Imágenes: tomadas de redes sociales.

Maduró pero no cayó. La frase se explica por sí sola. Nicolás Maduro juramentó para un tercer periodo (hasta 2031), lo que significa que las elecciones colombianas del 2030, y no sólo las del 2026, estarán atravesadas por el tema Venezuela.

Uno tiene que leer los libros de Historia para entender qué es una dictadura, cómo nacen y cómo las han derrocado.

En Colombia no hemos terminado de resolver un conflicto interno de seis décadas, y ya ciertos políticos nos quieren engrampar en una contienda con Venezuela, como si nada hubiéramos aprendido del conflicto bélico con Perú (1932-1933), la única guerra, con país extranjero, que Colombia libró en el siglo XX, sin contar el Batallón Colombia (con casi cinco mil hombres) que fue a pelear a Corea en 1951, con un saldo de 196 muertos y 400 heridos.

El de la idea fue Álvaro Uribe. Propuso una intervención militar internacional para sacar a Nicolás Maduro del poder. Con horas de diferencia, Vicky Dávila lo secundó y propuso derrocar al presidente: “Las condiciones están dadas, solo queda el uso de la fuerza”, dijo la mujer que ayer se acostó siendo una simple periodista y hoy se levantó convertida en estratega militar, además de precandidata presidencial.

Nicolás Maduro, tan ligero de lengua como el expresidente colombiano, no se quedó callado: “¡Cobarde! Ven tú al frente de las tropas, te espero en el campo de batalla”.

El episodio, digno de un sainete, nos recuerda que ni siquiera el emperador Julio César, él si un estratega militar, de los más grandes de la Historia, se atrevió a tanto, quizás porque en su época no existía Twitter (X), que es hoy la trinchera más segura desde donde todos, con pasmosa valentía, tiran la piedra sin necesidad de esconder la mano.  Hasta donde sé, nadie llegó a Caracas para confrontar personalmente a Nicolás Maduro. Este blog conoció en exclusiva el cuento, que es cuentazo.

Parece chiste pero es anécdota. Detrás de todo esto, subyace una realidad de la que nadie habla en Colombia: la forma oportunista como los políticos colombianos usan la tragedia venezolana para obtener ganancias electorales. Ayer el cuento fue este: “Nos volveremos Venezuela”. Y como no nos volvimos Venezuela, hubo que actualizar el relato: “Se robarán las elecciones en 2026”, suena ya el eslogan en las redes sociales. “La única y más importante propuesta es que en 2026 se respeten las elecciones. Vamos de cabeza para lo mismo que en Venezuela”, insinuó el senador David Luna en su cuenta de X.

Debemos prepararnos para un año jarto políticamente hablando. El país hiede y apenas es enero, señores. Ojalá la prensa sepa distinguir el trigo de la paja (de la pura paja), para no hacerle el juego a tanta verborrea que delata la enfermedad de moda: la incontinencia verbal de nuestra clase política.  

En eso de usar al vecino país como fuente de réditos políticos son muy eficientes los partidos colombianos: Vicky Dávila se echó el viajecito a Panamá (lean bien la frase), para darle el abrazo a Edmundo González, y lo propio hizo antes el joven Miguel Uribe Turbay en España; ambos lograron lo que buscaban: la fotografía. Porque una imagen vale más que mil palabras. ¡De qué sirvieron esos encuentros! Es una pregunta retórica. Muy raro, eso sí, que María Fernanda Cabal y Paloma Valencia hayan quedado por fuera de la foto.

Imágenes: tomadas de redes sociales.

El que sí quedó en la foto con el señor Edmundo fue Javier Milei, el presidente de Argentina.  Nayib Bukele no quedó en ninguna fotografía, pero habló con la opositora María Corina Machado, quien contó en sus redes sociales que le “transmitió su admiración y su apoyo”. Milei y Bukele son los dos mandatarios que hoy por hoy mejor representan a la extrema derecha latinoamericana. También a aquellos les hacen ojitos ciertos políticos colombianos.

Estamos de acuerdo en que queremos una Venezuela democrática donde se respete la voluntad expresada por los ciudadanos en las urnas. Habiendo gente a lado y la de la frontera (colombianos y venezolanos que necesitan del comercio fronterizo para sobrevivir), cualquier propuesta de solución a la crisis debe tener en cuenta principios humanitarios. Cerrar la frontera es un gesto inhumano. No se les ocurra repetir lo de Iván Duque. Son los ciudadanos quienes pagan los platos rotos de la lengua zafada.

Nadie habla de geopolítica y es hora de darle la palabra a los que saben de esa ciencia para entender los efectos de los discursos y, más que todo, las repercusiones de palabras acaloradas en la geografía física y humana. Uribe ya no es el presidente, pero sus embelecos pueden afectar las relaciones colombo-venezolanas… y nadie sabe a qué precio. Hay que exigirle cordura a esta oposición.

Si trinaran menos y leyeran más, entenderían que lo que está pasando en Venezuela, ya ha pasado y seguirá pasando, porque la Historia no es más que un continuo repetirse, de la misma forma que se repiten los humanos a medida que unos mueren y otros nacen, y cada camada viene con sus locos incluidos, con ansias de perpetuarse en el poder o hacerse reelegir torciendo a la malas las Constituciones políticas de sus países: pasó en Colombia con la reelección de Uribe y pasó en El Salvador de Bukele. Nos falla la memoria colectiva y esa es nuestra gran tragedia como sociedad.

Con todo respeto, un personaje como Álvaro Uribe, con procesos judiciales abiertos en Colombia, y con un gobierno de ocho años durante el cual se cometieron crímenes de Estado (remítanse a los episodios de los falsos positivos y los desaparecidos de La Escombrera en Medellín), es quizás la persona con menos autoridad moral para entrometerse en los asuntos del vecino país.

Como lo dije en una columna anterior, los venezolanos deben hacerse cargo de su realidad, porque éste ya no es el Reino de la Nueva Granada que en tiempos virreinales despachaba órdenes a lomo de mula desde Santafé de Bogotá.

Cuando el Régimen esté débil, fracturado o en decadencia (como ocurrió en Siria, donde cayó Bashar al-Assad en diciembre de 2024), quizás sea el momento de hablar de la posible caída de Maduro. “En cierto modo se trató de una victoria puramente Siria, o una solución siria a un problema sirio. No fue un esfuerzo internacional o regional lo que llevó a la caída de Asad”, dice en The New Yorker Emile Hokayem, investigador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos.

Este mismo año 2025, en que Nicolás Maduro juramentó para un tercer periodo como presidente de Venezuela, se cumplen 50 años de la novela “El otoño del patriarca”, (1975), escrita por Gabriel García Márquez, sobre la agonía y muerte de un dictador. Se dice que Gabo escribió esta obra entre 1968 y 1975, cuando vivía en Barcelona. Por lo cual es fácil pensar que está inspirada en la dictadura del general Francisco Franco en España, que se extendió de 1939 a 1975, año en que murió el dictador.

Sin embargo, en su sitio web la Biblioteca Nacional de Colombia hace la siguiente salvedad: “la idea para este libro la había tenido García Márquez desde que presenció en 1958 la caída del dictador venezolano Marco Pérez Jiménez, cuando el escritor colombiano trabajaba como redactor de la revista Momento de Caracas”.

La novela retrata la tiranía, la corrupción política y la fragilidad del poder. El protagonista es un general anciano, déspota y solitario, que no recuerda su edad pero que vio a Cristóbal Colón cuando desembarcó en América.

La historia real cuenta que luego de seis años de dictadura (1952-1958), el dictador Marco Pérez Jiménez fue derrocado mediante un golpe de Estado propinado por las propias Fuerzas Armadas de su país, con respaldo ciudadano; en todo caso, no con la intervención de ejércitos ni pueblos extranjeros.

La única pregunta que se me ocurre es si morirá Maduro de muerte natural y picoteado por los gallinazos como el patriarca de Gabo. Se nos impone el deber de leer o releer esta joya literaria para entender cómo el poder desquicia a quienes lo ostentan. Un pedacito del principio se puede escuchar aquí en la voz del maestro Gabriel García Márquez.

Aunque de todo corazón queremos que la democracia retorne a ese país, parte de la solución pasa por respetar su soberanía. Las cosas serían más fáciles para Colombia si no compartiéramos una frontera geográfica, humana y activa con Venezuela. Es la razón por la cual el presidente Gabriel Boric, de Chile, puede asumir una actitud cómoda, porque a la larga ningún chileno resulta afectado con lo que diga o deje de decir. El presidente Gustavo Petro no es monedita de oro, pero hay que entender que sus decisiones deben ser calculadas por ese componente humano y humanitario que muchos se niegan a ver.

A diferencia del doctor Uribe y de Vicky Dávila, desconozco la fórmula para derrocar presidentes. Como dicen que Google todo lo sabe, le pregunté: ¿Cómo derrocar una dictadura? y lo primero que salió fue esta magnífica historia del diario español El País sobre Srdja Popovic, líder del movimiento estudiantil que en 1997 precipitó la caída de Slobodan Milosevic en Serbia, a través de lo que denomina “la no violencia”.

Según él, “hay que encontrar los tentáculos del dinero y cortarlos uno a uno”. Además, sugiere que la gente se organice, aunque ya hemos visto que eso no siempre funciona. En 25 años desde que Chávez asumió el poder, una sola persona sigue mandando sobre 28 millones. “Los movimientos sociales son cada vez más numerosos, pero hay menos casos de éxito, cuenta Popovic en ese reportaje.

No sé cómo tumbar gobiernos, pero se me ocurre que sí podemos evitar que los políticos se perpetúen en el poder. En la serie “Cómo se convirtieron en tiranos”, (seis episodios, Netflix), Waller Newell, un profesor de Ciencias Políticas en Carleton University, da en el clavo. “Un sello distintivo de la tiranía es que existe desde la antigüedad este culto a la personalidad alrededor del tirano, que lo retrata como la fuente de toda sabiduría y la fuente de toda virtud”.

Los políticos no son mesías. Son gente mortal y no vienen al mundo con la misión de salvarnos. Detrás de un empleo, vienen muchas veces a ver qué provecho sacan del poder que les otorgamos. No veamos libertadores, ni heroínas donde no los hay. Todavía no han canonizado políticos en el Vaticano.

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