María Corina Machado: Ni pacifista, ni pacificadora
Por si no se acuerdan, la hoy Premio Nobel de Paz venezolana celebró en 2016 la derrota del plebiscito que buscaba refrendar el Acuerdo de Paz en Colombia. Los voluntarios de Sudán se merecían el galardón por su causa altruista en medio de una guerra invisible a los ojos del mundo.
¿Quién está detrás del Premio Nobel de Paz a María Corina Machado que tanta piquiña ha generado en el mundo? Tanta, que mejor debería llamársele Premio Nobel de la Discordia.
Un columnista del diario El Nacional de Caracas dice que el santo que hizo el milagro se llama Marco Rubio, así que todos los caminos conducen al presidente Trump, que tiene tantas ganas de meterse en Venezuela, como si estuviéramos en la antesala de una reedición moderna de la famosa Operación Cóndor, la violenta cruzada anticomunista que se extendió a partir de 1975 a través de las dictaduras latinoamericanas y que en Colombia tuvo su capítulo aparte con el Estatuto de Seguridad durante el gobierno de Turbay Ayala.
Si el antónimo de paz es guerra, desperté preguntándome, sin malicia alguna, qué clase de conflicto bélico hay en Venezuela, y cuál ha sido el papel de María Corina Machado en él. Enseguida indagué cuál fue el anhelo de Alfred Nobel antes de morir, y el sitio web de Naciones Unidas le dio la razón a mis sospechas: “El testamento que Alfred Nobel hizo en 1895 se inspiró por la fe en la comunidad humana. El Premio de la Paz ha de conferirse ´a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz´”.
Sin embargo, con lo fácil que resulta acomodar las palabras, los señores de la academia noruega hábilmente lo han ido moldeando a las necesidades políticas del presente: la “lucha de Machado por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”, cosa que por supuesto no ha ocurrido todavía en Venezuela, y sabrá Dios cuándo ocurrirá. Lo que a todas luces en nada se parece a lo que deseaba el químico que inventó la dinamita, y, arrepentido, pidió que con su fortuna se premien las buenas acciones humanas.
¡En lugar de deformar el galardón y agraviar la memoria de su inspirador, hagan más bien un Premio Nobel exclusivo para políticos, pero no ofendan la inteligencia de la humanidad, y sobre todo la de tantos hombres y mujeres que han contribuido a la paz de sus naciones!
Dicho lo anterior, digo lo siguiente: Es más fácil querer a un escritor que a un político. Por eso será que el mundo celebra los Premios Nobel de Literatura casi sin chistar, no así este Premio Nobel de Paz a María Corina, que dividió al mundo. El señor Alfred Nobel debe estar revolcándose en su tumba por el encono generado por el trofeo con su apellido.
Un galardón que debería entregarse por las causas cumplidas, no por las buenas intenciones, menos las de alguien que busca la presidencia de Venezuela. No se le entrega el Nobel de Literatura a un escritor por los libros que tenga en su cabeza, para que entienda mi punto.
El periodista Gonzalo Guillén lo resumió en un tuit. “La señora @MariaCorinaYA nunca logró la paz en ninguna parte del mundo ni ha hecho tampoco nada por la paz. Es la contrincante de Maduro, pero eso no da para premio Nobel”.
La señora @MariaCorinaYA nunca logró la paz en ninguna parte del mundo ni ha hecho tampoco nada por la paz.
Es la contrincante de Maduro, pero eso no da para premio Nobel.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa: La paz y la guerra son una vaina, y la rapiña entre políticos por el poder es otra bien distinta. ¿Qué responsabilidad les cabe a esos mismos políticos ante la situación actual de su país?, es la pregunta que toca hacerles.
Además, en cierta forma, el galardón a Machado viene con mancha por algo que escribió, entre elogios, El Espectador en su editorial: “Machado, en el pasado, ha expresado posiciones amistosas a una intervención extranjera y ha visto con buenos ojos los ataques contra botes en aguas internacionales sin debido proceso. Su defensa de la democracia ha sido admirable, pero los reparos que despierta en el ala más moderada de la oposición no deben pasarse por alto”.
Agrega la revista Cambio:“…el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana Manuel Camilo González recuerda que en el pasado María Corina se ha mostrado favorable a una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela para sacar a Maduro del poder, lo que le ha generado cuestionamientos de sectores de la oposición más proclives al diálogo”.
Si para María Corina las vías del diálogo están agotadas, eso significa que el Nobel a la rival política de Maduro no tiene asidero ni justificación. Leyendo la entrevista que le hizo El País de España me encontré esta perla que confirma su ánimo belicoso: “Maduro (…) va a salir con o sin negociación”, dijo.
Como quien dice, si la cosa no es por las buenas, toca entonces por las malas, caso en el cual los señores de la academia deben inventar un Premio Nobel de Guerra, porque la paz para ser paz (con premio incluido) debe ser por las buenas, no a cualquier costo.
Pero, cuidadito con criticarla porque es la Nobel de Paz, y los progresistas que la cuestionamos somos unos resentidos. Todavía recuerdo cuando la derecha colombiana decía que el Nobel de Paz a Juan Manuel Santos había sido comprado.
“Los colombianos han cerrado, con su voto, la puerta al intento castrista de legitimarse ante los demócratas latinoamericanos amantes de la paz”, celebró aquel octubre de 2016 la hoy Premio Nobel de Paz, siendo coordinadora nacional del partido Vente Venezuela.
¿Qué tenía que ver Fidel Castro en un asunto interno de Colombia? El hombre estaba en su lecho de muerte, murió al mes siguiente y los políticos de la derecha latinoamericana lo reviven en épocas electorales, porque en política hasta los muertos son cadáveres muy útiles.
Debo aclarar que no me gustan Nicolás Maduro, ni su régimen —ni ninguno que se le parezca—, ni sus elecciones amañadas. Tampoco creo en la buena voluntad de la oposición venezolana, que encabeza María Corina Machado. El suyo sería un gesto noble si su causa fuera desinteresada, no proselitista. Es una política con ansías de poder, detrás del puesto de presidente; es decir tiene arte y parte en el problema venezolano, como miembro de la misma élite que gobernaba Venezuela antes de que Chávez asumiera el poder por las vías democráticas.
En ese orden de ideas, tienen mayor mérito cualquiera de los 850 presos políticos que hay en Venezuela. Su lucha trae a mi memoria la figura de Nelson Mandela. Será por eso que la propia María Corina dijo: “No me merezco esto”. Hasta razón tiene. Después declaró: “Estoy en shock”. Aunque quien sí quedó en shock fue Donald Trump que quería llevarse a casa el trofeo de la paz por su gesto “desinteresado” en el conflicto entre Israel y Palestina, mientras hace la guerra en su propia casa contra los inmigrantes, una batalla en la que se está llevando por delante a sus propios paisanos.
A propósito de Mandela, recomiendo este perfil que hizo Amnistía Internacional: “Conocido como el prisionero 46664, Mandela pasó 27 años encarcelado, un periodo que no lo debilitó, sino que fortaleció su compromiso con la libertad y la dignidad humana. Su liberación, el 11 de febrero de 1990, marcó un antes y un después en la historia de Sudáfrica y del mundo. En 1993, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su liderazgo visionario en la lucha contra el apartheid y su extraordinaria capacidad para tender puentes entre comunidades profundamente divididas”.
Quiero que Venezuela vuelva a ser lo que fue: esa nación próspera que recibió a miles y miles de colombianos el siglo pasado, cuando Colombia andaba en la mala. Recuerdo a mi padrastro viajando por carretera para traer mercancía hacia Colombia, y conozco gente que encontró un futuro allá. Con la diáspora venezolana de este siglo, creo que hoy todos tenemos un amigo o conocido venezolano.
Desde esta tribuna, como un colombiano de paz, le imploro a la Premio Nobel que condene los asesinatos cometidos en aguas caribeñas por el gobierno de Donald Trump contra gente de su país, ataques en los que también han sido asesinados colombianos, como lo corroboró el diario The New York Times, dándole la razón al presidente Gustavo Petro, el primero en denunciar tales hechos. Y que de paso condene también el genocidio de Netayanhu contra el pueblo palestino.
En lo personal, yo ansiaba con el corazón roto que el Premio Nobel de Paz se le concediera a las Salas de Respuestas a Emergencias de Sudán, el país africano del que ni siquiera sabemos en qué parte del mapa está.
“Con cerca de 10.000 voluntarios repartidos en los 18 estados de Sudán, estas redes ciudadanas organizadas a través de grupos de WhatsApp brindan atención médica, alimentos, educación, protección civil y ayuda psicológica a millones de personas afectadas por la guerra y olvidadas por la comunidad internacional”,dice el sitio SWI.
“Desde que estalló la actual guerra civil, en abril de 2023, los combates, el hambre y la violencia han desplazado a más de 12 millones de personas de sus hogares y otros tres millones han huido a países vecinos. Según Unicef, más de 15 millones de niños necesitan ayuda y hasta 24 millones de sudaneses sufren inseguridad alimentaria, no saben si mañana podrán comer. Es la peor crisis humanitaria del planeta y nada en el horizonte permite confiar en el fin de esta tragedia”.
Este documental del canal alemán DW muestra la dimensión de dicha tragedia humanitaria. Por favor, véanlo.
Con tanto conflicto tenaz en el mundo, ¿por qué la miopía e indolencia de los señores del Nobel?
El Nobel de la discordia
María Corina no es una mujer pacifista, ni pacificadora. Queda claro que sus palabras la han delatado más de una vez. Llamarla libertadora como la llama un columnista de La Silla Vacía es otra hipérbole.
No hay nada que pacificar en Venezuela. Todavía no tengo claro si lo que hay allá es una dictadura o qué, pero corresponde a los venezolanos salir de su mala hora, como la nación soberana que es. Cualquier intromisión extranjera, especialmente la del todopoderoso Estados Unidos trumpista, puede llevar al vecino país a un baño de sangre, que pondría incluso en peligro la vida de los presos políticos; y abre el boquete para que cualquier otro país de la región sufra una intervención militar con cualquier pretexto.
Las líneas más duras y certeras de esa misiva son estas: “Me preocupa que no hayas dedicado el Nobel a tu pueblo y sí al agresor de Venezuela. Creo Corina que tienes que analizar y saber dónde estás parada, si eres una pieza más del coloniaje de Estados Unidos, sometida a sus intereses de dominación, lo que nunca puede ser para el bien de tu pueblo”.
Hablando de lo mismo, en la revista The New Yorker, el periodista John Lee Anderson hace unas precisiones necesarias sobre María Corina a partir de sus propias declaraciones a la Radio Pública Nacional. “No respondió a una pregunta sobre si se sentiría cómoda si Estados Unidos expandiera su campaña militar del Caribe a suelo venezolano. Pero tal vez no había necesidad de que lo hiciera, habiendo aceptado el Premio de la Paz, como dijo Donald Trump, en su nombre”.
Así medio mundo reniegue de su premio, bien por ella. Ese trofeo es la cuota inicial de su siguiente candidatura presidencial.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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