“La prensa libre debe abogar siempre por el progreso y las reformas. Nunca tolerar la injusticia ni la corrupción. Luchar contra los demagogos de todos los signos. No pertenecer a ningún partido. Oponerse a los privilegios de clases y al pillaje público. Ofrecer su simpatía a los pobres y mantenerse siempre devota al bien público”, Joseph Pulitzer, periodista y editor de prensa.

No sé por qué pero uno tiene esa sensación maluca de que a toda hora en Colombia huele feo. Hay tanta turbiedad que vivimos en un ambiente permanentemente enrarecido, sin que al final sepamos dónde comienza lo pútrido que llega hasta nosotros flotando en los titulares de prensa.

Hedor, hediondez, fetidez, pestilencia, putrefacción. El diccionario es generoso.

Nos acostumbramos a vivir así, a aceptar que nos merecemos lo que pasa, porque allá ellos con sus cosas y acá nosotros con las nuestras; parecemos ciudadanos extranjeros, indiferentes con todo. Ya ni pañuelos usa la gente. Para qué taparse la nariz: igual, el olor no se va.

Dense cuenta que nunca estamos en calma -menos ahora que tiembla más que antes-, y cuando hay calma chicha es porque los niños, tan calladitos, algo malo están haciendo.  Nos movemos con el caos. Es como si el país fuera un cadáver insepulto del que se alimenta, como buitres, una clase política carroñera, la misma que luce muy elegante en las páginas sociales de los periódicos donde posan los de la alta sociedad.

—Alta suciedad, me corrigió el otro día un amigo.

Es más: poder y podredumbre parecerían estar fonética y frenéticamente hermanadas en su raíz: Un expresidente con archivo abierto por soborno a testigos, un ex candidato presidencial suspendido 14 años para ejercer cargos públicos por actos de corrupción en su provincia, una ex congresista encarcelada que denuncia que la quieren asesinar por haber hablado de más contra unos clanes políticos…  y los etcéteras que faltan, porque ese cadáver del que hablo es más bien del tamaño de Gulliver comparado con los liliputienses. La novela de Jonathan Swift, escrita en 1726, en un momento convulso para la política del Reino Unido, retrata la naturaleza humana y se burla de la sociedad europea de su tiempo. Aquí otros se burlan de nosotros.

El país necesita un acuerdo sobre lo fundamental, y en este momento lo fundamental debería ser el restablecimiento de la moral nacional. Ya no basta con una Carta Magna. Lo que nos urge es una Constitución Moral, porque ya no confiamos en nadie. Desconfiamos de los políticos, lo mismo que de los abogados y los periodistas. Ellos tres hablan por todos nosotros. En cambio, a los intelectuales -sociólogos, antropólogos, filósofos, escritores…- los vemos rara vez en los medios; nadie les para bolas porque no están detrás de cargos ni de votos. En los medios fungen  como analistas de la realidad los mismos que luego resultan metidos en sinvergüencerías.

Al encender la radio, un nuevo mal olor, que empezó con el cuento de la criada ladrona que volaba en vuelos chárter, penetró el ambiente esta semana de locos. Lo resumiría así: El presidente, para calmar las aguas, echó por la puerta de atrás a su jefa de gabinete y a su embajador en Venezuela, (dejando abierta la posibilidad de volverlos a recibir, válgame Dios). La ambición de poder rompió el saco de la niña Laura Sarabia y ahora le toca prepararse a responder. Lo siento por ella que creyó ingenuamente que sería la próxima presidenta de Colombia, sin advertir que su antiguo ex jefe en el Senado se molestaría viendo lo rápido que le salieron alas y sin cumplir los 30 años. El caricaturista Matador lo resumió en una imagen. La gente más cercana al presidente le pide no dejarse enredar más con las artimañas de la vieja clase política: mejor dicho, que se deshaga de todo los que puedan ser un peligro para su gobernabilidad. El fiscal salió prontico, diligente y horrorizado a decir que retornaron las chuzadas, y en la espectacularidad de su aparición, no tuvo tiempo ni memoria para recordarnos que gobiernos de sus afectos estuvieron en el pasado untados hasta el cuello con ese mismo asunto, chuzando no a niñeras acusadas de robar en casas ajenas, sino a políticos, magistrados y periodistas; después,  salió la encuesta de Invamer, según la cual se disparó su imagen favorable, lo que de una me lleva a preguntar cuánto faltará para que le den ganas de ser candidato presidencial. Sí, somos un país al que le fallan ambas memorias: la de corto y la de largo plazo. Que el señor fiscal venga a decir que existe una “Gestapo” en el Gobierno colombiano por la interceptación ilegal de teléfonos es simplemente otro de tantos despropósitos que lo confirman como  un jefe más de la oposición en vísperas de elecciones.

Y después del tremendo novelón en el que nos metieron, seguimos sin saber quién se quedó con la plata robada.

Para hacer un juicio de valor sobre este nuevo escándalo, debemos remitirnos al escándalo que le explotó al hoy presidente cuando era candidato. ¿Recuerda este país sin memoria el cuento de los Petrovideos? Los divulgó Semana diez meses después de que se grabaron y todo lo que nos dijeron fue que llegaron a esa revista de manera anónima. Reserva de la fuente se le llama.

Ese modus operandi indica que alguien interesado en afectar la campaña Petro Presidente sacó los videos justo en la recta final de las elecciones, como si los hubieran tenido ahí, cuidadosamente guardados, para aprovecharlos en el mejor momento. Recordemos que ese momento fue cuando Petro y el ingeniero Hernández empataron en las encuestas, es decir que las grabaciones eran el as perfecto bajo la manga (seguimos sin saber bajo la manga de quién) para desempatar la cosa a favor del segundo, lo que no ocurrió porque finalmente Petro se instaló con sus corotos en la Casa de Nariño y su rival prepara maletas para apelar el fallo de la Procuraduría que lo inhabilitó hasta cuando cumpla 92 años. Lleva 18 años pensionado y ahora pretende ser el gobernador de los santandereanos.

Algo similar ocurrió con el caso de la ex niñera: habiendo tantos medios en este país, milagrosamente, de nuevo Semana tuvo la primicia. Es decir, un hecho ocurrido en enero salta a una portada a mitad de año, lo que significa que -¡otra vez!- hubo alguien interesado en sacar a la luz una información al parecer para proteger sus intereses personales, porque hasta el cierre de esta columna está claro que existe una cordón umbilical, entre el embajador Benedetti, la ex niñera y la revista Semana, como lo prueba la trazabilidad de los hechos contada por revista Cambio. Volveré sobre el asunto otra vez.

Guardando ciertas proporciones, me parece estar viendo un capítulo de la primera temporada de la extraordinaria serie House of Cards, donde se fabrican casos o titulares de prensa gracias a la habilidad de un político poderoso y corrupto que termina acostándose con una periodista de un medio influyente, la utiliza con propósitos oscuros y finalmente Zoe Barnes, que así se llama la reportera, termina asesinada cuando se convierte en un problema para el villano de la historia, el sensacional Frank Underwood, encarnado por el extraordinario Kevin Spacey, que en la vida real resultó acusado de abusos sexuales.  Sí, en la vida real como en la ficción todo se reduce a intrigas políticas por el poder y eso viene desde el imperio romano.  Es solo una referencia, porque quiero creer que todavía no llegamos a esos niveles tan sórdidos que plantean los creativos guionistas de Hollywood.

El portal La Silla Vacía hizo un análisis que tituló “Cinco coletazos del escándalo de Laura Sarabia y su niñera”. De todo lo que allí se dice quiero detenerme en el quinto y último punto que, a mi juicio, debió ser el primero (“Vicky crea una grieta entre medios tradicionales”), para poder entender esa relación odio-amor-odio entre el poder ejecutivo (el gobierno) y el cuarto poder (¿?) (la prensa).

Escribe La Silla Vacía:

Primer entrecomillado:

“…hubo un reclamo de la directora de Semana, Vicky Dávila, porque otras emisoras habían hecho eco de la denuncia, pero no La W, dirigida por Julio Sánchez Cristo”.

Segundo entrecomillado:

“Dávila escribió inicialmente en su cuenta de Twitter: “La FM, Blu y Caracol Radio han cubierto esta mañana las graves denuncias de Marelbys Meza contra Laura Sarabia. La W, no. Se trata de la mujer más poderosa de Colombia y la más cercana al presidente. Muy extraño”.

Tercer entrecomillado:

“Y posteriormente envió otro trino en el que mostró una foto de Julio Sánchez durante la reciente visita de Petro a España, en la cual el presidente le dio una entrevista al director de La W. “Cuando los periodistas se arrodillan al poder obedecen a los intereses del gobierno de turno”, escribió Vicky Dávila en Twitter”.

Los dardos de un medio a otro son un síntoma de los malestares que sufre la prensa colombiana, la comprobación de que algo no anda bien con ella y dentro de ella, porque de no ser así la directora de un medio no tendría por qué trinar ofuscada contra su anterior jefe. Es como si la familia Gilinski le estuviera dando órdenes al grupo Prisa, un poco chistoso y a la vez patético.

Para nadie es secreto que esa revista tiene una clara línea antipetrista y lo prueban las portadas que involucran la figura de Gustavo Petro, ayer como candidato, hoy como presidente, asumiendo la tarea de ser oposición cuando eso debería corresponderles a los partidos políticos que quedaron en la lona, huérfanos de poder. Desde esa perspectiva, resulta lógico que haya un interés genuino de la publicación  por elevar a la categoría de escándalo todo lo que tenga que ver con el actual gobierno. Y eso también explicaría, a mi modo de ver, por qué pareciera que es el medio favorito de quienes la usan para filtrar información. La periodista y profesora Olga Behar planteó la siguiente duda en el podcast de María Jimena Duzán, que dedica un episodio completo al sesudo análisis del momento crítico que enfrenta el periodismo colombiano. “Podríamos preguntarnos si es una revista periodística, que yo creo que en varias páginas y varias partes de su web no es una revista periodística”.

La función de la prensa no es la de congraciarse con los gobiernos de turno (en eso estamos de acuerdo) pero tampoco es su función hacerle oposición política a los gobiernos que no son de los afectos de sus dueños. Zapatero a tus zapatos. Como fiscalizadora de ese otro poder que es el Legislativo, la prensa más bien debería estar exigiendo a la oposición (a través de los editoriales) que haga su tarea de manera decorosa.

Si no se despolitiza, difícilmente podemos esperar que sea una prensa libre, decente, creíble. Alguien debe decirlo: En Colombia ciertos medios (que tienen la particularidad de pertenecer a conglomerados económicos) están desdibujando los principios del periodismo, haciendo que por las malas prácticas de unos paguen todos.

Son los medios con más músculo financiero y por lo tanto los que cuentan con las mayores audiencias. Deberíamos estar lamentando que los medios periodísticos independientes (que desde sus ediciones digitales hacen esfuerzos ingentes para sobrevivir) no figuren en las preferencias de los consumidores de noticias.

Dice la Revista Cambio al enlistar los hechos a través de una línea de tiempo:

“Jueves 25 de mayo de 2023: Armando Benedetti envía un mensaje a Laura Sarabia: “Acabo de hablar con Vicky (sic) después de lo que me dijiste sobre la Mari…Tenías razón. Es posible que se pueda evitar esa circunstancias (sic)… Ojalá entiendas el sentido de este mensaje!”.

¿Acaso insinuó el flamante e inflamable embajador que él podía haber evitado la publicación de reportaje de la ex niñera? Los ciudadanos que no pertenecen al mundo de los medios se estarán preguntando cómo se hace eso: Cómo se cocina un escándalo y como se desbarata antes de volverse escándalo. ¿Acaso utilizan a la prensa como títere o la prensa forma parte del mismo juego? ¿Por qué un medio (en este caso Semana) permitiría que la usen?

Me parece que va siendo hora de revivir los tribunales de ética periodística, que en estos momentos brillan por su ausencia, porque una cosa es defender a toda costa el derecho a la libre expresión y a la información, y otra muy distinta hacerse los desentendidos frente a un periodismo que traiciona los valores que le son inherentes.

Siendo la prensa otro poder, el cuarto poder según ella misma, como a los demás poderes, ¿necesita que alguien la vigile? Sólo sé que los ciudadanos merecemos recibir información veraz, no manipulada ni acomodada a fines perversos o extra periodísticos.

Dijo Joseph Pulitzer: “Las naciones prosperan o decaen simultáneamente con su prensa”. 

Ahora bien, cuando hace poco Vicky Dávila fue incluida en el listado de las 100 mujeres más influyentes de la revista Forbes, recordé lo que me dijo en una entrevista la periodista Lucy Nieto de Samper, a sus 90 años: “En mi época no había divas. No había estrellas, éramos mucho más modestas. Uno como persona no figuraba.  Me parece que a veces hay demasiada ostentación, demasiado protagonismo, parece más importante la periodista que el entrevistado”.  

Los periodistas que debieran estar dando las noticias, se convirtieron en la noticia misma, y eso es lamentable para un oficio que está lejos de ser el más bello del mundo, porque ni siquiera a los periodistas, salvo contadas excepciones, se les paga bien, dicho por un estudio nacional  del CPB y la FLIP, que, entre otras cosas, exhorta a que los medios tengan defensores de audiencias y veeduría ciudadana “cuando se presenten equivocaciones o tensiones frente a contenidos informativos”.

Esa prensa militante terminará siendo víctima de su propio invento, y esperemos que así sea por el bien del propio periodismo, para que pueda levantarse de sus cenizas y ser lo que no debió dejar de ser nunca. En momentos en que hay incertidumbre sobre cuál será su futuro (si sobrevivirá por ejemplo a la inteligencia artificial) qué falta nos hacen personas de la talla de don Guillermo Cano –el ex director de El Espectador, asesinado en 1986 por orden de Pablo Escobar- o Javier Darío Restrepo, auténticos faros de la ética.  Con mi profunda admiración por los buenos periodistas que le quedan al país, no creo que hoy la prensa sea el cuarto poder. Se convirtió en otro poder más al que toca vigilar, pero, ¿cómo lo haremos? ¿Podremos los ciudadanos salvar a la prensa de sí misma? ¿Será que dejaré de enfermarme si dejo de consumir lo que me hace daño?

Fin a las citas de Joseph Pulitzer: “Con el tiempo, una prensa mercenaria, demagógica, corrupta y cínica crea un público vil como ella misma”. 

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