“… a la riqueza miro de perfil, más no con odio”: Raúl Gómez Jattin, poeta colombiano.

Guisos del mundo… ¡uníos!

De la sociedad del indulto y del insepulto, nos trasteamos a la sociedad del insulto y el inculto. Nos gusta trapear con la gente que no es como nosotros y nos regodeamos con sus vidas, a las que consideramos miserables. Porque en este mundo existen, aparte de gamines con plata y gamines sin plata, dos enfermedades endémicas sin cura conocida, que antes se propagaban por las calles y ahora circulan impunes a través de las redes (anti) sociales: el clasismo y el arribismo.

Daniela Hurtado es una fulana colombiana que se describe a sí misma como “memera”, melómana, milenial; “me encantan los animales”, afirma en la red social X, donde no es ninguna equis, pues tiene nueve mil quinientos seguidores. La palabra memera se la inventó, no existe en el diccionario de la Real Academia Española. En cambio, sí existen las palabras plebe, populacho y ralea.

Plebe en la época de la Colonia se refería a los “libres de todos los colores”; es decir, a una población compuesta por personas de todas las clases y grupos étnicos. Se usa todavía pero como expresión despectiva para señalar a las clases bajas. Como cuando doña Florinda le dice a Kiko: “No te metas con esa chusma”. 

Daniela vive en Miami. ¡Ma-ya-mi!  Ese santo y seña es importante. Fue ella la que llamó guiso al presidente de la República, Gustavo Petro, y guisa también la gente de su entorno y a quienes votamos por él. O sea, me delató: ¡soy un guiso! Decidí escribir porque me sentí aludido. Bobo que es uno.

Sus amigos le deben decir Dani por puro cariño, igual que a las Danielas del sur, como mi hija la mayor; perdón por igualado, por iguazo. Debe ser el tipo de persona que lo ha tenido todo desde que se bajó de la cuna de oro a gatear. Aunque la verdad debieron bajarla la baby sister o cualquier otro miembro del séquito de empleados que ayudaron a criarla… o  malcriarla. Claramente, gente guisa y asalariada, cuyo destino es trabajar con familias acomodadas haciéndoles el trabajo sucio a cambio de un salario mínimo.

Es hora de rendirles un tributo a las guisas y los guisos de este mundo.

Imagínense qué sería de la vida de los ricos (no hablo por todos) sin esa gente humilde que les lava, plancha, (de ellas nace la romanticona música de plancha); cocina (del verbo criollo mantequiar), les saca la perrita a hacer popó y juega con sus niños. Mi abuela materna –alma bendita- fue guisa de tiempo completo y ese empleo le permitió levantar a 14 hijos y un nieto, todos honrados hasta que se demuestre lo contrario. No todo lo del pobre es robado, señorita Hurtado.  (Acepto que el planeta se pobló de guisos por familias como la mía). Y hasta donde sé, la abuela siempre recibió un trato cordial y decente. No como el trato inhumano mostrado en la película “Historias cruzadas” (2012). A principios de los años 60s, una joven periodista publica un libro explosivo, basado en testimonios de las sirvientas negras de su natal Mississippi.

 

Dani nació en un país tercermundista, ese pedacito no se lo puede quitar. Tercermundistas somos todos, con la diferencia de que ella tiene plata (¿ella o sus padres?), pero ni una pizca de educación; si estudió en colegios de la jai, esa platica se perdió. ¿Podemos decir que es la típica gamina con dinero? Los gamines no son especímenes exclusivos de la barriada. Conozco muchos gamines con pedigrí. ¿Ustedes no?

Me pongo a pensar si el antónimo de guisa es gomela. Creo que ese término sí está descontinuado.

Siendo una pobre niña rica, le faltó la lección más importante: el respeto. No sé a ustedes, a mí me lo enseñaron en casa. Si Daniela Hurtado es “de buena familia”, significa que los hay “de mala familia”; o sea, gente ordinaria del sustantivo ordinariez, vulgaridad y ramplonería, según ella.

Aquí pone una foto de Verónica Alcocer con el siguiente texto: “La primera Guisa de Colombia dejando el nombre del país en alto en Miami. Deben creer que todos somos igual de ordinarios aquí. Qué vergüenza”.

 

Aquí pone la imagen del filósofo Platón con la siguiente frase: “No existe petrista que no sea guiso y no existe guiso que no sea petrista”.

Alguien que de verdad haya leído a Platón no diría tantas babosadas.

 

Aquí pone la foto del abogado Miguel Ángel del Río con el siguiente texto: “Este man no es GUISO, es RE GUISO!!!”.

Y pensar que para los europeos todos somos sudacas, incluida la encantadora Dani. A veces, ser de “mejor familia” solo significa tener más que otros, no necesariamente ser mejores personas, que es lo que necesita este mundo inmundo.

También circula por las redes sociales un meme con la imagen de la primera dama con una corona pintada sobre su cabeza y el siguiente texto: “El síndrome de la abeja. Nació obrera, se casó con un zángano y se cree reina”.  O sea, vamos en que Petro es guiso pero también zángano. Ah, y ex guerrillero.

Carezco de pedigrí pero no soy resentido.  Soy un guiso más, nacido en barrio obrero, pero con grandes y maravillosos amigos de clase alta y les juro que algunos votaron por Petro; cuando ha habido oportunidad me he sentado con ellos a manteles a conversar. He visitado sus apartamentos y nadie me ha desinfectado previamente ni esculcado al salir. Les preguntaré si conocen las palabras guiso o guisa. Tengo mis dudas. No necesitan ponerse la R de burgueses o pequeños burgueses en la frente, porque se les nota la clase.  Esa viene escrita en el ADN, no en los billetes. Ninguna chequera puede ocultar nuestro chiquero mental.

Los guisos vamos a la celebración de Reyes Magos en el barrio Egipto (barrio de pobres) porque no tenemos ni los modales, ni la etiqueta y menos la ropa adecuada (fashions no somos) (ni siquiera poseemos la hipocresía) para sentarnos en el Parque de la 93, sin sentirnos como gallinas en corral ajeno. De niños nos poníamos la ropa que los del norte desechaban y nos juntábamos con otros niños a jugar en la calle, cuando todavía la televisión y los videojueos eran artículos de lujo. Y muchos guisos aprendimos a cocinar (huevo frito con arroz y agua de panela, por ejemplo). Hasta recuerdo uno que otro que comían mocos. Los mismos guisos crecieron tirando piedra en la Nacho mientas los otros lanzaban Sparkies.

No somos “buenos partidos”. Más bien desencajamos, desencantamos y desentonamos. Nuestros testamentos, si los hubiere, serían más espirituales que terrenales, porque, por regla general, herederos de grandes o pequeñas fortunas no somos. Para eso, nos toca jugar al chance. Hubiera querido decir que mis abuelos y padres provenían de familias con alcurnia que no pasaban necesidades. Sólo hay dos cosas en lo que somos idénticos a los no guisos: nos vamos a morir y usamos papel higiénico, pero no le decimos toilette. Abreviando, no somos la última Coca Cola del desierto, si acaso el último guarapo; entendíamos de marcas pero nos tocaron las copias y lo chiviado; no conocimos los lujos pero aprendimos que se puede ser feliz con poco.

Más cosas nos delatan.

Hacemos fila, porque no siempre tenemos dinero extra para pagar el delivery, ni un conductor que nos haga los mandados; nos bañamos con agua fría para economizar, pedimos fiado cuando el dinero no alcanza para llegar al fin de mes y nada nos parece cringe porque no sabemos el significado de esa palabra, lo que no nos produce vergüenza. Y ni hablemos de lo aesthetic y coquette, tan en tendencia en TikTok. Falta que la empatía sea tendencia en los corazones mezquinos.

Los guisos no vamos a Miami porque a punta de salarios mínimos por mucho se llega a Melgar; de hecho, un amigo me dijo -no sé si en broma- que “Melgar es el Miami de los pobres”. Entonces, Miami sería el París de los que no tienen con qué veranear en Europa.

Podríamos hablar también de algo más fuerte aunque a palo seco: sobre cómo la iniciación de muchos niños ricos en la vida sexual comenzó con una guisa, y yendo más allá, llegaron incluso a concebir hijos. Juntos y revueltos como en la época de la Colonia. ¿Se acuerdan? Repasemos: Los mestizos (descendientes de blancos y de indios); los mulatos (descendientes de negros y blancos); los zambos (descendientes de negros y de indios) y los españoles criollos (blancos de raza europea nacidos en América).

¿Qué nombre recibe el hijo nacido de un padre rico y una madre pobre? ¿Bastardo? ¿Ilegítimo?

Ese es el caso del papá del nuevo alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán. Lo sabemos por  Las distancias, la novela de Sergio Ocampo Madrid, que les recomiendo: está basada en la vida de Luis Alfonso Galán, el hijo de Luis Carlos Galán y la muchacha del servicio.

Como quien dice: el cuento de la criada es atemporal y pasa hasta en las mejores familias. Solo que a esas cuestiones las arropa el secretismo o el guion de una telenovela mexicana.

Refiriéndose a ese encuentros de dos mundos (cruce entre estratos), dice Stefan Zweig en su alabada obra “El mundo de ayer”, página 122:

“… en aquella época, antes de la emancipación de la mujer y su activa e independiente participación en la vida pública, sólo las chicas más pobres de origen proletario disponían, por un lado, de suficiente inocuidad y, por otro, de suficiente libertad para estas relaciones fugaces sin intenciones serias de matrimonio. Mal vestidas, agotadas después de una jornada de 12 horas de trabajo miserablemente pagado, desliñadas (un baño era todavía en aquella época el privilegio de las familias ricas) y criadas en un estrecho círculo de vida, estos pobres seres estaban tan por debajo del nivel de sus amantes, que por lo general ellas mismas rehuían ser vistas con ellos en público”.

Pero no nos distraigamos. Viendo la foto del perfil, imagino a Daniela con una papa atravesada en la boca mientras habla. Qué suerte tiene de no ser guisa, de no tener padres guisos ni amigas guisas, ni un novio guiso. Solo piensa, mi niña, que en el planeta cabemos todos, incluso los guisos que escribimos sobre los no guisos.

Seamos justos: Tampoco es la única que trata con desprecio (¿aporofobia? ¿estigma?) a la gente distinta a ella. El mal cunde. Ahí tenemos a Juan José Lafaurie, el hijo de María Fernanda Cabal, la que quiere ser presidenta de Colombia. Analicen las dos caras de una misma moneda:

Dice el niño Lafaurie, el futuro heredero de las tierras y el ganado de sus papás: “Alcalde Galán, dése una pasadita por el Parque Nacional. Esa invasión y recocha de los indígenas debe acabar ya”.

Aporofobia, según la RAE, es la “fobia a las personas pobres o desfavorecidas”. 

“Vivir en el Parque Nacional: cuando el frío define las noches, y el hambre, los días”, titula El Espectador:  Es la mirada compasiva de un periódico, cuyos dueños son una familia pudiente, sobre la difícil realidad que viven nuestros indígenas, tirados a la buena de Dios y expulsados de sus territorios donde no hay oportunidades (desde hace muchos gobiernos).

Dudo que aquel niño rico con escolta conozca el Parque Nacional, porque los muchachos bien que viven en Bogotá (sin haber nacido aquí) levitan dentro de una burbuja donde lo tienen todo resuelto, y desde esa comodidad opinan a través de la red social X. ¡Que sepan que Bogotá no empieza en la Calle 72 ni termina en Miami!

Cuando gruñen lo hacen porque no quieren perder los privilegios que les otorga el poder y la riqueza. Podrían ser ricos y quedarse callados por puro respeto con quienes no tienen más que harapos e ilusiones, y con ellos van hacia donde los coja la noche. No creo que sea fácil acabar con el clasismo, pero podemos dejar de ser indiferentes. Me duele lo que relata El Espectador. Doce bebés han nacido en el Parque Nacional y algunas de estas personas solo piensan en morirse, porque encima de todo están mentalmente enfermas.

Si gente como Dani y Juan José hablan con una papa en la boca, como yo creo, podrían sacarla, compartirla con los pobres y todos contentos. Por mi parte, me acepto como guiso y, como prueba, declaro ante la DIAN que mi única riqueza permanece oculta dentro de mis neuronas.

Imagen tomada de @Cizanaparatodos

LAPI-DIARIO

LUNES: El fiscal general de la Nación, Francisco Barbosa, sale de su cargo el Martes 13 de febrero. ¿Qué mal augurio nos traerá eso en año bisiesto?

MARTES: Si no hemos sido capaces de redistribuir la riqueza ¿por qué no redistribuimos la pobreza para que “los de arriba” sepan de qué se trata?

MIÉRCOLES: La actividad física a cualquier edad es un seguro de vida en la vejez

JUEVES: Tengo dos milloncitos ahorrados. No sé si ir a Cartagena a comer mojarra.

VIERNES: Conversaba conmigo mismo en un sueño:

-¿Dios es de izquierda o de derecha?

-De izquierda. Vea dónde puso el corazón.

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