Sus detractores ya no saben qué más decir de él. Aurelio Suárez dijo que Petro “no es de izquierda”. Andrés Pastrana, sin ser psiquiatra, dice que “Petro tiene un problema de salud mental y es grave”. Alonso Lucio dijo que “Petro nunca fue una persona ni destacada ni importante en la historia del M-19”. Y así, las redes sociales se llenan de epítetos, declaraciones o acusaciones contra el primer presidente de izquierda de Colombia.

A veces dicen cosas insustanciales, por no decir insulsas. Uribe les acaba de pedir a sus precandidatos no hablar más de Petro. No terminaba de dar órdenes cuando ya su pupila, María Fernanda Cabal, estaba de cabeza en X fomentando la discordia: “No podemos dejar que Petro y su extrema izquierda sigan destruyendo el país…”, escribió en un tuit.

Petro, cual animal político, con la sartén por el mango es quien pone la agenda, así que mantenerse indiferentes tampoco les funcionará. La oposición no inteligente es otra forma de suicidio político. Lo que no entendieron en tres años, lo quieren entender en seis meses.

La prensa del mundo también está hablando de Petro. The New York Times le dedicó un extenso perfil con sus luces y sus sombras.

“… cobró prominencia por sacar a la luz los vínculos entre paramilitares y políticos, revelaciones que dieron lugar a decenas de imputados, pero que le granjearon poderosos enemigos en un país polarizado por una compleja guerra entre las guerrillas de izquierda, los paramilitares de derecha y el Estado”.

Mientras el presidente es objeto de un análisis-escarnio exhaustivo, su imagen ha trascendido fronteras, en parte por su carácter frentero y, en parte, porque su principal némesis, el señor Donald Trump, le otorgó a Gustavo Petro un lugar en el escenario internacional, reconocimiento que rara vez alcanza un líder del mal llamado tercer mundo.  Es decir, queriéndolo invalidar terminó validándolo, para pesar de sus enemigos políticos en Colombia, donde Petro no tiene, por ahora, un némesis.

A la gente se le olvida que Petro no fue quien comenzó la pelea con Estados Unidos. Hizo lo que haría un presidente por sus connacionales: Salió en defensa de los migrantes colombianos y les reclamó a las autoridades gringas por el trato inhumano con los deportados, y ahí fue Troya.

El gigante del norte, como el Goliat matoncito, decidió castigar al David tercermundista quitándole la visa y metiéndolo sin pruebas en la misma lista con los narcos. Atrás está quedando el “tú ordenas, yo obedezco”. El David ha demostrado que se puede gobernar sin rodilleras, porque si bien Estados Unidos es el primer socio comercial de Colombia, no el único, Petro está encarando las relaciones bajo un nuevo evangelio: “Tú ordenas, aquí miramos hasta donde obedecemos”. Mansos pero no mensos. Porque la palabra soberanía no está pintada en la Constitución.  

Visto con otra lupa, Petro es hoy, óigase bien, otra víctima de Donald Trump, y cualquier análisis que se haga de la relación Colombia-Estados Unidos debería necesariamente partir de esa premisa.

La oposición no inteligente es otra forma de suicidio político. Lo que no entendieron en tres años, lo quieren entender en seis meses.

La derecha colombiana, que no solo está del lado de Trump, sino que al mismo tiempo se codea de tú a tú con la derecha gringa, representada por el Partido Republicano, está ofendidísima con Gustavo Petro. Mientras tanto, entre que se prohibieron las encuestas y las encuestas resucitaron, la imagen favorable de Petro trepó del 30 al 44%. Creo que la derecha colombiana no lo vio venir y, con unas elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, deben estar preguntándose cuál será el techo de la popularidad del presidente.

Pues quizás eso dependa de ellos mismos. Quizás la derecha ha hecho más por la buena imagen del presidente que lo que él ha hecho. Se entiende, entonces, que ahora Uribe los quiera calladitos, porque así se ven más bonitos. Y mientras callan, que no creo que callen, pueden mirarse el ombligo.  

No han entendido que Petro es un político que hace mucho rato rompió el molde dentro de la Casa de Nariño, llegó para desafiar al establishment colombiano y fue más allá incomodando a la elite capitalista del mundo, encarnada en la figura del todopoderoso Trump.

A los soldados de los Estados Unidos, Petro les pidió “no apuntar contra la humanidad sus fusiles”. “Desobedezcan la orden de Trump. Obedezcan la orden de la humanidad”, recalcó en las calles de Nueva York, megáfono en mano, a tiempo que pidió la captura del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu por el genocidio contra el pueblo palestino.

Quiéranlo o no, Petro ha sabido interpretar el momento geopolítico causando un remezón en las formas y los liderazgos, mientras sus detractores permanecen más tiesos que majos, anclados en la prehistoria de la diplomacia, con unos partidos anquilosados en sus apetitos burocráticos.  Hay un olor a política rancia, digámoslo sin pena. Y al que le caiga el guante, que se lo chante, que para eso es.

El olor a rancio se combate modernizando a los partidos en función de modernizar al país. Porque una cosa es detestar a Petro y otra cosa es actuar insensibles frente a la realidad de una mayoría que pasa penurias. Solo quien vive en una burbuja puede mostrarse ciego ante la evidencia.  No es socialismo ni comunismo. Es un poco de conciencia en el corazón. Más sensibilidad social, menos socialité. Todos los partidos políticos deberían ser progresistas por naturaleza.

Aunque les produzca urticaria, songo zorongo, Petro (que a medias es profeta en su propia tierra), se ha ido posicionado como un líder global. La extensa entrevista de Al Jazeera, el canal de noticias árabe, es en sí misma un extraordinario documento periodístico por la conversación dramática que el presidente colombiano sostuvo, desde la embajada colombiana en El Cairo, con sobrevivientes, niños y adultos, de los ataques de Israel en la Franja de Gaza.

Salvo la televisión pública, los medios colombianos no le dieron a este acontecimiento la cobertura que merecía, y tampoco los columnistas de prensa se tomaron el trabajo de comentarlo, así sea para cuestionarlo.

Las víctimas agradecieron la valiosa defensa que ha hecho Gustavo Petro del pueblo palestino en escenarios como la Asamblea General de la ONU.

Debo confesar que lloré con los testimonios de este reportaje: la periodista que perdió a su esposo y sigue en pie informando al mundo mientras, sola, cría a sus hijos (minuto 24); el hombre que perdió a treinta miembros de su familia, incluyendo esposa e hijos y se hizo cargo de dos huérfanos para tener por quien vivir y le pidió al presidente traerlos a Colombia (minuto 35) o Mahmud, el niño sin brazos, que cumplió el sueño de reunirse con el mandatario colombiano. (1 hora, 28 minutos).

Le corresponderá a la historia, no a sus enemiguis, poner a Gustavo Petro donde deba estar. 

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