Fotografía tomada de la cuenta de David Racero en Instagram.

“Sí, mi amo”. “Sí, amito”.

“Esclavitud perpetua”, repite con rabia en su estribillo el Joe Arroyo contra un español, esclavista de un matrimonio africano al que le daba muy mal trato.

La necesidad tiene cara de perro dice el dicho y por necesidad la gente se somete al abuso y a las formas modernas de esclavitud, porque a la gente ya no la encadenan a grilletes como hicieron, a lo largo de cuatro siglos, con los esclavos traídos a América desde África en barcos negreros, obligándolos a realizar los trabajos más penosos. A los esclavos modernos los encadenan a “contratos de palabra” miserables, bajo condiciones laborales indignas, sin derecho a prestaciones sociales o vacaciones justas y remuneradas.

Dice la Real Academia de la Lengua, RAE: “Negrero, persona que trata con crueldad a sus subordinados o los explota”.

David Racero podría ser coronado como el rey de los negreros en un país de negreros. Aquel que se comporta como un líchigo (persona tacaña) con los empleados de su fruver, minimercado de frutas y verduras, aunque tiene derecho a la presunción de inocencia y a demostrar que es un patrón que actúa con total rectitud, con toda humanidad.   

La necesidad tiene cara de perro y, al parecer, el congresista se aprovecha de la nobleza ajena. Habría que esculcar por ahí a ver si otros honorables andan en las mismas.

Lo de David Racero no es la excepción a la regla sino la regla misma en un país donde la ley la impone el de la plata, “el dueño del aviso“, como se dice coloquialmente. Ni para qué preguntar desde cuándo ocurren estas vainas, porque ocurren desde siempre, así que ahorrémonos la moralina. El caso más notorio es de los ciudadanos venezolanos vilmente explotados en nuestro país, como lo ha documentado varias veces la prensa.

Ante la contundencia de los audios revelados por Daniel Coronell resulta difícil, por no decir imposible, decir media palabra a favor del congresista del Pacto Histórico.

Nadie hubiera sospechado que el discurso del presidente Gustavo Petro, cargado de simbolismo, también iba dirigido a su alfil el día de la posesión de Iris Marín Ortiz como defensora del pueblo. Dijo el mandatario: “La esclavitud, de eso quería hablar ayer y me atrevo hablar hoy como una de las peores ignominias de la humanidad de millones de personas condenados y condenadas perpetuamente, a través de sus propias generaciones, a entregar sus hijos y sus hijas a ser esclavos, a no tener voluntad, a ser llevados como filas entre cadenas hacia el trabajo que iba a enriquecer a otros”.

Todo esto ocurre mientras avanza en el Congreso de la República una resucitada reforma laboral y justamente después de que el recién posesionado papa León XIV invocara la encíclica social de otro papa, León XIII, (1810-1903), para hacer un llamado al mundo en defensa de la clase obrera.  

Durante su pontificado de veinticinco años aquel papa dijo en su Rerum Novarum: “Y éstos, los deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano. (…) lo realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como de cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto sus nervios y músculos pueden dar de sí. (…) Tampoco debe imponérseles más trabajo del que puedan soportar sus fuerzas, ni de una clase que no esté conforme con su edad y su sexo. Pero entre los primordiales deberes de los patronos se destaca el de dar a cada uno lo que sea justo. (…) Y defraudar a alguien en el salario debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo”.

El caso David Racero debe servir para poner el tema de la explotación laboral en el centro de la conversación.

De ser ciertas las acusaciones, no puede llamarse progresista a quien comete abuso laboral. Toda forma de abuso es indefendible. Los explotadores no son defendibles bajo ninguna circunstancia; la esclavitud fue abolida hace rato y obligar a la gente a trabajar más horas de lo humanamente permitido es una forma de esclavitud.

En su libro “La esclavitud de nuestro tiempo”, el escritor ruso León Tolstói la define como aquella “situación en la que una pequeña parte de personas tiene poder total sobre el trabajo y la vida de las mayorías”.

Que este caso sirva no solo para crucificar a David Racero, sino para poner el tema de la explotación laboral en el centro de la conversación, y con más razón exigirle al Congreso aprobar una reforma laboral que combata, entre otras cosas, la precarización del empleo. Ellos, que promulgan las leyes, deben ser el primer ejemplo de su cabal cumplimiento.

Si queremos que el escarmiento sea mayor, se me ocurre que desde hoy se les pague un millón de pesos mensuales a los legisladores por trece horas diarias de trabajo, haciendo además de toderos y con apenas un día de descanso a la semana. Así entenderían la responsabilidad histórica que tienen por delante. 

Y tal vez sea la hora de ajustar la canción del viejo Joe para componer la nueva “Rebelión” sobre los empresarios negreros de nuestro tiempo.

Avatar de Alexander Velásquez

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.