No es fácil defender a Dios en estos tiempos. La víspera de año nuevo fue horrible en Aguachica, Cesar, digna de un relato de Edgar Allan Poe, Stephen King, Agatha Christie o Truman Capote.
No es fácil defender a Dios en estos tiempos. La víspera de año nuevo fue horrible en Aguachica, Cesar, digna de un relato de Edgar Allan Poe, Stephen King, Agatha Christie o Truman Capote.
Foto tomada de las redes sociales.
“Vamos a poner todo en las manos de Dios. Vamos a encomendar nuestra casa, nuestra familia, nuestros proyectos en las manos de nuestro Dios, porque sabemos que el futuro en el Señor es el que está seguro, pero el futuro en nosotros es incierto”: Palabras del pastor Marlon Yamith Lora, una hora antes de ser asesinado.
“Luego él preguntó si no tenía fe en Dios. Yo dije: ‘Está confundido. Es Dios el que no tiene fe en nosotros‘“: Del capítulo final de la serie “House of Cards”.
El múltiple asesinato de una familia evangélica nos recuerda que la maldad humana no toma vacaciones y tampoco le teme a Dios. Nada se sabe con certeza sobre los móviles de esta matanza. Todo lo que hay, por ahora, son supuestos y el sensacionalismo de las redes sociales haciendo de este crimen un espectáculo mediático para obtener la gracia del algoritmo. Entre más espectacularidad, más probable que llegue rápido a la parrilla de Netflix, que convierte hechos atroces en una mina de oro, cuando estos, muchas veces, ni siquiera se han resuelto.
Por sus similitudes, este crimen me recordó la masacre de la familia Clutter, en 1959, en Estados Unidos, inmortalizada seis años después por Truman Capote en la novela “A sangre fría”. Los hechos ocurrieron en la ciudad de Holcomb, estado de Kansas. La sociedad de entonces quedó tan conmocionada, con el credo en la boca, como lo están ahora los aguachiquenses en el departamento del Cesar.
La película “In cold blood” (A sangre fría, 1967). fue protagonizada por Robert Blake (el inolvidable Baretta) en el papel del asesino Perry Smith. En la vida real, Blake fue acusado y absuelto del asesinato de su esposa.
En el primer caso, la motivación de los brutales asesinatos fue el dinero. Los asesinos, Perry Smith y Dick Hickcock, buscaban diez mil dólares que jamás aparecieron, porque no había tal en la casa de los Clutter, donde los asesinaron a sangre fría; esto es, con cero remordimientos y cero empatía por las víctimas. Usaron una escopeta calibre 12, guantes de goma, una soga y medias negras.
Es una novela extraordinaria y de un gran valor literario, sobre el valor de la vida que no vale nada. Lo mismo podemos decir sobre el caso de la familia Lora Rincón, cuyo móvil desconocemos aún. El Tiempo tituló: “Mafia, extorsión y diezmos: los datos desconocidos del crimen de la familia Lora en Aguachica”.
Especulación va, especulación viene. Un día se dijo que los mataron por equivocación y al siguiente que no. Hasta una mujer llamada Alexandra, autoproclamada clarividente, con miles de seguidores en TikTok, se volvió tendencia al concluir mágicamente que todo obedece a una venganza: “… el pastor estaba en algunas cosas no muy claras para la sociedad”, dijo la señora. A ese grado de irresponsabilidad hemos llegado: Muchos prefieren a los charlatanes sobre el periodismo que investiga con rigor.
Más que homo sapiens, hoy somos homo influenciables, con más apetito por el morbo que capacidad para conmovernos, pues al fin de cuentas este es el país de las masacres que se suceden a intervalos y se sirven con las noticias mientras almorzamos. O las servimos como en los autoservicios: pasamos del video chistoso al de la tragedia, para luego, con otro ligero movimiento del dedo índice, estallar otra vez de risa, porque ¡quién quiere llorar pudiendo reír!
También hay gente seria en esas mismas redes. En un hilo de X, el periodista y columnista Jacobo Solano entregó detalles del hecho, incluido el video del momento justo en que el victimario ataca, y luego huye.
En ambos crímenes murieron los cuatro miembros de una misma familia. Los Clutter eran los esposos Herbert y Bonnie y sus hijos Kenyon, de 15 años y Nancy, de 16, personas religiosas que asistían con puntualidad a los servicios dominicales.
Por su parte, la familia Lora Rincón estaba conformada por los padres, Marlon Yamith y Yurlay, y sus hijos Ángela Natalia de 23 años y Santiago, de 18 años, tan devotos como los Clutter, miembros de una iglesia cristiana: la pareja oficiaba como pastores evangélicos, según reportes de prensa.
Más allá de las hipótesis, la pregunta que cabe, en medio de la consternación nacional, es la misma: ¿Dios existe? Y si Dios existe, ¿Dónde estaba mientras el sicario jaló varias veces del gatillo contra aquellas pobres almas?
No es fácil creer en un Dios que permite tales cosas, o a lo mejor las permite porque perdió la fe en nosotros. Es más fácil creerle al filósofo Friedrich Nietzsche cuando dijo: “Dios ha muerto”, porque así podemos exonerarle de cualquier responsabilidad. (Aunque, aquí entre nos, muchos preferirían que muriera no Dios, si no esas iglesias que hacen de la fe un negocio).
Un autor que me gusta, el astrofísico Stephen Hawking, dice lo siguiente en sus “Breves respuestas a las grandes preguntas”, página 67: “Antes del Big Bang el tiempo no existía. (…) Para mí eso significa que no hay posibilidad de un creador, porque no existía tiempo en el que pudiera existir un creador”.
Y más adelante, enfatiza: ¿Tengo fe? Todos somos libres de creer en lo que queramos, y mi opinión es que la explicación más simple es que no hay Dios. Nadie creó el universo y nadie dirige nuestro destino. (…) Opino que creer en otra vida es tan solo una ilusión. (…) Cuando morimos volvemos a ser polvo. Pero hay un sentido en aquello que vivimos, en nuestra influencia y en los genes que transmitimos a nuestros hijos. Tenemos esta única vida para apreciar el gran diseño del universo, y me siento extremadamente agradecido por ello”.
No creo en un Dios, pero quiero creer que sí existe otra vida después de esta., y lo peor es que no sé si para seguir viendo los mismos horrores. El profundo miedo a la muerte –que es a la vez mi profundo amor a la vida- es lo que me hace pensar que existe un después. O quizás “reencarnamos” a través de nuestros hijos, como lo sugirió Stephen Hawking, que así lo entiendo.
Uno quisiera creer en Dios, pero Dios no ayuda. Aun así, resulta mil veces mejor creer que existe, aferrarse a esa idea como último consuelo, antes de sumirnos en el caos total, en esta especie de orfandad espiritual, que no se remedia ni yendo a misa.
El mundo, tan patas arriba como está, solo deja dos opciones: Temerle a un Dios creado por los hombres –hasta que científicamente se demuestre lo contrario- o no creer en nada de nada -menos en la utilidad de la vida-; nihilismo que llaman.
Cuando hablamos de temerle a Dios, ¿no es acaso a nuestra propia conciencia a lo que le tememos, a ella que ve y sabe todo sobre nosotros? Visto así, Dios somos cada criatura con nuestras pequeñeces y (sobre todo) con nuestras megalomanías.
De vuelta a los científicos, uno de ellos sugirió que todos llegamos a este mundo con los latidos contados, lo que significa que el tiempo de vida sobre la Tierra dependerá de lo atesorado en el corazón, eso sí un loco a sueldo no se interpone antes. De hecho, el cardiólogo José Abellán asegura que la clave para vivir más está en ahorrarle latidos al músculo cardíaco, a través de la actividad física. Esa es una de las razones por las que amo más los gimnasios que las iglesias.
Según la revista Men´s Health “puede haber un número de latidos que estamos predestinados a vivir”, alrededor de 3.000 millones y “hay formas de optimizarlos, como ya descubrió la ciencia en el siglo pasado”. De acuerdo con el experto, “eso significa que con 1 hora de ejercicio regular, ahorras 13.000 latidos cada día (10 latidos x 1.380 minutos cada día)”.
¿Dónde queda Dios en esa ecuación? Puedo parecer políticamente incorrecto por lo que voy a plantear, consciente de que el país no está para chistes macabros. ¿Es parte de algún plan divino que, en ambos casos, ningún miembro de la familia haya sobrevivido? Sobrevivir a algo semejante, por más milagroso o benévolo que nos parezca, sería tanto como quedar muerto en vida hasta el día de la muerte propiamente dicha. Por supuesto, no creo que exista un Dios con ese nivel de perversidad y permisividad. Eso es más propio de la imperfección humana, que corta los latidos ajenos a su antojo.
Las víctimas, en uno y otro crimen, eran cristianos practicantes, que adoraban a un Dios que no pudo evitar el terrible desenlace. Ese Dios, que todo lo ve y todo lo sabe, permite al verdugo violar el quinto mandamiento, en tanto que la mayoría cumplimos los otros nueve con bastante esfuerzo, y no siempre.
Mientras reflexionaba sobre estas cuestiones, me topé en Netflix un nuevo documental (“La vida según Philoema Cunk”, 2025), que trata sobre el sentido de la vida, la eterna pregunta sin una respuesta que nos satisfaga colectivamente. Pensaba re-encontrarme con Dios pero creo que seguí alejándome más.
Philomena Cunk, la conductora, “una reportera de investigación mal informada”, “la reina del falso documental”, hace chistes inteligentes (pero pesados) sobre Dios y lo interpela cada tanto. Cuestiona, por ejemplo, el servilismo del culto para ganar la aprobación celestial, mientras a Él lo recrimina por violar nuestra privacidad. “Dios no solo sabe sobre las cosas pecaminosas que hicimos. También sabe las cosas pecaminosas que pensamos hacer”. Luego, le pregunta al doctor Douglas Hedley, profesor de Filosofía de la Religión en la Universidad de Cambridge, si hay modo de protegernos contra las intromisiones de Dios. Es un documental divertido pero no apto para espectadores sensibles, sin chispa para el humor con doble sentido.
¿Sentido de la vida? Una familia halla el significado en la cristiandad y un sicario halla el suyo asesinándola, por la razón que sea. Ante eso, es poco lo que se pueda agregar.
Sinceramente no tengo nada contra Dios, tampoco me molesta pensar que se dedica a espiarme las 24 horas del día, incluso mientras duermo. Me gustaría, eso sí, que de existir, hiciera cambios en lo concerniente al libre albedrío, ese pretexto fabuloso que usa la religión para exonerar a Dios de culpas, lo que en últimas es casi como admitir que Dios no tiene poder sobre su humana creación. Esa es la postura de los deístas, quienes arguyen que Dios creó todo cuanto existe sin entrometerse en los asuntos humanos. Algo así, con todo respeto, como esos papás que echan hijos al mundo y luego desaparecen.
Aceptemos, un poco a regañadientes, que de alguna manera la idea de Dios pone cierto orden en la vida de las personas, al menos en la vida de quienes validan su existencia. En lo personal, decidí que no necesito creer en un Dios para ser una persona correcta en lo básico e imperfecta en todo. Algunos no creyentes como yo nos alimentamos de literatura, filosofía o arte, por ejemplo. Entendemos la espiritualidad por fuera de la religión, por decirlo de alguna manera. Menos adoctrinamiento y más humanismo, ese que da importancia a la dignidad y el valor de la vida humana. Es lo único que necesitamos para tratar de convivir sin necesidad de matarnos. Jesús fue un humanista, como lo fueron Kant, Voltaire y Jean Paul Sartre.
Este último, filósofo y novelista francés, fue quien dijo: “El infierno son los otros”. No cabe duda de que los Clutter y los Lora Rincón supieron, antes de morir, que ese infierno tenía rostro humano.
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