El excanciller revivió el género epistolar para denigrar de su exjefe. Con razón dicen que cada quien habla de la fiesta según le va en ella. Pero a él no le fue ¿por qué no lo invitaron?
El excanciller revivió el género epistolar para denigrar de su exjefe. Con razón dicen que cada quien habla de la fiesta según le va en ella. Pero a él no le fue ¿por qué no lo invitaron?
“Se necesitan dos años para aprender hablar y sesenta para aprender a callar”: Ernest Hemingway, en “Paris era una fiesta”.
“Si yo hubiera sido mejor persona, es probable que me hubiera ahorrado muchos males”: Ernest Hemingway, en “Paris era una fiesta”.
Hablar del jefe de Estado, bien o mal, se volvió deporte nacional. El pobre debe despertarse cada mañana con las orejas hirviendo.
Pareciera que todo aquel al que sacan del gobierno sale resentido y con alguna verdad, su verdad, debajo del brazo; versiones de funcionarios que prefieren mantenerlas en remojo hasta cuando consideran que es el momento indicado para tenderlas al sol.
Hablo, por ejemplo, del exministro Alejandro Gaviria, el político y tecnócrata que cuando no es empleado de la cosa pública funge como escritor —por favor, no confundir los verbos fungir y fingir, aunque se parezcan—, y del doctor Álvaro Leyva Durán, a quien tengo por persona decente, aunque las decencias ajenas no me constan. A sus años (82), le ha dado por escribir carticas pero no de amor, sino de desamor político, de esas “explosivas” que tanto les (nos) encanta a los periodistas para alebrestar el algoritmo.
Se le abona, eso sí, su fino coqueteo epistolar en una época en que las cartas hace rato están mandadas a recoger, -¡qué lástima!-, y lo que haya que decir, bueno, malo o lambón, se dice rápido y sin filtros a través de X (antes Twitter), ese telegrama moderno, al que han convertido en la alcantarilla por donde los políticos y sus fanaticadas vomitan ansiedades a cualquier hora del día.
Me pregunto si el doctor Álvaro Leyva echa de menos la correspondencia entre él y los insurgentes, durante sus buenos oficios prehistóricos como intermediario de la paz. Si esas epístolas existen, ojalá un día las conozcamos también.
“Paris era fiesta” (1964) es la novela póstuma de Ernest Hemingway, donde revela las claves de su formación como escritor. Igual que hizo el doctor Leyva con el presidente Petro, dedicó unos párrafos de su obra para denigrar de su amigo, también escritor, Scott Fitzgerald y su esposa Zelda, a sabiendas de que los dos –o mejor dicho, los tres- fueron alcohólicos confesos. Por cierto, Scott Fitzgerald es el autor de El Gran Gatsby, ese novelón que cumple un siglo este 2025.
De Scott y Zelda dice Hemingway: “Les he visto perder el conocimiento, no como si estuvieran borrachos sino como si les hubieran anestesiado, y entonces sus amigos, o a veces un taxista, les metían en la cama”.
De Scott dice: “La Riviera no había servicio para apartarle del alcohol, y entonces andaba borracho de día y no solo de noche. (…) Se había acostumbrado a tratar con mucha grosería a sus inferiores o a cualquier persona que él considerara como inferior”.
De ella dice: “Zelda tenía una resaca de espanto. Habían estado en Montmartre la noche antes, y se habían peleado porque Scott no quería emborrachase. Me dijo que se había resuelto a trabajar de verdad y a no beber, y Zelda lo trataba como a un aguafiestas o un mala sombra”.
Hemingway y Fitzgerald pertenecen a la llamada “generación perdida”, (y no precisamente por las peas monumentales), aquella que quedó desorientada tras la Primera Guerra Mundial. En El gran Gaysby, Fitzgerald recoge el espíritu de aquel tiempo. Lo reafirma el epígrafe que puso Hemingway en su novela “Fiesta” (1926): “Sois todos una generación perdida”.
Un siglo después, qué tan apropiado resulta ese aforismo para esta época de vanidades y banalidades en que los cerebros parecen vacíos y vaciados de contenido, en que todos vociferamos al mismo tiempo y olvidamos que del silencio también se nutre el alma. Se dicen tantas vainas en las redes sociales, y ahora por carta, que es imposible retener nada o concentrarse en una sola.
“La generación perdida” somos nosotros hoy, en este presente disperso, este aquí y este ahora confuso, en que todos, no solo los jóvenes, parecemos criaturas confundidas, inestables y sin brújula.
“Nunca piensas en los demás, ni imaginas que también puedan tener sus problemas”: Ernest Hemingway en Paris era una fiesta.
Pero se han vuelto a escribir cartas y esa es la gran noticia, pues las dábamos por extintas. En la misiva, que es bocadillo para la oposición, el doctor Leyva Durán afirma, muy convencido: “Fue en París donde pude confirmar que usted tenía el problema de drogadicción”, pero sin decir cómo lo confirmó.
En otro párrafo le pide a su ex jefe que “desvincule a quienes han abusado de usted” y “su complejísima situación”.
Luego lo acusa: “Colombia requiere la unión, no la confrontación caótica alimentada desde la jefatura del Estado Presidente”.
Después le exhorta: “Sé que no le sería fácil para usted recibirme, presidente. Ojalá se animara a hacerlo”.
Y finalmente, como buen caballero que es, remarca la estima que le tiene al jefe de Estado y le aclara que no hay “ánimo pendenciero alguno” en sus palabras, tampoco “patetismo ni aspaviento”. Con amigos así, que además hacen públicas sus cartas, ¿para qué enemigos?
Dice Hemingway en Paris era una fiesta: “… todavía estaba en rigurosa vigencia el código según el cual las alabanzas eran la deshonra”.
Ateniéndonos a su prosa, podemos inferir que “París fue una fiesta” para el señor presidente, aunque el doctor Leyva no haya sido invitado porque, hasta donde entendí, lo dejaron plantado en algún lugar de la Ciudad Luz. Mejor dicho: solo, desparchado y lejos de casa.
Dice Hemingway en Paris era una fiesta: “Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica. Escribe una frase tan verídica como sepas”.
Se pregunta el periodista Juan Pablo Calvás en su columna de El País de España: ¿… afirmar que el presidente es un drogadicto no es una violación a la intimidad…? ¿Le consta a Leyva que lo que asegura es una grave adicción que incapacita al jefe de Estado para desempeñar su trabajo? ¿O hace esa afirmación desde la atalaya moral de aquellos que condenan cualquier consumo de drogas como si todos los consumidores estuvieran en el camino a convertirse en habitantes de calle…?
Igual defensa del mandatario hace el escritor Jaime Bayly en este episodio de su podcast dedicado al tema Petro-Leyva. “Yo creo que todos tenemos alguna debilidad, algún vicio o algún pecadillo, todos o casi todos necesitamos alguna sustancia para estar un poquito mejor, para sobrevivir, para arrastrarnos en esta vida tan jodida”, confiesa el periodista peruano.
Mis dudas son estas: ¿Cuál es el propósito último de la carta y con qué fin solicita audiencia con el presidente el doctor Leyva? ¿Rogar por su reintegro al gabinete? ¿Acaso llevar las pruebas de sus acusaciones? ¿O se reservó algún secreto para conversarlo a solas con él?
“Y sentía la soledad de muerte que llega al cabo de cada día de la vida que uno ha desperdiciado”: Ernest Hemingway en París era una fiesta.
Lo que yo creo, con todo respeto, es que los políticos no tienen vida propia, ni antes ni después de jubilarse, pero sí tienen la fortuna, que no tienen los demás, de ganar pensión y sueldo al mismo tiempo, y de ser apetecidos, laboralmente hablando, hasta bien entrada la tercera edad, ese raro privilegio que se les otorga para lidiar con sus soledades: la soledad de los que tienen poder y la soledad de los desahuciados del poder, como el doctor Leyva.
Ya quisiera uno tener con qué para irse a contemplar el río Sena en el último tramo de su vida, o escuchar un porro colombiano, elevándose al cielo junto con la Torre Eiffel, y, obvio, con unas copas de buen vino en la cabeza, para poder decir, como dijo Hemingway, que Paris, efectivamente, era una fiesta.
—Aprendí una cosa
—¿Cuál?
—Nunca salgas de viaje con una persona que no amas.
(Ernest Hemingway en “Paris era una fiesta)
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.