Gabo se anticipó y descifró a Colombia mejor que muchos en este país.

“Me pareció realmente una porquería”. “Mierda de perro que estás haciendo pasar por oro”.

Palabras mayores. Son de Carolina Sanín hablando de “Cien años de soledad”, la serie, no el libro, del que es una adoradora, como yo.

Carolina Sanín vio apenas dos episodios (son 8) de “Cien años de soledad” y eso le bastó para derramar toda su inquina contra la serie de Netflix. Se repite en la escritora bogotana el pecado del colombiano promedio que juzga el contenido de un artículo habiendo leído nada más que el titular.

Como espectadora estaba en todo su derecho de no ver los seis capítulos restantes de la primera temporada, de la misma forma que nadie está obligado a terminar de leer un libro si lo defraudan los primeros párrafos.

Pero en su rol de crítica literaria, alguien con autoridad y formación, se le imponía la obligación (¿deber ser?) de ver la serie completa si el objetivo era hacer un análisis responsable, juicioso. (Carolina: la producción tiene dos directores. Del capítulo 4 al 6 dirige la colombiana Laura Mora; lo poquísimo que viste lo dirigió el argentino Alex García, como conté aquí).

En líneas generales, concuerdo con ella en que hubo demasiada pereza a la hora de traducir el libro al lenguaje cinematográfico (las escenas de sexo, por ejemplo, que en el papel son poesía alucinante, en la pantalla se desperdician), pero los calificativos de Sanín son inapropiados. Hablar desde la rabia de alguna manera rebaja nuestra opinión.

No entendí la relación que quiso establecer, en términos audiovisuales, entre un gallo muerto y la flacidez de un falo. Para que una película sea como la obra misma, toca poner a un buen lector a que lea el libro en televisión. Ella lo haría maravillosamente, y hablo en serio.

“Esta porquería”. “Esta porquería”. “Esta porquería”. Lo repite tres veces durante su monólogo para revista Cambio. Y al final, habiendo encontrado por fin otros sinónimos, se confiesa rabiosa por haber dedicado dos horas de sus vacaciones “a ver esa basura”, de la que no se salva ni el guion, (“pésimamente escrito”, dice); ni los actores y menos las luces.  “Aburridísima, tediosa, imposible”. 

Creo que no vimos la misma serie.

Lo que choca a sus detractores es el tonito de mamá que regaña, aunque esta vez lo hace dulzonamente. Nadie niega que sabe de lo que habla, aunque uno no siempre esté de acuerdo con ella, como cuando dice que “Cien años de soledad” no es una novela histórica. Yo digo que sí lo es (Mario Vargas Llosa dijo que es una novela de caballería “con un sustrato real, histórico social”); es el espejo, bellamente escrito, donde nos podemos ver como sociedad.

¿O, acaso, no es cierto que las broncas entre liberales y conservadores explican muchos males pasados y presentes de esta patria? Una imagen poderosa es aquella en que los conservadores ordenan pintar de azul todas las casas de Macondo.

¿No es esa una forma de decir que en Colombia la política y los políticos se han impuesto muchas veces a las malas? Ya sea mediante el robo de elecciones, como cuando subió al poder, con trampa, Misael Pastrana; con decretos anti derechos humanos (caso del Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala), o con articulitos metidos a la fuerza a la Constitución para favorecer la reelección de Álvaro Uribe. Creo que Gabo se anticipó y descifró a Colombia mejor que muchos en este país.

No menos cierto es que sus posturas, las de Carolina Sanín, son las de una persona que quiere provocar para no pasar desapercibida. Lo hace adrede. Lo de jugar con su cabellera mientras habla también me parece provocador, además de sexi, casi lujurioso.

Es nuestra Lisa Simpson, aquella niña de ocho años “con gran inteligencia, curiosidad y ambición”. De la familia Simpson es quien mayor conocimiento intelectual tiene, “especialmente en temas académicos”. Sobresaliente como estudiante, “le encanta leer, escribir en un diario y hacer tareas escolares”, aparte de ser una enamoradiza “de los chicos que piensan como ella”.

La hermana de Bart es la chica bonita y pila de la que uno se hubiera enamorado fácilmente en el colegio. Casi puedo imaginar que a Carolina le han sobrado pretendientes, pues ese binomio belleza-inteligencia es un estímulo potente en una era de banalidades, aunque en este mundo machista muchos caballeros (no yo) las preferirían brutas, calladas y sumisas.

No puedo hablar sobre la personalidad de Carolina Sanín. Sobre la de Lisa me remito a lo que publicó el diario El Mundo de España, que define su personalidad como narcisista.

“La mediana de la familia Simpson siempre busca ser el centro de atención, ser superior a los demás (sobre todo a sus hermanos y compañeros del colegio) y no soporta la competencia. También está continuamente preocupada por el éxito ilimitado, por el poder, por ser la más brillante… Si no están convencidos de que Lisa tiene un trastorno narcisista o megalómano, revisen, por ejemplo, ese capítulo en el que todos creen que Maggie es superdotada, o cuando Lisa se convierte en presidenta de EEUU”.

Decir que la serie produce “daño espiritual” a los lectores de la obra o reducirla a “mezcla entre profesor Yarumo y telenovela” me pareció exagerado. Sin embargo, aceptando que algo de melodrama tiene, es posible entonces que de manera póstuma guionistas y productores hayan cumplido uno de los sueños del maestro Gabriel García Márquez, a juzgar por esta frase suya que recoge el Centro Gabo

Las cifras demuestran el rotundo éxito de la serie ($225 mil millones en ganancias para Colombia) y, quizás lo más importante, mucha gente apática hoy está acercándose, quizás por primera vez, a la obra de Gabo. “Las ventas del libro ‘Cien años de soledad’ han crecido 300% por el boom de la serie”, tituló La República.

Tampoco estoy de acuerdo cuando habla de los “sentimientos parricidas” de los hijos de Gabo. Que ellos estén sacando provecho de la herencia del papá es lo que cualquier hijo haría, ¿no?, porque bobos no son, y no encuentro nada reprochable en ello, aparte de la envidia, buena o mala, que los demás podamos sentir.

En este punto confieso que me encanta nuestra Carolina Simpson. O Lisa Sanín, como les guste más. Me encanta porque es ella con sus poses. Me encanta porque es estudiosa y hace crítica en una época en que la mayoría traga entero, y pocos escritores se arriesgan a decir lo que piensan: por lo general, se protegen entre ellos, alabándose mutuamente, recomendándose mutuamente, incluso cuando no hay motivo de recomendación (un buen tema para tocar próximamente).

Me encanta ella porque la imagino riéndose antes de encender la cámara del celular, sabiendo que del otro lado la mitad de la gente está lista a ensalzarla y la otra mitad dispuesta a llevarla en hombros… a la hoguera.

No voy a negar que me produce placer escucharla. Perdonen si parece una declaración de amor.

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