Antes, a la gente le indignaban las noticias; ahora le indignan los medios que las dan. La crisis del periodismo se profundiza, y no ayudan ni el gobierno ni los propios periodistas.
Antes, a la gente le indignaban las noticias; ahora le indignan los medios que las dan. La crisis del periodismo se profundiza, y no ayudan ni el gobierno ni los propios periodistas.
Foto: El Espectador.
Si el país fuera un inquilinato, el gobierno y la prensa serían esos inquilinos incómodos que tienen aburridos a los demás con tanta peleadera. Que yo dije, que usted dijo, que él dijo. Y a mí que me esculquen.
A veces siento vergüenza ajena porque unos y otros, por el gobierno y por ciertos periodistas, que han dejado de ocupar su sitio, se han rebajado ante una opinión pública que analiza, se toma la cabeza a dos manos y juzga. En este ring, no hay ganadores. Ambos contrincantes pierden, llevándose por delante a unos ciudadanos que ya no saben a quién creerle, porque en el ambiente flota la sensación de que todos manipulan, todos mienten.
Es tan lamentable el espectáculo, que cuando uno lee los titulares de prensa, le gustaría que Colombia sea ese televisor que uno apaga cuando le enerva lo que ve. Y lo que estamos viendo estas últimas semanas es el agarrón del gobierno con algunos periodistas y de algunos periodistas con el gobierno, lo que revivió en mí un deseo extraño de querer salir corriendo, un poco apenado por ese país escuelero que no superó esa etapa donde los niños gritábamos y el profesor desesperaba. Un gobierno y un periodismo con más aullidos que argumentos; incapaces de debatir se dedican a sacarle brillo a sus egos en las redes sociales. Mientras tanto, la sociedad observa… abochornada.
Jamás nos vamos a reconciliar con un presidente que promete la Paz Total y al mismo tiempo se dedica a cazar guerras innecesarias y jamás nos vamos a reconciliar con un periodismo -no es todo, por fortuna- que nos vende oposición por noticia, como si fuéramos bobos. Pierde puntos el presidente y pierde puntos la prensa toda, porque, con su credibilidad minada, por unos pagan todos. Y cuando no haya un plato más para romper, ¿A quién pondrán a recoger los pedazos?
La cosa es tan grave que un grupo de 194 periodistas firmaron una carta –leerla en El Espectador–, dirigida al presidente Gustavo Petro por “la enorme preocupación que tenemos frente a las agresiones que, constante y generalizadamente, usted viene haciendo en contra del ejercicio del periodismo”.
Dicen también los colegas que “no le corresponde al presidente decidir quién hace buen o mal periodismo, ni tampoco ejercer una presión indebida a la prensa”, cuestiones con las que estoy de acuerdo.
Del mismo modo -y pasando a otro hecho- deben saber los periodistas que la vida privada del presidente no es de interés público desde ningún punto de vista, así medios como La Silla Vacía insistan en que tenían razones para verificar las andanzas del presidente en Panamá. Derecho a la intimidad se llama y nos pertenece a cada cual.
La menos válida de las razones que da Juanita León es la primera: “…porque podía tratarse de una gran operación de desinformación en contra del presidente, que es el personaje más importante que cubrimos”, cosa que no es creíble. Enviar a un periodista a Panamá para verificar los chismes y el morbo –tan propios de las redes sociales- es no tener oficio y sí recursos suficientes para hacer cubrimientos tan, curiosamente, específicos, habiendo en Colombia tantas historias de políticos por cubrir, empezando por los congresistas y su gestión individual. Nadie los ronda, nadie les pide cuentas, porque todos andan casi que exclusivamente pendientes de lo que haga o deje de hacer el primer mandatario.
Faltó sagacidad periodística para despejar otras dudas: ¿Con qué objetivo se hizo dicho video, quién lo hizo y por qué lo pusieron a rodar por el inframundo virtual? Si los medios dejaran de amplificar todo lo que corre a través de las redes sociales -donde la cizaña crece como la mala hierba- el país respiraría mejores aires.
Se pregunta y se responde el periodista Sergio Ocampo Madrid en su columna de El Espectador. “¿Que el presidente Petro se pasee por las calles tomado de la mano de una mujer que no es su esposa es noticia? Creo que sí. ¿Que lo haga, además, en el exterior, en un viaje oficial para asistir al cambio de mando de otro jefe de Estado? Claro que nos compete. Pero, adicional, que la acompañante sea una mujer transexual, eso, eso es una noticia mundial”.
Según él, “un jefe de Estado de paseo tomado de la mano con una persona de sexualidad diversa es el ejemplo más encomiable, más aplaudible, de inclusión, de apertura, de honestidad y sinceramiento, y de desafío a la moral tradicional”. (El subrayado es mío).
Tengo dos preguntas para el columnista:
1. ¿Cambia en algo su opinión si el presidente va acompañado de su esposa en misión oficial que si lo acompaña una probable amante en misión oficial, en el entendido de que con una o con otra persona haría lo mismo en la intimidad que le pertenece a él y a la que millones de personas acuden incluso en horas de trabajo?
2. ¿Si a otro presidente lo cogen con las manos en la masa (pongamos de ejemplo a Clinton), a la prensa -y por extensión a la opinión pública-, la principal pregunta que le interesa resolver es la identidad de género de esa tercera persona? No veo justificado que las preferencias sexuales –sean las de Su Santidad o las de un gobernante- deban ser de dominio público, ni siquiera para ponerlo convenientemente como ejemplo de tolerancia y apertura de mente. Si es así, ¿Por qué no revisar las vidas privadas de los antecesores de Petro a ver cuántos han desafiado “a la moral tradicional”?
La moral no somos nosotros y nuestros prejuicios. La moral es un concepto mucho más amplío que el “deber moral religioso”, por ejemplo.
Se intentó armar un escándalo social donde no lo había. Pretendemos convertir la moral individual en un asunto de interés colectivo, en tanto que la ética sí lo es y por eso existen los tribunales de ética. No conozco tribunales de la moral, salvo aquellos que imparten su “sabiduría” desde el púlpito. En este punto vale la pena preguntarse ¿Qué pasa en Colombia con los tribunales de ética periodística, donde están los observatorios de medios exigiendo del periodismo el apego a los valores y principios que les son propios? ¿Necesita la prensa ser autocrítica consigo misma? ¿Para qué sirve eso que llaman autoregulación y cómo ponerla en práctica hoy? ¿Tiene algo para aportar la Comisión de Ética del CPB? ¿A quién corresponde decidir quién hace buen o mal periodismo en Colombia?
La prensa se une cuando se siente amenazada y eso está bien. Podría unirse también para mirarse el ombligo sin temores. El presidente en su laberinto y la prensa en la mala hora. Ese es el resumen de esta novela, de esta bronca entre dos poderes: el primero con el cuarto, el cuarto con el primero. Y nosotros mirando desde la azotea.
Me permito presentar las pesquisas tras la autopsia al editorial del periódico El Colombiano, antioqueño él, del de julio de 2024, titulado “Presidente: es momento de parar”.
Afirma el editorialista: “Sin el periodismo, Gustavo Petro tal vez hoy no sería presidente de la República. Pero, curiosa y lamentablemente, ahora el propio Petro se está convirtiendo en su verdugo”.
Insinuar entre líneas que Gustavo Petro es un “verdugo del periodismo” es exagerado y desconoce de manera ¿deliberada? la historia de Colombia, donde gobiernos usaron el poder para censurar a la prensa –especialmente la radio y los periódicos- y en algunos casos obligaron a su clausura. Hay que decir también que Gustavo Petro fue elegido presidente a pesar de ciertos medios, mayoritariamente en manos del poder económico, que lo usa para sus intereses corporativos, no para informar y construir una opinión correctamente.
Refiriéndose a los ataques contra la prensa por denunciar los abusos del poder, añade El Colombiano que “desde entonces, hace cerca de cuatro siglos, son muchos los que han tenido que salir a defenderla de los intentos hegemónicos de los gobernantes de turno”.
Hagamos memoria país sin memoria.
La mala relación de ciertos medios (porque no son todos) con un presidente de la República y viceversa, no es nueva.
Se le olvidó al editorialista que durante el doble mandato de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), cerraron la Revista Cambio tras publicar una investigación que afectaba a ese gobierno, y luego se dieron sus mañas para sacar de la televisión abierta a Noticias Uno por ser incómodo para el señor presidente, antioqueño él.
Yo solo pregunto: ¿En su momento alguien llamó verdugo a ese gobierno ante el más flagrante abuso contra la libertad de expresión y una genuina censura de prensa, que quedó para la posteridad como un hecho más? El país calló y todo siguió igual. Porque somos la sociedad del “deje así…”.
A pesar de que quisieron dejar a Noticias Uno sin señal, no sólo sobrevivió, si no que sigue dando señales de vida y ganando premios de periodismo como el mejor noticiero del país y, con el tiempo, revivió también la revista Cambio, ya no en papel pero sí en versión digital.
Ni siquiera llamaron verdugos a los gobiernos conservadores que amordazaron a la prensa en los años 50. Qué curioso: gobiernos tan conservadores como el diario El Colombiano en sus orígenes.
¿Se le olvidó al autor o autora del editorial que hubo una Oficina de Censura en la dictadura de Rojas Pinilla? Había censores dentro de las salas de redacción, que de eso dio fe Gabo periodista en “Vivir para contarla”.
¿Sabemos los periodistas lo que significa la palabra verdugo? Es muy delicado ser editorialista si no se tiene un diccionario y un libro de historia a la mano.
Podríamos hacer el listado de periodistas que fueron obligados al exilio y de los gobiernos en que tuvieron que desterrarse, como consecuencia de un conflicto interno que lo permeó todo, porque no se les garantizó ni la vida ni su derecho a ejercer el oficio dentro de su Patria.
Sufrimos de un Alzheimer colectivo que nos lleva a desconocer ese autoritarismo que se ensañó contra la prensa.
Hay mucho que puede y debe criticarse al presidente Gustavo Petro, pero poner las palabras “verdugo” y “periodismo” en la misma frase es una hipérbole propia de la literatura de ficción, no del periodismo que debe ceñirse a los hechos fácticos.
Los periodistas sabemos que el periodismo, cual enfermo terminal, pasa por una de sus fases más críticas, lo que no le hace ningún favor a la democracia y sí a una clase política que siempre ha querido verlo en la lona. El periodismo, como el puente, está hoy quebrado y falta más que cáscara de huevo para curarlo.
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