“Propiamente leída, la Biblia es la fuerza más potente para el ateísmo jamás concebida”: Isaac Asimov, escritor (1920-1992)

¿Me tildarían de hereje por decir que la Biblia creó el realismo mágico? ¡Si viviéramos en la Edad Media, ya la Inquisición me habría tostado en la hoguera!

Carezco de la formación teológica que se requiere para abordar las cuestiones relativas a las “Santas Escrituras”, harto controvertidas por científicos, filósofos e historiadores, pero me intriga una cuestión: por qué no existe una biografía oficial de Dios, una que nos permita conocer el pasado anterior a la Creación y la vida actual en el cielo. Muchos dirán que esa biografía es la Biblia misma y en parte estoy de acuerdo.

La Biblia es uno de mis libros favoritos, una gran novela hecha de pequeñas novelas, de los mejores relatos literarios que se han escrito, donde conviven “armónicamente” la ficción y la no ficción; quiero decir, las ficciones asociadas, en este caso, a la fe individual. Se me ocurre que sus páginas guardan la raíz del realismo mágico, con un arranque maravilloso (Libro del Génesis) y un final aterrador (Apocalipsis), la pugna entre las huestes de Dios y el ejército de los demonios, el bien que no existiría sin el mal, y viceversa. Desgraciadamente, no nos quedó difícil calcar el mal; por nosotros hablan nuestras guerras pasadas, presentes y futuras.

Con su halo profético, “Cien años de soledad”, la obra maestra de Gabriel García Márquez, padre del realismo mágico, es exactamente eso: Una “biblia contemporánea”, versión moderna de la Creación y el horror, escrita con una prosa embellecida.

“El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

“… las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la Tierra”. 

La Biblia son múltiples libros y géneros. Es un texto de historia y geografía. Es un libro de periodismo (Crónicas), pero también es una obra sobre la condición e indiferencia humanas (Lamentaciones), el desplazamiento forzoso (Libro del Éxodo) o de relatos épicos (Egipto y sus faraones). Es un libro de poemas (los Salmos), pero también es un libro de mitos y leyendas (las minas del rey Salomón) y de fábulas con moraleja (de las parábolas del Nuevo Testamento, mi favorita es la del buen samaritano), o de cuentos con y sin finales felices, como el de David y Goliat, como el de Dalila y Sansón. En su obra De animales a dioses, página 41, el historiador Yuval Noah Harari, afirma que “las iglesias se basan en mitos religiosos comunes”.

“Es imposible gobernar rectamente al mundo sin Dios y sin la Biblia”: George Washington (1732-1799), primer presidente de los Estados Unidos.

Es una publicación que, sin ser de autoayuda o superación personal (¿o lo es?), aporta sabiduría para el diario vivir. Leídos sin fanatismo, en los Proverbios hallará consejos moralizantes para construir la mejor versión de sí mismo. Es un libro con tintes de ciencia ficción (¿milagros?): la separación de las aguas del Mar Rojo, a través del cual huyó el pueblo de Israel tras cuatrocientos años de esclavitud por parte de los egipcios (hoy Israel es el verdugo del pueblo palestino en la Franja de Gaza) o la ballena que se tragó a Jonás y lo devolvió sin un rasguño al tercer día; además de un compendio de pequeñas biografías, desde Noé, Abraham, Isaac, el rey David y Moisés (uno de los personajes más fascinantes, del cual Netflix lanzó la docuserie Testamento), pasando por la reina Ester o María Magdalena, hasta el mismísimo Jesús, cuyos discípulos hicieron las veces de reporteros (Hechos de los apóstoles) para contar detalles sobre su corta existencia terrenal.

Incluso, la Biblia tiene tintes poéticos y hasta versos subidos de tono. En el libro “Cómo piensan los escritores”, Richard Cohen ofrece consejos a quienes quieren escribir sobre sexo en sus novelas: Página 233: “Si quieres inspirarte lee el Cantar de los cantares, el largo poema erótico del Antiguo Testamento. Se ha dicho que es el ejemplo más ilustrativo de cómo escribir con acierto sobre el amor carnal”.

Hice el ejercicio y encontré estos versos maravillosos:

He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que tú eres hermosa;

(…)

Tus dos pechos, como gemelos de gacela,

Que se apacientan entre lirios.

(…)

Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía;

Has apresado mi corazón con uno de tus ojos,

Con una gargantilla de tu cuello.

10 ¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía!

¡Cuánto mejores que el vino tus amores,

Y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!

11 Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa;

Miel y leche hay debajo de tu lengua;

Y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano.

12 Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía;

Fuente cerrada, fuente sellada.

13 Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves,

(…)

Pozo de aguas vivas,

(…)

Venga mi amado a su huerto,

Y coma de su dulce fruta.

Por la formación cristiana de mis primeros años, crecí leyendo la Biblia versión Reina-Valera (Casiodoro Reina y Cipriano de Valera fueron dos monjes protestantes que quisieron purgar a la iglesia católica de los abusos cometidos en el siglo XVI). Iba a escuelita dominical y de aquellos tiempos me quedó el papel estelar de Jesucristo entrando triunfal a Jerusalén (Domingo de Ramos), y a través de aquella representación teatral entendí tempranamente que el mundo estará perdido sin amor y sin compasión, esa parte del corazón donde hacen su nido las almas sensibles, más allá de si le tememos o no a un espíritu superior que conoce hasta nuestros pensamientos libidinosos. También aprendí que la fe en Dios es gratis… en ninguna parte de la Biblia he leído que toca pagar por la salvación. Ustedes entienden a quiénes me refiero. 

 

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