Armero es un sitio fantasmagórico en la memoria: hace cuarenta años allí tuvo lugar el fin del mundo. Un libro del Ministerio de Cultura recogió en texto y fotos lo que ocurrió ese fatídico 13 de noviembre de 1985 cuando el infierno corrió, enloquecido, montaña abajo.
Portada del libro “Armero, volver al mapa”, de Mincultura. Las fotos de este blog corresponden a la publicación.
“Son varios los armeritas que aseguran que el 13 de noviembre de 1985 se presentaba el film ´Los últimos días de Pompeya´. Charcas, un habitante de Armero, llegó consternado al café Ancla y dijo: ´Eso de Pompeya nos puede suceder a nosotros´”: Del libro “Armero, volver al mapa”.
Pompeya era una ciudad próspera; Armero también. Pompeya se ubicaba en el Imperio Romano, próxima a la actual Nápoles. Armero quedaba al norte del Tolima, a unos 84 kilómetros de Ibagué. A Pompeya se la tragó un volcán, el monte Vesubio, que la sepultó bajo una lava volcánica de 26 metros de espesor; murieron entre 16 mil y 20 mil personas. Armero también fue engullido por un volcán, el Nevado del Ruiz: murieron alrededor de 23 mil personas. Lo de Pompeya ocurrió el 24 de agosto del año 79 d.C. La tragedia de Armero comenzó a las 9:08 p.m. del 13 de noviembre de 1985.
“Se estima que el Ruiz expulsó alrededor de 65 millones de metros cúbicos de material piroclástico, una mezcla de fragmentos de roca, ceniza volcánica y gases a más de 600 grados centígrados, lanzados al aire con violencia. (…) Desde el cráter Arenas descendieron flujos y oleadas piroclásticas (…) cubrieron la parte alta del volcán, protegida por un espeso glaciar, fundiendo la nieve. El agua liberada se mezcló con las cenizas y los fragmentos volcánicos, forman un torrente viscoso y oscuro que empezó a correr por los cauces naturales de la montaña”, dice esta crónica de El Espectador.
La tragedia de Armero fue, como el holocausto del Palacio de Justicia, la crónica de una muerte anunciada. Se sabía que ocurriría –porque, entre otras cosas, ya había ocurrido en otros tiempos-, y las autoridades nada hicieron.
La revista National Geographic reprodujo la crónica sobre lo que pasó en Pompeya aquel día, contado por un testigo ocular de excepción: el historiador Plinio el Viejo, que “morirá intentando ayudar a sus compatriotas atrapados en el desastre”. También en Armero muchos ofrendaron su vida por ayudar al prójimo.
“la furia de todo ese polvo, cenizas, gases y rocas incandescentes empujaron ayer el tapón que las mantenía bajo tierra con tal fuerza, que lo desintegraron, desparramando sus entrañas ardientes sobre Herculano, Pompeya y Estabia.
La lluvia piroclástica era cada vez más intensa y hacía hervir el agua del mar, y los terremotos habían cambiado la costa de tal forma que era imposible desembarcar en ella.
… el espectáculo que pudimos observar desde el barco en Pompeya era terrible. Centenares de personas se acumulaban en las puertas de la ciudad, cubriendo sus cabezas con sábanas para protegerse del lapilli, el polvillo candente que caía sobre todos nosotros como una fina lluvia abrasadora. Su huída era lenta y pesada. No pasaba mucho tiempo hasta que caían en lo que parecía un relajado sueño, provocado por el aire tóxico, que les proporcionaba una muerte aparentemente placentera.
Otros infelices habían sido alcanzados por rocas de grandes dimensiones, que viajaban decenas de millas desde el interior del Vesubio hacia el cielo, y después caían con gran estrépito sobre ellos, aplastando sus cabezas y sus miembros”.
Varios cronistas colombianos han relatado el Apocalipsis que se desató sobre los armeritas. El libro “Armero, volver al mapa”, recoge siete textos acompañados con imágenes que le permiten al lector ser testigo del antes, el durante y el después de la tragedia. Es una publicación del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes que puede descargarse aquí.
“No pocos armeritas nos sentimos incómodos cuando nos preguntan de dónde somos. Unos titubean, ganguean; otros sudan, se ponen nervioso, tristes o melancólicos. Y la respuesta casi siempre es la misma: ´Yo era de Armero´. No respondemos: Ýo soy de Armero´, como hacen la mayoría de las personas que aún conservan su territorio”, relata Francisco González, quien nos recuerda que el poblado se llamó primero San Lorenzo.
“Nadie sabe por qué se hizo un emplazamiento en el lugar donde habían ocurrido dos avalanchas documentadas: la de 1595, por Fray Pedro Smón, y la de 1845, por viajeros del siglo XIX”.
Se convirtió en una ciudad próspera que acogió a inmigrantes de Rumania, Siria, Alemania, Inglaterra, España, Francia, Estados Unidos y México. “Los pilotos alemanes llegaron a Armero pasada la Segunda Guerra Mundial”, cuenta González.
Las ruinas del hospital permanecen todavía hoy al borde de la carretera que conduce a Ibagué, Líbano, Honda y Cambao.
La tragedia de Armero fue la crónica de una muerte anunciada.
En lo que ahora es un camposanto, estaban el parque Los Fundadores, el hospital psiquiátrico, un parque infantil con zoológico propio, el Club Campestre, testigo de la bonanza del algodón, a donde llegaban las mejores orquestas de la época -como Los Hispanos-, o la iglesia de San Lorenzo, “espacio de culto ensombrecido por los hechos de sangre de 1948, cuando su párroco principal, fue asesinado el 9 de abril, tras el magnicidio del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán”.
El cementerio, el único lugar que se salvó de la avalancha, ha sido víctima del saqueo: “…ya no queda lápida de mármol ni de piedra”.
La crónica más insólita del libro la escribió un sobreviviente, el médico cirujano Juan Antonio Gaitán, quien vivía en Alemania con su esposa Marion Kemper, “una mujer de 1,85 de estatura, mona, que sólo hablaba alemán”.
Tenían pasajes para venir de visita a Colombia el 28 de noviembre, pero por esas cosas del destino adelantaron el viaje para octubre, intercambiando tiquetes con la pianista Teresita Gómez, que era entonces agregada cultural.
Los Gaitán-Kemper llegaron el 28 de octubre de 1985. La pareja deseaba que su primogénito naciera en Colombia. El 6 de noviembre, el doctor se encontraba en el Palacio de Justicia, justo en el momento del asalto guerrillero. “Como a las 11:05 estaba yo mirando el lobby y comencé a escuchar balazos”. Obedeciendo a su papá, tomaron camino hacia Armero y lo que sigue es un relato pavoroso, contado en primera persona, sobre lo que pasó con su familia, su esposa y el niño que venía en camino.
“…uno a todo el mundo lo acompaña hasta el hueco, pero nunca se entierra con ellos”, le decía su padre a Juan Antonio Gaitán (Del libro “Armero, volver al mapa”).
En el libro “Armero, volver al mapa” están las fotos de cómo quedó la pequeña ciudad, como un lienzo gris. Los sobrevivientes emprendieron la búsqueda de los que nunca más aparecieron.
La crónica de Paola Guevara, “Azufre en la piel”, que primero se publicó en un libro de crónicas de la Cruz Roja, también produce escalofríos. “Todo yacía sepultado bajo un lodo denso, tan alto que hasta edificios de varios pisos habían sido borrados de la vista. (…) seres que ya no parecían humanos reptaban desorientados (…) sumergidos en la espesura del fin de los tiempos”. (…) Aferrado a la copa del árbol y a ciegas, en la noche más larga del mundo, Chang oyó el concierto trágico de los lamentos que se entremezclaba con el bramido de las vacas, que clamaban como no pueden clamar las vacas, y el grito ansioso y entrecortado de los cerdos se grabó en su memoria como la banda sonora del infierno”.
Niños perdidos durante la tragedia fueron robados y enviados al extranjero.
“Hablan de niños robados, de adopciones irregulares, de personas que vendieron a los huérfanos a parejas en el extranjero. En Armero no sólo se perdieron vidas y bienes. Se perdieron nombres, apellidos, linajes, raíces, nacionalidades y el derecho a ocupar un lugar en la historia. La verdad fue la primera damnificada”: Paola Guevara, en una de las crónicas del libro “Armero, volver al mapa”.
Armero quedó convertido en un enorme lienzo gris. Borrado del mapa, sobrevive en el corazón y en la memoria de quienes encontraron una segunda oportunidad sobre la tierra, lejos de la suya.
Alexander Velásquez
Escritor, periodista, columnista, analista de medios, bloguero, podcaster y agente de prensa. Bogotano, vinculado a los medios de comunicación durante 30 años. Ha escrito para importantes publicaciones de Colombia, entre ellas El Espectador, Semana (la antigua); El Tiempo y Kienyke. Ha sido coordinador del Premio Nacional de Periodismo CPB (ediciones 2021, 2022, 2023). Le gusta escribir sobre literatura, arte y cultura, cine, periodismo, estilos de vida saludable, política y actualidad. Autor de la novela “La mujer que debía morir el sábado por la tarde”. El nombre de este blog, Cura de reposo, se me ocurrió leyendo “La montaña mágica”, esa gran novela de Thomas Mann.
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