El fin de un año y el comienzo de otro nos impulsa a realizar balances, cometer excesos (sobre todo gastronómicos), hacer promesas y arrepentirnos por lo que hicimos o dejamos de hacer.

Llevaba tiempo queriendo escribir una columna de opinión sobre lo que significa ser columnista. Había guardado en un cajoncito algunas ideas para desarrollarla a la primera oportunidad. Y ese día es hoy cuando me entero que Mario Vargas Llosa, el escritor Nobel, puso fin a 33 años como opinador y autor de la columna Piedra de toque, que publica dos domingos por mes en El País de España, el diario más leído en lengua castellana.

En su artículo de despedida, 16 de diciembre de 2023, Vargas Llosa dice varias cuestiones interesantes, pero me quiero referir a dos:

“El único consejo que transmito a los jóvenes que se inician como escritores en la prensa diaria: decir y defender su verdad, coincida o discrepe con lo que el diario defiende editorialmente”, dice él. Sí y no, digo yo.

Lo segundo: “Aquí, en mi Piedra de toque, he opinado sobre todas las cosas que me favorecía​n o perjudicaba​n, siempre de buena fe, coincidiera o discrepara con la línea del periódico”. Sí y no, otra vez, digo yo.

Considero que no es función del columnista sacar provecho personal de su condición, nada que pudiera parecer una ventaja a su favor, porque la verdadera vocación de este oficio (o al menos así la asumo yo), debe ser la de orientar a la opinión pública, aportar elementos de juicio que permitan al lector entender por qué razón o razones el autor asume tal o cual posición. En un país tan complejo como Colombia, con unas divisiones políticas tan marcadas, que rayan en el sectarismo y el fanatismo, con unos niveles de corrupción bravos, cualquier asunto, por frívolo que parezca, amerita un análisis reposado, alejado del famoso “confunde y reinarás”, al que acuden sin sonrojarse muchos escribidores.  Si un columnista está directa o indirectamente implicado en un tema sobre el cual opina (conflicto de interés, caso frecuentísimo en los políticos), está en la obligación moral de decírselo al lector, por respeto con él y con el mismo medio que le cedió dicha tribuna. Hay políticos que usan sus columnas como escampadero para hacer oposición, y las más de las veces tienen la solución teórica para todo tipo de males, los que no fueron capaces de aliviar en la práctica mientras tuvieron el poder por el mango, estilo Germán Vargas Lleras.

El lector debe saber que la verdad del columnista es eso: “su verdad” y no necesariamente esa verdad que enuncia es la verdad verdadera, como la que busca el periodismo, hablándolo en términos noticiosos. Sí debe defenderla, pero también enmendarla cuando se equivoque. El derecho a cambiar de opinión también es lícito. Porque una opinión es, como todas las opiniones, un juicio sesgado. Siempre. “Juicio o valoración que se forma una persona respecto de algo o de alguien”, dice la Real Academia Española. La opinión parte de nuestras pasiones,​ (y a veces incluso de nuestros demonios): sean políticas, religiosas, filosóficas, literarias, etcétera.

Los lectores de Cura de reposo saben que me asumo políticamente de izquierda, que voté por Gustavo Petro y que sigo creyendo sin titubeos que este país merece y necesita un cambio, entendiendo que ese cambio se traduce en reformas sociales que favorezcan a los más débiles. Más no participo de manera alguna en el actual gobierno, ni estoy abonando el terreno para un puesto en él y, al contrario, me siento con la plena libertad de aplaudir lo que haga bien el mandatario o recriminarle cuando la embarre, pero siempre en tono amable, porque tampoco nos han endilgado el título de justicieros. Soy de los que piensa que no se tiene una columna para defender privilegios de clase, menos a los amigos del círculo íntimo; tampoco para ventilar rencillas personales ni atizar el fuego de las venganzas o pavimentar una aspiración política, algo normal en ciertos columnistas de prensa en Colombia. ​Me parece deshonesto.

En un arrebato de sinceridad, puedo decir que en el pasado, a lo largo de 14 años, (luego de 12 como reportero), me desempeñé como agente de prensa de congresistas, todos curiosamente de derecha, dos liberales y uno conservador. Conocer los intríngulis del poder (en este caso del poder que les otorgamos a quienes hacen las leyes), no sólo me ha permitido conocer mejor el país político que somos, sino también tener la certeza de que Colombia sí requiere con urgencia una reforma política que dignifique el ejercicio de la política, algo que les ha quedado grande a los políticos, incapaces de portarse bien y hacer bien su trabajo, pues leo en la prensa que noventa proyectos de ley podrían hundirse por falta de trámite. Y en este caso falta de trámite significa incumplimiento de los deberes, que es lo habitual en el Legislativo y con más razón en un año electoral en que los “honorables” se dedican a la cacería de votos en vez de a legislar. Encima, se les premia con unas vacaciones largas y remuneradas (de dos y hasta tres meses), privilegio que ningún empleado goza en este país. Si trabajarán como Dios manda, no habría necesidad de que el presidente de turno cite a horas extras para desempantanar la agenda y compensar el tiempo que estuvieron en campaña, con sueldos millonarios que van de nuestros bolsillos a los de cada congresista y su séquito de asesores y asistentes, que no son pocos.

Pero los peores son esos congresistas que quebrantan el juramento que le hacen a la sociedad los 20 de julio cada cuatro años. La captura este mes del ya no tan honorable senador Ciro Ramírez, del Centro Democrático, el partido de Álvaro Uribe, es el capítulo más reciente de esa sinvergüencería… y detrás de él hay otros haciéndole coquitos a la cárcel. Solo mediante una reforma política se le podrán límites a tanta vagabundería.

En la misma medida, la responsabilidad de un columnista es enorme porque no se trata de comentar por comentar, sino de actuar con transparencia. Uno como articulista debe tener idea de lo que está hablando y de lo que no sepa, pues mejor se queda callado. El consejo aplica para cualquier persona y más en estos tiempos en que todos queremos opinar sobre cualquier cosa en las redes sociales; y muchas veces, lo hacemos más desde nuestros prejuicios que desde nuestro conocimiento de las cosas. Es lo que está pasando con los autodenominados influenciadores, que los hay en abundancia para todo tipo de temáticas, como si aquellos fueran auténticos gurús con la verdad debajo del brazo, cuando la realidad demuestra que muchos de esos personajes son movidos por intereses económicos o empresariales.

El problema, para sincerarnos a modo de mea culpa, no son esos personajillos influencers. El problema es la gente que los sigue, les da un like o comparte sus videos, porque de esa manera los validan. Y cuando suman miles y hasta millones de seguidores, creemos que eso los convierte en una autoridad, con un “título” ganado a punta de métricas, no necesariamente por la veracidad de sus contenidos. De este lado de las pantallas, hay personas fácilmente influenciables, del tipo de hombre o mujer que se van creyendo cuanta mentira maquillada les digan, y luego se dedican a replicar eso que se tragaron entero, contribuyendo al caos de desinformación y noticias falsas en que andamos inmiscuidos. En vez de seguir la dieta que sugirió el Mengano este o la Zutana aquella (ambos con cuerpos que quitan el aliento), deberíamos pensar los riesgos que implica para la salud convertirnos en sus conejillos de indias.

Acaba de pasar.  Quedé de una sola pieza con el titular mentiroso de la revista Semana esta semana: “El chicharrón es más saludable que algunas verduras”, según revelador estudio”. Lo dijeron sin tomarse siquiera la molestia de buscar a un experto para sopesar una tesis a todas luces descabellada: que la piel de cerdo es mejor para la salud que las espinacas, las zanahorias o la coliflor. Sin embargo, no fue el único medio en meter las de caminar. Lo hicieron otros como El Tiempo, Portafolio, Infobae, Cambio y El Colombiano. Hasta ahora, que yo sepa ninguno ha rectificado. Lo aclararon El Universal de Cartagena (“¡Es una noticia falsa! El chicharrón no es más saludable que las verduras”) y El País de España (“No, el chicharrón no es más saludable que las verduras y no existe ningún estudio que lo demuestre”). “El problema es que nadie hace curaduría de los contenidos, nadie se cerciora de que sea verdad. Es muy irresponsable y peligroso”, le dijo la nutricionista y dietista Catalina Echeverry a El País, refiriéndose a los medios que reproducen información engañosa y usan como fuente a  videocolumnistas de la era digital,  como el famoso doctor Byter, habiendo en nuestro país unas sociedades científicas respetables. “Es una personaje grotesco y grosero y, lo más preocupante, un profesional ignorante e intrusista”,  me dice por WhatsApp la nutricionista y dietista Claudia Godoy, de la Universidad Nacional.

Hoy en día, para curarnos en salud no es suficiente con vigilar lo que comemos, también debemos cuidarnos de los medios que consumimos, pues la información falsa es tan nociva como las grasas del chicharrón. Y en eso de las fake news Colombia da, tristemente, sopa y seco, por cuenta de negocios a la caza de incautos: emprendimientos raros, supuestas medicinas milagrosas, mercaderes de la fe y hasta una clase política que es capaz de venderle el alma al diablo con tal de salirse con la suya, valiéndose de ciertos medios que se prestan al juego. Menos mal en este país todavía hay espacio para la decencia. Y ahí está el reto para el lector, incluso para el lector de columnas de prensa, porque pueden mentir las noticias pero también los comentaristas: no pecar de incautos, aprender a leer entre líneas, entrenar el pensamiento crítico en contra de quienes quieren pensar por nosotros, tan amables ellos. La polarización nos obliga a contrastar opiniones para saber dónde está la bolita, dónde esta ella.

En 2007, el periodista Jairo Osorio escribió una reseña del libro “La nación soñada”, que a su vez es una compilación de las columnas de prensa del historiador Eduardo Posada Carbó. En el texto de Osorio hay a mi juicio una gran lección de lo que podría ser un buen columnista.

“Prudente, respetuoso, Posada Carbó razona con esa ´opinión ilustrada´, intocada, que gobierna y diseña cada amanecer de los colombianos, desde sus columnas de prensa y sus altoparlantes gangosos de la radio. (…) Ninguno de ellos, de los intocados, podrá acusar jamás a este historiador caribe de intolerante, violento o descalificador, porque su justeza es el punto medio de sus discusiones. Contrapone ideas a ideas, no ideas a personas, de las que discierne sus puntos de vistas más útiles para el debate. (…) No bufa, no vocifera, no grita ni descalifica. Sus textos no tienen ninguna estridencia, distinta a la verdad razonada que expone”. (Tomado del libro “Tan buena Elenita Poniatowska: noticias de autores y libros”.

Los blogueros de El Espectador opinamos con independencia y, precisamente, en nombre de esa libertad estamos obligados con nosotros mismos a ser respetuosos y a no caer en difamaciones. Lo sabemos nosotros y lo deben saber nuestros lectores.   Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos”.

Hasta ahora no me he arrepentido de nada de lo escrito, pero si quisiera tener más tiempo para investigar temas que demandan paciencia, como el de la salud mental.  Escribo en modo avión para evitar las interrupciones y cuando sufro el “bloqueo de escritor”  hago caminatas de una hora que se vuelven inspiradoras. No aspiro a escribir la columna perfecta para que no me pase lo que a Juan José Millás: que le dijo a un periodista que soñaba con escribir una columna tan perfecta que acabara con el columnismo y el otro publicó que el escritor español quería acabar con el comunismo.

No es fácil escribir una columna semanal, a pesar de que en este país tema es lo que sobra y tiempo lo que falta, pero hacerlo es una forma de entrenar la disciplina. Ser columnista es un reto, a la vez que un privilegio. Es una alegría saber que hoy tengo unos lectores fieles que siguen esta Cura de reposo semanal, en contra de lo dicho por el crítico Omar Rincón, quien sugirió que nadie lee blogs de los periódicos. Le hice llegar una nota aclarándole que los blogueros sí tenemos quien nos lea. Y en seguida la anexé el récord de las entradas más leídas de Cura de reposo, donde en primer lugar aparece la columna Matar al hereje: lecciones del caso Matador”, que a esta fecha acumula 8.861 vistas.

Amigos y lectores me han preguntado por qué escogí este nombre para mi blog. Llegó la hora de responderles.  En la semana en que hice una lista de posibles nombres, estaba leyendo la novela “La montaña mágica”, del escritor alemán Thomas Mann. Nunca antes, lo confieso, había escuchado el término Cura de reposo, en alusión a un tratamiento médico, muy famoso a mediados del siglo veinte. Las personas se recluían en un sanatorio de Davos, en los Alpes suizos, buscando sanarse de enfermedades respiratorias como la tuberculosis, y lo hacían mediante una cura climática, basada en guardar descanso del cuerpo y del alma a través de la vida contemplativa. La novela es fascinante y larga: 636 páginas.

Se cuenta que la idea de escribirla se le ocurrió a Mann tras visitar a su esposa Katia, quien fue hospitalizada allí. Sus personajes de ficción son seres que, mientras esperan curarse de sus males, dejan expuestas sus almas atormentadas y se enfrascan en disertaciones variopintas, unas banales y otras muy profundas, desde lo filosófico o literario, por ejemplo, donde son recurrentes temas como el amor, la política o el sentido y fin de la vida.

He querido que esta Cura de reposo -a base de párrafos- sea una conversación amena con los lectores y que su lectura resulte agradable, con argumentos y, en lo posible, datos que sean fácilmente verificables. Eso sí, me cuesta escribir corto. Se me ocurrió entonces que la escritura y lectura funcionan como “curas de reposo” para sobrellevar estos agobios modernos. ¡Gracias por recluirse conmigo en esta cura semanal!

Este columnista les desea una Feliz Navidad. Si van a cometer excesos en Nochebuena, que sean de amor, abrazos genuinos y gestos nobles con el prójimo. Para mí no pido mucho: salud y buen juicio para seguir opinando con humildad sobre lo divino y lo humano.

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