Ilustración: Sara Gabriela Velásquez.

Maté al televidente que hubo en mí.

Se cumplieron 70 años de la llegada de la televisión a Colombia y en la revista Gaceta número 2 (Mincultura), el escritor Sandro Romero Rey afirma algo muy cierto: “Todos los colombianos, sin excepción, podrían escribir su propia historia de la televisión colombiana, incluso aquellas que la detestan y dicen nunca verla”.

Nada marcó tanto nuestra infancia y adolescencia como esa cajita mágica que al principio tuvo patas como las primeras ballenas y que ahora es tan plana (en los dos sentidos de la palabra) que ni de repisa sirve.

La televisión era a blanco y negro y con botones, cuando todavía no existía el control remoto. Recuerdo que vendían una especie de filtro tricolor que se incrustaba frente al aparato, con lo cual la “veías” en colores.

Había familias tan pobres que ni televisor tenían, no como hoy que hasta en la casa más humilde hay celulares y Smart Tv. Se dejaban las cortinas corridas para que otros pudieran ver, y cuando querían ser mala leche, corrían de nuevo las cortinas.

Por televisión hemos visto lo indecible y lo humano: vimos al Papa Juan Pablo II, sonrosado, saludando desde su Papamóvil a su llegada a Bogotá en 1986. Vimos la boda de Lady Di en el 81 y un año antes lloramos a Nicolasito, el niño que cayó a un pozo, de 74 metros de profundidad y 35 centímetros de diámetro, en las afueras de Pereira, el 28 de octubre de 1980. Su cuerpo fue rescatado, ya sin vida, tres días después;  aquel fatídico 31 de octubre, los niños no celebramos el Día de Halloween para honrar la memoria de Nicolás Gómez Rodríguez, quien tenía apenas 17 meses de edad cuando murió.

Yo tenía 9 años y recuerdo esa como la primera noticia triste que de niño vi por televisión y, claro, luego vendrían muchas más, porque en este país hemos visto el horror y el dolor en vivo y en directo, desde una pantalla de televisión. Vimos el fuego devorar el Palacio de Justicia el 6 de noviembre de 1985, y una semana después (13 de noviembre) vimos morir a la niña Omayra Sánchez, una de las 25 mil víctimas de la tragedia de Armero.  Ha corrido tanta sangre por la pantalla, que con razón la abuela decía: “prendan el televisor que hoy las noticias están buenas”.

Familia que ve televisión unida, ¿permanece unida?

También conservo recuerdos bonitos. Veíamos la televisión en familia y conversábamos más, no como ahora que hasta el comedor está en desuso. Cómo olvidar la visita a Bogotá del elenco de El Chavo del 8, invitado por la Caminata de la Solidaridad por Colombia en 1981; igual locura despertó entre las adolescentes la visita del grupo Menudo, dos años después. Los cincuentones de hoy somos la generación que creció con Pequeños gigantes y Plaza Sésamo.

En los años 80, pleno boom de las telenovelas mexicanas y venezolanas; sentados en el piso nos reuníamos en familia los viernes a las 8:00 p.m. para ver La fiera con Victoria Ruffo y a las 11:00 p.m. Los ricos también lloran, con Verónica Castro, a la que le decían “Llorónica” Castro.  Al mediodía mandaban las telenovelas venezolanas: Topacio y Cristal. La libretista cubana Delia Fiallo era la reina de los culebrones.

Colombia ha sido productor mundial de café, narcos y telenovelas. Eso nadie lo discute, ni siquiera Gabriel García Márquez que llegó a envidiarlas. “Siempre he querido escribir telenovelas. Es una maravilla. Llega a muchas más personas que un libro. Supón que un libro vende exageradamente un millón de ejemplares en un año. En una sola noche una telenovela puede llegar a cincuenta millones de hogares en un solo país. Entonces, para alguien como yo, que solo quiere que lo quieran por las cosas que hace, es mucho más eficaz una telenovela que una novela”.

Colombia ha sido cuna de buenos libretistas de telenovelas: Julio Jiménez, Martha Bossio, Fernando Gaitán, Mónica Agudelo, Mauricio Navas, Juana Uribe, Dago García…

Es tal el poder de penetración de las telenovelas que “Yo soy Betty, la fea”, aquel fenómeno mundial, paralizó al país del mismo modo irracional que solo consigue paralizarlo el fútbol. Incluso, la “veíamos” por radio en el trayecto del trabajo a la casa. La telenovela, escrita por Fernando Gaitán, demostró que también los hombres gustan de este género. Muerto Gaitán, la nueva versión que estrenó Prime Video es una copia desaliñada y floja. En pocas palabras, los de RCN afearon a la Betty original para seguir exprimiendo su gallinita de los huevos de oro.

Crecimos riéndonos con buenas comedias: Don Chinche, La Posada, Romeo Buseta, N.N, Dejémonos de vainas, Vuelo secreto…

Amábamos los musicales: El Show de Jimmy, El Show de las Estrellas, Espectaculares JES…

Los programas de concurso nos fascinaban: Cabeza y cola, Concéntrese, El precio es correcto, Compre la orquesta, Guerra de estrellas…

Adorábamos Naturalia, “la historia de los animales y los animales en la historia”, con doña Gloria Valencia de Castaño, “la primera dama de la televisión colombiana”.

Los domingos eran especiales con El cuento del domingo y Revivamos nuestra historia.

La televisión era variada, y quizás mejor, porque existían varias programadoras y no dos únicos canales privados como ahora; la tv era más parecida a lo que somos los colombianos, más cercana a nuestra esencia. Era, si se quiere, el reflejo de un país y sus costumbres. En una noche cualquiera entre semana pasábamos de las noticias del día, a la telenovela costumbrista, para luego ver un show musical, un magazín (hoy ya no existen); un programa de entrevistas, una buena comedia nacional o un enlatado (serie norteamericana).

Los dos periódicos más importantes, El Espectador y El Tiempo, tenían revista propia con la cartelera de televisión semanal: La TeleRevista (los sábados) y Elenco (los jueves).

Germán Yances, director de TeleRevista, recordó mucho tiempo después que su formato era tan pequeño “que el gran Klim (Lucas Caballero Calderón) calificó a manera de protesta y a la vez regaño, como un librito de oraciones, y de inmediato, sin otro motivo ni palabra, procedió a renunciar a la columna semanal que allí escribía; en cosa de dos meses, la publicación ya gozaba de una popularidad, prestigio y credibilidad en crescendo”.

Pacheco fue, es y seguirá siendo el mejor animador de la televisión colombiana. Amábamos a Pachequito, a Pachecolo, como cariñosamente le decía la gente. Ni antes ni después de él hubo una celebridad que era a la vez muchas celebridades: presentador, actor, cantante, entrevistador… No me equivoco si digo que Colombia le quedó debiendo el gran homenaje en vida al hombre que conocimos desde Animalandia. De hecho, hemos visto morir a muchos personajes queridos de la televisión colombiana, a quienes el canal Caracol les rindió un tributo hace 10 años.

A la edad de 14 años tuve mis quince segundos de fama: hice la primera y única aparición en la tele, en el programa “Reporteritos”, de la extinta programadora Cinevisión. Entrevisté a un vulcanólogo por la misma época en que el Volcán Nevado del Ruiz borró a Armero del mapa. Salir en la tele un domingo a las 8:00 de la mañana fue el acontecimiento del siglo en mi familia. ¡Ahora cualquiera puede salir en TikTok que es como estar en televisión!

El exceso de televisión vuelve perezosas a las personas y esa pereza se vuelve enfermedad. Según investigaciones de la Escuela de Salud Pública de Harvard, dos horas diarias de tele se relacionan con un mayor riesgo de diabetes tipo 2 y enfermedad cardíaca, y hacerlo durante más de tres horas aumenta el riesgo de muerte prematura. La cosa era distinta antes cuando la calle competía con la televisión. Una y otra eran nuestra fuente de entretenimiento.

Ni vidente, ni invidente, ni televidente. Después de la pandemia, no soy el que fui. Soy la versión mejorada de mí mismo, uno que entendió que la vida es corta para malgastarla frente a un televisor. Apagué el aparato durante el primer año de la pandemia (2020) y no he vuelto a encenderlo. El armatoste está ahí, sobre la pared, cual pieza de museo. Como canta Andrea Echeverry. “No llenes mi cabeza de tonterías”. Díganme ustedes si me habré perdido de algo interesante. Quizás tengo rabia no contra la televisión, sino contra la televisión colombiana.

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