La (quizás) mejor revista del mundo cumplió 100 años y un documental de Netflix los celebra. ¿Qué puede aprender el periodismo colombiano sobre esta icónica publicación?
La (quizás) mejor revista del mundo cumplió 100 años y un documental de Netflix los celebra. ¿Qué puede aprender el periodismo colombiano sobre esta icónica publicación?

Netflix promociona su documental sobre la revista The New Yorker en redes sociales.
“Ver tu nombre en The New Yorker es alucinante”: Hilton Als, escritor.
“Nuestro trabajo es hacer que lo sexy sea serio y lo serio sea sexy”: Tina Brown, ex editora de The New Yorker.
Yo quiero escribir en The New Yorker. Yo creo que ese es el sueño de todo periodista y escritor. Leer esta revista, tal vez la mejor del mundo, es un auténtico placer. El documental de Netflix que cuenta detalles desconocidos de su historia a lo largo de un siglo es en sí mismo una clase magistral sobre periodismo y literatura.
“Me tomo un café, escucho un podcast o tres y hago ejercicio para no morir”, dice David Remnick, el quinto editor de The New Yorker en 100 años, apodado “el Michael Jordan del periodismo”.
The New Yorker es una mezcla de literatura, periodismo y humor, que así lo concibió su creador, Harold Ross (1892-1951).
Su sala de redacción recibe cada año entre 7 mil y 10 mil propuestas de historias y publican apenas 50. Han aparecido unos 13 mil relatos a lo largo de la centuria: Por sus páginas pasaron las plumas exquisitas de J.D. Salinger (El guardián entre el centeno); David Foster Wallace (La broma infinita), John Cheever (El nadador); Vladimir Nabokov (Lolita); Saúl Bellow (Herzog), Haruki Murakami (Tokio blues. Norwegian Wood) o Chimamanda Ngozi Adichie (Americanah).
“Se podría decir que Truman Capote inventó la literatura policíaca de alto nivel”, dice Remnick. Capote empezó como mensajero de la revista. Luego conoció el cielo de la fama y al mismo tiempo descendió al infierno, todo de la mano de su gran novela A sangre fría, que primero publicó por capítulos en The New Yorker.
Varios de los relatos publicados por The New Yorker se convirtieron en películas, entre ellos Secreto en la montaña, El ladrón de orquídeas o la celebrada A sangre fría, la novela por capítulos escrita por Truman Capote, basada en hechos reales, de la misma forma que en Colombia El Espectador publicó, durante catorce entregas, Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez.
A propósito del maestro Gabo, vale la pena recordar que en 1981, un año antes de ganar el Premio Nobel de Literatura, recibió un no como respuesta cuando envió a la revista su cuento “El rastro de tu sangre en la nieve”. El sitio web de Literland publicó la carta. No lo cuenta el documental pero así fue.

“A veces siento que hay algo casi apocalíptico en el mundo en el que vivimos y la literatura es ese pequeño reto de esperanza. Escribir ficción le da sentido a mi vida”: Chimamanda Ngozi Adichie (escritora), en el documental sobre The New Yorker en Netflix.
El humor forma parte del ADN de esta revista. Publican entre 10 y 20 caricaturas de las 1500 que reciben cada semana. “Las caricaturas de The New Yorker siempre te hacen sentir que no eres muy inteligente”, dice el comediante Ronny Chieng.
“Dibujo principalmente para sentirme menos sola”: Roz Chast, caricaturista.
En 1946 The New Yorker revolucionó el periodismo a partir de combinar la literatura de no ficción con el dramatismo de una historia de ficción. El reportero John Jersey escribió un reportaje de 30 mil palabras (del tamaño de 40 columnas de opinión), que ocupó toda una edición, contando los estragos que causó la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. El artículo fue leído en directo por la radio y el científico Albert Einstein hizo llegar mil ejemplares a científicos del mundo. Fue la única vez que no se publicaron caricaturas.
El prestigio de The New Yorker se disparó internacionalmente convirtiéndose en referente de buen periodismo. Una revista intelectual y sofisticada, que es a lo que debería aspirar todo medio periodístico en tiempos en que la presa sufre una doble crisis de identidad y credibilidad.
Famoso es, por ejemplo, el increíble proceso de verificación de datos, que incluso se extiende a las imágenes. Cuenta el documental que en una ocasión apareció en portada el dibujo de un hombre con un pie derecho… y el otro también.
Su tipografía es icónica como clásicos son sus perfiles de celebridades (como El Duque en sus dominios, escrito por Truman Capote, sobre el joven actor Marlon Brandon); o los reportajes de guerra. Como en todo, también han pasado por allí malos redactores, nos enteramos por el documental.
“No es tan difícil destruir una sociedad si te lo propones”, dice el corresponsal de guerra John Lee Anderson.
“A mis reporteros siempre les hago la misma recomendación: Coge el tiempo que te den y después continúa en contacto una vez terminada la entrevista. Acompaña al personaje a un concierto, a la graduación de su hijo”. Le sorprendería cuánto consiguen”, dijo en 2024 David Remnick, director de The New Yorker, en esta entrevista con El País.
“El acto físico de sostener y llevar revistas en tu bolso o mochila desapareció. Y ya no veo a tanta gente leyendo en el tren. (…) Es deprimente”: Sara Jessica Parker, actriz, en el documental de Netflix sobre The New Yorker.

¿Un mundo sin crítica y sin críticos?
Richard Brody, crítico de cine y bebedor compulsivo de café, afirma haber visto una película por día durante los últimos 40 años. Él dice: “Toma dos años hacer una película, dos horas verla y dos minutos destruirla, aunque en Twitter basta con dos segundos”.
Qué viva la crítica, algo que escasea en la prensa colombiana. Creo que los medios deberían considerar revivir a los críticos. La crítica constructiva en cualquier campo (cine, teatro, literatura, artes plásticas), es alimento para la superación.
Muchas veces la revista ha sido acusada de elitismo y ha enfrentado en más de una ocasión a los poderosos. William Shawn, editor durante 35 años, resumió su filosofía con las siguientes palabras: “Decimos lo que pensamos, esto es lo que creíamos y si es lo que creemos deberíamos decirlo”.
The New Yorker practica un periodismo responsable con el manejo de la información y las fuentes. “Conseguir una primicia en una noticia es un momento de satisfacción con el que sueña todo reportero, pero también conlleva mucho estrés porque conlleva la presión de tener que hacer bien el reportaje”, dice Ronan Farrow, el reportero de The New Yorker que publicó la historia del depredador sexual Harvey Weinstein, después de que otros medios censuraron su investigación por temor a las represalias.
Para este documental, David Remnick aporta una gran verdad: “La gente quiere leer mucho más que tuits ridículos. Quieren saber qué está pasando. Quieren imparcialidad y verificación de los hechos y responsabilidad al informar. Quieren medios de comunicación que no se dobleguen”.
Periodistas en ejercicio, futuros periodistas y personas de las industrias periodística y editorial deberían ver este documental con mirada autocrítica. Si algo aprendí de él, lo resumo de la siguiente manera: Escribe algo como si supieras que The New Yorker te lo va a rechazar; entonces vuelve a empezar hasta que sea tan bueno que The New Yorker quiera publicarlo.
Porque en este tiempo tan vertiginoso, hay un afán por escribir muchas historias antes de morir y no muchas historias memorables antes de morir.
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