Foto: Archivo El Espectador. Don Guillermo Cano Isaza, director de El Espectador (1925-1986).

“Mataron a Guillermo Cano (…) Acaba de pasar. Por eso no quiero volver a Colombia. Están matando a mis amigos”: Gabriel García Márquez en “Un vida”, la biografía sobre el Nobel.

Don Guillermo Cano fue el periodista que en esencia todos deberíamos ser. Su valentía es la prueba de que el periodismo se lleva en la sangre hasta el día de la muerte. Su sacrificio habrá valido la pena cuando el periodismo colombiano sea otra vez lo que fue en sus mejores épocas. Salía de su periódico amado, hace casi cuarenta años, cuando la mafia le cobró con balas su gallardía. El periodismo quedó huérfano. Se dice Día del Periodista pero no feliz.

Don Guillermo dijo lo que se tenía que decir, publicó verdades, hizo lo que periodísticamente tocaba hacer durante una de las épocas más oscuras de Colombia, sino la más oscura. La suya fue, como escribió Antonio Caballero “una vida digna de haber sido vivida”.

Para que valga la pena ser periodista en Colombia, el mejor tributo para alguien de su estatura moral es respetar y exigir respeto por los principios de este oficio.

IGNACIO GÓMEZ, director de Noticias Uno

Foto: Archivo El Espectador.

A Guillermo Cano lo conocí prácticamente desde mis primeras letras, porque mi papá hacía verificación de si habíamos aprendido a leer o no, poniéndonos a leer en voz alta los artículos de El Espectador. Personalmente, lo conocí un lunes de julio de 1986, cuando entré a trabajar como reportero del equipo de Informes Especiales que dirigía Fabio Castillo y que más tarde, bajo mi dirección, se empezó a llamar PIE, Periodismo Investigativo El Espectador.

En esa época ya conocía su papel, por ejemplo, frente al gobierno semimilitar de Julio César Turbay, frente a los abusos de los bancos y las denuncias contra el Grupo Gran Colombiano, su descubrimiento de Gabriel García Márquez como escritor y su pasión por el club deportivo Santafé, del que fue uno de sus fundadores.

En el mundo del periodismo digital de hoy no se entiende la dificultad de titular para un medio impreso; eso depende del tamaño y la página asignados. Se trata de utilizar pocas palabras y Guillermo Cano era el maestro en ese tema. Era legendaria la forma como había resuelto la titulación de la toma del Palacio de Justicia: “A sangre y fuego”.

Estaba pendiente de cada detalle durante la elaboración del diario. Era común que él se metiera al archivo a buscar la foto correcta de la edición del día siguiente o verlo en la biblioteca consultando periódicos viejos para sus columnas. Era un demócrata, que fue definitivo para que la democracia se mantuviera en su época.

Yo creo que si Guillermo Cano viviera el periodismo no sería como el que se está haciendo hoy en Colombia. Fue paradigma y mantuvo en alto la vara del periodismo colombiano. A los demás colegas les daría vergüenza ser corruptos o hacer las cosas que hoy hacen políticamente si don Guillermo Cano estuviera vivo.

Era muy dulce para hacer sus reclamos. Recuerdo la primera charla con él. Fue sobre un error que había cometido yo al convertir una queja de la Procuraduría en una investigación. Me angustié mucho y él me tranquilizó. Me dijo que eso me iba a pasar muchas veces como periodista y que lo que tenía que hacer era evitarlo cada vez más.  A un colega, al que le decíamos Platanito, por dejarse chivear con un informe sobre el Palacio de Justicia, le dijo: “Ay, muchacho, ¡cómo te fue a pasar eso!”. Ese fue todo el reproche”.

Cuando entré a trabajar a El Espectador ya se hablaba de que Pablo Escobar iba a matarlo. Ya habían matado a gente de El Espectador, se sabía que ser de El Espectador significaba un riesgo para la vida: desde el conductor de la redacción hasta el director, que ya entonces era símbolo del periodismo colombiano.

OSCAR ALARCÓN, columnista de El Espectador y autor de Microlingotes

Varias veces en sus columnas de opinión, Óscar Alarcón ha referido sus recuerdos sobre el maestro de periodistas.

“Era un ruido infernal la redacción en aquellos tiempos. El tecleo incesante de las máquinas de escribir, los télex que escribían solos, los teletipos de las agencias internacionales, los teléfonos repicando, los noticieros radiales que muchos reporteros sintonizaban con alto volumen. Hasta un colega de judiciales que escribía dictándose así mismo con voz baritonal. Ese era el ambiente ruidoso en el que se producía El Espectador dirigido por Guillermo Cano Isaza en los años 70 y 80, época en la que el computador era apenas una especulación de los futuristas”.

“Guillermo Cano era una persona especial que recorría pausadamente todos los lugares del segundo piso del edificio de la Avenida 68, con una joroba que lo caracterizaba desde joven, heredada de su abuelo Fidel, fundador de El Espectador. Igual con su cabello blanco, propio de los Cano, y ahora de quienes fuimos sus discípulos”.

“También iba al archivo de fotografía en donde un día encontró la foto de Pablo Escobar cuando era joven y ladronzuelo precoz, y le sirvió para mostrarlo como un delincuente deseoso de grandeza, de la mala”.

ALEXANDRA PINEDA, ex reportera, hoy radicada en París   

Conocí a don Guillermo Cano en enero de 1980, cuando me contrató para trabajar en El Espectador. Yo tenía 25 años y escribir en ese diario era lo que siempre había soñado desde que decidí ser periodista. Trabajé sólo tres años. Hasta ese momento era impensable que don Guillermo fuera asesinado por la mafia.  

Durante los primeros meses me encargué de la información laboral y después empecé a cubrir la Cámara de Representantes y a hacer reportajes.

A don Guillermo lo veíamos poco durante el día pero todas las mañanas, sin falta, salía de su despacho y daba una vuelta por la redacción para saludar. Era una persona afable pero quizás un poco tímida. Recuerdo que en algunas ocasiones se detuvo a preguntarme qué opinaba sobre un tema de actualidad. Lo hizo el día que García Márquez se fue del país tras enterarse de que altos mandos militares tenían planes de detenerlo para interrogarlo. Yo le dije que para mí García Márquez estaba por encima del bien y del mal y que era absurdo que quisieran detenerlo. Al día siguiente encontré mis palabras en el editorial de El Espectador. 

Así era don Guillermo. Un hombre que sabía escuchar. Era, para muchos de nosotros jóvenes periodistas, una figura paternal que con su ejemplo nos enseñó una ética en el ejercicio de la profesión. Nos enseñó que el buen periodismo tiene que ser independiente de todos los poderes: del poder político, del poder económico, del poder de las armas. 

Sus únicos compromisos inquebrantables eran con la verdad, con la justicia, con el respeto de los derechos humanos. Y con su amada Ana María Busquets.

ORLANDO HENRÍQUEZ, ex reportero

Foto: Archivo El Espectador.

Tenía 25 años cuando conocí a don Guillermo Cano en 1983.

Empecé como redactor judicial y terminé como editor encargado de la sección Política, tras el nombramiento del colega Carlos Murcia (q.e.p.d), autor del famoso Periscopio Político, como cónsul en Barcelona, España.

En 1985 le rendimos un homenaje especial a don Guillermo, después de que el Círculo de Periodistas de Bogotá, CPB, le otorgó el Premio Nacional de Periodismo, por su columna dominical Libreta de Apuntes.  En esa reunión, en el primer piso del periódico, que tenía su sede en la Avenida 68 con calle 22, don Guillermo nos dijo en tono de humor, palabras más palabra menos, que él padecía de alergia a los homenajes. Sin embargo, bailó muy contento con su señora esposa Ana María Busquets de Cano.

Si don Guillermo viviera, estaría demasiado triste y hasta decepcionado del periodismo que se hace hoy en Colombia, porque siempre defendió la libertad de expresión, la independencia, la objetividad, la veracidad, y la imparcialidad.

Esos principios rectores del periodismo los escribió don Guillermo Cano en 1984 cuando en una especie de premonición dijo: “Solo la independencia, el carácter, la objetividad y el buen criterio del periodista y de los medios pueden vencer estas tormentas terribles del nuevo mundo amenazado por todas partes de la libre información”.

Sobre el filo del mediodía de ese aciago 17 de diciembre hablamos de manera sucinta sobre la naciente creación del llamado Grupo de Los Ocho, integrado por igual número de países latinoamericanos, que tenía entre sus fines buscar una solución pacífica al candente conflicto centroamericano que se vivía en esa época.

Estaba en el periódico cuando ocurrió el trágico hecho. Al cuerpo de redacción le quedó un indescriptible dolor en el alma. Luego del sepelio, toda la prensa protestó con la Marcha del Silencio por ese vil asesinato de Don Guillermo Cano. Salimos desde la Plaza de Bolívar de Bogotá. Ese día no circuló ningún periódico, tampoco hubo noticieros en radio y televisión.

Don Guillermo ofrendó su vida por la verdad, la honestidad, la rectitud y la defensa de la justicia y la democracia.

MARÍA JIMENA DUZÁN, directora del podcast A fondo  

Foto: Archivo El Espectador.

Ingresó a El Espectador recién graduada de bachiller, 16 años, siendo estudiante de Ciencia Política en los Andes. En 2018 contó en el portal Cerosetenta sus recuerdos sobre don Guillermo Cano.

“Mientras trabajaba con él, me enseñó a hacer dos cosas. La primera que uno no le podía tener miedo a los políticos. Lo segundo, investigar muy bien y conocer cómo se trabajaba con las fuentes, algo que hasta el día de hoy le agradezco profundamente a Guillermo Cano”.

“… Guillermo tenía el olfato del periodista. Él me enseñó la necesidad de salir a buscar y mirar, que es fundamental sobre todo ahora donde el periodismo digital se ha vuelto un periodismo de salón. Yo creo que hay que volver a salir y seguir saliendo, porque siempre es importante saber qué pasa: qué pasa por fuera de los lugares donde uno no puede llegar…”.

“Guillermo me enseñó que el periodismo debía ser independiente, que siempre debíamos tener una posición política, pero ser independientes. Me enseñó a no ser un periodista de cócteles. (…) él no estaba con los poderosos. Y ese desprecio del poder siempre (…) me ha acompañado”.

ANTONIO ANDRAUS, ex reportero, comentarista deportivo y editor

Foto: Archivo El Espectador.

Conocí a don Guillermo en octubre de 1969, siendo corresponsal deportivo del periódico en Cartagena.

Acababa de cubrir la Serie Mundial de Béisbol Aficionado, en República Dominicana, y a mi regreso, me encontré con la grata noticia de que viajaría a cubrir los Juegos Bolivarianos, en Maracaibo, Venezuela, con el colega Isaías González y con el reportero gráfico, Humberto Rojas. Vine a Bogotá unos días antes de los Bolivarianos para conocer a mis compañeros de viaje y a la redacción de deportes, que encabezaba el inolvidable director de Deportes, Mike Forero-Nougués. Y fue don Mike, quien me llevó a la oficina de don Guillermo. Yo tenía 22 años.

Don Guillermo era un verdadero director. Tenía conocimiento de todo, y nunca se le escapaba nada de lo que fuera noticia. Rondaba por la redacción, de sección en sección, escuchando a los redactores y participando en las tertulias de los periodistas; contribuyendo como verdadero consejero y director, sobre qué era lo importante y por dónde se podía desarrollar la noticia. Vivía mejor informado que muchos redactores.

Recuerdo una charla muy larga y nostálgica. A don Guillermo con don Mike y doña Ana María, su esposa, les correspondió la cobertura de los Juegos Olímpicos de Munich 1972, cuando el ”septiembre negro’’ de la magna cita deportiva. A su regreso, en una tarde cualquiera, don Guillermo apareció, como siempre lo hacía, después del mediodía en la redacción, y a boca de jarro, lo rodeamos para conocer sus impresiones sobre lo acontecido. Fue memorable su disertación de los hechos y de lo que había significado el resquebrajamiento de los Juegos por cuestiones políticas, que en el deporte no cabe por ningún ángulo.

Jamás supimos sobre un posible atentado contra su vida. Nunca tuvo escolta. Nunca utilizó los servicios de un conductor. Todas las noches salía en su Subaru camino a su residencia solo. Nunca intuimos que la verticalidad del periódico frente a la delincuencia organizada, podría ser un factor determinante para que vilmente lo asesinaran aquella nefasta noche del 17 de diciembre de 1986.

Las cosas han cambiado tanto en el periodismo que a uno le queda difícil en estos momentos delinear lo bueno de lo malo. El apetito político obnubila a muchos colegas y a otros, les queda grande ser por lo menos ecuánimes e imparciales. Ser periodista es ser periodista. Y punto.

Héctor Hernández, director de Primera Página

Trabajé con don Guillermo desde 1985 hasta el día del asesinato. Era reportero judicial.

El día de su muerte, estuve con él en su oficina haciendo la polla de fútbol: jugaba el Cali y el Club América. Don Guillo era muy tímido, pero en materia noticiosa muy directo. Si a uno lo chiveaban, lo abordaba y le decía: “Mire a ver qué más hay” y no lo volvía a determinar.  Lo castigaba a uno con la indiferencia.  Pero si uno chiveaba, todo el día lo buscaba. Y subía sus abundantes cejas, y le repetía a cada nada: “buena, buena”.

Él era riguroso y le daba a uno rienda suelta si estaba bien argumentado. Ese periodismo serio e independiente muy poco se ve ahora. En Primera Página, medio que dirijo, hacemos el periodismo de los ochentas, el que llevaba a la práctica don Guillo.

Todas las charlas con él eran memorables. Sobre hechos noticiosos. Sobre enfoques, sobre a qué fuentes acudir, etcétera.

Don Guillermo hacía lo que él creía que debía hacer. Unos días antes del asesinato, dio una entrevista en la que dijo que a uno lo pueden matar saliendo del periódico, pero no con la certeza de que lo fuesen a hacer. Nunca me imaginé que se fueran a meter con semejante institución y a la vez, una persona tan indefensa físicamente.

Gabo reportero en El Espectador de los años 50, en la sede de la Avenida Jiménez con 4a. Foto: Archivo El Espectador.

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