Libro La Costa Nostra, de la periodista Laura Ardila

“Hay un periodismo prescindible, por el que no vale la pena sacrificar un árbol, y hay otro periodismo de tal valor y tan imprescindible que por él vale la pena sacrificar un bosque”: Javier Darío Restrepo (1932-2019)

La última semana he tenido conversaciones muy extrañas conmigo mismo. Me levanto preguntándome si es posible que el periodismo sea un moribundo en fase terminal, ¿o acaso soy un agorero más? Me imagino con 18 años y cuestiono ¿para qué diablos estudiar periodismo? ¿Vale la pena o mejor me quedo durmiendo? Hablar solos parece cosa propia de la edad y de la pandemia.

Me cuentan que las salas de redacción desaparecen (vendieron el edificio del diario El Colombiano), y ahora las noticias se escriben desde la casa de los reporteros. Si la cosa es así, ¿a qué hora están yendo al lugar de los hechos? ¿Reemplazaron la grabadora y la libreta de notas por los audios de WhatsApp para evitar la fatiga?

Dice Ómar Rincón, catedrático y crítico de medios: “Sí, vale la pena estudiar periodismo y con más razón ahora que está en crisis. Pero debería estudiar periodismo quien tenga esa pasión por contar historias, por joder a los poderes, por mirar distinto a la humanidad, por encontrar otras perspectivas para contar, por innovar y crear formatos distintos. Tenemos que volver a enseñar el oficio con su pasión de reportería en el contexto de los nuevos formatos narrativos y de nuevas éticas periodísticas. No podemos seguir haciendo un periodismo jurásico”.

Como si no estuviera entre el agua y la pila bendita, la semana empezó con pie izquierdo para el periodismo, acosado por la banalización de las redes sociales y luchando por reconquistar audiencias esquivas. Editorial Planeta vetó el libro “La Costa Nostra”, de Laura Ardila, (¡mataron el tigre y se asustaron con el cuero!) y desde su denuncia en El Espectador, muchas voces han protestado, y no faltó quien propuso boicotear a esa editorial española, pero me pongo a pensar si más bien no deberíamos estar enojado con un clan familiar que ha llevado sus tentáculos políticos y económicos a niveles sórdidos.

¿Somos cómplices por comprar en sus tiendas, apoyar al Deportivo, Junior, escuchar Olímpica Stereo o tener cuenta en su banco? ¿Qué posición debe asumir uno a sabiendas de que tales negocios generan puestos de trabajo para gente necesitada?

Me queda la duda de si sirve de algo no comprarles el pan recién horneado. Los líos de esa familia debe resolverlos la justicia y no los ciudadanos, que lo único que podemos hacer es aplicar una sanción social de forma individual, pero una golondrina no hace verano.

Vamos a lo de fondo: los hechos demuestran que el verdadero poder en Colombia es económico y no político como nos han hecho creer; cada vez más ese poder se concentra en unas poquitos apellidos, que, songo zorongo, se han ido haciendo con los medios de comunicación, los cuales deberían ser (y no siempre son) garantes de las libertades y defensores de las democracias.

Digámoslo distinto: Lo que en otros tiempos se llamó cuarto poder, refiriéndose a la prensa, se ha convertido en el poder de empresarios con capacidad numérica para hablar de tú a tú con la clase política, y ahora a ese músculo financiero suman su “músculo periodístico”, dejando a los ciudadanos por fuera de la conversación. ¿O cuál sería la razón para meterle capital a un medio de comunicación, aun sabiendo la crisis que enfrenta este negocio? De hecho, los Gilinski (dueños de Semana, El País, El Heraldo, ¡y los que faltan!), ya le aplicaron los santos óleos al diario Q´Hubo de Cali.

Aquí cabe esta pregunta:

—Cuando los poderosos hayan comprado todos los medios, ¿quién nos dirá la verdad?

Alejandra de Vengoechea, profesora de periodismo en la Universidad Jorge Tadeo Lozano: “El periodismo que me gusta ejercer es aquel que también enseña, instruye, alfabetiza, muestra caminos. Todos sabemos que estamos en crisis, pero necesitamos superar la actitud derrotista. Muchos lectores no saben cuáles son los medios independientes, no saben qué leer, y es parte de lo que hago con los estudiantes en mi curso sobre noticias. Hay medios y gente haciendo esfuerzos titánicos por ser independientes, son como mosqueteros haciendo las cosas bien hechas”.

No sería raro que esos grupos de poder, un día se adueñen también de las editoriales que producen libros y, cual amos, definan qué pueden decir o qué deben callar los escritores, pues el caso de “La Costa Nostra” puede ser el principio de algo peor por venir; la preocupación me surge tras conocerse las dimisiones de Juan David Correa, (¡gran periodista!), director editorial de Planeta (Colombia y Ecuador), y Ana Cristina Restrepo (¡gran periodista!), autora de esa misma casa.  (Me pregunto si se trata de renuncias innecesarias o qué efecto positivo pueden tener en un país que menosprecia la valentía y el talento).

En todo caso, al cuento le falta un pedazo, siendo que esa misma editorial publicó en 2020 “Los clanes políticos que mandan en Colombia” del politólogo León Valencia: no es nuevo que el de los Char sea el más poderoso del país. En otro tuit nos recuerda que los Char hicieron echar a Ariel Ávila de la antigua Semana para callarlo.

En ese orden (o desorden) de ideas, aquella frase manida de que Colombia es una de las democracias más antiguas y sólidas de Latinoamérica es tan discutible, como discutible sería seguir afirmando que la prensa es el cuarto poder. No puede ser cuarto poder mientras la muevan intereses extra periodísticos. No puede ser cuarto poder mientras se haga desde los escritorios sin ir a la calle a untarse de realidad, a la espera de que un video se viralice en las redes sociales para construir un titular que, con afán escandaloso o morboso, genere suficientes likes. ¡El síndrome de la chiva  ha muerto, viva el like!

Tengamos claro algo: Que un medio se ufane por tener más lectores únicos al mes no significa que esté haciendo buen periodismo. Además, nos toca aprender a pescar en el río revuelto de las mentiras:  “Histórico: Semana.com tiene hoy más lectores digitales que la revista ‘TIME’ y, de lejos, es el medio colombiano más consultado en el mundo, según Comscore”.

Hice lo que una persona sensata debe hacer. Buscar un medio fiable para contrastar semejante fábula. Y en efecto: Los datos del diario La Vanguardia de España echan por el piso la afirmación de Semana, que osa compararse  con una revista prestigiosa y con un siglo de historia, que circula en el país más poderoso del mundo con cinco veces más el número de habitantes que tiene Colombia. Semana (con 27 millones de usuarios, según ella) se compara con Time que tiene 100 millones de lectores online.

—¿Qué moraleja deja esto? Que hoy toca contrastar la información de ciertos medios leyendo otro para detectar quién miente a través de un titular o una portada de revista. ¿Dónde está la bolita, dónde está ella?

Tampoco puede ser cuarto poder mientras a los periodistas se les paguen sueldos miserables que los obligan a buscar ingresos adicionales para sobrevivir. Una infidencia: El otro día, en un evento literario, un periodista desempleado agradeció el jugo en caja y la empanada que ofrecieron los anfitriones, pues -me dijo- ese era su desayuno y confiaba en poder almorzar más tarde en la casa de algún familiar. Increíble pero cierto.

Matador, periodista y caricaturista. “He escuchado siempre a los periodistas quejarse de su sueldo y eso no es de ahora. Nos vendieron una idea romántica del periodismo, que era el mejor oficio del mundo y cosas por el estilo. Pero no hay tal. Siempre he visto a periodistas comiendo de lo que sabemos pero de eso no se habla. Lo otro es que Colombia es un país al que no le gusta leer y así es más fácil sembrar una mentira en ese terreno abonado que es la idiotez.  Lo que interesas son los clicks y no la verdad. Manipular al lector es lo de ahora; afortunadamente, hay un resurgimiento del periodismo independiente que es muy valioso en las actuales circunstancias”.

Si una editorial se atortola frente a unos políticos con intenciones de llegar a la Casa de Nariño, que así se lo dijo Laura Ardila a María Jimena Duzán en A fondo, mañana otro tipo de miedo podría gestarse cuando ese poder económico nos gobierne. Sepa el lector que los señores Nayib Bukele en El Salvador y Donald Trump, en Estados Unidos, eran empresarios antes de meterse a políticos, y ambos buscan, como sea, ser presidentes reelegidos. Porque eso de pasarse las leyes y la Constitución por la faja no ocurre solo en Colombia.

Con todo, la censura a “La Costa Nostra” deja ver que en este país son las mujeres (hablo de la ex congresista Aída Merlano y la reportera Laura Ardila), quienes llevan los pantalones bien puestos, por no decir lo que se dice en estos casos.

Ahora bien, supongamos que mañana otra casa editorial publica el comentado libro sin que le tiemble la imprenta. ¡Fantástico! Es lo que deseamos para conocer lo que hay debajo del tapete, pero de nada sirve una denuncia, por más ruidosa, si las autoridades no actúan, como enhorabuena están actuando en el caso Odebrecht: Unos audios inculpan a Oscar Iván Zuluaga e hijo, pero como cosa rara el que quería ser presidente ya se declaró inocente.

De nada sirve poner en la picota pública las artimañas politiqueras si todo sigue igual y con unos ciudadanos incapaces de analizar, antes de ir a las urnas, la gravedad de ciertos comportamientos, porque mientras la prensa seria busca alertarnos, paisanos salen en romería a recibir con aplausos a un político recién salido de prisión, que no es ningún rockstar, sino alguien que purgó condena por concierto para delinquir y lavado de activos. La escena de la caravana multitudinaria en Sahagún, Córdoba, que todos vimos horrorizados, habla mal de nosotros los colombianos, de nuestro realismo trágico. Esa conducta (la gente celebrando la sinvergüencería) también debe combatirse, porque perdimos el pudor, la moral y la cordura. Muy provechoso sería conversar con un sociólogo y un psiquiatra sobre estas colombianadas.

Claudia Palacios, periodista y columnista. “Desde hace muchos años estoy recomendando no estudiar periodismo. Por un lado, hay ciertas carreras (Derecho,  Ciencias Políticas…) que ofrecen una formación con mejores bases para ejercer el oficio de periodista. Y por otra parte, no existe un mercado capaz de ofrecerles una vida digna a los periodistas. Hay muy mala remuneración, inestabilidad y muy pocas empresas de medios ofrecen condiciones laborales acordes con la ley. Es un mercado muy frágil para la cantidad de gente que estudia periodismo. Un tercer elemento es la estigmatización, de la mano de la polarización, en la que hemos caído los periodistas, el periodismo y los medios. Es un oficio en riesgo, porque depende de la credibilidad, que se ha ido perdiendo, sin querer generalizar. Con mayor razón, hay que estudiar otra carrera para renovar el ejercicio del periodismo, de manera que pueda volver a ser relevante para las audiencias y las democracias”.

Los periodistas somos mortales pero el periodismo debe ser inmortal para salvaguardar las democracias. Debe prevalecer para hacer contrapeso a los demás poderes, incluido el de las billeteras. Me honra escribir para un periódico como El Espectador que si bien pertenece a un grupo económico hace un periodismo confiable, riguroso y comprometido con la verdad, sin caer en la chabacanería o el titular tendencioso e irresponsable.

No obstante, me angustia pensar que el periodismo como lo conocimos en sus mejores épocas esté desapareciendo, arrinconado por las malas prácticas, arrastrado por la frivolidad que impera en las redes sociales, donde una gran investigación compite contra memes y videos insulsos, que no exigen del lector ningún esfuerzo mental… como si el pensamiento crítico hubiera caído en desuso.

“El público está cada vez menos interesado en las noticias; TikTok gana terreno”, leí con preocupación en El Espectador.

¿Se debe reinventar el periodismo, del mismo modo que los medios deben con urgencia reeducar a las audiencias? Creo que sí y sí. No hacerlo es condenarlo a la extinción y regresar a la época en la que este oficio todavía no se había inventado y aun así el mundo giraba sin él.  ¡Que el periodismo sea o no relevante para el público depende del propio periodismo, de nadie más!

¿Dónde está la bolita, dónde está ella?

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