La primera edición de la nueva Gaceta es un deleite para los sentidos. Deslumbra por la calidad de sus textos y sus bellísimas fotografías. Una revista que nos reconcilia con el buen periodismo y la buena literatura. Hacía falta en el país esta publicación y además gratis, ya disponible en versión impresa y digital.

Una selección de autores que nos interpelan, asustan, conmueven, sensibilizan, alertan, trasmiten angustia, cuentan cuentos y verdades. Nos muestran la selva que fascina al lado de la que perturba con víctimas, verdugos y sobrevivientes. Porque la selva es buena y el hombre perverso: nunca al revés. En siete millones de kilómetros cuadrados caben seis departamentos: Guainía, Guaviare, Vaupés, Caquetá, Putumayo y Amazonas.

Es una revista para leer sin prisas. Para degustar con pausas. Para enamorarse. O emberracarse. O maldecir. O sentir conmiseración. Dan ganas de hacer maletas y volar hacia allá. Ir si nunca se ha ido o regresar si ya se fue. Para abrazar seres humanos o abrazarse a un árbol. Los Tikunas asignan uno a los suyos al nacer, nos cuenta esta revista.  

Conocí el Amazonas en 1993 siendo periodista. Navegué su río soberbio y sentí una paz que no he vuelto a experimentar en otro lugar: la lancha detuvo su rugido y habló el silencio. —Si no era el paraíso se le parecía, digo hoy, absorto, repasando las fotos en papel tamaño postal de cuando pesqué mi primera piraña o la de los monos ardilla que salieron a recibirnos en la Isla de los Micos, en Puerto Nariño. No sé si todavía se le permita al turista llevarles bananos.

Navegamos dos horas entre Leticia y el Parque Natural Amacayacu, acompañados por el legendario Kapax, el Tarzán colombiano que nadó sin ayuda el Magdalena y el Amazonas. Leí por ahí que se acerca a los 80 años.

De vuelta a Bogotá, me levanté triste ese lunes, sintiendo que algo de mí se quedó para siempre entre el río y el cielo, y sólo con los años comprendí porqué los nativos nos invitaron a abrazamos a una ceiba gigantesca en el corazón del parque: se necesitan los brazos de varios hombres para cubrir su tronco.

Leer esta Gaceta fue como regresar… ¡vaya si no ha ido!… yo quiero volver.

Enhorabuena el presidente Gustavo Petro escogió a Juan David Correa Ulloa como su ministro de las Culturas, las Artes y los Saberes, y enhorabuena el ministro revivió esta revista, que derrocha calidad textual y gráfica. Se necesitaba un funcionario con sensatez y sentimientos, que entiende la identidad de un país desde su pasado y sus saberes, y así su antecesora Patricia Ariza. El martes anterior lo veía conversando en la FILBO con las madres de Soacha y fue evidente su compromiso con la memoria de las víctimas, sean de la ciudad, la selva o el campo.

Resucitó luego de dos temporadas: de 1976 a 1984 y de 1989 a 2001.

“Su mirada tendrá la misma intención de sus primeros creadores (…) una idea de la cultura que no solo incluye prácticas artísticas de todo tipo, sino que va mucho más allá, hasta el fondo del modo de ser y de vivir de los colombianos”, dice el ministro.

La primera edición de esta tercera etapa celebra el centenario de La Vorágine, pero también es denuncia… en pasado, en presente, ¿acaso en futuro?

“La Amazonía era vista como tierra de nadie. Los indígenas, como nada. Prueba de ello fueron las ´guahibiadas o jornadas para ´cazar indios´ y violar a sus mujeres”, nos cuenta Marta Ruiz, periodista y ex comisionada de la Verdad.

Se podrían escribir muchas novelas a partir de las historias de Gaceta, porque somos un país de vorágines. Devorarnos.

“—¡Un guardacaminos! —grita Perrovereda sobre el ruido del motor antes de que le pregunte lo que era—. A veces se enredan en la llanta y se revientan! ¡Lo dejan a uno sucio de mierda y botan los ojitos sobre la vía!”.

Relata el escritor Sergio Zapata (página 11) sobre el triste final de un ave oscura, dentro del relato tenaz de un territorio en disputa y la promesa de titulación de la tierra en inmediaciones del Parque Nacional Sierra de Chiribiquete.

Juan Cárdenas: “Hay un espanto muy famoso por aquí, que engaña a la gente y la hace perder en el mato, deja unas huellas y la gente inexperta las sigue sin saber que esas huellas no van sino que vienen porque el espanto tiene las patas volteadas para atrás. Cuando uno ve la huella del espanto, lo que tiene que hacer es caminar pa´l otro lado”.

Eran unos diez mil antes de que la Casa Arana arrasara con ellos y su cultura. De esto nos enteramos por la conversación entre Jon Landaburu, lingüista y filósofo y Roberto Pineda, sociólogo, en la Academia Colombiana de Historia. —“Después del holocausto, los andoques son un grupo de once sobrevivientes, un poquito más, un poquito menos”.

La periodista y guionista Patricia Nieto es amiga del pueblo Muinane desde 2015. En esta crónica nos cuenta la travesía-tragedia de siete horas que emprendió un hombre, Pablo Umire, (Tifáisu en muinante) cuando salió a buscar materiales para tejer canastos y se encontró con un oso hormiguero. “… se alejó en compañía de sus perros (…) entusiasmado con la idea de regresar temprano a La Chorrera para ver el partido entre Colombia y Paraguay…”.

Quien esto escribe es Wendi Kuetgaje Muñoz – Fiertagiza, indígena Uitoto del clan Fieraiai, quien les prometió a sus ancestros contar los vejámenes que sufrieron las mujeres de su pueblo en tiempos de recolección de caucho. “Boracoño, herida, se fue a acostar. En esas, esos peruanos le fueron a fuetear para que fuera a trabajar. Y así ella se fue a trabajar”.

En medio de la guerra, la lutzomyia, o mosca selvática se alimenta de la sangre de los hombres de camuflado y los enferma.  “Los mandan de vuelta a la guerra y les vuelve a dar leishmaniasis. Esto puede pasar hasta seis veces, obligando al soldado a pasar por un tratamiento que destruye su cuerpo: corazón, riñones, hígado y páncreas”, cuenta Lina Pinto-García, quien investiga las causas y consecuencias de esa enfermedad prehispánica.

En La Chorrera, “un territorio diez veces más grande que Bogotá”, está el colegio más grande de la selva, símbolo del genocidio cauchero, donde hoy se educan 244 jóvenes. Mauricio Builes vio que la casa se está cayendo por culpa de la desidia. “… los cuartos que hoy sirven como dormitorios eran usados como calabozos para los indígenas que no cumplían con la cuota de goma de caucho impuesta por los peruanos. Los amarraban con cadenas hasta que murieran de hambre”.

La primera fotografía de Gaceta, en  portada, es la  mirada de un niño Tikuna y de allí en adelante las imágenes, de una o doble página a todo color o en blanco y negro, nos descubren la enigmática selva: el río Cananarí en forma de serpiente, un matafrio para extraer el veneno de la yuca brava, la mujer tikuna que fuma tabaco, veintiún sobrevivientes de las caucherías, la niña indígena que observa a través de la piel de un jaguar, un médico de la selva atravesando el río Mandiyaco (Putumayo) durante la toma de medicina tradicional, la construcción de una maloka en el Vaupés, el imponente raudal de Jirijirimo, considerado la Cama de la Anaconda, en el río Apapporis y muchas instantáneas que hablan.

Descargue aquí la nueva Gaceta. Podemos devorar la revista, no la selva.

Fotografía: cortesía Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes / Jorge Martínez.

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