Fotos: Archivo El Espectador.

A María Antonieta nunca la vimos llorar, hasta hoy que lloró de emoción al ingresar al salón Fidel Cano Gutiérrez, en el edificio de El Espectador. Sentados estábamos un grupo de los más de cien jóvenes que pasaron por Espectadores 2000 durante los nueve años y ocho meses que la publicación estuvo vigente; varios de ellos se conectaron por video desde cualquier lugar del mundo. 

Nuestra segunda casa fue El Espectador y nuestra segunda mamá María Antonieta Busquets de Cano: directora, amiga, confidente, alcahueta y, sobre todo, esa maestra que enseña con el ejemplo, aunque a ella ese título no le gusta. Pero fue la mejor maestra, y en mayúsculas.

Su apellido es catalán porque sus padres llegaron de Barcelona en 1939 huyendo de la Guerra Civil Española y del dictador Francisco Franco. Ana María, su hermana mayor, tenía cuatro años; María Antonieta nació en Bogotá a los pocos meses. Las dos hermanas Busquets se casaron con dos de los hermanos Cano: don Guillermo y don Alfonso.  El uno fue director del periódico y el otro gerente; ellas, periodistas, editoras y columnistas de prensa.

“Yo fui como la mamá, eso es verdad, pero eso fue malo porque hubiera podido ser una mejor directora”, dice María Antonieta, con esa sencillez genuina de quien se esconde ante los halagos, un rasgo característico de la familia Cano, cuya vocación de servicio y entrega desinteresada a Colombia todavía no ha sido justamente reconocida. 

María Antonieta (en el centro) y su familia: Alfonso Cano, Alejandro Cano, Marisol Cano y Juan Francisco Cano (nieto, hijo de Andrés Cano, QEPD). Foto: Gustavo Torrijos, El Espectador.

Como directora formó periodistas y lectores para el futuro y buenas personas para la sociedad. En este homenaje sencillo pudimos comprobar que la María Antonieta que conocimos no ha cambiado: la candidez de su rostro y la dulzura de sus palabras siguen intactas. En el alma de esta mujer menudita hay una mole de belleza humana: gentil, inteligente y bondadosa; pocas personas con la paciencia de ella para escuchar al otro con atención.

Éramos unos muchachitos, brincones e indisciplinados, a los que había que atajar en vez de arriar. Corríamos por la redacción del más antiguo periódico de Colombia, aunque lo correcto sería decir “el mejor periódico del mundo”, que así lo bautizó el escritor Eduardo Zalamea Borda en una entrevista para la BBC de Londres.

Llegábamos los miércoles y los viernes después de mediodía, todavía con el uniforme de colegio puesto, a veces en jean y tenis; nos sentábamos en medio de los periodistas más curtidos del periódico, quienes vivían a mil entre el frenesí de las noticias de un país en guerra y la hora del cierre de la edición que circularía al día siguiente. “La verdad es que nosotros también éramos reporteros, solo que con menos horas de vuelo”, recordó Juanita Uribe.

“Fue un tiempo muy feliz para mí gracias a todos ustedes”, nos dijo María Antonieta, visiblemente conmovida. La dicha nuestra desbordaba el corazón. Éramos felices viendo cómo se armaba el periódico en el segundo piso, enseguida de la sala de redacción, y luego cómo ese diario se volvía real en los sótanos, dónde estaba la rotativa que imprimía y encuadernaba, para salir en camiones, todavía en la penumbra, en busca de lectores. En esos años finales del siglo XX, los periódicos impresos se colgaban a la entrada de los negocios: la droguería o la miscelánea.

Hoy, 30 años después del último número de Espectadores 2000, don Fernando Cano, entonces director de El Espectador, junto con su hermano Juan Guillermo, nos hizo saber algo que ignorábamos.

“En momento tan difíciles para Colombia, encontrar ese rinconcito en el periódico, ese kínder del periodismo, en momentos en que en otros rincones del diario había tanto desasosiego, fue un oasis muy bonito; saber que estaba en manos de María Antonieta daba mucha tranquilidad. El trabajo que hicieron todos ustedes se multiplicó por dos mil. Esos oasis de esperanza son los que todavía mantienen a flote este país. El agradecimiento para ustedes por haber creído en ese proyecto y a María Antonieta por insistir en abrir otras puertas que nos permitieron ver que sí había futuro“.

Espectadores 2000 circulaba con El Espectador los días miércoles. Circuló durante casi diez años, entre la primera edición, el 2 de abril de 1986 y la última edición, el 20 de diciembre de 1995, quizás la década más convulsionada que recuerde Colombia, en la que mataron a cuatro candidatos presidenciales: Jaime Pardo Leal (1987); Luis Carlos Galán (1989); Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro (1990). Siendo redactores juveniles, vimos pasar momentos claves de la historia colombiana durante la segunda mitad del siglo XX: unos alegres, otros demasiados amargos.  

Vimos nacer la Feria Internacional del Libro de Bogotá y el Festival Iberoamericano de Teatro (ambos en 1988), pero también, a través de los televisores y de las páginas del periódico, vimos morir de formas violentas a periodistas, jueces de la República, policías, políticos y gente inocente.

Somos la generación de la Constitución del 91. Somos la generación del rock en español, las emisoras juveniles y “¿Dónde está Javier?“. Y, tristemente, una generación que quedó marcada por Pablo Escobar y sus bombas asesinas, una de las cuales destruyó, el 2 de septiembre de 1989, el antiguo edificio de El Espectador sobre la Avenida 68 con calle 23. El que fuera nuestro kínder. Tres años antes, las balas del narcotráfico asesinaron a don Guillermo Cano Isaza, esa leyenda del periodismo colombiano, director de El Espectador durante 34 años, hasta el día de su muerte, el 17 de diciembre de 1986.  

Algunos Espectadores 2000 tuvieron el privilegio de conocerle, estrechar su mano y recibir sus consejos. La publicación nació en abril del mismo año en que a él lo mataron, cuando salía de su periódico amado, al que ingresó, con 18 años, al día siguiente de recibir el grado de bachiller.  Así lo cuenta el periodista Jorge Cardona en “Tinta indeleble”, el libro más completo que se ha escrito sobre don Guillermo y la historia de El Espectador. Creíamos tener el gusanillo del periodismo en la sangre como don Guillermo. Crecimos sin internet, sin redes sociales y sin teléfonos celulares, ¡y ni falta hacían!

Tres años después explotó la bomba, un sábado, casi sobre las 7:00 de la mañana. Me las arreglé para evadir los cordones de seguridad y llegué hasta la portería lateral, con la “suerte” de que a esa hora, sobre las 9:00 a.m., llegaban María Antonieta Cano y su esposo, don Alfonso. Me las ingenié para que me vieran desde su vehículo y gracias a ellos pude entrar al edificio en ruinas.

Había muchos empleados, escoba en mano, siguiendo el ejemplo de la familia Cano, que recogía los escombros, porque la edición, sí o sí, tenía que salir a la calle al día siguiente; no tuvieron tiempo para llorar.  Y circuló aquel domingo, con un titular gigante en la primera plana: “Seguimos adelante”. A las 4:00 de la tarde del día de la bomba, la edición ya estaba escrita e impresa. Fui uno de los afortunados que tuvo ese ejemplar histórico en sus manos antes que el resto de los colombianos.

Devolviendo la película, ahora hechos y derechos, podemos comprender que fuimos privilegiados por la vida, al formar parte de la historia del periódico más valiente de Colombia, y quizás del mundo, si tenemos en cuenta que en aquellos años terribles no sólo asesinaron a su director, sino también a varios de sus periodistas, mientras que a otros los obligaron al exilio, que ese fue el camino de Fernando y Juan Guillermo, los dos directores y sus familias, por las amenazas de la mafia.  

Estábamos rodeados de leyendas del periodismo, pero éramos casi unos niños para darnos cuenta de la presencia de personajes ilustres como don José Salgar, maestro de Gabo; la reportera y columnista María Jimena Duzán que, vendríamos a saber después, tenía apenas 16 años cuando entró al periódico; el cronista deportivo Mike Forero, los reporteros sabuesos Fabio Castillo e Ignacio Gómez,  o el cronista, también poeta, Julio Daniel Chaparro, asesinado en 1991 junto el fotógrafo Jorge Enrique Torres, cuando investigaban una masacre paramilitar en Segovia, Antioquia, además de toda una pléyade de editores y jefes de redacción, entre ellos Luis De Castro, Pablo Palomino, Carlos Murcia, Claudia Cano Correa, Emma Arcila, Gonzalo Mallarino Botero o Juan Pablo Ferro, que han dado fama a El Espectador de ser la mejor escuela de periodismo, desde décadas antes de nosotros estar allí.

Por sus páginas pasó la pluma, en los años 50, del único Premio Nobel de Literatura que ha tenido Colombia. En 1990 tuvimos la fortuna de conocer a Gabriel García Márquez durante una visita que hizo a la familia entrañable que lo acogió con apenas 27 años de edad.

Guillermo Páez con Gabo y atrás Fernando Cano, ex director de El Espectador. (Foto: archivo El Espectador)

El Espectador fue la Universidad que no tuve

Espectadores 2000 fue una publicación inclusiva en una época en que el término inclusión todavía no se usaba. Yo, por ejemplo, crecí en un barrio de clase obrera en las laderas de Bogotá. En medio del barrizal de aquella montaña, escribí, diseñé y vendí puerta a puerta dos periódicos: La Carreta y El Populacho. Con 14 años quería ser periodista; hoy que tengo 54, me doy cuenta que no sé hacer otra cosa.

Un día lluvioso la tía Mireya me llevó un ejemplar de Espectadores 2000, sin saber, ni ella ni yo, que mi vida cambiaría. Una carta y una llamada después, ya era parte del consejo de redacción de la única revista juvenil de la prensa colombiana. 

Puedo decir que El Espectador fue la universidad que no tuve, porque un reportero en la familia era un lujo impensable en casa de mis abuelos. Al graduarnos de bachilleres, nos aguardaba un destino común: como albañiles pegando ladrillos, en el caso de los hombres, y en fábricas o casas de familias, en el caso de las tías. Yo no quería pegar ladrillos, porque recuerdo que ni siquiera tenía las fuerzas para mezclar bien el cemento con la arena. Yo quería ser un cargaladrillos, aunque todavía no sabía lo que esa palabreja significaba en el argot periodístico.

Me hice periodista en El Espectador. En su sala de redacción encontré los mejores maestros y maestras, empezando por María Antonieta, que corregía con paciencia nuestras notas, animándonos a mejorar un párrafo aquí, un título allá, y a justificar con argumentos los temas sobre los cuales queríamos investigar.

Un día estábamos en el despacho de un ministro o el alcalde mayor de Bogotá, y al siguiente entrevistando a un escritor, al actor del momento en su casa o a Shakira cuando todavía era una niña de provincia; mientras unos recorrían hoteles detrás de los artistas internacionales que llegaban a Colombia, otros estaban en el recinto de la Asamblea Constituyente o encaramados en la tarima principal del icónico Concierto de Conciertos (1988).

Espectadores 2000 nació en 1986, el mismo año en que la mafia asesinó a don Guillermo Cano.

Los Espectadores 2000 hoy: Alejandro Cano, diseñador, Elizabeth Saravia, coordinadora editorial; Orlando Cuéllar, Sandra Gomajoa, Alexander Velásquez, María Antonieta de Cano, Zuly Martínez, Marisol Rojas y Werner Zitzmann. Foto: Gustavo Torrijos, El Espectador.

Los consejos de redacción eran una delicia: María Antonieta se aseguraba de ofrecernos todo lo que nos gustaba comer, eso que ahora, ya cincuentones, nos prohíben los médicos. En más de una ocasión nos reunimos en el jardín, al aire libre, en una especie de picnic, para discutir los temas del siguiente número. Luego supimos que sacarnos de la redacción era la medida más eficaz para “apagar” nuestra bulla ciclónica que desconcentraba, y no pocas veces exasperaba, a los reporteros.

Además de las puertas de su casa y de su oficina, María Antonieta nos abrió su alma dadivosa. Un día nos llevó a conocer Fidelena, la finca de la familia Cano (donde comimos tanto hasta casi reventar), a una hora larguita de Bogotá, llamada así por don Fidel Cano Gutiérrez (el decano de la prensa colombiana, quien fundó El Espectador en Medellín en 1887), y su esposa María Elena Villegas Botero.

“… y cayó Escobar”, tituló a lo ancho de la primera plana El Espectador, el 3 de diciembre de 1993. El capo murió en su ley: fue abatido el día anterior.

Solo hoy, venimos a comprender cuán afortunados fuimos de crecer en el único diario que tuvo el coraje de pararse firme frente a los carteles del narcotráfico. Porque la nobleza de la familia Cano, la de sus hombres y sus mujeres, les viene de sangre, inscrita en el ADN, blindada con el temple de sus ancestros.   

TESTIMONIOS DE LOS ESPECTADORES 2000

Tatiana Munévar, periodista, coordinadora de Espectadores 2000. “La principal enseñanza de María Antonieta a los jóvenes no fue cómo poner un buen título o un punto y coma en un texto. Fue mucho más que eso. Fue mostrarles el valor de sus ideas y el poder de sus opiniones; la satisfacción del trabajo en equipo y, por supuesto, el amor por Colombia y por el oficio del periodismo. Enseñanzas invaluables que ojalá muchos más jóvenes pudieran recibir”.

Orlando Cuéllar, ilustrador: “Querida directora María Antonieta, es enorme mi gratitud por la libertad que tuvimos de divertirnos haciendo lo que más nos motivaba; gracias por la generosidad de regalarnos el espacio para tantas carcajadas mientras preparábamos las ocurrencias que se iban a publicar en las páginas centrales de Espectadores 2000, y por la cantidad de alegrías sentidas cada vez que veía publicados mis dibujos”.

Juanita Uribe Cala, periodista, consultora y estratega: “Siempre dije que mis papás le pagaban a la universidad, pero que yo estudié y aprendí en El Espectador. María Antonieta, con esas alas mágicas que siempre ha tenido, nos permitió descubrir nuestros propios superpoderes y nuestras propias alas para volar. Nos enseñó, en medio de un momento muy turbulento, a amar al país y trabajar con alegría por él”.

Guillermo Páez, fotógrafo: “No me arrepiento de haber repetido tres veces 11. Casi me sacan del colegio con abogado. Me di el lujo de cambiar mis días de clases por un súper concierto, un desfile, una rueda de prensa o la entrevista con algún famoso. De no ser por Espectadores 2000, esta experiencia no lo habría logrado ni en 200 años”.

Sandra Gomajoa, periodista y comunicadora gráfica: “María Antonieta de Cano fue una inspiración poderosa para quienes apenas comenzábamos a imaginar que las palabras podían cambiar realidades, cuando aún éramos solo muchachos con cuadernos, preguntas y un país por comprender”.

Jaime Alberto Escobar, periodista: “Aunque estudié periodismo en la universidad, Espectadores 2000 fue mi verdadera escuela de periodismo, cuando ingresé tenía 17 años. Pude entrevistar a grandes personajes de la época, pero también tengo recuerdo de duros momentos en la historia de El Espectador, como el atentado terrorista del 2 de septiembre de 1989, que destruyó gran parte de su sede”.

Marisol Rojas, periodista y ex cónsul: “En el periódico encontramos no solo una sala de redacción, sino un propósito. María Antonieta, nos formó como periodistas y ciudadanos íntegros. Nos trataron como a iguales, con respeto y exigencia. Don Guillermo Cano, cuya voz alcanzamos a escuchar en su despacho, nos enseñó que el periodismo, más que un oficio, es una forma de vida al servicio de la verdad”.

Werner Zitzmann, Director de la Asociación Colombiana de Medios de Información (AMI): “Querida María Antonieta: sigues siendo la misma niña y mamá, esa persona que terminó influyendo tan suave, discreta y efectivamente, la vida de esos casi niños que hoy te abrazamos llenos de cariño y gratitud”.

Zuly Martínez, profesional en recursos humanos, formadora y coach de habilidades blandas: “Recuerdo la emoción de ver por primera vez impreso mi nombre, acompañado de la frase Redacción Juvenil Espectadores 2000; la mayor satisfacción que una jovencita de 16 años podía tener. Tuve el privilegio de estar presente en eventos históricos como la Asamblea Nacional Constituyente”.

Marco Lino Rodríguez, productor musical. “María Antonieta confió en mí cuando apenas empezaba a descubrir el poder de las palabras. Estaba recién desempacado de Pesca, Boyacá. Con su guía y confianza, entendí que el talento necesita siempre de alguien que lo vea y lo aliente en sus primeros pasos”.

Carlos Sánchez, escritor y conferencista, autor del libro “Tramas de la mente”: “María Antonieta es sinónimo de empatía, periodismo al servicio de la sociedad y no del ego; nos brindó la oportunidad de vivir el periodismo con intensidad, pasión y decencia”.

José Antonio Rondón, periodista de tecnología y creador de contenido, director de IT en Línea: “María Antonieta Busquets me ayudó a descubrir la pasión por el hermoso oficio del periodismo. Su profesionalismo, excelencia humana y generosidad marcaron mi camino y se convirtieron en un ejemplo que sigo atesorando”. 


De pie: Elizabeth Saravia, Patricia Fajardo, Elsa Martínez y su esposo Alejandro Cano, Marisol Cano, Alfonso Cano, María Antonieta Busquets de Cano, Ana María Busquets de Cano, Juan Francisco Cano (nieto de María Antonieta, hijo de Andrés Cano, QEPD); Sandra Pulido, esposa de Andrés, Fernando Cano, Ana María Cano, Fidel Cano y Juan Pablo Ferro: De rodillas: Orlando Cuéllar, Zuly Martínez, Sandra Gomajoa, Alexander Velásquez, Marisol Rojas, Guillermo Páez y Werner Zitzmann. Foto: Gustavo Torrijos, El Espectador.

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