Alguien tenía que decirlo: El Círculo de Periodistas de Bogotá, CPB, ha caído bajo, pero no es de ahorita. Eso viene de tiempo atrás. Es un mal cíclico como el sonsonete de un disco rayado. La gente que ingresa en calidad de asociada, lo hace orgullosa y expectante, y con el mismo ímpetu deciden alejarse, aburrida del despelote interno y la peleadera. Viven como perros y gatos, entre el odio y la cizaña, sobrepasando los límites del respeto y la cordura, cuando deberían ser modelo para quienes vienen detrás.

Es una lástima que las palabras del maestro Javier Darío Restrepo caigan en el vacío: “El periodismo que dignifica la profesión es aquel que sirve a la parte más noble del ser humano y aporta a la vida de la sociedad, que impulsa cambios y hace mejores a las personas”.   

También fui un orgulloso socio del CPB y se me concedió además la gracia de ser el Coordinador del Premio de Periodismo CPB durante tres años.

Por eso me duele lo que pasa por dentro y por fuera del Círculo. Dentro, las garroteras permanentes, la inquina y el afán de figuración; me pregunto si por envidia o falta de oficio de ciertas personas a quienes las alcanzó la vejez antes que la madurez. De puertas hacia afuera, es un secreto a voces lo que pasa en el Círculo, porque han sido los propios socios (algunos), los encargados de lavar la ropa sucia públicamente, a través de las redes sociales y los medios de comunicación.

Con cada elección de junta directiva, surge la misma pugna por el poder, apenas un reflejo de lo que es este país polarizado, con poco peso humanista e intelectual.

Adentro arde la hoguera de las vanidades por cuenta de unos pocos que mantienen encendidos el incordio y la discordia, causando daño a la imagen de una institución que gozó de admiración y respeto en el pasado. En el imaginario colectivo, el nombre del CPB aparece una vez al año por los galardones que entrega, los más importantes, por encima incluso del Premio de Periodismo Simón Bolívar, el más codiciado por su recompensa económica.

El CPB se está volviendo célebre por sus escándalos recurrentes. Si ha perdido brillo, la culpa es del propio CPB, incapaz de ejercer el autocontrol que se requiere para dirimir conflictos y rencillas internas. Porque si hay un gremio que exhibe de manera vulgar su egolatría, reflejada en la arrogancia individual y los bandos, es éste.  

Pena debería darles con tanta gente que ha honrado el periodismo con rectitud y gallardía, empezando por don Guillermo Cano Isaza, mártir de la prensa colombiana, que así lo bautizó Juan Gossaín, otro de los hombres que ha enaltecido este oficio. Don Guillermo Cano inspiró el Premio al mérito periodístico que el CPB otorga desde 1987, un año después de que la mafia asesinó al director de El Espectador, cuya vida y obra quedó inmortalizada en la estatuilla El Sacrificado, un regalo del escultor Rodrigo Arenas Betancur.

Hoy otros están sacrificando al CPB y llevándolo al matadero, como antesala de octogésimo aniversario el año entrante. ¿Es ese el legado para las nuevas generaciones de periodistas?

¡Qué pena con usted, maestro Kapuscinski, referente ético para los periodistas del mundo, como lo fue el maestro Javier Darío Restrepo en Colombia! Sin su presencia, el periodismo cabalga a la deriva, al son de los tarros para estar a tono con tanta banalidad, este exceso de superficialidad que nos irriga e irrita.

Cómo exigirle al periodismo colombiano ser mejor, si uno de sus órganos rectores –se supone que eso debe ser el CPB- no es paradigma de buen comportamiento, sensatez ni decencia.

Es indecoroso, o al menos cuestionable, que con apenas días de diferencia la junta directiva (2023-2025) emita tres comunicados, en papel membrete con logo del CPB pero sin firmas, como si la vergüenza los acorralara. Los tres documentos tienen como común denominador el caso por presunto abuso sexual del que es acusado su actual presidente, Víctor Hugo Lucero Montenegro (véase la nota del portal Volcánicas).

En tal sentido, un pronunciamiento de la Comisión de Disciplina, filtrado a la prensa, dejó en evidencia las divisiones internas. En el primer comunicado (11 de septiembre), la junta directiva habla, entre otras cosas, de “violación del principio constitucional del debido proceso”. En el segundo comunicado, 12 de septiembre, la junta directiva rechaza “la campaña de descrédito que viene adelantando un minúsculo grupo de socios” contra el presidente, advirtiendo que adelantarán “las acciones legales y penales” del caso. Y con el tercer comunicado, fechado el 16 de septiembre, la junta directiva informa escuetamente que el presidente se aparta del cargo y asume temporalmente el actual vicepresidente, José María Bolaño de la Hoz.

Sobre estos hechos tan delicados –las acusaciones contra el presidente del CPB- la colega Jineth Bedoya, una abanderada de la lucha contra la violencia de género, se pronunció en su columna de El Tiempo, bajo el titulo El falso blindaje de la prensa. Dice Jineth: “Tengamos la grandeza de aceptar que nos equivocamos y que los demonios que exponemos y juzgamos de puertas para afuera de la casa también los tenemos adentro”.

A estas alturas, creo que el Círculo de Periodistas de Bogotá debe ofrecer disculpas pero también explicaciones, porque lo que está pasando es grave y no se resuelve sacando comunicados día de por medio.

Se necesita liderazgo para afrontar la tempestad y liderazgo a la hora de conformar los cargos directivos. Un mayor compromiso y grandeza con la profesión, teniendo en cuenta que la razón de ser del CPB obedece a una premisa básica: el periodismo debe funcionar como ese suprapoder que ausculta a los demás poderes. La grandeza a la que me refiero pasa por el comportamiento ético de cada miembro, lo que no admite cuestionamientos de ninguna clase.  

Llegó el momento de mirarse el ombligo en medio del bochorno.  

Bien por el único “premio de periodistas para periodistas”, pero poco está haciendo el CPB de manera efectista por los reporteros, hoy afectados por la falta de empleo y los sueldos indignos, situación que fue revelada en 2023, paradójicamente, por el mismo Círculo, que adelantó la Encuesta Nacional sobre la libertad de expresión y acceso a la información, en alianza con la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) y la Fundación Gabo.

“El 45% percibe menos de $3.000.000 mensuales y de estos, el 13 % devenga el salario mínimo o menos. Para sobrevivir económicamente en este oficio, el 61% recibe otros ingresos adicionales”, resumió La Silla Vacía.

¿Está haciendo algo el CPB para exigir mejores condiciones laborales de los trabajadores de la prensa, o su papel se limita exclusivamente a redactar notas necrológicas cada vez que fallece un colega o a publicar mensajes en favor de la libertad de expresión, sin cuestionar un ápice las mala praxis periodística?

Si existe una Comisión de Ética debe ser para sentar un precedente sobre todo lo que está mal dentro del quehacer periodístico. Quienes deben hacer escrutinio de los medios y del periodismo no lo están haciendo, y hoy ese papel lo han asumido, -¡menos mal!-, iniciativas como Presunto Podcast, el periodista Carlos Cortés a través de su proyecto Charlas con Charlie y observatorios de medios como el de la Universidad de la Sábana.

Está bien que el CPB promueva la excelencia periodística a través del Premio de Periodismo que concede cada 9 de febrero desde 1982, pero los socios y los periodistas esperamos más del Círculo.

El CPB cumplirá 80 años en 2025.  Y lastimosamente la vejez le ha sentado mal: curtido de achaques, hoy es un paciente con pronóstico reservado, al que le están aplicando los santos oleos en vez de los cuidados intensivos que requiere.

Lo que está en juego es el prestigio y la tradición de la marca CPB, dirigida e integrada en sus orígenes por personas respetables: en esencia reporteros en funciones dentro de un oficio que demanda nobleza, generosidad, seriedad y vocación. Los valores del periodismo nacen de periodistas con principios.

El CPB nació en el Club de Bolos San Francisco, el 11 de febrero de 1945, con presencia del “ilustre periodista Alberto Lleras Camargo, por aquel año Presidente de la República”, como lo reseñó el cronista Felipe González Toledo, para la edición 39 de la revista Gaceta, (diciembre de 1985), al cumplirse los primeros cuarenta años. “Calificados trabajadores de los diarios”, fue el término exacto que utilizó para referirse a sus miembros.

Al año siguiente, el 20 de febrero de 1946, el Ministerio de Gobierno le otorgó la Personería Jurídica. “Treinta periodistas estuvieron presentes en la histórica reunión. Seis representantes de cada uno de los cinco diarios que circulaban por entonces en Bogotá. Y a galante iniciativa de los periodistas más destacados, aquella reunión fundadora fue presidida por Emilia Pardo Umaña, columnista de El Siglo y la primera mujer colombiana que ejerció el periodismo con dedicación profesional”.

En la misma Gaceta, Félix Raffán Gómez, nos cuenta que la idea de “fundar el Sindicato de Trabajadores Intelectuales de la Prensa o Círculo de Periodistas de Bogotá” se gestó desde 1944. Entre los socios fundadores figuran Juan Lozano y Lozano, Eduardo Zalamea Borda, Ismael Enrique Arenas, Lucas Caballero Calderón, Guillermo Cano Isaza, Lucio Duzán,  Rogelio Echavarría Múnera, Felipe González Toledo, Emilia Pardo Umaña, José Salgar José, Enrique Santos Castillo, Hernando Santos Castillo y Carlos J. Villar-Borda.

Si es cierto aquello de que las crisis traen oportunidades, ojalá ésta sirva para dar paso al relevo generacional en el octogenario CPB. El gremio no puede seguir en manos exclusivamente de personas jubiladas y retiradas de los medios. Con todo respeto, creo que ese es parte del problema.

Podrían seguir el ejemplo de la Asociación Colombiana de Locutores, ACL. Al cumplirse 70 años, su presidente, Armando Plata Camacho, dijo lo siguiente: “La ACL está hoy completamente renovada. El 90% son jóvenes entre los 25 y los 40 años. Es la nueva generación. Y vienen con nuevo chip y sentido de pertenencia”.

Más allá de celebrar los 80 años del CPB con bombos y platillos, es hora de pensar y repensar a conciencia el futuro del gremio y revisar sus estatutos de cara a las nuevas realidades. Si la prensa y el periodismo se están transformando, el CPB no puede seguir anquilosado. Quizás sea también el momento de purgarlo de aquellos que lo dañan desde adentro. Ojalá se imponga la nobleza de espíritu para extirpar todo gen autodestructivo y recuperar el honor perdido. Porque uno debe ordenar la casa antes de traer invitados.

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