¿Pueden los espectadores demandar por publicidad engañosa? Si usted cree que “Medusa”, la serie de Netflix, trata sobre la familia Char de Barranquilla, se equivoca. Considérese una víctima más del marketing. Con “El Gatopardo” la plataforma se reivindicó. Les invito a calificar ambas series.
¡Eche, no joda!, este cachaco se durmió en el primer episodio de Medusa.
El bicho de Netflix no picó. Hablo por mí. Todo me decepcionó: Una historia que ya conocemos, la familia poderosa con oscuros secretos, doble vida e intenciones perversas; un intento de homicidio, el viejo truco de empelotar gente para cubrir (del verbo rellenar) cualquier deficiencia del guion y unos actores que se esfuerzan tan poquito que hacen del costeño una caricatura. Cero nivel de exigencia. La serie no está a la altura de las producciones donde Juana Acosta deslumbra. ¿Me recuerdan en qué enésima novela venezolana la protagonista perdía la memoria?
Una buena actuación no salva un mal libreto; lo contrario sí. El guion es pobre, pobrísimo, como si lo hubieran desperfeccionado en una noche de tragos o de hongos, porque nada convence, todo suena inverosímil, sacado de los cabellos, incluido el “baby” impostado de Bárbara Hidalgo a su marido, y viceversa. No hay una frase memorable, salvo los aforismos del psiquiatra Carl Jung entre episodios, aunque puestos ahí sin ton ni son.
¿A qué hora la realidad se volvió tan sosa y tan babosa? ¿O es que toman por tontos a los espectadores? Nadie en su sano juicio le pone Medusa (aguamala) a su empresa. El presupuesto no alcanzó ni siquiera para contratar extras como servidumbre, rasgo característico de una familia de ricachones.
Se repite la fórmula de Perfil falso, estrenada en 2023. Sepan que los directores son los mismos: Felipe Cano y María Gamboa.
Tengo amigos de la Costa y no hablan así de maluco, tampoco usan un sartal de palabrotas entre una oración y la otra. Pareciera que madrear está de moda. Abusan de las palabras mondá, caremondá y careverga. Se me viene a la mente el barranquillero arrebatao de Fruko y sus tesos.
Hasta las redes sociales han deformado nuestra idiosincrasia, para dar paso a una especie de “indio sin gracia”, como si las groserías le dieran estatus a quien las dice. Se quiere mostrar una imagen estereotipada del hombre costeño, hasta la exageración: ¿Era necesario encrespar el cabello de Manolo Cardona? Sumemos a Diego a Trujillo y a Sebastián Martínez y escojamos al más flojo o caricaturesco de los tres.
Nadie en su sano juicio le pone Medusa (aguamala) a su empresa.
Un repaso exprés a la jerga de la serie: agazapao, (solapado); careverga, (ofensa, expresión vulgar); cule pava (tremenda pereza); mandas huevo (recapacita); morrongo (mosquita muerta); ¡eche, no joda!, (molestia, indignación, decepción, reclamo); esa es la que te cae (excusas, salirse por la tangente); allá viene el tuyo o allá viene la tuya, (cuando alguien te cae mal o estás enamorado de esa persona); cipote (troncudo, algo grande o grandioso, que deslumbra); espantajopo, (presumido); calilla (persona intensa, fastidiosa); meque (sabor, “a la carne le faltó meque”, como dice el chef Nicolás De Zubiria); esmiecdao (resbalar o no pasar por el mejor momento, “ese man está esmiecdao”);pleque pleque (problema, habladurías, chisme); bololó (zaperoco, se armó la pelea); cógela suave (deja tu afán, no presiones) y yurdaaaa (expresión de asombro).
“En la región Caribe existen muchos dialectos. El hablado guajiro es diferente al cordobés. En la Barranquilla de clase alta los muchachos de ahora usan el dialecto “PAH”, que es tendencia en redes sociales. Este término es nuevo en la región, surgió en la Universidad del Norte y se refiere a una especie de gomelo costeño, como Danger Carmelo, el personaje que interpreta Manolo Cardona”, me dice el periodista samario Jesús Vargas.
“Medusa” tampoco es sobre la familia Char, el clan de políticos y empresarios barranquilleros. Si quieren conocer esa historia, lean “La Costa Nostra: La historia no autorizada de los Char, el clan político más poderoso de Colombia”, una sobresaliente investigación de la periodista Laura Ardila Arrieta.
En la página oficial de la editorial Rey Naranjo se lee lo siguiente: “Un libro que nos lleva desde las lejanías del Medio Oriente a una mansión en el barrio El Prado de Barranquilla, iluminando todas las zonas oscuras de un imperio que nació con una promesa de cambio”.
Sin embargo, muchos se tragaron el cuento del abogado Abelardo de la Espriella: “Logré cancelar la serie “Medusa” de Netflix. No voy a permitir bajo ninguna circunstancia que se mancille el nombre, el honor y todo lo que ha hecho una importante familia de esta ciudad, en manos de la gente de Netflix”, afirmó el jurista en un video.
Los ingenuos creyeron que se refería a la familia Char. Quien no cayó en la trampa fue la autora de La Costa Nostra, que es además columnista de El Espectador. Una semana antes del estreno nos previno desde su cuenta en X:
“No está “puto”. Esto es una campaña publicitaria, justamente, para que digan que hay que verla. Pd: no es la historia de los Char”.
No está “puto”. Esto es una campaña publicitaria, justamente, para que digan que hay que verla. Pd: no es la historia de los Char. https://t.co/6tV30AJuGX
Entonces, alguien preguntó en Facebook si cabe una demanda contra Netflix por publicidad engañosa. Considero válida la inquietud.
Aceptemos que la estrategia de marketing fue buena, un hit de la agencia Sancho BBDO, pero no se trata de ninguna maniobra magistral como sugirió un columnista embelesado. La estrategia publicitaria es más bien la prueba fehaciente de que los abogados, aunque no todos, son las personas menos confiables de este mundo. En adelante cualquier cosa que diga el jurista barranquillero deberá pasar por el escáner de la duda, para determinar qué segundas intenciones hay detrás de sus afirmaciones, si dice la verdad o miente, como en este caso.
Ya que Netflix es tan dada a sacarle punta a los escándalos mediáticos, nos sigue debiendo el culebrón sobre la familia Char.
A pesar del despliegue de recursos técnicos, más las infaltables tomas aéreas con drones, Medusa es una telenovela cortísima, que nos llena de nostalgia por aquel tiempo en que la televisión colombiana sí retrataba la identidad caribe a través de historias poderosas, sin caer en la truculencia rebuscada.
Me refiero, por ejemplo, a Caballo Viejo o a San Tropel, producciones de finales de los años 80 ¿Quién no gozó con la icónica Tía Cena en la piel de la talentosa Consuelo Luzardo? ¿O con el inolvidable Carlos Muñoz envuelto en las sotanas del padre Pio Quinto Quintero? El humor inteligente hacía innecesarias las groserías. Medusa quiere ser divertida sin lograrlo y le falta pelo para thriller. Uno quisiera enamorarse de un personaje, al menos uno, y no lo hay. Los actores parecen ellos en sus monótonas vidas cotidianas.
En la misma plataforma me vi completa El Gatopardo, la recién estrenada miniserie que también aborda los intríngulis del poder y la ambición detrás de las familias adineradas, basada en la novela del escritor italiano Giusseppe Tomasi Di Lampesuda. ¡Qué diferencia tan abismal! Todo lo que le falta a Medusa le sobra a El Gatopardo, especialmente actuaciones convincentes y diálogos impecables.
“Estas mujeres marchitas y estos hombres estúpidos son solo presas indefensas, condenadas a gozar del pequeño rayo de luz que se les concede entre la cuna y la muerte. Nosotros fuimos los gatopardos, los leones. Los que nos sucedan solo serán chacales, hienas. Todo será diferente pero peor”, dice el patriarca de la familia, el Príncipe, don Fabrizio Salina.
Hicieron una adaptación magistral de una novela extraordinaria del siglo XIX. La historia seduce desde el principio, como lo hacen los buenos libros desde el primer párrafo. Después de ver la miniserie italiana me siento con el obligado placer de leer aquella obra maestra.
Lo que indica que en Colombia estamos regular de guionistas y que preferimos crear series que respondan a las modas que impone la industria en vez de apostarle a un producto típicamente colombiano, habiendo tantos buenos libros que aguantan seguir los pasos de, digamos, Cien años de soledad. ¡Qué grato fue ver la adaptación cinematográfica de El olvido que seremos, la novela de Héctor Abad Faciolince! Piensen qué otro libro querrían ver en formato de serie.
Brasil, Chile, Argentina y México nos llevan años luz. Los cariocas se acaban de ganar el premio Óscar a mejor película extranjera por la elogiada Aun estoy aquí, sobre las desapariciones durante la dictadura militar en Brasil.
Es hora de preguntarnos qué está pasando con nuestro cine. ¿Dónde se forman los nuevos guionistas o cómo o quién decide lo que “queremos” o “debemos” ver? Ansía uno verse reflejado en el blanco y en el oscuro de nuestra realidad, tan potente que para qué inventarla. Siempre ha estado en los titulares de prensa.
Tengo en la cabeza un par de referencias: Cóndores no entierran todos los días, El embajador de la India, La gente de la Universal, La estrategia del caracol, La Vendedora de Rosas o Satanás, más aquellas producciones que el amable lector quiera agregar. De lo reciente hay más buenas intenciones que calidad: El abrazo de la serpiente, Los reyes del mundo o Matar a Jesús. Si los directores leyeran más sabría la mina de oro que les ofrece la industria editorial.
Ya que Netflix es tan dada a sacarle punta a los escándalos mediáticos, nos sigue debiendo el culebrón sobre la familia Char. Nos debe esa versión colombiana de “House of Cards”. Ese sí sería el thriller político del año. Ahí tienen como punto de partida La Costa Nostra. ¡Qué buen título para una serie!
A Medusa: le otorgo 5 de 10, siendo generoso. A El Gatopardo: 11 de 10, siendo justo. Gracias por comentar sus calificaciones.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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