Oscar Wilde: “Amarse a sí mismo es el comienzo de un idilio que dura toda la vida”

Joan Didion: “…las personas con amor propio tienen el coraje de equivocarse”.

¿Qué es lo contrario al amor propio?

Les contaré un cuento de la vida real. Había una vez dos hermanas tolimenses que recibieron por herencia una casa de doscientos millones de pesos. Vendieron la casa y cada una tomó $100 millones. La hermana A guardó una parte de su herencia en el banco, y con la otra parte compró vestidos bonitos y cumplió su sueño: estudió una carrera y luego hizo una especialización. La hermana B tomó sus 100 millones y se los entregó al novio con el que llevaba seis meses saliendo, porque el muchacho estaba endeudado y además tenía el sueño de tener carro propio. Lógicamente, hicieron planes de boda.

No voy a decirles cuál de las dos hermanas fue para mí la pendeja del cuento, pero la definición de amor propio dependerá de la respuesta de cada lector.

Un domingo cualquiera mi sobrina de dieciséis años me preguntó: —Tío, ¿Qué es amor propio para ti? Debía escribir un ensayo a partir de las opiniones de familiares y conocidos. No me había hecho esa pregunta. Lo pensé sin prisa para no responder bobadas.

(…)

“Amor propio es entender que la paz total depende de otros pero la paz interior solo depende de mí”, —le respondí para parecer originalísimo, y a ella le sonó bonito.

Desde entonces sigo cavilando sobre este tema. Cierro los ojos e intento crear un cuadro para que la respuesta tenga imágenes en vez de palabras. Tardo un poco pero al final aparece la escena: una persona sobre una barca con dos remos, uno en cada mano, en medio de un paisaje apacible.

En el amor propio no caben los demás, -ni siquiera los padres, los hermanos o la pareja-, porque la barca apenas tiene espacio para uno.

“La vida es lo que nosotros hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos sino lo que somos”. Fernando Pessoa, escritor portugués. (El libro del desasosiego)

Otra escena: Un hombre construye una escalera para bajar la luna y las estrellas.  ¿O quién dijo que nosotros  no queremos cosas así?

Lo pondré más difícil: Piense que usted es el único sobreviviente del Cataclismo y deberá arreglárselas para seguir en la Tierra. O piense que es El Principito, que inicia una travesía en solitario por el Universo para comprender el valor de la vida; en este caso de la propia.

Me gusta el concepto de la periodista y escritora Joan Didion. “Pese a todo, el carácter —la voluntad de aceptar la responsabilidad de la propia vida— es el lugar donde brota el amor propio”. Lo escribió en 1961 en uno de sus primeros ensayos para la revista Vogue, un clásico que vale la pena escudriñar. ¡Se harán un favor si lo leen!

Para Didion, (1934 – 2021), el amor propio es “una disciplina, un hábito mental que no se puede fingir, solo se puede desarrollar, adiestrar y obtener por medio de la persuasión”. Y lo dijo alguien que vio morir, con apenas meses de diferencia, a su esposo y a su hija adoptiva; de aquella dura experiencia nos dejó un libro maravilloso: El año del pensamiento mágico.

Yo digo que sin amor propio Joan jamás habría podido escribir medio párrafo en medio de su doble duelo-dolor. Quienes no se quieren actúan como veletas, con los pensamientos dispersos, sin poder ir a ningún lado, dejando que otros tomen el control de sus vidas. En cambio, las pocas fuerzas que tengan las usan con ferocidad para autodestruirse, especialmente con los vicios que encuentran más a la mano y a la medida de su bolsillo. Yo, por ejemplo, fumé cigarrillo durante años pero meses antes de la Pandemia prometí no volverlo a hacer.

Tomen nota: Autodestrucción. Única respuesta a la pregunta: ¿Qué es lo contrario al amor propio?

Cumplí la promesa. Hice cambios en mi estilo de vida. La actividad física cinco veces a la semana fue curando la ansiedad. Necesitaba amarme para amar verdaderamente a mis hijos. La vida me premió con una nieta para disfrutarla los años que me queden; espero sean muchos.

Comenzando este siglo, siendo editor de una revista de salud, entrevisté a la psicóloga Nelly Rojas de González para un artículo sobre cómo superar las penas de amor. Palabras más, palabras menos, me dijo que el problema de millones de enamorados es pretender respirar por el mismo tubo de oxígeno de la pareja. A esos niveles de ridiculez-apego llega el amor romántico. La falta de amor propio se traduce en obsesión por el otro o la otra, como si quisiéramos habitar su piel.

Se nos olvidó que en la barriga de mamá éramos criaturas independientes conectadas a la vida por medio del cordón umbilical.  Así que no podemos morir, en sentido real o figurado, cuando el otro o la otra se larguen de nuestro lado. El amor no se escritura.

Visto de esa forma, el amor propio es construir un mundo para mí y a mi medida, donde procure ser feliz, tenga o no una pareja. Buscar esa felicidad individual e intransferible significa escarbar en todo aquello que nos apasiona, nos mueva.

Empiece hoy por hacer una lista de diez cosas que le procuren una dicha auténtica. Tómese su tiempo. Si encuentra dos o tres, algo es algo. La idea es aumentar ese listado hasta lograr no diez sino mil motivos para sentirse cómodo consigo mismo.

Les compartiré algunas cosas que refuerzan mi amor propio.

  • Los almuerzos dominicales casa de mi madre.
  • Una hora diaria de lectura.
  • Cuarenta y cinco minutos de entrenamiento en el gimnasio.
  • Caminatas de 15 minutos entre la oficina y el restaurante. No almorzar con los compañeros de vez en cuando, significa aprovechar el tiempo a solas para llamar a personas de nuestros afectos, o para meditar sobre cualquier asunto. Hágase esta pregunta: ¿Es capaz de ir al cine o a un restaurante solo, sin sentirse mal porque los demás están acompañados?
  • Escuchar mis podcast favoritos, al lavar los trastos, al salir a trotar o en Transmilenio.
  • Las videollamadas entre semana con mi nieta Melanie.
  • Los buenos documentales o las películas sobre la Segunda Guerra Mundial.
  • Las clases de literatura los martes y jueves, noventa minutos cada noche.
  • Ir a plazas de mercado.
  • Una copa de vino tinto los sábados con los amigos. Cuando no hay amigos, me acompañan mis libros.
  • Preparar una limonada con hielo.
  • Fotografiar nubes en el cielo o abrazar árboles.
  • La felicidad al leer las respuestas de los seguidores a las preguntas que hago en Facebook.
  • Por último, una confesión:  aprendí a nadar de viejo. Y no los quiero hacer reír, enumerando las cosas que me faltan por aprender a mis cincuenta y pocos años.

El amor propio está adentro, así que no pierdan el tiempo buscándolo afuera.  Es mirarnos al espejo hasta encontrar lo que no se ve. Puede aceptarlo o romper el espejo para no mortificarse. Ni lo uno ni lo otro: hay una tercera opción: ¡Cambiar por nuestro bien, hacer cosas distintas, probar otra forma de vivir!

El amor propio es sentirse a gusto con uno mismo, sin que eso signifique perder la capacidad de relacionarse con los demás, disfrutar su compañía, su respeto, su cariño, su sexo o su amor. Empiece hoy a practicar el arte de caerse bien a si mismo.

Una compañera de oficina nos contó lo mal que se siente por su sobrepeso.

Decidimos ayudarle sólo si ella se ayudaba. Optamos por salir a caminar en grupo hasta que a ella se le vuelva un hábito y entienda que dos horas haciendo pereza en la cama, conectada a un celular viendo la vida de los demás pasar, incluyendo la de su ex pareja, se traducen en una vida desperdiciada con la ñapa de los achaques prematuros.

—Saca tiempo para ti y nada más que para ti. Nadie irá al inodoro para curar tu flojera —le dijimos.

Queríamos sonar un poco crueles y divertidos a la vez. El lunes llegó cumplida a la cita: 6:00 a.m. en sudadera, zapatilla y con botilito de agua. Todos aplaudimos, como si fuera ese bebé que deja de gatear para dar sus primeros pasos. Ahora sale a trotar sola, agradecida porque descubrió que tenía dos piernas funcionales.

No sé mucho del amor pero algo sé del amor propio. Ámese tanto que cuide de usted, de su alma y de su cuerpo.  Ámese tanto pero tanto que únicamente lo que sobre sea para repartirlo entre los demás. Ámese tanto, que cuando dejen de amarle el amor propio supla la carencia, hasta cuando sea el momento de llenar ese vacío, sin ansiedades, sin afanes, sin tener que mendigar amor en la siguiente esquina. Ámese hasta la exageración, de modo que en el pedestal quede usted cuando la otra persona se baje. Ámese tanto que no necesite de la aprobación ajena. Ámese tanto que los demás quieran sobarle la espalda mientras le preguntan qué se unta.

A estas alturas de la retahíla, se preguntarán cómo termina el cuento de las dos hermanas. Termina en que a B el novio la dejó con los crespos hechos; es decir, vestida y alborotada, porque no se casó con ella. Botó el dinero por la alcantarilla, creyendo que compraría el amor eterno de un recién aparecido. La mujer vendió el vestido y dejó de lamentarse por la vida exitosa de A. En lugar de eso, escribe su primer libro, riéndose de las estupideces cometidas; en medio de la doble pérdida resultó ganadora, porque una equivocación la llevó a toparse de frente con el amor propio. O sea, Joan Didion tenía razón. Y B ya no es la b de boba.

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