Si usted quiere ser presidente de Colombia, hágale que todavía hay espacio en el tarjetón. Si sufre de incontinencia verbal, hágale que eso no es problema. Y si no tiene ni media propuesta, hágale que eso es lo de menos.
Si usted quiere ser presidente de Colombia, hágale que todavía hay espacio en el tarjetón. Si sufre de incontinencia verbal, hágale que eso no es problema. Y si no tiene ni media propuesta, hágale que eso es lo de menos.

“Pudimos cambiar el mundo. Pero míranos ahora… yo soy un político arriesgado y tú… una broma”: Batman a Superman en las tiras cómicas.
En un debate serio bastarían una pregunta y un detector de mentiras para declarar no aptos a ciertos personajes que se creen presidenciables: ¿Qué lo califica a usted para el cargo de presidente? Se me ocurre una segunda pregunta para medir su insensibilidad natural: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento humano? Y con sufrimiento me refiero exclusivamente al que están causando políticos como Netanyahu. Trump o Putin.
Preguntémonos qué es eso tan bueno que están dando para que ahora tanta gente quiera meterse de redentora a la Casa de Nariño. ¿Por qué alguien sin chance en una contienda electoral creería que si lo tiene? ¿Por qué personas como Abelardo De La Espriella, Santiago Botero, Jota Pe Hernández o el Batman made in Bogotá nos quieren gobernar y muchos les siguen la corriente, empezando por los medios? ¿Es este el tarjetón de los perdedores o el baile de los que sobran?
Abelardo quiere destripar a la izquierda, como si el genio y la figura de Laureano Gómez —el que amenazaba con hacer “invivible la República”— hubiera reencarnado en un costeño buena vida.
Botero, que llama plaga a los indígenas, dijo que repartirá balín para poner orden y Jota Pe… bueno, a Jota Pe ya lo hemos visto salirse de los chiros. A los tres les hace falta un cursillo sobre lenguas no modernas sino decentes. Estamos mal de candidatos pero también de asesores.
Grosso modo, esa es la cultura del tan jetón en el tarjetón. Dice un amigo que es el jeta-bulario del Botero que deja mal parados a los empresarios, del De La Espriella en su mejor papel como abogado del diablo y de un Jota Pe influencer que demuestra que en política siempre se puede caer más bajo. Estamos en manos de una nueva clase política sin clase.
Ciertos políticos, sin miedo al ridículo, en realidad nos pueden estar arrastrando a épocas de oscura represión. Están pelando el cobre sobre sus insanas intenciones. Necesitamos políticos con el cerebro en la cabeza, sus bocas grandes conectadas a ese cerebro, y los pies en la tierra. Menos labia envenenada y menos clasismo. De La Espriella insinuó que los indígenas no son ciudadanos de verdad. Más clasecitas sobre buenos modales en la oratoria y más derechos humanos en el discurso.
La sociedad y la prensa deben exigirles moderación a los políticos para contener la agresividad de sus palabras. Porque cualquier líder con redes sociales es, hoy por hoy, un potencial peligro para una sociedad ya de por si fragmentada.
Se me hace que los encuestadores les hicieron un favor a ciertos personajes al incluirlos en sus mediciones, sabiendo que sus posibilidades reales de llegar a una final son ninguna. Aunque se creen ilusamente presidenciables, esos quince minutos de fama, habida cuenta de la exposición mediática, pueden ser suficientes para asegurarse un puesto en el próximo gobierno. Un cuarto de hora otorga notoriedad para, al menos, entrar al sonajero ministerial o ganarse un cargo diplomático. Ningún político da puntada sin dedal.
Además, —y en esto está la trampa— muchos candidatos sin chance pero con la venía de la prensa, garantizan que se repita un discurso, en este caso contra la izquierda, hasta dejar sembraba en el ambiente, otra vez, la idea de que —otra vez— nos salvarán del Apocalipsis, como si ellos y ellas fueran la reedición del mismísimo Jesucriste. (Tranquilos, la e al final no es un error). No hay propuestas alrededor de los grandes temas. El único tema se llama Gustavo Petro. Para ellos, el anti-Cristo a derrotar, aunque no figure de candidato a nada. Como la nuestra es un una democracia acomodaticia, Álvaro Uribe se lanza al Senado después de que, en 2020, dejó tirada la curul, creyendo que la justicia no lo alcanzaría. Los jueces están a horas de ratificar si lo condenan a 12 años de prisión.
Está visto que la política es para machos y machas, no para muchos. Gente con suficientes cojones corriendo detrás de un puesto que a unos envejece, a otros envilece y a algunos embrutece.
Prometen mejorar nuestras vidas y uno se los imagina haciendo pistola mientras lo dicen: 75 criaturas, 14 mujeres entre ellas, figuran hoy como posibles pre-candidatos, y de cinco de esos aspirantes, como se ve en la imagen, ni siquiera conocemos una fotografía. Al cierre de esta columna, se dice que la lista de aspirantes ya pasó de la centena. ¡Así es la democracia, estúpido!
Entre los antojados, tenemos a un superhéroe con capa y antifaz de Batman, detrás del cual está no Bruce Wayne –Bruno Díaz, aquí en confianza- sino John Mosquera, un abogado bogotano, el “hombre murciélago”, que ni siquiera consiguió los votos necesarios para ser edil de la localidad de Tunjuelito en la capital y que se lanza por cuarta vez, según cuenta la revista Cambio. Como no hay quinto malo, lo veremos también en la contienda del 2030. Su mera presencia en la campaña nos recuerda que la política es de villanos más que de héroes. Además, personas como él nos salvan de la tediosa política.
Desde cuando Antanas Mockus le mostró sus cuatro letras al mundo, todos son latosamente predecibles. Ojalá al doctor Miguel Uribe Londoño, el candidato octogenario, no le dé por bajarse los pantalones para subir en los sondeos a partir de noviembre. Por ahora las encuestas electorales están prohibidas por ley, lo cual me parece formidable. Nadie las echa de menos. Sin ellas, se respiran mejores aires en el país.
“Un hombre que se viste de murciélago, claramente tiene problemas”, dice el Batman de cómic de sí mismo.
Este hombre murciélago viene a darles su merecido a criminales y corruptos, aunque tratándose de Colombia, nuestro Batman corre el riesgo de caer en la tentación, líbranos del mal, amén. Su máscara es apenas un recordatorio de que la política es el arte de las dobles personalidades: una cara original y otra de repuesto, por si las moscas.
Catorce damas compiten por ser la primera en ponerse la banda presidencial. Algunas sí se llaman, pero juega en su contra el exceso de testosterona que derrama o niega bendiciones. Insisto: la política colombiana es solapadamente machista; de pura chiripa uno que otro partido lo dirigen mujeres. En todo caso, de baronesas no han pasado. Noemí Sanín no aguantó más que dos derrotas: 1998 y 2002.
Ahora bien, para ser presidente no necesita más que las ganas. Según la Constitución del 91, sólo se requiere haber nacido colombiano, ser treintañero (ñero o no ñero) y no estar inhabilitado para ejercer cargos públicos. Ya con eso, cualquiera puede ponerse a recoger las casi 700 mil firmas requeridas para aspirar a correrle la butaca a Petro.
Yo la pondría más difícil. Se les debería pedir el IQ (prueba de coeficiente intelectual), exámenes de salud y paz mental… o cualquier prueba adicional que sirva para determinar que no nos meterán Duque por liebre. Polo Polo declinó su aspiración —finjamos tristeza— para adherir a Abelardo, y Mr. Taxes, el ex DIAN, pide pista porque él, según él, encarna el pospetrismo. Un Judas renacido.
¿Cien presidenciables? ¡Tremendo desempleo! Muchos son ex funcionarios huérfanos del poder que otorgan los cargos en la cosa pública, y con un ejército de personas igualmente desempleadas, gravitando alrededor suyo, como sus cercanos colaboradores: la rosca que llaman. Es que sostener la “democrática” burocracia cuesta billete, maestro.
Si pierde mi candidate –cuyo nombre desconozco a estas alturas- me gustaría que gane Batman… a ver si por fin él y Robín salen del closet.
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