“Hay besos problemáticos (…) hay besos que engendran la tragedia”, escribió la poetisa Gabriela Mistral, como si se anticipase cien años al drama de Luis Rubiales. El mundo se le puso patas arriba al (ahora ex) presidente de la Real Federación Española de Fútbol por el beso abusivo a la futbolista Jenni Hermoso, que esta…
“Hay besos problemáticos (…) hay besos que engendran la tragedia”, escribió la poetisa Gabriela Mistral, como si se anticipase cien años al drama de Luis Rubiales.
El mundo se le puso patas arriba al (ahora ex) presidente de la Real Federación Española de Fútbol por el beso abusivo a la futbolista Jenni Hermoso, que esta semana lo denunció ante la Fiscalía española; en el entretanto Woody Allen propuso una solución: “pedir disculpas y asegurar que no lo volverá a hacer. Y hecho eso, seguir los dos adelante”.
En cierto sentido pienso lo mismo que el director de cine: ¡El tipo no mató a nadie! Sin embargo, sus argumentos terminaron por hundirlo. Se le olvidó eso de que a veces menos es más. Prefirió enredarse en la palabrería a pedir perdón: agachar la cabeza o ponerse colorado una vez. Donde sobra la soberbia, falta la humildad.
Sin ser abogado del diablo, me parece desmesurada la reacción mundial. Oí decir, por ejemplo, que este episodio le ha hecho daño a la marca España. ¿Qué dirán entonces de Colombia, donde tenemos todas las plagas juntas: narcotráfico, bandas criminales (incluidas las venezolanas Tren de Aragua y Los Maracuchos); paramilitarismo, guerrilla y disidencias más corrupción política y empresarial? Hay demasiadas cosas importantes en que pensar y no pensamos en ellas porque perdimos el orden de las prioridades. El mundo se parece a esos matrimonios que se están viniendo abajo pero uno de los dos cree que su problema son las goteras en el techo.
Nos horroriza un beso no consentido pero permanecemos indiferentes sabiendo que en este planeta de locos vivimos entre asesinos, violadores, corruptos, pedófilos, malandros y otras calañas humanas, sin contar que un desquiciado moscovita tiene ganas de oprimir el botón del cataclismo, a no ser que el Apocalipsis ambiental se le adelante. —“A lo mejor esa sea la solución final a nuestro problemas”, me dijo esta semana alguien.
El mundo futbolístico, tan ofendido ahora, no ha dejado de llenar estadios en protesta por la corrupción y el acoso sexual que campean en ese deporte. Es decir, se hacen cochinadas con el dinero de los aficionados, y estos actúan como si no fuera con ellos. La industria enriquece a unos pocos y luego esos ricos usan su capital como afrodisiaco.
Nos persignamos por un beso a la fuerza pero nos mantenemos incólumes ante las atrocidades que ocurren a diario, muchas en nuestras narices. Cuando agreden a alguien en la calle nos hacemos los pendejos o cambiamos de acera para no perdernos, de lejitos, los detalles de la escena. Hay un cinismo natural en el ser humano y las redes sociales son perfectas para camuflar ese descaro, nuestra falta de empatía. Desde una pantalla tiramos la piedra y escondemos la mano. En la vida real asumimos que no tenemos velas en las tragedias ajenas: “¡De malas como la piraña mueca!”.
En las mismas redes sociales desadaptados despotricaron del congresista Polo Polo por besar a una rubia durante un concierto. Aunque no es santo de mi devoción, tiene derecho a besarse con una mujer, con un hombre o con quien se le dé la gana, mientras el otro o la otra se lo permitan. La vida privada de los demás no me incumbe, su orientación sexual menos. La noticia no debería ser con quien se besuquea el muchachito aquel, sino qué ha hecho como congresista, pues al fin de cuentas los “honorables” viven de nuestros bolsillos pero los ciudadanos no vivimos de sus besos.
Me parece que el de Luis Rubiales fue un beso nacido en el éxtasis de la emoción, en el fragor de la celebración por el título mundial de las jugadoras españolas. Esa euforia absurda propia de los fanatismos: al fútbol, a la religión, a los artistas y aún a los políticos. ¿No me creen? Por ahí circula la foto de un señor con la imagen de Uribe tatuada en la pierna.
Quizás lo suyo fue un exceso de serotonina, la hormona de la felicidad, cuya deficiencia nos tiene jodidos y a las puertas del manicomio: los suicidios están disparados, y así la depresión y otras enfermedades mentales. Jamás se nos ocurriría hacer una marcha para que los gobiernos le paren bolas a la salud mental. ¿O sí? Condenemos el beso de la discordia pero salgamos a protestar para que en serio las mujeres reciban un trato justo en materia de salarios y posiciones de poder, por ejemplo.
Nuestros problemas comenzaron cuando perdimos la inocencia. Vayan cuarenta años atrás cuando jugábamos a las “escondidas americanas” o al “beso robado” en los aguinaldos decembrinos. Yo fui muy de malas porque pocas veces encontré a la niña que me gustaba; eso sí, recuerdo que algunas chicas se dejaban encontrar facilito del chico que les traía loquitas. Obvio: Ese no era yo. Tan cándido fui que una vez, ya grandecito, me dijeron: “los besos no se piden, se dan y ya”. Entonces, ¿en qué quedamos? (¡Palo porque bogas, palo porque no bogas!) Ni siquiera fui hábil con los besos andeniados, esos que parecen besos sietemesinos entre la mejilla y los labios, que dejan iniciado a cualquiera… y uno con ganas de recitar a Neruda: “En un beso sabrás todo lo que he callado”.
Lo de Rubiales demuestra que los tiempos cambiaron: hoy los besos sí o sí se piden para no tener que cantar como su compatriota Dyango:
“La culpa fue del primer beso / Un beso / El primer beso que le di”.
Cualquier acto que involucre a hombres y mujeres es sometido al escarnio público, toca ir en punta de pies por la vida, no sea que nuestros ojos nos condenen primero que nuestras acciones. O llegará el día en que nos pongan anteojeras, como a los caballos, para no mirar a los lados, no sea que nos lleven al estrado acusados por una mirada con doble intención… de esas que desvisten… o matan.
“Los hombres tienen miedo y las mujeres se creen intocables”, trinó la actriz Amparo Grisales, tras la agresión de una muchacha a un muchacho.
Volviendo al cuento, se repite el caso del Dalai-Lama, cuando besó en la boca a un niño, en respuesta al beso que aquel le dio en la mejilla, y luego sonriente el hombre de la túnica anaranjada le acercó su lengua, en lo que pudo ser el primer beso con lengua de Dios. —Una de dos, pensé: O al lama le llegó la demencia senil o quería hacer una broma que salió asquerosamente mal ante los ojos de una raza humana con la moral superior. No sé hasta qué punto aquel escándalo afectó la reputación del budismo.
En ambos casos los hechos ocurrieron en público y ese debería ser un atenuante a la hora de juzgárseles. Muchas bajezas se hacen con la puerta cerrada, así que dudo mucho en la maldad inmediata de quien tiene todos los reflectores encima, aunque obviamente eso no exonera a ninguno de los dos personajes por su conducta inapropiada. Sin embargo, no he visto a nadie despelucarse porque dos machos del balompié se besan como producto del mismo fanatismo.
“Le salió así y justo lo tomó la cámara. Así que tengo mala suerte. ¿Qué tengo que hacer, matarlo? No puedo, lo necesitamos”, respondió Iván Rakitic cuando le preguntaron por el sorpresivo beso que le dio Daniel Carriço al celebrar el título del Sevilla en la Europa League en 2014, tras vencer al Benfica por penales.
“Jesús le dijo: «¡Judas! ¿Con un beso me traicionas a mí, el Hijo del hombre?» Cuando los discípulos vieron lo que iba a pasar, le dijeron a Jesús: —Señor, ¿los atacamos con la espada?”. Lucas 22:48-53
Ya sabemos cómo terminó el desventurado de Judas Iscariote, arrepentido y colgado de un árbol, tras el beso más infame de la historia. No sabemos qué le espera al español tras la investigación por “presunto delito de agresión sexual”. Ya sabemos que los ricos suelen usar el dinero para evadir a la justicia. No creo que 30 monedas de oro lo salven del juicio final que imponen unas redes sociales implacables e inquisidoras. O a lo mejor lo perdonan, caso cerrado y, cursi, se pone a celebrar cantando una de Yuri:
“Dame un beso, no no / Dame un beso, no no
Lapidario semanal
LUNES: ¿A cuánto estamos en términos de tiempo y dinero para que una familia de inmigrantes libaneses llegue a la Casa de Nariño por obra y gracia de su poder económico?
MARTES: Alex Char puntea en las encuestas para ser el alcalde de Barranquilla. El libro “La Costa nostra: la historia no autorizada de los Char, el clan político más poderoso de Colombia” también es primero entre los libros más vendidos. Conclusión: la gente que lee no es la misma que vota.
MIÉRCOLES: Andan con el cuento de que “Barranquilla es la Miami de Latinoamérica”. Pregunta: ¿Con o sin los pobres?
JUEVES: El chiste de la semana: Que al llegar Arturo Char a cárcel la Picota, los otros presos gritaron con alborozo: “Olímpica… se metióooooo”.
VIERNES: Fíjense que los últimos escándalos de corrupción nos llevan a la hermosa Barranquilla, la misma ciudad a la que Joe Arroyo le cantó: “Del Caribe aflora / Bella, encantadora, con mar y río / Una gran sociedad”. Favor no confundir sociedad con suciedad. El periódico de don Luis Carlos contó que un exsenador y un exgobernador recibieron a Arturo Char en la cárcel. Pendientes, pues, de las fotos en las páginas sociales.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones,
contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no
se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera
que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.