El semanario Voz nació en 1957, como órgano oficial del Partido Comunista Colombiano. Su actual director es el poeta Zabier Hernández Vuelbas.

La portada de un periódico tiene un poder especial y puede ser en sí misma un símbolo de aquello que se quiere dejar como impronta para la historia. Los editores del semanario Voz, una publicación de izquierda, fundada hace 68 años, diseñaron dos tapas que son un grito genuino en favor de la vida y de rechazo contundente a la sinrazón de la guerra y la violencia.

La primera portada apareció el miércoles siguiente al atentado contra el congresista Miguel Uribe Turbay, durante un mitin, siendo precandidato del Centro Democrático a la presidencia de la República.

Adentro, aparece el artículo de página completa, firmado por el politólogo Federico García Naranjo, en el cual se lee lo siguiente: “…Desde la redacción de VOZ, hacemos firmes votos por su recuperación, convencidos de que la violencia no puede tener cabida en la política. Lo necesitamos con vida, senador”.

Pero el precandidato no sobrevivió. Dos meses después, al conocerse su fallecimiento, el periódico lamentó su muerte por medio de su editorial, al tiempo que denunció la manera cómo “la extrema derecha incita al odio y la venganza”. Todavía no se conocía el discurso negacionista de Álvaro Uribe en el que desconoce el genocidio contra la Unión Patriótica y, por el contrario, acusa a los militantes de ese partido político de promover secuestros y asesinatos en el pasado, y de ser “promotores de la droga y de otras fuentes de financiación del crimen…” en el presente.

En el Código Penal Colombiano debería incluirse el delito de negación de ese exterminio, como legislaciones del mundo hicieron, por ejemplo, con el genocidio contra el pueblo judío.

La senadora Aida Avella, quien sobrevivió en 1996 a un ataque con rocket a su vehículo en una avenida de Bogotá y debió exiliarse antes de volver al país, le respondió a Uribe. “Aquí sucedieron cosas peores que lo que hicieron los dictadores en el Cono Sur en medio de un gobierno o de gobiernos supuestamente democráticos”, dice ella, que lleva el inventario de los asesinatos y desapariciones forzosas de los cuales ha sido víctima la UP.

Han muerto más de 200 reporteros en Gaza

La otra portada es del 13 de agosto de 2025: un tributo a los seis periodistas del canal de televisión Al Jazeera que murieron en su tienda de campaña, a la entrada del hospital de al -Shifa, tras un ataque del ejército israelí. Desde octubre de 2023, han muerto más de 240 reporteros palestinos, según la ONU. Y seguirán cayendo, así como la población civil, mientras no haya poder humano capaz de frenar la carnicería desatada por Benjamín Netanyahu, porque ni Dios ha tenido el poder de salvarlos.

Murieron asesinados Anas Al Sharif, Mohammad Qreiqe, los fotoperiodistas Ibrahim Zaher y Moamen Aliwa; el asistente del fotoperiodista Mohamed Nofal, y Al Khalidi. Y mientras esto escribía, otros cinco periodistas se contaban entre los muertos en un doble ataque israelí contra otro hospital.  

Medios como Voz y Revista Raya reprodujeron el lacónico último mensaje de Anas Al Sharif al mundo. Creo que los periodistas tenemos la obligación moral de difundirlo.

Caricatura de Alfredo Garzón, aparecida en el diario El Espectador.

Al enterarme de la reunión de Iván Duque con Netanyahu, pensé en la mucha gente prestante que debió estar feliz saliendo en fotos con Hitler.

Aunque una primera plana no puede juntar los pedazos de un mundo descuadernado, es una poderosa constancia que dará cuenta del horror que están causando aquellos que hoy escriben la historia con la sangre ajena. Naciones Unidas declaró oficialmente la hambruna en Gaza, tras advirtir que 500.000 personas (¡medio millón de seres humanos!) están en riesgo de morir por inanición.

Al enterarme de la reunión de dos colombianos, el expresidente Iván Duque y el empresario Gabriel Gilinski, con Benjamín Netanyahu, pensé en la mucha gente prestante que debió estar feliz de fotografiarse en su tiempo con Hitler. Porque para mí no hay diferencias entre el genocidio de ayer y el genocidio que se comete hoy, o los genocidios que falten.

Sobre el señor Gilinski sólo diré que cualquier judío, con un mínimo de empatía ante la historia, debería estar en capacidad de conectar el sufrimiento del pasado con el sufrimiento presente, más allá de lo que dicten las religiones, que en los tiempos modernos parecen inmunes ante el salvajismo.

Debemos seguir preguntando lo mismo: ¿Qué podemos hacer para detener el exterminio del pueblo palestino? Hombres, mujeres y niños están muriendo a causa de tres violencias: la violencia de las balas y las bombas, la violencia del hambre, y la violencia que produce nuestra indiferencia. Creo que el pueblo israelí, aquel que eligió a los verdugos en las urnas, tiene la obligación moral de detener la barbarie, porque muchos de ellos, siendo judíos, conocen el dolor que padecieron los suyos en el pasado.  

Quedarse callado ante la crueldad humana nos pone del lado incorrecto de la historia. 

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