebral maligno que poco a poco lo alejó de su vida de maratonista (realizaba carreras de diez kilómetros, cuatro o cinco veces por semana), hasta consumirlo por completo. Es más: En un reportaje para la revista Bocas, el propio periodista habló sin tapujos de su condición de salud.

¿Hemos dejado de sentir vergüenza ante la enfermedad?  El diario The New York Times tituló: “El rey Carlos, el cáncer y la inusual franqueza sobre la salud de un monarca”.

Dice el periódico gringo: “Lo más sorprendente de la revelación de que el rey Carlos III fue diagnosticado con cáncer, tras menos de dos años en el trono, es el hecho de que se haya dado a conocer. El cáncer es común; la franqueza sobre la salud de la familia real británica, no tanto. Durante siglos, como muchas otras familias reales, la corona británica ha hecho todo lo posible por ocultar el estado del cuerpo del soberano. La sinceridad de Carlos, con sus limitantes, parece ser una señal de su anhelo de ser un tipo de monarca distinto”.

De muchas maneras el mudo está saliendo del closet. Y con ello nos están ahorrando la penosa necesidad de especular sobre el estado de salud de las figuras públicas, como ha sucedido, por ejemplo, con el presidente Joe Biden, a quien le atribuyeron, sin pruebas, problemas de tipo mental, por el simple hecho de que en una entrevista no recordó el año en que fue vicepresidente, ni el año en que murió su hijo. Algo parecido ha pasado en Colombia con el presidente Gustavo Petro: en las redes sociales lo han tildado de alcohólico, drogadicto y hasta de enfermo mental.

Volviendo al cuento, le pregunté al doctor Santiago Rojas por la vigencia de la expresión:

“El cerebro siempre es predictivo. Y de la predicción simula y de la simulación experimenta. Todo el tiempo lo está haciendo. Si ya tenemos una predicción de que nos enfrentamos a una penosa enfermedad, nuestra respuesta emocional resultará inadecuada. El cáncer es un tipo de enfermedad que agrupa a cerca de 300 enfermedades. Más del 50% son curables y podemos volverlas crónicas en un 70%.  Puede llegar a ser penosa o no, dependiendo del tipo de proceso, pero no podemos generalizar”.

Por lo tanto, el director del programa radial Sanamente (Caracol Radio) sugiere llamar las cosas por su nombre. “Tiene cáncer o esclerosis múltiple, en lugar de usar adjetivos que vuelvan más compleja la enfermedad”.

Desde otra orilla, el doctor Jorge Diego Acosta nos aclara que se trata “de un término coloquial, de uso social frecuente, y no un término técnico que corresponda a la Clasificación Internacional de Enfermedades”. El expresidente de Assosalud defiende el uso de las dos palabras.  “Puede utilizarse en medios de información para no usar expresiones con gran carga emocional como cáncer o tumor cancerígeno. Es no técnico y más accesible y amable para la familia del afectado y para el común de la gente, así que no es incorrecto”.

Por mi parte, como ciudadano, me parece legítimo que los gobernantes sean transparentes con sus gobernados. Tenemos derecho a conocer toda la verdad, máxime si la condición de salud afecta el desempeño de un funcionario público. Recordemos que en 2012 el presidente Juan Manuel Santos le contó al país que había sido diagnosticado con cáncer de próstata.

Al respecto, el Times hizo la siguiente reflexión: “El estado físico y mental de un presidente de EE.UU tiene repercusiones tangibles tanto en la política estadounidense como en la del resto del mundo. Seguirá habiendo especulaciones intensas sobre este tema para los candidatos septuagenario y octogenario en las próximas elecciones presidenciales de Estados Unidos, pero nadie espera que ninguno de ellos diga toda la verdad”.

A la princesa Catalina de Gales (antes Kate Middleton, casada con el príncipe Guillermo) no se le ha vuelto a ver en público y medio mundo anda hablando bestialidades sobre lo que tiene o no tiene, (una periodista española dijo que estaba en coma inducido e intubada), a pesar de que el Palacio de Buckingham informó que se recupera divinamente de una cirugía abdominal.

Concuerdo con el doctor Rojas en que debemos evitar los eufemismos: llamemos al pan pan y al vino vino, entre cosas para desestigmatizar palabras como cáncer y, por extensión, el estigma sobre el paciente. Producto de nuestra habitual ligereza, se suelen oír frases como “la corrupción es el cáncer de la sociedad”, una comparación que resulta odiosa con los pacientes

Si bien el doctor Acosta tiene razón (hablar de penosa enfermedad por respeto a la privacidad de la gente, teniendo en cuenta que todas las personas tienen derecho a su intimidad personal, así dicho en el Artículo 15 de la Constitución colombiana), pienso que el hecho de que un personaje como el Rey Carlos de Inglaterra se haya sincerado sobre su enfermedad, le permite al mundo hacerse consciente sobre la incidencia del cáncer de próstata, la prevención mediante estilos de vida saludable y los chequeos de rutina para detectarlo a tiempo. Ante las calamidades ajenas, los medios de comunicación tienen una oportunidad magnífica para, responsablemente, convertir un chisme en un servicio social que nos sirva a todos.

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