Lo que pasa en el avión…  ¡no se queda en el avión!

Hugo Reyes hizo para la literatura colombiana lo que el español Pedro Almodóvar para el cine: un relato, compuesto de varios relatos amenos, que escudriña en los recodos del alma humana, allá donde las miserias, el glamour y el arribismo se juntan azarosamente.

Su obra “Toque de silencio en la tropósfera” (editorial Escarabajo), tiene un hálito de esa pluma exquisitamente venenosa con la que Truman Capote se hizo odiar por la élite neoyorquina, tras publicar en 1975 La Côte Basque, uno de los capítulos de su novela “Plegarias atendidas”, donde sacó la mugre de debajo del tapete y tendió los trapitos de sus amigas al sol. En clave literaria, Reyes se mete con la doble vida de la gente de bien, esa alta sociedad colombiana salpicada de la alta suciedad.

“… muestra la tragedia política de Colombia, desnuda su sociedad y pone de presente las grandes desigualdades a través del humor, la ironía y un tono light muy inteligente”, escribe el prologuista Eduardo Bechara.

Cuando toqué tierra en la página 256, tuve la impresión de que absolutamente todo lo leído tiene una base real, contado con desparpajo, en prosa hilarante, que se deja leer fácil: aquello que empieza dentro de un avión y terminará venga usted a saber dónde.

La dicha y la desdicha, las gracias y las desgracias que se cocinan cuando se revuelven miembros de la tripulación y pasajeros, y del mismo modo en el sentido contrario. La élite política y empresarial untándose de mundo, y los otros, los asistentes de vuelo, comprobando que sí es posible tocar el cielo a dos manos… ¡pero a qué precio! Trata de la buena vida, aunque falsa a ratos, esa vida glamurosa que se fabrica a punta de dinero y apariencias.

“Todos los cuentos están basados en hechos reales. Se cuentan bajo apodos para evitar tener problemas con los protagonistas reales”, me confirmó vía WhatsApp el escritor barranquillero, quien fue jefe de cabina internacional y coordinador de la Escuela de Servicio a Bordo en una prestigiosa aerolínea. Hugo Reyes voló durante 20 años como tripulante y sacó tiempo para obtener su licenciatura en Filosofía y Letras, con una especialización en Creación Narrativa.

Los personajes de esta novela viven literalmente en las nubes –ascenso, crucero y descenso- cada quien con su drama, pequeño o grande, o con algún secreto inconfesable, aunque en estas páginas nada quedará oculto para el lector, que de entrada tendrá papel propio en cada relato: Doris o Dorotea, que para el caso es lo mismo.

El protagonista se llama Énola Gay, cuya historia intuimos a medida que transcurre el monólogo; de su lengua corrosiva emergen las demás historias y personajes: La Palillo, una azafata con su amante bipolar que es espía del FBI; El Muá que colgó la bata blanca para hacerse auxiliar de vuelo. Jack, el que tiene novia pero juega “en ambos equipos”; El Michi y Katya, la de las puchecas nuevas; La Duquesa criolla que salió de un barrio bogotano “de calles sin pavimentar”; La Luminosa (La Lumi aquí en confianza), de quien su padre dijo que la concibió por error; El Kike y sus enredos con el vicepresidente de la compañía, “descendiente de las familias más rancias de este país”; Guillo, que nació gay en una familia de militares; El Sebas, que de niño se refugió en los libros”; Juliet, la amante de un capitán rubio; El Mauro y su aventura con un presidente de la República, La Cristóbal Colón (–“La apodamos así, pues se peinaba igual a él”); El Dorian, acostumbrado a la “maricocracia”, que se enredó con la versión criolla de Jack, El Destripador; La Ballenita Ninfómana, El Sangre Negra, Madame Freud, Leslie, El Manga, La Coco

Es una novela no apta para homofóbicos, aunque si esas personas la leen podrán entender que la maricada no hace menos humana a las personas.

Desde las primeras líneas, se nos revela un paisaje ampuloso unas veces, y temerario en otras. Embelesador a ratos, embriagador por momentos, pero cargado siempre de una tensión cruel. Son las vidas miserables y las aristocráticas, -o falsamente aristocráticas, pero genuinamente miserables-, porque aquí no basta con ser, sino que hay que parecer, mientras la procesión viaja por dentro y por fuera.

Reyes recrea esa Colombia que chorreaba sangre y lágrimas en los 80s y 90s, como la avalancha de Armero, la toma del Palacio de Justicia,  el magnicidio del “Comandante Papito” del M-19, Carlos Pizarro Leongómez, o el funesto vuelo 203 de Avianca, desintegrado siete minutos después de decolar. (“Una mano fue encontrada dentro de los restos humeantes cruzando los dedos para la buena suerte”). Una época en que “el olor a alcohol era normal en las cabinas”. Un submundo donde se juntan la sordidez y la vileza humanas, donde hay “bandas de asesinos que seducen homosexuales” y hombres y mujeres, azafatos y azafatas, atraídos por el contrabando (de whisky, cigarrillos, droga) y la vida a todo dar.

Una novela que vale la pena leer antes, durante o después del siguiente vuelo comercial, con una copa de las grandes en la mano… porque el chisme está buenísimo.

Sobre “Toque de silencio en la tropósfera” uno podría decir lo mismo que Walter Nash dijo acerca de Plegarias atendidas: «No he podido por menos que soltar la carcajada ante la voluble impudicia de algunos episodios, ante los súbitos arranques cómicos».

¡Feliz vuelo literario!

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