En España un creciente número de personas menores de 35 años considera que “en algunas circunstancias, un gobierno autoritario es preferible a un sistema democrático”, y a otros les “da igual un gobierno que otro”. Tal desazón, la resumió el escritor Oriol Bartomeus en pocas palabras: “algo ha fallado en la trasmisión de los valores democráticos”.

Si eso ocurre en países con educación privilegiada, qué podemos esperar los tercermundistas de Latinoamérica, donde la política es un asunto que el grueso de los ciudadanos desprecia. Y es hasta entendible, porque mientras unos cantan goles, millones están viendo cómo no ahogarse en su propia miseria.

Con una juventud con poco interés por el pasado y las noticias, a los viejos nos toca ponernos en la tarea de enseñar la historia y, llegado el caso, pintarla con plastilina, como quien enseña a leer y escribir a personas analfabetas.

Si perdemos la fe en las democracias estaremos perdidos, y condenados a repetir la historia. Si un fascismo encubierto prospera en Europa, ¿Cuánto tardará en pisar duro en América? No es fácil anticiparlo, pero ya hemos visto que la Historia se recicla a sí misma por una razón simple: nacen nuevas personas y todo vuelve a empezar. ¿O acaso no hay por ahí, en Palestina y en Ucrania, pequeños Hitleres desangrando el mapamundi? ¿Qué podemos decir de los que no han nacido? ¡Nada! El futuro es siempre incierto por más de que uno quiera beberlo en infusiones de optimismo.

Ayer los nazis asesinaron a seis millones los judíos, hoy suman más de 35 mil los palestinos muertos a manos del ejército de Israel, y alrededor de 200 mil soldados han pedido la vida en la guerra Rusia-Ucrania. Las matemáticas son lo de menos cuando condenan a inocentes a la pena de muerte sin merecerla.

¿Populistas con piel de oveja?

Medios como Infobae llaman folclóricamente “el Bukele colombiano” al alcalde de Bucaramanga, Jaime Andrés Beltrán, sin advertirles a los lectores que el verdadero Bukele ha impuesto su propio régimen del terror contra las pandillas en El Salvador.

Haciéndole el juego a los políticos, consciente o inconscientemente, la prensa usa calificativos que terminan inflando la imagen de un personaje, hasta convertirlo en celebridad política, outsider en el lenguaje de ahora. Algunos medios informan que ese mismo alcalde le entregó al expresidente Uribe la camiseta del Atlético Bucaramanga, luego de que aquel equipo ganó el campeonato de fútbol. Intento entender la cosa: ¿Un par de políticos usan un triunfo deportivo ajeno con fines meramente electoreros? Ojalá este guiño no signifique que el país caiga otra vez en manos del que diga Uribe. Ya una vez puso a un Iván Duque biche de presidente, cuyo “principal legado” son los cinco tomos de lujo de sus memorias anticipadas, bajo el nombre de “Obras selectas”, las cuales se pagaron con nuestros impuestos.

Los periodistas deberían ser más cuidadosos con la terminología usada, porque terminan endiosando poderosos en vez de vigilar sus actuaciones. Cuando el río está revuelto, urge una prensa capaz de desenmascarar intenciones, no buena razones, antes de que los ciudadanos nos convirtamos en el pez a pescar. O a callar, porque ya sabemos cómo muere el pez en los regímenes autoritarios.

“Nosotros consideramos que Nayib Bukele es un dictador, y esa es la postura editorial del periódico y la hemos publicado”, le dijo a El Espectador el periodista salvadoreño Oscar Martínez, director del diario El Faro. “Cuando los aplausos terminen será la hora de las botas militares”, recalcó el reportero.  

Debería preocuparnos también lo que pasa en Argentina.  Javier Milei llegó a la Casa Rosada negando los desmadres de la dictadura de Rafael Videla: Entre 1976 y 1983 hubo ejecuciones, torturas, exilios y pérdida de las libertades civiles y políticas.

Por cuenta de su “Ley de desguace” del Estado, despidió al 85% de empleados del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, cortó las ayudas a la Línea 144 (de asistencia a víctimas de violencia de género) e hizo cerrar el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), el Instituto de Agricultura Familiar Campesina e Indígena y la agencia de noticias Télam. Al que se hace llamar libertario poco le importan las políticas públicas relacionadas con lo social, o sea con el bienestar de la gente.

Milei también redujo las indemnizaciones por despidos laborales y amplió el periodo de prueba de 3 a 6 meses, y hasta en un año en el caso de las pequeñas y medianas empresas (pymes). Mis abuelos llamaban a eso la ley del embudo: lo ancho para los empresarios, lo angosto para los trabajadores. 

Lo mismo pasó en Colombia siendo presidente Álvaro Uribe: Desmejoró las condiciones laborales eliminando dominicales y horas nocturnas, derechos que la Reforma Laboral del gobierno de Gustavo Petro prometió restituir, si  la oposición lo deja. Ya hundieron el proyecto de ley que prohibía las “terapias de conversión”, pues consideran que el homosexualismo es una enfermedad que tiene cura. Recuerden que el régimen nazi se cebó contra los gais, los sometió a la persecución y tortura, y “muchos fueron asesinados sistemáticamente”, como recuerda el canal alemán DW.

Milei envió a su ministra de Seguridad, Patricia Buillrich, a recorrer las cárceles salvadoreñas (la prensa ha denunciado violaciones a los derechos humanos en ellas) para copiar el modelo en su país.  

“La vida no es buena. Si no, le preguntamos a un antílope en la Sabana cómo le va cuando lo caza un leopardo. La naturaleza es esa y hay que saber dar contiendas Demostrar que no sos una persona débil frente a una maquinaria gigantesca que te puede oprimir. Todavía se puede salir de eso. Hay que dar esperanza”, dice la escritora argentina Camila Sosa Villada, refiriéndose a lo que pasa en su país o a cualquier otro donde peligran derechos ya conquistados, como la interrupción voluntaria del embarazo o el matrimonio igualitario.  

Es hora de preguntarse si Latinoamérica podría contagiarse de ese europeísmo alocado que le da palmaditas a la extrema derecha. ¿Está reviviendo el Fascismo a través del neofascismo o los gobiernos populistas como los de Bukele y Milei? ¿Viviremos para verlo, padecerlo, escribirlo y luego, impotentes, morir habiendo perdido la fe en la humanidad como lo hizo el escritor Stefan Zweig? ¿Encarnan Nayib Bukele y Javier Milei el principio del fin de las democracias latinoamericanas? ¿Qué vendrá después de ellos? ¿Qué significa ser ultra en términos políticos? ¿En qué se diferencian los ultraderechistas de los ultraizquierdistas? ¿Qué personajes en Colombia abrazan esos extremos del espectro político?  Que no se nos haga tarde: A menos de dos años de las elecciones presidenciales, deberíamos estar hablando de estos temas antes de que los Mileis y los Bukeles se reproduzcan.  

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