Fidel Cano Correa, director de El Espectador. Imagen tomada de las redes sociales de El Espectador.

El director de El Espectador habría podido llevarse un secreto a la tumba y ahorrarse el matoneo en las redes sociales. Pero no lo hizo así. Él tuvo la gallardía de poner la cara, ofreció disculpas por la mala fe de un tercero, más el descuido propio y el de su equipo, e hizo una confesión impensable frente a una cámara: “Fallaron todos los controles y fallamos en nuestra promesa de rigor y apego a la verdad”, dijo.

Todo ocurrió en la misma semana en que El Espectador recibió tres merecidos premios de periodismo Simón Bolívar, por la calidad de su periodismo serio, valiente e independiente.

Con este mea culpa, le reveló al país que hubo en la redacción “un irresponsable aprendiz de periodista que utilizó mecanismos fraudulentos para engañar a sus propios editores y producir contenidos no solo con un uso indiscriminado e irresponsable de inteligencia artificial, sino además, para perfeccionar su engaño, sustentando en informaciones de fuentes inexistentes”.

Más adelante, el director señaló: “Tomó tiempo descubrir el engaño porque este muchacho, que llegó a hacer sus prácticas profesionales, convertía en entrecomilladas la información que le producía la inteligencia artificial sobre diversos temas, y se los atribuía a personas inventadas; tenía el descaro de presentarlos como profesores de universidades muy reconocidas o expertos profesionales en diferentes temas, pero esos expertos eran pura ficción, una creación de su mente perversa”.

Por supuesto, la información y artículos de su autoría ya fueron borrados de internet (despublicados) y el diario resolvió en este artículo las inquietudes de los lectores sobre el caso.

“No eran temas muy complejos, todos asuntos de bienestar personal (…) El hecho es que publicamos información falsa y es imperdonable que haya pasado todos los filtros y que esos contenidos hayan llegado a ser publicados”, concluyó.

Fidel Cano tuvo el coraje para ofrecer disculpas de manera pública. Se lo ve devastado, con el rostro desencajado, consternado al igual que la audiencia que lo sigue (lo seguimos), cada semana a través de la sección Redacción al desnudo”, una especie de muro de lamentaciones donde reconoce los fallos, así sea en una tilde, o las equivocaciones del periódico, cuando las comete.

Como lector habitual, puedo decir que don Guillermo Cano, el mártir del periodismo colombiano, puede estar tranquilo, porque El Espectador, bajo la dirección de Fidel Cano Correa, asume el ejercicio del periodismo con valor e independencia y, como en este caso, con la humildad necesaria para reconocer ante un país las fallas humanas. ¿Cuántos medios y directores de medios en Colombia tienen o han tenido tal nivel de gallardía?

El director ha sido víctima de un matoneo innecesario en las redes sociales, donde es fácil crucificar o satanizar. Algunos comentaristas no entendieron la importancia de que un medio con tradición periodística —El Espectador es el diario más antiguo de Colombia, fundado en 1887-—, reconozca que la prensa es falible porque detrás de ella están seres humanos.

Los periodistas reales que producen información falsa no son un tema nuevo ni en Colombia ni en el mundo, lamentablemente.

En la primera mitad del siglo veinte hubo en Bogotá un periodista llamado José Joaquín Jiménez, que se las daba de poeta. O tal vez era un poeta que se las daba de periodista. Cuenta la leyenda que el hombre escribía poemas y se los achacaba en sus crónicas rojas a un tal Rodrigo de Arce, luego de meterlos en los bolsillos a los suicidas del salto del Tequendama. Se supo que ambos, el poeta y el periodista, eran la misma persona.

El cronista escribió sobre el hampa para el diario El Tiempo bajo el seudónimo de Ximénez. En su biografía, el escritor Andrés Ospina cuenta la anécdota que ocurrió la mañana del 7 de marzo de 1935, Germán Arciniegas, el director, leyó con sospecha un titular insólito: “Picardías increíbles: El esqueleto del Libertador fue vendido a un anticuario”.

El reportero aseguraba que un tipo venezolano había negociado, por cuatro mil pesos, los restos mortuorios de Simón Bolívar a una tienda de antigüedades. La misma nota afirmaba que el mismo tipo se presentó en el mismo anticuario ofreciendo la osamenta de cuando Bolívar tenía 17 años al mismo comprador, que obviamente se percató del fraude.

Jiménez se defendió alegando que la gente hablaba del asunto en el Café Granada. El autor de “Ximénez”, la biografía sobre el reportero judicial, recrea la conversación de aquel con el jefe:

Varios tabloides estadounidenses reprodujeron la insólita “noticia” y la reprimenda de Arciniegas a Ximénez fue contundente: “Es mejor que la gente lo reconozca como un buen periodista. No como un buen chismoso. ¿Entendido?”.

La verdad es el alma inquebrantable del periodismo, su “centro de gravedad, alrededor de esto lo demás se edifica solo”, dijo don José “el Mono” Salgar, maestro de periodistas en El Espectador.

El icónico The Washington Post recibió el Premio Pulitzer por la increíble historia de un niño de ocho años adicto a la heroína desde los cinco, la cual se publicó en 1981 bajo el título “El mundo de Jimmy”. Fue escrita por Janet Cooke y luego reproducida por otros trescientos periódicos del mundo. Todo iba bien hasta que se descubrió que la historia de la reportera era falsa, con todo y comas. El diario devolvió el premio y su director, un avergonzado Ben Bradlee, dio la cara en medio de la tormenta. La anécdota está contada en el documental “El Periodista: La vida de Ben Bradlee” (HBO, 2017), sobre el icónico director de The Washington Post, el periódico que en 1974 tumbó al presidente Richard Nixon tras el caso de espionaje que se conoció con el nombre de Watergate.

“No solo fue un fracaso periodístico sino moral”, reconoció aquel. Y luego aconsejó: “Cuidado con las historias que quieres que sean ciertas sin importar la razón. Ten cuidado con una cultura que permita que las fuentes desconocidas se acepten con facilidad. No te desanimes por lo difícil que es encontrar la verdad y piensa en qué más podrías estar haciendo de serte posible”.

En 2003, The New York Times, diario emblemático, les contó a sus lectores que uno de sus redactores plagió las noticias durante seis meses. “Cogió un poco de aquí y de allá para redactar las noticias donde nunca había estado, Jayson Blair escribía del francotirador de Washington cuando estaba en Nueva York. Es la historia de un engaño, de un golpe bajo a la credibilidad de ‘The New York Times’, uno de los periódicos más influyentes del mundo”, reseñó en esta nota El Mundo de España. Detectaron irregularidades en al menos la mitad de los 73 artículos que el reportero escribió para la sección nacional.

En 2010 otro periodista salió por la puerta de atrás del mismo diario, también acusado de plagio. Según el diario global El País, el redactor Zachery Kouwe, “utilizó frases del Wall Street Journal, la agencia de noticias Reuters y otras fuentes ´sin atribución o reconocimiento´. ´Copiar directamente de otros medios sin citarlos -incluso si los hechos son verificados de manera independiente- es una seria violación de la política del Times y de las normas básicas del periodismo. No debería haber ocurrido´, se disculpó el diario”.

En 2018, el semanario alemán Der Spiegel despidió a Claas Relotius, su periodista estrella, “por inventar al menos 14 artículos”, de acuerdo con Euronews. El reportero inventaba fuentes y hechos. “Relotius incluso inventó personajes, engañando tanto a los lectores como a sus colegas. (…) Algunos de los artículos en cuestión fueron nominados o incluso premiados, como ´Los niños leones´, un reportaje sobre dos niños iraquíes que habían sido secuestrados por el autodenominado Estado islámico, y ´Número 440´, una historia sobre unos reclusos de la prisión militar estadounidense de Guantánamo”.

Lo que estos casos enseñan es que las salas de redacción deben mejorar sus controles de calidad, que se debe ser vigilante con el trabajo de los practicantes y así con la labor del más curtido de los periodistas. Que no se trata de pelear con la inteligencia artificial: la IA es una herramienta poderosa que llegó para quedarse: puede y debe usarse para bien, pero también hay que estar alertas porque algunos la usan para hacer males, ya vimos.  

Con los peligros que suponen las nuevas tecnologías, por el mal uso, quizás sea la hora de preguntarse si está haciendo falta en la prensa colombiana la figura del verificador de hechos, datos y fuentes.

En esta nota titulada “La historia del aclamado departamento de verificación de datos de The New Yorker”, Zach Helfand declara que “los periodistas se dedican al encanto y la traición; los inspectores se dedican a la reducción de daños”. Con la siguiente anécdota queda claro que la prestigiosa revista verifica la información hasta en los detalles más increíbles:  

En su página web, el podcast Radio Ambulante respondió la siguiente pregunta:¿Por qué tenemos una verificadora de datos en el equipo?

“En Radio Ambulante, verificamos nuestros guiones línea por línea. Cada oración tiene que ser verídica y comprobable. En Latinoamérica, la costumbre de tener un verificador de datos tiempo completo en el equipo no es común, incluso hemos visto caras sorprendidas cuando les mencionamos este rol. Pero en Radio Ambulante hacemos periodismo responsable y del más alto nivel y por eso tenemos a Andrea López-Cruzado, quien se asegura de que todo lo que publicamos sea verídico”. 

La propia verificadora comenta: “Tengo la responsabilidad de asegurarme de que todo lo que incluimos en un episodio se ajuste a la verdad. Al verificar los datos, los hechos y la información que incluimos, estamos garantizando que nuestras historias sean balanceadas, creo que esa es mi función. De algún modo, soy la guardiana de que lo que publicamos se ajuste a la verdad”.

Más adelante añade algo que parece simple pero no lo es: “soy bien pesada y siempre le estoy preguntando a los autores, “¿esto de dónde salió? ¿Esto lo estás diciendo tú?”. Lean toda la entrevista con ella aquí, donde ofrece consejos a los medios para mejorar su proceso de verificación.

En el caso de El Espectador, quizás lo único que faltó fue una simple llamada: levantar el teléfono como se hacía antes, para confirmar que una fuente existe en la vida real, porque el periodismo trata esencialmente sobre personas y hechos verosímiles. Quizás quepa preguntar también qué clase de ética se está impartiendo en las facultades de periodismo.

El debate debe continuar. La primera pregunta que debemos plantearnos los periodistas es si la dictadura del algoritmo y el clickbait están afectando la calidad del periodismo en todo el mundo. Por ejemplo, en aras de la transparencia, los medios podrían informar a sus audiencias, hasta donde sea posible, los usos que sus plantillas le dan a la inteligencia artificial. Porque el periodismo no necesita enemigos adentro cuando ya tiene suficientes por fuera de las salas de redacción.

Desde este blog, larga vida para El Espectador, decano de la prensa colombiana, con 138 años de historia.

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