Imágenes tomadas de las redes sociales de El Espectador y revista Hola.

Todos llevamos un cursi atravesado en el corazón, incluso alguien de la estatura literaria de Mario Vargas Llosa (1936-2025). Su ex, Isabel Preysler, publicó en su libro de memorias las cartas que el escritor peruano le mandaba. Hay quienes piensan que fue una venganza, no una celebración del amor.

Bajo el extraordinario título de “La pornovenganza de Isabel Preysler”, una columnista del portal literario Zenda, Carla de La Lá, la describió en los siguientes términos: “Las cartas íntimas a Isabel Preysler de Mario Vargas Llosa—ya fallecido— se han publicado para obtener dinero y relevancia, para dar un par de bofetadas con guante de seda, y dejar claro el infinito y legendario coñomando de la socialité. Un gesto, por su parte, que rebasa todos los límites del mal gusto y el oportunismo: un ajuste de cuentas literario con el cadáver del Nobel. Sin embargo, ella está viva y es humana (jamás la vi en los años de mi vida en una falta de decoro así: astronómica, pantagruélica”.

Ella está viva y él no para defenderse. Creo que él fue más caballero que ella dama. Deberíamos considerar que a los hombres se nos puede tocar sí pero ojalá con una rosa sin espinas.  

El de la Preysler, titulado “Mi verdadera historia”, no es el tipo de libro que yo leería o regalaría, pero leer lo que otros escriben sobre ella y sus memorias, revela mucho de lo que son las pasiones humanas y los atropellos que cometemos en nombre del amor.

Con todo, hay que agradecerle a la ex mujer de Julio Iglesias, entre otros, por compartir las cursilerías que un Mario Vargas Llosa embelesado le confesaba, porque es la comprobación de que en esencia el amor es cursi y eso no tiene nada de malo. El diario El País reprodujo algunas de esas cartas, y de allí extracté frases.

Las cartas dejan ver que el escritor presentía su final. Somos felices hasta donde la felicidad es posible en esta vida y creo que lo seremos los años que nos faltan por vivir […] Siento que las fuerzas me van abandonando poquito a poco, pero espero que no se vayan del todo”.

Con una frase lapidaria, la española, que en realidad es filipina, en 2022 puso punto final al cuento del hada y el príncipe (el Nobel de literatura y la socialité), que empezó en 2015: “Lo mejor es que demos por terminada esta relación ya tan cargada de costumbre y de rutina”. Eso sonó a Rocío Dúrcal.

Para algunos es principio básico del amor: úsese y tírese. Deberíamos aterrizar en las relaciones con el ojo puesto en la puerta de entrada, pues es la mima que nos verá salir cuando se hayan agotado todos los suspiros. Si nos hacemos conscientes de que el amor acaba, como se acaba un contrato de trabajo, no habrá decepciones ni enojos, nada qué lamentar.   

Ridículos por culpa del amor

Nos gustan las canciones románticas aunque nos de pena reconocerlo. Lloramos por amor y por amor suplicamos. El amor nos vuelve idiotas (a hombres y mujeres), e idiotas nos gustar estar por culpa del amor. Somos tontos y deliciosamente ridículos. Estar enamorado es… vivir con el corazón desnudo, dice Raphael. Y por esa misma razón, nos cogen, del verbo agarrar, bajos de defensas.

Yo, por ejemplo, escucho el podcast “Epistolar, antología de lo íntimo”, que es una celebración de las cartas de amor y de otro tipo de cartas. Los emoticones están revolucionando todo para mal, incluido el poder de la palabra escrita.  Sobreviven las canciones romanticonas, por suerte.

En defensa de Vargas Llosa diré que sus palabras no son torpes ni edulcoradas, como dice la columnista. Son la confesión de un enamorado, del anciano que volvió a ser adolescente. ¿Acaso no es eso lo que todos soñamos, llegar a viejos sintiéndonos amados y con los bríos de la primera veintena? ¿Qué tiene de malo sentirse vivo mientras hacemos las maletas del viaje final? Como en la canción de Caballo Viejo, es la reivindicación del amor amor en la tercera edad.

Aunque ahora que lo pienso: ¿no eran aquellas unas frases frívolas para una mujer frívola? Pues sí, porque resulta que por las venas nos corre cursilería, además de frivolidad; de otra manera, no estaríamos aquí hablando de una señora acusada de baladí por los envidiosos, que supo alojarse en el corazón de un intelectual durante los siete años que duró la relación.

¿Estuvo mal que la doña revelara las cartas?  No sé, creo que no., porque Vargas Llosa ya se ganó un lugar en el parnaso literario. Unas cartas sinceras, almibaradas con la ilusión y escritas con el corazón frágil, no van a quitarle brillo a su genialidad como novelista y ensayista. Se me ocurre que los genios están por encima del bien y del mal, incluso del amor.

Tampoco creo que el libro de la Preysler sea la gran obra de nada, como pretende hacernos creer el escritor-periodista Jaime Bayly, pero se debe estar vendiendo como pan caliente porque ¿qué sería de nosotros, pobres ilusos mortales, sin el morbo, sin el amor, sin el sexo?

Son las memorias de alguien que ha vivido la vida a todo lujo, envuelta en la seda fina de las apariencias. La banalidad de la quiere, puede y tiene con qué, como dicen los muchachitos de ahora.

Y para que quede claro que la cursilería nos viene adherida a la piel hasta el final, Bayly, de 60 años, acaba de sucumbir. “En lo que a mí respecta, estás ahora en mi corazón”, le mandó a decir por medio de su pódcast, a la señora Preysler, de 74 años, avisándole que irá a España con Silvia, su joven esposa de 35 años.

—”A lo mejor quiera ser él el siguiente en la lista de romances de la fulana”, me dice un amigo malpensado.

¡Pues esta boca no es mía! Chao.

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