Cuarenta y cinco segundos de evidencia en video pueden arruinar la reputación de un político y sus posibilidades de lucir la banda presidencial. Breve perfil de Germán Vargas Lleras, el primer nieto de la nación que no ha llegado a presidente.
Cuarenta y cinco segundos de evidencia en video pueden arruinar la reputación de un político y sus posibilidades de lucir la banda presidencial. Breve perfil de Germán Vargas Lleras, el primer nieto de la nación que no ha llegado a presidente.
Germán Vargas Lleras, imagen de su cuenta en X.
“Esta es la historia de aquel novillo / Que había nacido allá en la sierra / De bella estampa, mirada fiera / Tenía los cuernos, puntas de lanza”
“Los hijos y los nietos observan para admirar y admiran para aprender y desarrollar el potencial que, por herencia, llevan dentro”: Thomas Mann (La montaña mágica)
Si una imagen vale más que mil palabras, nada nos convencerá de que Germán Vargas Lleras es un buen tipo. Parece la antítesis del político tradicional: ni amable, ni atento, incapaz de controlar la ira, el típico cascarrabias, que en la campaña presidencial de 2018 regañó al aire a la periodista Yolanda Ruiz por, según él, hacer “preguntas tan chimbas”. No es el candidato adiestrado que finge sentir lo que no siente y si se junta con el pobre no lo hará para tomar whisky como buenos compadres.
Él es un animal político difícil de amansar. Quizás le viene de abolengo. Presumo que desde niño se acostumbró a hacer su santa voluntad. En esta foto, de cuando tenía seis años, se le ve encaramado en la misma mesa donde, sentado como la gente, hablaba el presidente de la República, el doctor Carlos Lleras Restrepo, su abuelo, cuya hazaña ha querido emular sin éxito, a pesar de que incluso sus contradictores reconocen que le cabe el país en la cabeza. Al menos como columnista tiene soluciones para todo, pero las cosas tienden a complicarse con su partido Cambio Radical envuelto y revuelto en permanentes polémicas.
Habiendo nacido en cuna de oro, el apellido no le ha servido –hasta ahora- para vestir la banda presidencial, pero sí para probar las mieles de la burocracia.
Esta dinastía política comienza con el ilustre santafereño Lorenzo María Lleras González (1811-1868), miembro fundador del Partido Liberal colombiano, trastatarabuelo del doctor Vargas Lleras. De ella forman parte también el médico Federico Lleras Acosta, que dedicó su vida a la causa altruista de investigar la cura de la lepra; el expresidente Alberto Lleras Camargo, primos segundos con el ex presidente Carlos Lleras Restrepo; Carlos Lleras de La Fuente, tío de Vargas Lleras, único de los hijos que le sobrevive al expresidente Lleras Restrepo; Enrique Vargas Lleras, su hermano, ex candidato a la alcaldía de Bogotá, y Felipe Zuleta Lleras, su primo lejano, periodista y ex-diplomático, nieto de Lleras Camargo.
En la política colombiana, los apellidos son el poder transferido: pasa de padres a hijos o de abuelos a nietos, como si fuéramos una monarquía en vez de una República. Para la muestra, lo que pasó esta semana en la Convención del ya no tan glorioso Partido Liberal: se reeligió César Gaviria (quien se resiste a convertirse en cadáver político), con lo cual está casi garantizada la ascensión al trono de su hijo Simón cuando el papá falte. Tiene lógica el rumor de los mentideros políticos.
Todo lo cual nos lleva al título tan apropiado de la novela del bogotano Álvaro Salom Becerra: “Al pueblo nunca le toca”, una sátira política de nuestra clase dirigente, escrita con humor agudo y cáustico. Y al pueblo no le ha tocado, porque suele mandar la parentela de los que ya han mandado.
Con dos candidaturas presidenciales encima (2010 y 2018), el doctor Vargas Lleras quiere insistir a ver si a la tercera vence. Pero la fama que lleva a cuestas, la de encarnar al “Olafo, el amargado” de la política colombiana, poco le ayuda. Amargado es el muy cachacho calificativo para quien “guarda resentimiento por frustraciones o disgustos”. Y amargar significa estropear una situación. Mientras el Olafo de las historietas se dedica a atacar castillos europeos y luego se va de parranda, el doctor Vargas Lleras ataca en el país del Sagrado Corazón con coscorrones y manotazos. No me consta si con palabrotas también. ¿Entre más bravo el toro mejor la corrida? En política tal vez no, y menos ahora que están prohibidas.
Dicho esto, metámosle el bisturí al escándalo de la semana.
Autopsia a un video
Preocupado por los pobres, como buen político en campaña, se levantó preguntándose qué será de la vida de esas familias a las que hace diez años les entregó casita gratis (no de su bolsillo, claro), siendo el vicepresidente de Juan Manuel Santos. Entonces, se echó el viajecito hasta el Huila. Lo recibieron con tintico y música: “Suenan trompetas, se oyen clarines, retumba el eco de las tamboras, brama el barcino, rueda en la arena”.
El Barcino es un bambuco que habla —¡oh coincidencia!— de “los tiempos de la violencia”, la de Tirofijo y los otros guerrilleros, que era una violencia tenaz, no la “benévola” del manotazo. Violencia que habría podido detenerse con una reforma agraria a tiempo, no aquella que malogró su señor abuelo, el doctor Lleras Restrepo.
El video delata su talante de toro bravo, ¿con alma de acero?, “que llevas en la mirada fulgor de torito fiero, que llevas en el hocico…”.
El audio no es bueno, pero se ve clarito algo de lo que nadie habla: la señora que le pasa un tintico al doctor Vargas Lleras. Al margen de la polémica sobre el regaño en público a su jefe de prensa por tocarlo, me llama la atención que desprecia la bebida típica colombiana, dejándola servida, mientras le advierte a la asistente que no vaya “a sacar eso”, (consciente, aunque tarde, de su conducta alebrestada en acto público), refiriéndose a la grabación, en la que se le ve disgustado, tenso, malgeniado, histérico, incómodo. Es que la pobreza genera incomodidad, doctor, especialmente a quien vive dentro de ella. La periodista, —a quien por la voz se le siente sumisa, asustada o avergonzada, o las tres al tiempo— le repite al jefe: “no sale, no sale”.
Pero el video sí salió, en La Silla Vacía: se hizo viral para desgracia suya y fortuna de la prensa y de las redes sociales, que no perdonan al que da motivos. En solidaridad con la colega, ojalá su cabeza no haya rodado sobre la arena tras la publicación del video. ¡Que doña Mirta nos cuente en qué paró la vaina!
Al doctor Vargas Lleras, de quien uno asume, por la evidencia, que está acostumbrado a tratar a la gente a las patadas, se lo ve descompuesto, inexpresivo, con una sonrisa forzada; por ningún lado veo en esas imágenes a un ser humano condolido sincera y genuinamente con las realidades de la gente, mucho menos empático con el personal de su equipo, como si careciera de esas habilidades blandas que a todos nos exigen para cualquier ejercicio laboral, donde el trabajo en equipo es clave. Política y sentimientos, como el agua y el aceite, son dos lenguajes que se repelen. Sin embargo, las ansias de poder exigen sacrificios… como untarse de pueblo de vez en cuando.
A lo mejor, el doctor Vargas Lleras arrastra, como todos, algún trauma desde su tierna infancia; no sabemos si su temperamento brioso y esa personalidad hostil hacia los demás sea producto de la ausencia temprana de su madre. Cuando doña Clemencia murió a los 41 años (1975), él apenas tenía 13. O, quizás, todavía no se repone del divorcio de la politóloga risaraldense Luz María Zapata, actual directora de Asocapitales. En su momento, el tema trascendió a los medios. Infobae recogió versiones según las cuales “la relación venía en deterioro desde que Zapata llegó a ser considerada como opcionada para ocupar el cargo de fórmula vicepresidencial del actual jefe de Estado, Gustavo Petro”.
Lo que sea, sólo lo sabe él, pero, tratándose de una figura pública, me asalta la curiosidad por saber si de niño lo trataron a los trancazos. Del chiquillo de pantaloncitos cortos y tirantes solo queda la pose del orador en tarima y sus trinos agrios en X contra del presidente Petro, que sin casta se les adueñó de la plaza por una temporada.
El tema que suena de fondo, El Barcino, de Jorge Villamil en la voz del dueto Silva y Villalba, es muy importante por lo siguiente: El expresidente Carlos Lleras Restrepo tuvo en sus manos la posibilidad de hacer una gran reforma agraria pero al final se acobardó. Mucha violencia nos hubiera ahorrado si se les impone con voluntad a las élites de su época, los terratenientes liberales y conservadores, en quienes se siguió concentrando el poder de la tierra hasta nuestros días, causa de tantos males y del país desigual que somos.
La reforma agraria de la década del 60, con expropiación incluida, terminó enterrada en el Pacto de Chicoral, donde liberales y conservadores firmaron su acta de defunción: el campo y los campesinos quedaron viendo un chispero. Hoy un pacto semejante quieren celebrar los partidos de Derecha que, desesperados, se hacen llamar centroderecha, como informa El Espectador: esta vez quieren unirse en torno a un candidato único para atravesársele al que diga Petro. No se juntan para impulsar las reformas que necesita el país, pero sí para defender los privilegios de clase.
Después de todo, dudo de que el doctor Vargas Lleras haya aprendido la lección, porque el que es nunca deja de ser, pero confiemos en que a la próxima hará de tripas corazón bebiéndose el tintico en directo y sonriendo para la foto. Aunque no tiene pinta de ser persona de recibir consejos, de pronto le suenen las palabras del sabio Goethe, el poeta y novelista alemán:
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