Un día como hoy, hace 45 años, comenzó la toma de la embajada Dominicana por parte del M-19. ¿Qué tuvo que ver la periodista Ligia Riveros con este hecho, aquel 27 de febrero de 1980? Breve perfil de una reportera audaz.
Un día como hoy, hace 45 años, comenzó la toma de la embajada Dominicana por parte del M-19. ¿Qué tuvo que ver la periodista Ligia Riveros con este hecho, aquel 27 de febrero de 1980? Breve perfil de una reportera audaz.

Fotografía: La Nueva Prensa.
“A las nueve de la mañana Olga López y su hija Olga Helena salen escoltadas por quince militares. La gente se arremolina y el capitán Hincapié responde que sólo es rutina y que pronto volverán a su casa. Ha comenzado la más espantosa afrenta a la justicia, a la libertad, a la moral de un país: las torturas”: Ligia Riveros, en la crónica “El que tortura la paga”.
Como buen sabueso, olfateó el hedor bajo los tapetes del poder.
La vida de Ligia Riveros daría para escribir el guion de una película. No entiendo por qué todavía nadie lo ha escrito. Con su pluma retrató al país en una época oscura que por poco le cuesta la vida. Reportera audaz en los años 80, contó lo que vio y vivió en tremendas crónicas y reportajes.
Hay quienes dicen, y razones no les falta, que ella es la pionera del periodismo literario en Colombia. Ganó premios pero también amenazas de muerte, por cubrir el conflicto armado, por denunciar los problemas sociales de Colombia y por insistir en la paz desde la prensa. De hecho, con otros colegas formaron el Colectivo de Periodistas por la Defensa de la Vida.
El 24 de agosto de 1984 ella fue testigo de la firma de la paz entre el gobierno de Belisario Betancur y el M-19.
“Cuando nos dirigíamos de Cali a Corinto -cuenta-, apareció un comando militar que le disparó al líder del M-19, Carlos Pizarro Leongómez. Aunque resultó herido, no consiguieron matarlo porque su compañera Laura levantó las manos en un intento de frenar los disparos, perdiendo dos dedos de su mano derecha. No obstante el atentado, Pizarro ordenó continuar hacia Corinto donde lo esperaba Bernardo Ramírez, ministro de Comunicaciones y amigo del presidente Betancur. Y sobre una mesa rústica cubierta con un mantel blanco manchado con algunas gotas de sangre de Pizarrro, insurgente y ministro firmaron el acuerdo de paz”.
“Ligia Riveros ha sido una periodista aguerrida, valiente y comprometida con la verdad. Siempre admiré en ella su disposición para investigar, enfrentar desafíos y fuertes críticas con valentía y profesionalismo. Su pasión por informar de manera objetiva y responsable, sin importar los obstáculos, los sacrificios y el miedo a exponer la vida, la convierten en un referente para las nuevas generaciones de periodistas”: Luz Dary Vélez, periodista.
Comenzó en el diario La República, que fue escuela de reporteros y cronistas, (trabajó en la página Femenina que dirigía Pinita Uribe de Abello); pasó por la revista Antena, al lado de Henry Holguín y Fernán Martínez Mahecha, y cuando supo que había una vacante en Cromos, le dieron el encargo de cubrir la sección de espectáculos para la revista.
Entonces sucedió la toma de la Embajada de República Dominicana en Bogotá por parte del M-19, al mando de Rosemberg Pabón (“El Comandante Uno”) y “La Chiqui” (Carmenza Cardona). Los guerrilleros buscaban intercambiar presos políticos por quince diplomáticos, entre ellos el embajador de los Estados Unidos. Todo empezó el 27 de febrero de 1985. Hace 45 años. “Era mediodía y no había reporteros en la sala de redacción, así que decidí acudir al sitio”, recuerda Ligia.
En el lugar, sobre la Carrera 30, frente la Universidad Nacional, los periodistas improvisaron un campamento al que bautizaron “Villa Chiva”. Minuto a minuto, reporteros de todo el planeta seguían desde allí lo que estaba pasando en aquella casa, donde aquel día el embajador ofreció un coctel para celebrar la fiesta patria de su país.
“Recuerda que el M-19 tomó como rehenes a los diplomáticos que asistían a la recepción, incluso al delegado del Papa Juan Pablo II”.
Mientras el mundo permanecía en ascuas, Ligia estaba a punto de protagonizar una hazaña arriesgada. “Porque en ese momento me convertí en una reportera que se las ingenió para entrar en contacto con los guerrilleros y rescatar las fotografías que un colega de ´Sociedad´ tomó durante el cóctel”.
El archivo de la revista Cromos da cuenta de estas imágenes que fueron primicia mundial. “Me camuflé como ama de casa y conseguí sacar los carretes que el fotógrafo había metido dentro de un empaque vacío de crema dental. Hoy que te lo relato me suena inverosímil”.
La toma concluyó dos meses después, el 25 de abril de 1985, con la liberación de todos los rehenes sanos y salvos en Cuba, adonde los guerrilleros y diplomáticos llegaron en avión. El cine recreó lo sucedido en la película “La toma de la embajada” (2000), una versión libre del director Ciro Durán, que mezcla imágenes reales y ficción.
Ligia Riveros recuerda su paso por Cromos como una época maravillosa al lado de tres pesos pesados del periodismo: Elvira Mendoza, Margarita Vidal y Fernando Garavito, quienes dirigieron la revista en distintos momentos.
“Mi vida cambió totalmente a partir de las primicias que le llevaba a la directora, Elvira Mendoza. Comencé con mis denuncias y viajes por Colombia”, me cuenta Ligia desde algún lugar de España, donde está radicada desde hace casi cuatro décadas.
Hizo periodismo de inmersión en una época en que ese término ni siquiera se conocía en Colombia. Se metió en la boca del lobo para poder denunciar la corrupción y la violación de los derechos humanos. “Se me ocurrió entrar a la Cárcel La Modelo y hacer fila haciéndome pasar como familiar de un preso”, relata. Viviendo como reclusa pudo describir el drama de las prisioneras en “La cárcel al desnudo”.
Vendrían más investigaciones, más crónicas y más denuncias: “32 hombres contra un niño maniatado”, sobre una de las primeras masacres ocurridas en Colombia, en el nordeste antioqueño, publicada en 1983 y que le mereció un reconocimiento del Premio CPB por su valentía.
Otra de esas historias se tituló “Ayúdennos a cambiar la coca por el maíz” (1987), que daba cuenta del drama de 25 mil familias en medio del fuego cruzado entre las FARC y el ejército colombiano.
Célebre fue su denuncia “El que tortura la paga”, publicada en 1985. En esta crónica narra los abusos del Ejército colombiano contra civiles en batallones militares del Valle del Cauca. Este trabajo, con el que obtuvo al año siguiente el Premio Periodismo Simón Bolívar, concluyó con la destitución del ministro de Defensa de la época, Miguel Vega Uribe.

“Madre e hija son empujadas por los corredores. La pequeña, horrorizada, ve cuando encapuchan a su mamá y se la llevan a empellones hacia las caballerizas de Usaquén. “¡Mamá!, ¡mamá!”, grita mientras un hombre con una minigrabadora capta las exclamaciones de la niña. Después la encierran en un cuarto a prueba de ruidos y la hacen gritar, la amenazan que va a ser violada y ella pide auxilio: “Mamita, me van a violar”. Todo queda grabado. No le dan ni un vaso con agua. Después se la entregan al oficial que dirigió el allanamiento con la orden: “Devuélvansela al abuelo”: Ligia Riveros, en la crónica “El que tortura la paga”.
Fueron los tiempos del llamado Estatuto de Seguridad, bajo el gobierno de Julio César Turbay Ayala, en que las Fuerzas Militares cometieron toda clase de vejámenes contra la población civil.
“Ligia se ha caracterizado por ser una de las más tenaces y audaces reporteras del país, que ha caminado por valles y montañas. Han sido notables varias de sus crónicas en el cubrimiento de los problemas de orden público”, se lee debajo del pie de foto que publicó entonces Cromos, mientras ella recibía la distinción de manos del presidente Virgilio Barco.
“Ligia Riveros pertenece a una generación de mujeres periodistas aguerridas, valientes y cualificadas. Una gran reportera preocupada por informar la verdad y por la situación política y de orden público del país”: German Yances, periodista.
Después vinieron los amedrentamientos telefónicos. “Por esas denuncias y algunas más, me amenazaron y tuve que salir del país”, recuerda hoy, observando desde la distancia y con nostalgia aquel día de 1987 en que huyó de Bogotá por su vida para empezar de ceros en España. “A partir de entonces, no volví a Colombia. Poco a poco traje a mis tres hijas que se habían quedado con mi esposo que nos protegió y amó”.
En la sangre de Ligia Riveros se mezclan la tinta y la pasión de una reportera, con letras mayúsculas, que enalteció el oficio con valor.
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